Lo privado personal dentro de 22 страница



Las alianzas matrimoniales acaban además por organizar en torno a cada uno, por su madre, su esposa y sus nueras, una red suplementaria de parentescos (denominados precisamente parentadi). Casarse es un asunto de Estado. La apuesta es considerable. "Han sido innumerables los matrimonios de notoriedad pública que han resultado causa de la ruina de la familia, por haberse concertado con individuos pendencieros, pleitistas, orgullosos o malévolos", nos recuerda L. B. Alberti. Mientras que al contrario, las uniones razonables y combinadas con cuidado les valen a las familias "el celo diligente de sus allegados" (E Barbaro), "refuerzan el mutuo afecto entre los nuevos parientes y (...) restablecen la concordia" (san Bernardino de Siena), y conducen a las familias "acercadas por el parentesco (...) a ayudarse entre sí caritativamente y a proporcionarse unas a otras consejos, favor y asistencia" (Matteo Palmieri). En una palabra, casarse equivale a abrir un campo absolutamente nuevo y lleno de promesas a las relaciones, las confidencias, los apoyos y los afectos, aspectos todos ellos que a veces desbordan, pero sobre todo delimitan, la vida privada.

Ayudas a la privacidad familiar

Arrastradas por la inclinación familiar o personal, no faltan otras solidaridades privadas que completan las de la familia y a veces le hacen la competencia. Los autores de la época, moralistas o no, exaltan los valores de la amistad y la vecindad. Las diferentes formas de compañerismo, a pesar del púdico silencio que las envuelve en la literatura, tienen aquí derecho a algunas palabras. Como valor de juego, de evasión, de formación o de réplica, se adivina que hantenido que dejar su huella sobre no pocos individuos.

En las fórmulas convencionales que aluden a los allegados, a los amigos se los cita siempre después de los parientes (parenti, amici), sin que nunca se los identifique con ellos —al contrario que en Francia—. Cada familia puede contar con un núcleo estable de amigos que completa y consolida el entorno de la sangre y las alianzas matrimoniales. Entre estos amigos, aquéllos a los que su intimidad permite asociarse a los parientes no son, la mayoría de las veces, más que un puñado, sobre todo en comparación con los grupos familiares en que todo el mundo se halla inserto: media docena, tal vez, de acuerdo con sus memorias, porlo que se refiere al banquero florentino Lapo Niccolini (hacia 1410). Pero a fin de cuentas, ahí están, estables, fieles, entusiastas y dispuestos para todos los servicios, los financieros y los otros, como podrá verse. El círculo de los amigos puede además agrandarse si se cuidan y se ahondan sus relaciones. Los moralistas y los memorialistas insisten de buena gana en la necesidad y las ventajas de la cosa. La amistad es un gran bien en sí. Los humanistas, seducidos por los grandes ejemplos antiguos, hablan de ella con fervor. Y la cuestión, suscitada un poco por todas partes, de saber qué preferir, la amistad o el parentesco, ocasiona debates apasionados incluso en el entorno de Cosme de Médicis (Platina). Alberti no pone en duda que la amistad persista con toda su fuerza más que cualquier parentado y no vacila en hacer de ella, aunque extraña al hogar (fuori casa), un bien doméstico, privado (privato), exactamente igual que el honor. Sin entrar en el debate, como hombre positivo que es, "ganarse la amistad de hombres de bien (...) virtuosos e influyentes", es uno de los objetivos que el florentino Giovanni Morelli propone por su parte a sus descendientes, después de haberlo perseguido él mismo y de habérselo visto perseguir a su padre. Los servicios que, según Giovanni, había prestado éste a sus preciosos amigos, o que aguardaba de los y que el a continuación detallará su hijo, demuestran hasta qué punto se los asociaba estrechamente, todavía en esa época, a la existencia privada.

En cuanto a los vecinos, el término completa a todos los efectos la trilogía convencional (parientes, amigos, vecinos) de los memorialistas. Los vecinos, en efecto, juegan en la vida cotidiana un papel que no es demasiado diferente del de los amigos o parientes, un papel al que los predispone su proximidad. No es gran cosa lo que se oculta a los vecinos. Tienen cien oportunidades de intervenir en la vida cotidiana, así como de franquea incluso el umbral de la amistad siempre que haya una corriente de simpatía: por haber bebido ocasionalmente el vino ofrecido con humor y buena gracia por su vecino el panadero Cisti, el patricio florentino siñore Geri Spini le trató en adelante como amigo: lo cuenta Boccaccio. La vecindad hace desvanecerse las distancias sociales.

Una selección llevada a cabo entre los amigos y los vecinos eleva a algunos de ellos a la cualidad envidiada de padrino (del hijo ) y, por tanto, de compadre (de los padres respectivos); la costumbre de los padrinazgos múltiples (atestiguada en Francia asimismo, por ejemplo, en el caso de Juana de Arco), padrinazgos asumidos por extraños a la familia, crea en torno de los hogares prolíficos un nuevo círculo, considerable y muy particular, de compadres y comadres. Los esposos Niccolini llegaron a reunir, para sus trece hijos, treinta y dos compadres y comadres. El compadrazgo les añade a la amistad, y a la familiaridad de la vecindad, su nota de parentesco espiritual (que vincula a los padrinos con su ahijado y con sus padres), un parentesco fuertemente vivido y sentido. A juzgar por el entorno de los Niccolini, el mundo de los compadres no ofrece ninguna homogeneidad, como tampoco el grupo desigual de los vecinos donde se los recluta. De todos aquéllos, si la mitad pertenece a su medio, los otros diez se sitúan socialmente en niveles inferiores. Pero hay algo que los distingue a todos, un rasgo común a veces subrayado por los cronistas: su compadrazgo les proporciona más libremente acceso a la vivienda y al espacio íntimo de la familia de su ahijado. Entran y salen, charlan con la servidumbre, o con la dueña de la casa, sin dar ocasión al chismorreo. Los compadres forman parte de la vida privada.

Para colmo, además de por la amistad y la vecindad, los poderosos (nobles, burgueses, hombres de negocios) aparecen en las fuentes rodeados por una vasta cohorte de amici y seguaci, o dicho de otro modo, de clientes. Las clientelas constituyen la base de no pocos éxitos políticos en las ciudades toscanas de los siglos XlV y XV. Recíprocamente, sólo la recomendación del patrono permite obtener puestos, favores, desgravaciones de impuestos y toda la pacotilla de los pedigüeños. Estas agitadas clientelas siguen siendo para nosotros muy poco transparentes, pero se puede adivinar en ellas lo estrecho de las vinculaciones patronos-clientes. Personalidades como Cosme de Médicis y todos los patricios que le rodean se encuentran asediados por las solicitudes: se los bombardea a fuerza de cartas, intervenciones y regalos; se multiplican con ellos las adulaciones; y se los trata como a hermanos mayores y casi padres. En una palabra, se intenta establecer con ellos esos lazos personales hechos de protección y de afecto que los contemporáneos califican de amicizia pero que en realidad procuran plagiar y simular los de una privanza patriarcal y de linaje. Una clientela es un linaje artificial, un ámbito privado de ayuda constituido alrededor de los poderosos por las gentes de familias demasiado modestas para poder impulsar por sí mismas a sus miembros hacia el éxito o los honores. No hay posibilidad de auténtica promoción pública sin un apoyo privado fuerte.

Las privanzas marginales y subrepticias

Abandonar el hogar, la vivienda, la familia, significa descubrir un mundo extraño que con frecuencia se considera demasiado peligroso para podérselo afrontar solo. Pero están las cofradías y las corporaciones, todos los cuerpos estructurados para ofrecer un marco sustitutivo. Cuando se abandona por poco tiempo el hogar, cuando faltan las estructuras habituales de encuadramiento

o no se las quiere, empiezan a operar con toda espontaneidad reagrupamientos que prolongan, reemplazan, y a veces imitan, los ámbitos privados. Como en todas partes, los niños de todas las clases sociales, mezclados entre sí, juegan en bandas en las calles. En la ciudad, sus brigate reúnen lo mismo la chiquillería de un mismo barrio que los chavales empleados como recaderos por los artesanos de una profesión, etcétera, para juegos discontinuos pero repetidos que los unen en una misma connivencia. En el campo (por ejemplo, en Val d'Elsa) nos topamos con las jóvenes compañeras de santa Verdiana, pastoras de seis a catorce años, todas ellas desparramadas por los campos, que se reúnen en determinadas ocasiones. A la sombra de un árbol, o de una ermita, charlan copiosamente. Conversaciones pueriles, pero también serias, ya que se habla de religión o de santidad. Este mundillo crece, y la adolescencia tiene también por todas partes sus brigate, lo mismo si se trata de bandas de amigos que escoltan en un momento dado a un galán con buena suerte, que de alegres tropas reunidas regularmente por barrios con el solo propósito de darse una comilona y divertirse, y que a veces se mantienen fieles de un año para otro para algún festejo así. Para todas estas cosas, la gente joven no deja de tener su inventiva. Pero también puede suceder que sus brigate se organicen de manera más estricta, con su uniforme, a veces también con sus ordenanzas, su nombre y sus rituales más o menos secretos, sin que falten tampoco sus rivalidades. Así, por ejemplo, un proceso nos hace saber que en 1420 había en Florencia dos bandas de jóvenes, la Berta y la Magrone, y que solían liarse entre sí a puñetazos. El prolongado celibato masculino de los florentinos, la prolongada inmovilidad que los bloquea hasta casi los treinta años en el umbral de las responsabilidades familiares y políticas, la insatisfacción consiguiente, todo los conduce a una sociabilidad de repliegue al margen de la familia, a sucedáneos como éstos del mundo de lo privado con sus seudo-consorterie (clanes), su secreto y su nombre.

Incluso después del matrimonio, no es raro que la gente casada, y en particular las mujeres, sigan participando todavía en estas prolongaciones marginales de lo privado. Participaciones episódicas e informales, pero significativas. También ellas, las mujeres, tienen sus brigate de comadres escogidas fuera de casa para escoltarlas, por ejemplo, a confesar o a otros menesteres, y con las que no tienen secretos. De la aldea a la ciudad, de una ciudad a otra, y más aún si se trata de peregrinaciones lejanas, desplazarse, para una mujer, quiere decir con frecuencia asociarse a una In igata femenina que tiene el mismo itinerario. Para dirigirse a Montepulciano, la joven. Inés, la futura santa local, viaja con un grupo de mujeres; y cuando su émula, la bienaventurada Verdiana, abandona Castelfiorentino para peregrinar a Santiago de Compostela, lo hace en compañía de otros peregrinos, en su mayoría mujeres de su pueblo, que se han puesto de acuerdo para viajar juntos. Fijémonos también en los grupos de piadosas mujeres, a veces miembros de una orden tercera, a veces viudas, reunidas en casa de una de ellas de forma puramente privada con un propósito de santificación, o en las fieles clientelas de devotas locales que las reclusas (como la misma santa Verdiana) reúnen en torno a su celda. Lo mismo que las mujeres, los hombres tienen ocasiones en que sienten la necesidad o el gusto de estos apoyos privados. Si son gente solitaria, sin familia, se los ve buscar un sostén asociándose entre sí, como esos tres ciegos del cuento de Sacchetti que caminan venteando por la misma ruta y que, una vez venida la noche, comparten su recaudación en el cuartucho que han alquilado entre los tres (novella 140). Pero también la gente casada siente la atracción de una prolongación ocasional de su mundo privado; la fiesta, la diversión dominical son su ocasión en el campo y cabría aplicar a no pocas aldeas de campesinos la descripción de una noche de fiesta en la hostelería de Pontassieve (Toscana): "Su buena treintena de labriegos estaban reunidos allí, según la costumbre de las noches de fiesta, para beber y divertirse, contándose unos a otros sus necedades" (finales del siglo XV). Cabe imaginar también, para no volver sobre ello, las diferencias y prolongaciones de lo privado entre peregrinos, mercaderes, pastores o marinos, todas esas profesiones masculinas que llevan consigo por necesidad un desarraigo duradero y colectivo.

A lo largo de su existencia, no hay nadie, en esta Italia altamente urbanizada y socializada, que no tenga la ocasión, la obligación o el deseo (como sustituto o derivado) de integrarse —en forma duradera o efímera— en diferentes medios de sociabilidad colectiva, medios de elección, acogedores, informales, adecuados para las confidencias, imágenes empalidecidas aunque reconocibles de la vida privada familiar.

A veces no hay más que un estrecho margen entre el compañerismo y la complicidad. Esto es algo que se puede adivinar con facilidad a propósito de los clanes juveniles. Y no faltan otros compañerismos que se sitúan francamente al margen de la ley, mientras que los hay pura y simplemente volcados hacia la delincuencia. Más aún que las simples formas del compañerismo, la pasión que con frecuencia vincula entre sí a sus miembros, su carácter clandestino y secreto, los emparentan de manera caricaturesca pero legible con los medios privados.

Está en primer lugar el juego, el juego por excelencia, el juego de azar (ad zardum) que es el de los dados. La gente se entrega a él por todas partes con pasión, durante el día y sobre todo durante la noche, en la propia casa, con lo que nos topamos de nuevo con el ámbito privado doméstico, en ciertos sitios tolerados (ferias, mercados), pero más aún de forma clandestina, allí donde un espacio, aunque sea restringido, puede abrigar y disimular al grupo de jugadores a la luz de un cabo de vela: mercados desiertos, loggie, poternas, portalones de algún palacio, callejuelas, rincones de una plaza, orillas de un río, etcétera. Los grupos se reúnen, en medio de sordas vociferaciones, al azar de los encuentros entre desconocidos procedentes de los barrios más diversos, completamente al margen de la sociabilidad normal que une a las gentes de los mismos barrios o parroquias. A pesar de lo cual, esta fauna del juego (como la más evanescente, episódica y dispersa de los homosexuales), pese a la incomodidad, el frío y las rondas de policía (que nos la dan a conocer), se obstinan con pasión en el objeto de su razón de existir. Como una excrecencia particular, secreta, exigente pero normal de la sociabilidad privada, no puede dejar de encontrar su puesto en este recorrido panorámico del ámbito de lo privado.

Y he aquí, por fin en la misma lámina anatómica aunque en forma más abigarrada, lo privado pintoresco y cruel, si bien frecuentemente muy reglamentado, de las bandas franca y ampliamente fuera de la ley, las de las compañías de aventureros, de bandoleros, fruto, entre las víctimas del desarraigo y de la movilidad, o de la existencia errabunda, de las largas guerras, los odios y las rapiñas de la época. La vida al día, el juego (relacionado con ella), la prostitución, otras tantas formas de lo privado por sustitución, de un mundo privado construido de los pies a la cabeza, totalmente, al margen de las normas habituales de la familia, aunque impregnado de su nostalgia.

El encuentro de las edades y los sexos

 

Todos estos medios encajados unos en otros (hogar, linaje, parentesco, amigos, vecinos, compañeros, relaciones clandestinas) que rodean al individuo, lo introducen en la familiaridad de centenares de personas. Lo que sabernos de la demografía de la época nos permite esbozar los rasgos principales de esta pequeña multitud. Antes de las pestes, las casas parecen hervir de niños. Pero se trata de simples impresiones, fundadas en casos aislados. En algunas zonas rurales, la proporción de jóvenes, alcanza aún en 1371, proporciones excepcionales: en la comarca de Prato, los jóvenes de menos de quince años representan el 49% de la población, porcentaje superior al de todos los países actuales en vías de desarrollo, y este mismo porcentaje sólo desciende un poco veinte años más tarde en el pueblo de Budrio, cerca de Bolonia (43 % de jóvenes). Pero las epidemias, tan corrientes después de 1348, amenazan en primer lugar a los niños, cuyo pequeño mundo se enrarece. En 1427, dos generaciones más tarde, los jóvenes de la misma edad (hasta los quince años) no constituyen en la comarca de Prato más que el 37% de la población y la cifra se mantendrá, con uno o dos puntos de variación, durante cuarenta años, en toda Toscana (ciudades y campo). Es verdad que los jóvenes siguen siendo numerosos en las familias (algo menos que en el Egipto de los años ochenta, algo más que en la China de la misma época), pero también encontramos una proporción inédita de gente de más de sesenta y cinco años (de 9 a 10% en la campiña toscana), muy superior a la de Egipto y China. Y esta población así definida es una población vieja en el sentido demográfico, por más que el número de ancianos disminuya después de 1430. Un último rasgo particular y mal explicado: se advierte un poco por todas partes (Toscana, alrededores de Bolon a i y de Ferrara) un real desequilibrio entre los sexos, a favor de los varones, concretamente en algunas zonas rurales y entre las clases urbanas acomodadas. Vivir en el siglo XV en este amplio mundo privado, donde abundan los parientes y las relaciones, tal corno más arriba ha quedado definido, equivale, por tanto, a vivir familiarmente entre niños, aunque su número tienda a disminuir al hilo de las generaciones. Equivale también a frecuentar con asiduidad a gentes de edad y a escucharlas: y significa también, en un medio desequilibrado por la escasez de mujeres (hecho sobre todo sensible en la burguesía y entre los adultos), a hablar mucho de ellas, al tiempo que se hace prevalecer los puntos de vista de los hombres.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 77; Мы поможем в написании вашей работы!

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