Lo privado personal dentro de 25 страница



Hay que poner aparte los grandes palacios de nuevo estilo de Florencia. ¿Cómo amueblar sus desmesuradas piezas? Cincuenta años después de la instalación del palacio Strozzi, a comienzos del siglo XVl, sus salas más espaciosas siguen estando totalmente desnudas. La desproporción del mobiliario florentino puede ponerse en relación, en el siglo XV, con la necesidad de vestir de una forma que no resultara ridícula la impresionante desnudez de aquéllas (más tarde solamente disimulada por algunas pequeñas esculturas o bibelots).

El confort privado

Sentirse a gusto en la propia casa, y en una habitación simpática y agradable, supone a nuestros ojos otras comodidades. La necesidad o el gusto por algunas de ellas se pone también de manifiesto, o se difunde, a partir de la época estudiada.

Inventarios y descripciones hablan constantemente de cerraduras, de trancas (spranga). ¿Se tiene con frecuencia y voluntariamente cerrada la casa? Hay razones para pensarlo así. El espacio privado es un espacio defendido/prohibido. Se presta una gran atención al cerramiento exterior, en el campo lo mismo que en la ciudad, y semejante prudencia resulta perfectamente explicable por la inseguridad. En las aldeas de la región de Lodi, las casas rurales están provistas de sólidas puertas. Las más ricas, que son de piedra, tienen puertas de madera reforzadas por largueros transversales, y toda una serie de dispositivos permite que se las cierre herméticamente: barras empotradas perpendicularmente a los batientes, cerrojos, cerraduras, éstas de múltiples tipos, verdaderas obras de arte de la cerrajería. Las ventanas están todas ellas provistas de postigos, atrancadas y con frecuencia defendidas con barrotes de hierro. En estas mismas zonas, las chozas campesinas, que son mucho más numerosas, están provistas también de puertas de madera con un dispositivo de bloqueo (tranca) o con una cerradura. Pero no se las cuida con tanto empeño. Las llaves se han perdido: en algunas casas faltan los puntos de apoyo de este dispositivo de bloqueo. En cambio, salvo excepciones, todas las ventanas tienen postigos.

En la ciudad, se fueron abandonando las casas-torre (todavía atestiguadas en Bolonia en 1286), aquellas casas en las que, para entrar en las mismas, hombres y mujeres tenían que escalar hasta las puertas situadas a media altura (siglo Xlll). Pero la vigilancia sigue siendo cosa corriente. Las nuevas casas urbanas se hallan dotadas de un sistema de cierre exterior todavía más cuidadosamente combinado. Las mejor conocidas, las viviendas burguesas, se cierran mediante puertas formadas por dos batientes, reforzados a su vez por delgadas planchas de madera fijadas con clavos de cabeza ancha densamente sembrados en toda su extensión (fijados uniformemente o encuadrando los tableros). Puertas muy severas, y además muy sólidas. Su cierre y bloqueo están asegurados por una barra interior horizontal y una cerradura que se cierra con llave y que puede completarse con un cerrojo. Todo lo cual se mantiene en perfecto funcionamiento. Una vez que su marido se ha ausentado, una mujer honesta ha de pensar en darle una vuela de llave al portón. En cuanto al marido, habrá de ocuparse de cerrarlo todo bien por la noche, a fin de impedir que nadie entre o salga, y de guardar luego en su alcoba la gran llave de la entrada (Paolo da Certaldo). Donde las piezas de la planta baja tienen ventanas, éstas se proveen de barrotes, sobre todo cuando se trata de huecos reducidos destinados a la ventilación y que carecen de postigos.

La casa ha de protegerse de la intemperie, y esta necesidad aumenta con el bienestar, sobre todo cuando las nuevas construcciones urbanas, que han abandonado el estilo fortaleza, multiplican los huecos y los grandes vanos en todas las habitaciones y en todas las plantas. Primera preocupación: oponer una pantalla a las insoportables corrientes de aire que barren las habitaciones. La primera defensa y la más antigua es la de los postigos interiores. Su práctica es corriente, por ejemplo en Siena, desde antes de 1340, aunque quizá no general: las ventanas geminadas de los palacios góticos representadas por Lorenzetti (sala de la paz) aparecen sin ellos. En estas casas las cortinas constituyeron sin duda una barrera, si bien más ligera y más precaria, contra el viento y el sol; se las colgaba de largas perchas horizontales que tapaban las fachadas a media altura de las ventanas. Así las cosas, cerrar los postigos equivale a detener la luz y la lluvia, pero nada cambia con respecto al frío. En el confort, el postigo no es más que una etapa inicial.

Para no quedarse a oscuras por causa del mal tiempo, y no tener que echar mano de una lámpara, se pensó en articular los dos batientes del postigo disponiendo en su base un sistema de paneles que giraran en torno a ejes horizontales y verticales; pero esta operación fue muy tardía. Este procedimiento no parece hallarse extendido ni en la Siena de los años 1340 ni siquiera en la Florencia de 1420, ya que los frescos y cuadros (Lorenzetti, Martini, Masaccio) de entonces nos muestran unos postigos macizos más o menos entreabiertos. Las primeras menciones de postigos o contraventanas, y de celosías, se remontan a los años 1390-1400; los hallamos en las cuentas de los hospitales florentinos, y fue tal vez allí y entonces, en medio de la solicitud por los enfermos tan característica de esta época, cuando esta técnica se puso a punto y se sistematizó de veras, antes de su amplia difusión durante la segunda mitad del siglo XV. Pero las contraventanas no eliminan todos los inconvenientes de los postigos (semioscuridad, corrientes de aire, etcétera). Hay un dispositivo más elaborado que aparece pronto (¿a comienzos del siglo XlV?) pero que progresa, al parecer, con lentitud: el de las finestre impannate (ventanas "enteladas"). En Florencia, hacia 1370-1380, es donde mejor se advierte su difusión, y precisamente en el ambiente hospitalario, en relación en este caso también, con toda probabilidad, con las olicitud por los enfermos. Se trata, en efecto, de un lienzo de lino tensado sobre un bastidor e impregnado de aceite a fin de lograr su translucidez, con el que

 

Masolino-Masaccio,

 

Resurrección de Tabitha (detalle h. 1425. (Florencia, iglesia del Carmen, capilla Brancacci.)

se bloquea la abertura de la ventana, cuyas mismas dimensiones tiene, a fin de que la obture sin cegarla. El procedimiento progresa durante el siglo XV, como puede comprobarse un poco por todas partes en la Italia central (Pisa, San Gimignano, Montefalco e incluso Génova). Los palacios florentinos de finales del siglo XV lo utilizan con mucha frecuencia, sobre todo como es natural para las piezas nobles: salas, alcobas o despachos;se le atribuyen también usos técnicos (talleres de pintores o de mosaístas). Tampoco son mucho más tardías las ventanas con vidrieras. Se las cita en Bolonia en 1331, acompañadas de un enrejado de hilos de cobre para protegerlas; y en 1368, en Génova. Veinte años más tarde (1391), equipan al menos dos piezas del convento de los carmelitas de Florencia, la enfermería —dos ventanas— y el estudio, antes de difundirse (si bien con gran moderación durante el siglo XV), por las viviendas burguesas de todas estasciudades. El vidrio, recordémoslo, aparece siempre en forma de galletas redondas unidas entre sí por una red de plomo.

Queda por resolver el problema de la noche, así como el del oscurecimiento debido a la acumulación: en una carta, la patricia florentina Alessandra MazzinghlStrozzi se queja del vecino cuyas construcciones le sustraen, según nos dice, la claridad. ¡Lo que habría que decir entonces de las calles populares! De modo que hay que discurrir cómo alumbrarse. El procedimiento menos costoso es la vela de sebo, iluminación general en el campo donde se comprueba la existencia de morteros para majar el sebo. Los inventarios campesinos registran también la de lámparas (lucerna) que funcionan con aceite, aunque cuarenta y ocho de los sesenta interiores (lo mismo pobres que ricos) estudiados por M. A. Mazzi carecen de ellas. Como fiel compañera, la vela acompaña al labriego en sus quehaceres y en su trabajo nocturno. Pero su mezquino resplandor se ve enseguida tragado por la oscuridad. Sólo la claridad de la chimenea puede iluminar todos los rostros y ademanes de la comunidad familiar. El fuego, el hogar, es el gran aglutinante de la noche campesina.

Las casas de la ciudad, las de los burgueses que hemos podido conocer, se hallan mucho mejor equipadas, superioridad debida sobre todo a la profusión de luces, lo mismo si se trata de simples lámparas de aceite (hechas de barro, pero también de estaño o de hierro), de linternas, de "porta lámparas", que de un sinfín de candeleros, cortos o largos, de cobre, de hierro, o "ingleses". Todos estos objetos se encuentran, en numerosos ejemplares, en el interior de los hogares florentinos ricos (conocidos) de los años 1400. Se los halla por todas partes, pero parece que se los coloca de manera privilegiada en las alcobas (en seis casos), más que en las salas (dos casos) y que en las cocinas (un caso). Por supuesto, estos objetos ligeros son móviles, pero la luz sigue siendo en tales casas una especie de lujo privilegiado de la alcoba, una luz que unos soportes cada vez más numerosos (de dos a seis por habitación) permiten colocar a buena altura y en sitios adecuados. Al contrario que los cabos de vela rurales, los eficientes alumbrados de las casas burguesas permiten iluminar en una alcoba o en una sala las conversaciones y las reuniones de las familias o de las brigate urbanas. Hay también otros fanales que resplandecen en las esquinas de los palacios más suntuosos, a los que rodean de ese halo de prestigio misterioso y teatral de las iluminaciones nocturnas, sin que se vea afectada por ello la existencia privada de sus huéspedes.

Pero la discreta luz de las bujías es impotente frente al frío, realidad siempre amenazante desde noviembre hasta abril, en aquellas habitaciones mal aisladas y mal guarnecidas. En la campiña toscana de los siglos XlV y XV, la única fuente de calor está representada por el fuego destinado a los alimentos (en la sala o en la cocina). Fuego simple, rústico, hogar sin ningún apresto, preparado directamente sobre la tierra pisada, con algunos ladrillos como soporte. La misma situación encontramos en la región de Lodi en 1440, con la excepción de los hogares realmente ricos, en concreto los de los castelli; aun cuando estén escuetamente instalados, son viviendas en las que hay ya una chimenea, y a veces incluso dos (para cinco habitaciones). El fuego se halla mejor domesticado en las ciudades donde la chimenea mural, con su dintel, su conducto, su salida exterior, ha dejado de ser una novedad en el siglo Xlv. Se las conoce en Venecia en el siglo XIII, y los primeros ejemplos en Florencia hacen su aparición hacia 1300. Su difusión es lenta. No hay chimeneas en Placenza en 1320, según el cronista G. Musso, como tampoco en Roma en 1368. En Siena, en 1340, el fresco de Lorenzetti no representa más que media docena de conductos exteriores sobre los tejados (que no tienen forzosamente relación con chimeneas de pared). El propio Musso añade que, en Placenza, en 1388, hay varias chimeneas en cada casa: ¿pero se trata de auténticas chimeneas murales? En cualquier caso, en Florencia por ejemplo, su aparición es progresiva; en los años 13701420 parece acelerarse, desplazando el hogar central a favor de la chimenea "a la francesa".

Sin embargo, no todo el mundo se beneficia de semejantes adelantos del mismo modo ni al mismo ritmo. Algunas casas, demasiado estrechas o demasiado frágiles, resultan menos adecuadas para la instalación de chimeneas. Tal es el caso paradójico, en Florencia, de hileras enteras de viviendas nuevas en los lotes periféricos edificados por los años 1280-1340. La gente vacila ante el riesgo de construir, en las paredes medianeras, largos y peligrosos conductos de salida de humos. Las mismas cocinas, instaladas en los últimos pisos, no disponen más que de un hogar central. Las viviendas burguesas de los viejos barrios, más espaciosas y mejor articuladas, ¿pudieron llegar a estar mejor acondicionadas o restauradas? A fines del siglo XlV, la mayor parte de ellas disponían cuando menos de una habitación con calefacción, sin contar la cocina. En los ocho interiores que he podido conocer, seis cocinas, seis alcobas y dos salas contienen elementos relacionados con la existencia de un hogar: morillos, tenazas, llares o badila. Pero este hogar no aparece descrito, salvo en dos casos en que se hace constar que existe una chimenea mural en una alcoba principal, y un brasero en otra de huéspedes. Respecto a esta época de fines del siglo XlV y principios del xv, conocemos con seguridad la existencia en las viviendas florentinas acomodadas de verdaderos calefactorios independientes de la cocción de los alimentos y vinculados a la alcoba (pero no a más de una por cada tres) más bien que a la sala, calefactorios en los que a pesar de todo no había logrado imponerse la chimenea, mientras siguen conservando un puesto importante, tal vez incluso preponderante, algunos hogares de tiro incierto y determinados utensilios móviles.

El avance de la chimenea mural se desarrolla irresistiblemente durante el siglo XV en todos los sitios en que se la ha podido observar. Las ciudades van siendo ganadas por ellas unas tras otras. La nueva invención, en cuanto hay unos pocos que la adoptan, lo es enseguida por todos. Los albañiles se familiarizan lo suficientemente con su técnica, como para que se haga instalar esta preciosa construcción en varias habitaciones de un mismo edificio. A finales del siglo XV, las chimeneas adornan en Florencia las piezas principales de los grandes palacios, su campana adquiere un carácter monumental, y los morillos, las tenazas y toda una panoplia de objetos nuevos y cincelados con gusto proporcionan al hogar en que se los dispone un cierto aire de galería de arte. Las chimeneas conquistaron también Venecia, y las monumentales salidas de los conductos de humo otorgan a los tejados, en los cuadros de Carpaccio (Milagro de la reliquia de la Cruz, 1494), el aspecto de un elegante criadero de setas.

El ornato doméstico

El ámbito privado estricto excluye el boato vestimentario. Los campesinos guardan en casa su vestimenta de trabajo, que puede variar del siglo XlV al XV siguiendo de lejos la moda urbana, pero cuyo tejido preferido sigue siendo el romagnolo, paño grosero oscuro o gris. Salir de casa y exhibir las prendas de vestir festivas —todo el mundo las tiene— significa precisamente mezclarse con una sociedad exterior a lo estrictamente privado. También en la ciudad se viste con toda sencillez en la propia casa y entre los suyos. Lo subraya Alberti, al insistir en ello: los vestidos nuevos son para los días de fiesta; una vez usados, para la vida corriente; muy usados, para la casa. El parecer de M. Palmieri es parecido, aunque un tanto diferente: no usar en casa para los días ordinarios sino ropa como la de todo el mundo. Así pues, hay dos categorías de prendas que se declaran pertinentes para la vida privada y que probablemente se usan de verdad: las más sencillas por su tejido o su corte; y aquellas otras, vistosas, heredadas de una abuela o encontradas en un chamarilero, pero que están fuera de lugar a pesar de su riqueza por gastadas o por ridículas. Lo normal desde luego es un porte sencillo. Dentro de casa, una mujer, cualquiera que sea su medio social, se contenta con la gonnella (siglo XIV), llamada en el siglo XV gamurra (en Lombardia zupa), especie de túnica de lana, muy simple y con mangas (amovibles después de 1450), que se usa encima de la camicia, larga camisa de lino o de algodón. Así vestida es como va y viene a sus menesteres, y hace en las cercanías los encargos rápidos o las visitas más informales (cuando no se pone un vestido suplementario contra el frío). Pero desde el momento en que se abandona el ámbito estrictamente privado para abordar, aun de lejos, el mundo y la representación, seguir en gamurra sería una falta de gusto. Es entonces cuando hay que abrir los arcones para sacar de ellos los vestidos más ricos destinados a distinguirlos personal y socialmente.

La vida en casa admite en materia vestimentaria una libertad aún más desenvuelta. Los moralistas recomiendan la observación de una total corrección en casa, concretamente en la sala (donde se está en familia), pero la verdad es que no choca en absoluto dejar al descubierto, total o parcialmente, la propia desnudez en ciertos momentos de la vida privada. Se puede dormir en camisa, pero con la misma facilidad se duerme desnudo, simplemente porque hace calor, sin que las damas se inquieten por ejemplo por la muchacha acostada a su lado, o por el vecino que las espía cuando se levantan o cuando se acuestan por la gran ventana abierta al frescor de la noche. Aunque luego, calentarse o secarse al fuego puede parecer una indecencia si se trata de mujeres sin ropa interior o de hombres que, libres de sus calzones, se sientan a sus anchas ante la chimenea. ¡Cuidado con el gato (Sacchetti dixit) que, deslizándose entonces bajo los escabeles, trata de jugar con aquellos divertidos colgajos!

Lo que el comportamiento interior tiene de simple y aun de descuidado no debe oscurecer la alegría fresca, animada y colorista que las gentes quieren con frecuencia darle a su existencia privada. La alegría puede consistir en una flor, en un ramillete, en una de esas plantas de las que los frescos o los cuadros florentinos y sieneses nos muestran tantos ejemplos que adornan, en sus búcaros, las mesas y los aparadores o se orean sobre el alféizar de las ventanas. O pueden serlo también esos pájaros cuyas jaulas de mimbre cuelgan de las ventanas de los frescos de Lorenzetti o de Masaccio, o que alguien envía a un niño enfermo, Michele Verini, para que le distraigan con sus trinos (el joven humanista de diez años responde al obsequio en un perfecto latín). Y pueden serlo esos gatos que se restriegan y juguetean, esos perros, esa oca que Alberti quiere tener siempre en casa para asegurar su guardia, o en fin, ese mono que, a pesar de su cuerda, hace acrobacias en la cornisa de una casa de Masaccio (Carmine, en Florencia).


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 85; Мы поможем в написании вашей работы!

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