Lo privado personal dentro de 28 страница



 


Lo privado personal dentro de

lo privado del ámbito familiar

A cada uno su tarea

El ámbito familiar, que reúne a sus miembros para comer y charlar, los dispersa para trabajar. Cada uno con su tarea. Giannozzo, según Alberti, al que nada se le escapa, advierte con toda solicitud a su mujer que no deje de distribuir a todos una labor conveniente para cada uno. En la gran burguesía de la que habla se trata de criados, pero los miembros de los hogares humildes proceden entre ellos mismos a semejante repartición, en particular en el campo. Este reparto, generalmente muy sencillo, pero mal conocido, se complica cuando se presenta la ocasión de diversificar los empleos accesibles a los miembros de la familia. Así se comprueba, por ejemplo, cuando se analizan las estrechas relaciones establecidas entre el monasterio de Monte Oliveto (Siena) y las familias de sus aparceros (1400-1430). Las mujeres hilan el lino por cuenta de los monjes, tejen la lana y lavan los paños, y, en este trabajo asalariado, se suceden casi todas las de la familia. Los hombres, a su vez, además de la responsabilidad de la granja, se ponen al servicio de los monjes para todo tipo de breves faenas asalariadas, que abarcan los ritmos del año agrícola. En cuanto a los jóvenes, se los ajusta, a cada uno a su debido tiempo, en el mismo monasterio como domésticos. Si bien la familia puede reclamarlos, de acuerdo con el ecónomo, en los momentos de apremio. En ocasiones así, se recompone el grupo doméstico. La proximidad del monasterio convierte así la aparcería en una empresa que sobrepasa los límites geográficos de la explotación. Cada uno se hace así con un puesto original, a caballo sobre los dos poderes, el del pater familias y el del ecónomo, y se vuelve, por tanto, semii ndependiente de ambos. La cohesión de la familia hace que estas aventuras individuales sean a la vez interesantes para cada uno y beneficiosas para todos. Lo mismo sucede con muchos hogares rur; les, en los que nos encontramos, por ejemplo, con un zapatero) que ejerce su oficio en medio de una familia de aparceros (Val cl'Elsa). Hay otros casos en los que la familia ve cómo los hijos la abandonan temporalmente por la ciudad, por una profesión, etcétera, sin perjudicar por ello el buen entendimiento familiar. Situación aún más frecuente en las aglomeraciones urbanas.

Un espacio propio para la soledad

Esta diversificación de empleos se manifiesta precisamente cuando empiezan a multiplicarse en los documentos los signos de un gusto más pronunciado por la intimidad personal, en el mismo seno del hogar; que son también los signos de una necesidad (nueva?) de aislarse en el propio hogar sin abandonarlo, con lo que el ámbito privado familiar va a servir de marco a un ámbito privado personal. Es una necesidad que se comprueba en la disposición y el uso de los espacios privados. Las piezas de la casa

Una pareja, manuscrito ilustrado del Decamerón, h. 1370. (París, Bibl. Nac., ms. it. 2212, fol. 151.)  

aumentan en número, y ello sobre todo, como ya ha quedado dicho, a favor de las alcobas. Lo que es aún más importante, estas alcobas se cierran con llave, y hasta con cerrojo, obstáculo todavía más inviolable. Con lo que las viviendas se organizan como un encaje de espacios privados cada vez más estrictamente personales. Una pequeña escena de Boccaccio nos presenta la despedida de un marido (celoso) y de su joven esposa (infiel): "Me voy a comer fuera", dice el celoso (que está mintiendo); "así que ocúpate de cerrar con todo cuidado la puerta de la calle, la del rellano y la de la alcoba". De esta manera, la pareja dispone de la casa entera. Se entra en ella por la primera puerta que da a la calle: primera barrera. Pero ésta sólo da acceso directamente a la planta baja, espacio en este caso periférico destinado a las provisiones, reservas, etcétera, y en ocasiones a loshuéspedes: hay allí efectivamente una alcoba, pero está vacía (es en ella donde se oculta el marido celoso). La vivienda propiamente dicha, el conjunto de las habitaciones utilizadas permanentemente, se sitúa en el primer piso; una puerta de meseta de escalera, con cerradura, la separa del espacio reservado a las cosas y a los huéspedes: segunda barrera. La vivienda en fin, en sí misma compartimentada, y la pieza propia de la pareja, su alcoba, el verdadero corazón de la casa, puede a su vez cerrarse también: tercera barrera. Tres puertas, tres espacios aislables, tres niveles de intimidad: el tránsito y los huéspedes, la familia, la pareja. Hemos compartido brevemente la vida de la familia. Penetremos ahora sucesivamente en la intimidad de la pareja y, ya que hemos descubierto numerosas alcobas, en las de los restantes miembros

 


Del hogar.

 Intimidad de la pareja

Conocernos ya la cámara conyugal, con sus arcones, sus cortinas, sus imágenes, sus bancos, sus escabeles, su lecho, su picaporte y su llave. O mejor dicho, sus llaves. Ultima etapa de lo privado, los cofres, los famosos arcones del ajuar, se hallan en efecto frecuentemente provistos de cerraduras que los inventarios no se olvidan nunca de señalar. Sabemos, por ejemplo, que el ajuar de Bartolo de Castelfiorentino y de Catherina, su esposa, disponía en su alcoba en 1380 de un largo cofre banco (cassapanca) y de un baúl, respectivamente provistos de tres y dos cerraduras, así como, en la antecámara, de dos cofres banco todavía más largos, equipado cada uno de ellos con seis cerraduras, más otro baúl con dos. Esta lista no tiene nada de excepcional, ni en este nivel de riqueza ni, aunque menos abastecida, en los ambientes modestos. Apenas si hay un ajuar de artesanos que no cuente con su cofre con cerradura.

Esta alcoba calurosa, su habitación propia, agrada a los esposos. Se quedan allí con frecuencia, al anochecer, por ejemplo, después de la cena. El marido instruye a su joven esposa que le escucha con deferencia. Ella le lava los pies (Sacchetti) o le despioja (los cuentistas reservan este episodio para los campesinos). La esposa se atreve; evoca sus desvelos, las pequeñas fricciones del hogar salen a relucir: "No tengo nada que ponerme, tú te olvidas de mí (...). Fulanita está mejor vestida que yo, y Menganita se ve mucho más honrada, todo el mundo me encuentra ridícula (...). ¿Qué le estabas contando a la vecina?, ¿y a la criada?" (fra Paolino). Luego las cosas vuelven a su cauce. Se habla de los problemas del hogar, de las relaciones, de los hijos (Alberti). Prosiguen entre ellos dos las conversaciones de la velada familiar. No faltan cosas de que hablar.

Es la hora del sueño o de la ternura. Comienzan los preparativos de la noche. Algunas parejas jóvenes, una vez bien atrancada la puerta, inauguran así, de rodillas, su vida en la intimidad; piden a Dios la prosperidad, la fecundidad (muchos hijos varones) la riqueza, el honor, la virtud (Alberti). Normalmente, las cofra días y los directores de conciencia hacen de la plegaria de la noche una obligación para sus devotos, pero apenas si hablan de la pareja, y se ignora la difusión de semejante devoción en los hogares.

Los esposos se ponen a su gusto. El marido, en mangas de camisa; su mujer, más o menos ligera de ropa o incluso desnuda bajo la suya, acaban de dejarlo todo en orden (Sacchetti). Las buenas carnes de la esposa, que ya nada disimula, excitan la vena del marido: "¿Sabes lo que me han dicho esta tarde? ¡Que cuando te vas a aliviar, no puedes limpiarte lo que estoy pensando!". La última engarrada (Sacchetti).

Agotados por su jornada de trabajo, ciertos maridos caen de inmediato en el sueño. Tanto peor para la intimidad conyugal. Pero, afortunadamente, no todos están en el mismo caso. Los moralistas y los predicadores dedicaron a estos momentos de intimidad muchas investigaciones suspicaces, muchas llamadas de atención e innumerables reglamentaciones llenas de minucias. Los cuentistas, por su parte, no desaprovecharon esta ocasión de bromas atrevidas. Sentenciosos o humorísticos, sus testimonios respectivos no dejan por ello de introducirnos, cada uno a su manera, en la intimidad espontáneamente vivida por la pareja.

Los preliminares carecen de importancia. Los ragionamenti amorosi en que los esposos se entretienen preceden al momento de desnudarse. La desnudez tiene su fascinación. Se refiere, no obstante, el ejemplo de un marido (gentilhombre florentino) incapaz, sin mirarle a los ojos, de reconocer la desnudez de su mujer. Cuestión de pudor: algunas esposas sólo acceden a sus maridos en camisa. Los médicos vinculan los embarazos felices y los hijos hermosos a la excitación y plenitud, antes de la unión, del deseo femenino:farsi ardentemente desiderare. Lo que significa corroborar esos hábitos y propensiones de las parejas a los toccamenti... de la bocea... et con la mano denunciados por san Bernardino.

Los cuentistas y las comadres pregonan el mayor escepticismo a propósito de la virginidad de las muchachas antes del matrimonio. En los chismorreos de la cocina todo el mundo está seguro, cuando un criado toma mujer, de que "el señor Laverga ha entrado en Negra Mota sin derramar sangre y con gran placer de los vecinos" (Boccaccio). La cocina se equivoca probablemente cuando trata de las señoritas de la burguesía. Casadas muy jóvenes ( se años) y muy vigiladas, la plaza fuerte de su virtud no habrá abierto nunca sus puertas antes del sí. Las primeras noches tendrían que resultar traumatizantes para aquellas jóvenes doncellas, casadas deliberadamente sin ninguna información. Luego las esposas adquieren toda la astuzia y la malizia convenientes. A través de las reticencias de los moralistas se adivina que las parejas de entonces conocían y utilizaban las posiciones que una larga connivencia amorosa lleva consigo. El imbécil de Calendrino, al que sus camaradas le han hecho creer que está embarazado, hace así el amor con su mujer: "Non vuoi stare altro che disopra" (Boccaccio).

Ante la insistencia de los moralistas, se comprende también que la práctica de la sodomía conyugal se hallaba muy difundida, en amplia proporción según parece (y probablemente reciente) a comienzos del siglo XV en las ciudades toscanas. Los predicadores incriminan la enorme ingenuidad de ciertas jóvenes esposas totalmente sumisas a gestos cuyo alcance ignoran por completo. Hay que pensar también en la educación, demasiado femenina, recibida por los muchachos, en su prolongado celibato, etcétera, y poner en relación con todo ello la práctica de los procedimientos contraceptivos coitus interruptus?) cuya existencia revela con mayor o menor seguridad la situación demográfica, al menos entre las mujeres maduras (de más de treinta años) de la pequeña burguesía y el artesanado (puesto que sus maternidades se detienen mucho antes de su menopausia).

Los cuentistas se extienden sobre los éxitos sexuales de los hombres, que expresan de buena gana en "salmos" o en Pater; en homenaje a los clérigos y monjes, campeones de la categoría. Uno de éstos habría recitado seis salmos durante su noche y dos por la mañana. Exceso de devoción más clerical que marital.

De acuerdo con las creencias médicas transmitidas por las tradiciones orales y por los memorialistas, los momentos de feliz descanso consecutivos al acto conyugal ha de vivirlos la esposa en absoluto reposo, si quiere tener hijos: hay que tener cuidado hasta con el simple estornudo que haría saltar la semilla fuera del vaso. Si no los quiere, está en libertad de estornudar; puede hacerlo con todas sus ganas y agitarse todo lo que pueda.

 

 Maestro sienés, manuscrito italiano de las Meditationes Vitae Jesu Christi(detalle) 13301340. Una puerta con su habitaciones viene a coronar y enorme cerrojo: seguridad, acelerar un movimiento más intimidad. (París, Bibl. Nac., antiguo. Sea de ello lo que sea, ms. it. 115, fol.. 40 vi.)

La promiscuidad reinante en las chozas campesinas más pobres —una sola pieza, a veces alterad un solo lecho familiar— había o prof damente sin un duda alguna la manera de vivir la intimidad de la pareja y el pudor de los hijos.

Una habitación para cada uno

Si volvemos a las casas burguesas, la multiplicación de las piezas permite con frecuencia darles una habitación a los adultos célibes y a veces incluso una a cada uno. En la élite burguesa, un número indeterminado pero importante de individuos dispone así de un marco para su vida personal y disfruta pronto de él. Estas alcobas individuales están equipadas como las de los amos, o poco les falta: puerta con picaporte y cerrojo, cofres con cerradura (comprobados, por ejemplo, en una alcoba de amigos, y en un cuarto de sirvienta), lámparas, bancos, escabeles, a veces imágenes y chimenea, y por supuesto, lecho con todo su servicio de ropa. Se despliega en ellas un confort efectivo, adecuado para proporcionar un marco agradable a la independencia de cada uno, aunque no pueda decirse que la haya suscitado. Preservar y desarrollar la propia vida personal parece ser, en el siglo XV, objetivo que data de hace mucho tiempo. La multiplicación de las habitaciones viene a coronar y acelerar un movimiento más antiguo. Sea de ello lo que sea, vivir a su gusto en un hogar no es una utopía completa en los siglos XlV y XV. ¿Cómo se organiza esta vida personal?

Alberti les recomienda al marido y a la mujer que tengan cada uno su propia habitación, a fin de evitarse mutuamente incomodidades (enfermedades, calores excesivos, alumbramientos, etcétera). Una puerta pondrá las dos piezas en comunicación a fin de favorecer el encuentro de los esposos sin alertar a los indiscretos. La prerrogativa de una alcoba particular, caliente y silenciosa, resulta aún más indispensable para un anciano, añade el autor. Pero se impone también y primordialmente, prosigue Alberti, para cualquier cabeza de familia, sobre todo si pertenece a un alto linaje. La alcoba es el lugar de lo secreto donde, solo frente a sus objetos más preciosos y a sus documentos familiares, el padre nutre en su contemplación Y su consulta su orgullo familiar y su actividad. Frente a esas "cosas (los documentos familiares) sagradas y religiosas , el padre, en su alcoba, personifica a un sacerdote que "celebra en su templo una liturgia conmemorativa y propiciatoria. Anejo a la alcoba podrá haber también un despacho (studio),lugar también secreto y sagrado, donde el padre, entre otras cosas, redactará sus memorias celosamente reservadas a su descendencia. Del enaltecimiento de lo privado paterno depende, desde esta perspectiva, el mantenimiento de la tradición familiar en su autenticidad y su calor. Alberti, según es habitual en él, da a sus recomendaciones un énfasis un tanto teatral, pero lo que él preconiza, un ámbito privado exclusivo del padre, se venía practicando desde el siglo XlV y estaba probablemente bastante difundido. Los padres disponen de su propia habitación, separada de la de su esposa, costumbre subrayada en la buena burguesía por los cuentistas (Boccaccio) y por los inventarios (1381). Más adelante (siglo XV), la existencia de los studi queda señalada en numerosos palacios.

Estos cuartos masculinos no tienen el monopolio de los libros familiares, que es verdad que se los encuentra —y no forzosamente bajo llave— en habitaciones, quizá reservadas al marido (en dos ocasiones), pero también en alcobas grandes de dos o tres lechos a disposición de todos (tres casos), en antecámaras (un caso), a veces incluso en todas las alcobas (un caso), sin ningún secreto ni reverencia sagrada, al menos aparente. Pero con estas reservas, no es menos cierto que los padres poseen su rincón propio en que proteger sus papeles familiares y otros libros, conservados con aquéllos (Tito Livio, Salustio, la Crónica de todos ellos citados en nuestros inventarios), y que vemos a estos caballeros sacarlos de los cofres, abrirlos sobre las mesas de escribir y leerlos con atención, el sábado por la tarde, por ejemplo (Sacchetti) o por la noche. En su vida corriente, los cabezas de familia tuvieron por tanto, a partir del siglo XlV, recintos adecuados en sus propias casas en los que podía aislarse, y ocupaciones personales que les interesaban y les cultivaban, sin que por ello perdieran de vista su familia ni su linaje, la solicitud por los cuales explica a veces su retiro.

También la esposa dispone de sus momentos de soledad, a veces impuestos, a veces buscados. Puede suceder que tenga su alcoba aparte, bien de forma permanente, bien provisionalmente. No escasean los testimonios sobre este retiro más o menos voluntario. Las damas de más alta alcurnia, como Lucrezia, la madre de Lorenzo de Médicis, tienen su habitación, pero el caso se presenta también con cierta frecuencia en la buena burguesía de Nápoles, de Florencia o de Venecia. Sucede también que se den circunstancias que impongan una separación o un aislamiento temporales. En caso de enfermedad, por ejemplo, parece normal que una joven se haga disponer una cama en un lugar separado, en aquella alcoba de la planta baja, por poner un caso, que hemos visto reservada para los huéspedes y que se halla con frecuencia desocupada (Pecorone). Los alumbramientos llevan también a la esposa a acostarse durante algún tiempo aparte. Estos espacios propios que ellas mismas se adjudican en el propio seno de la pareja permiten a las damas de buena posición proporcionarse momentos de retiro, repetirlos y prolongarlos con tanta mayor facilidad cuanto que no existe ninguna labor que venga a añadirse a su responsabilidad de ama de casa. Desde la perspectiva de santificación personal que se proponen algunas de estas patricias (y/o sus directores), la alcoba, espacio místico, adquiere significación de capilla, de clausura y refugio contra el mundo. Se equipa la alcoba con un reclinatorio, se añade un crucifijo a las imágenes de la Virgen que la adornan y la esposa acude allí a rezar de rodillas muchas veces a lo largo del día. También allí es donde busca en la lectura y la oración un refugio contra las conversaciones ociosas de después de comer. Tocada por la gracia, después de una juventud de fornicaciones, santa Margarita de Cortona se aísla en su alcoba para llorar en ella. Pero se trata de mujeres excepcionales. Las demás, menos piadosas y menos hostiles al mundo, encuentran en este recinto cerrado de su vida privada actividades más humanas. La alcoba es ante todo el lugar de los sentimientos y de lo secreto, aspecto muy subrayado por los cuentistas. La tonalidad cultural y sagrada puesta de relieve a propósito del marido se desdibuja ahora a favor de una atmósfera más sentimental. Sola con sus cofres, la esposa saca sus cartas, las relee, responde a ellas, evoca a su marido ausente o a su amante: se enternece. Separada del que ama, Madonna Fiammetta se retira con frecuencia a su alcoba: "Más a gusto sola que acompañada abría un cofre y sacaba uno por uno los objetos que le habían pertenecido, contemplándolos con el mismo deseo que si hubiese sido él mismo; los miraba una y otra vez, y los abrazaba conteniendo mis lágrimas Después de lo cual volvía a tomar en mis manos sus innumerables cartas y volvía a sentir al releerlas un consuelo parecido al que habría experimentado hablando con él". Pero las matronas que pueblan las ciudades son más robustas y más realistas que las de las novelas. Permanecen en su alcoba, solas o con su doncella, si es que la tienen, para actividades más ligadas a su responsabilidad: escribir, desde luego, a su marido o a sus hijos, pero sin dedicarse forzosamente a gimotear y sobre cuestiones en las que los sentimientos sólo intervienen en una exigua proporción: salud, y sobre todo gestión; preparar y redactar el correo relacionado con negocios que ellas mismas han montado, negocios a veces sorprendentemente complejos y numerosos (especulación a escala menor sobre lino, tejidos, artículos de comercio, etcétera); estudiar y desembrollar los considerables problemas de gestión que incumben a las mujeres cuyos maridos están ausentes y a las viudas; de manera más femenina y más privada, dedicarse a todos los cuidados del tocador, incluidas las pruebas de ropa.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 78; Мы поможем в написании вашей работы!

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