Lo privado personal dentro de 20 страница



Ahora bien, lo dicho basta, me parece, para crear una aproximación en el seno de la pareja. Las sociedades donde reina la desconfianza interconyugal más grave son aquéllas en las que el ámbito del varón sólo logra imponerse con limitaciones, o que no reconocen sino familias reducidas y frágiles. Al revés, cualquier progreso en la amplitud y la capacidad de las viviendas (y este libro señala con toda claridad el umbral de los años 1180, a este propósito) ha de entrañar una cierta promoción de la célula conyugal. Los indicadores de semejante tendencia aumentan a finales del siglo XII, hasta el punto de suscitar la duda sobre el mantenimiento de las solidaridades de linaje más extendidas. Conciernen concretamente a las transacciones.

La economía doméstica: terna indispensable para el análisis de la sociedad conyugal, porque ésta necesita de fundamentos materiales que ofrezcan solidez. No hay vestigios de la plena comunidad de bienes, con la excepción tal vez de los gananciales. Como complejas que son, las relaciones patrimoniales entre esposos de rango noble o caballeresco nos llevan por desgracia a consideraciones muy formales. La constitución de la viudedad, tradicional desde la ley sálica, y equilibrada más tarde, en una cierta medida, por una dote (parte de herencia) cuya función estratégica he dejado ya dicha, entra en el desenvolvimiento de la desponsatio. La carta escrita a este propósito en 1177 bajo el nombre de Arnoul de Monceau, y que ha servido ya para confirmarnos el ejercicio de la parentela, afirma en su largo preámbulo la dignidad del matrimonio; lo que apunta directamente a los herejes, cuya propaganda igualitaria y casi libertaria seduce a las mujeres rebeldes al orden masculino. Por amor, el esposo designa aquí—se trata precisamente del objeto principal del acta— la "mejor parte" de sus bienes, un portazgo de la ciudad de Laon, para servir de dote de viudedad a su mujer. Sin que se ignore desde luego, como dice un proverbio, que semejante dote sólo se gana "acostándose" y sólo se percibe en la viudez.

En el reino de los Capetos, al alborear del siglo Xlll, la costumbre confiere a la esposa noble un derecho de viudedad (ius dota litii) sobre la mitad de los bienes de su marido; se trata de asegurar su subsistencia a la muerte de éste, en el caso de que no vuelva a casarse y habida cuenta del hecho de que, dotada por su matrimonio, no habrá de Figurar ya en el reparto de bienes sucesorios con sus hermanos. Por lo que se refiere a la viudedad, no siempre se halla definitivamente establecida; por lo que los casuistas ponen buen cuidado en mencionar siempre el consentimiento de la mujer en las enajenaciones de bienes propios de su marido. Se presentan ambos, por ejemplo, ante un provisorato eclesiástico: la esposa se asocia a la donación o a la venta, renunciando a su parte, o bien se hace otorgar un aumento de derechos sobre algún otro elemento del patrimonio. Se hace constar la aceptación "espontánea, sin coacción" (spontanea, non coacta). Se halla también al abrigo de las prodigalidades abusivas de un esposo, así como de las eventuales reivindicaciones que pudieran llegar a presentar, a su muerte, los hijos o, sobre todo, los colaterales.

A partir de 1175, las actas en que se refleja la práctica atestiguan un declive de la laudatio parentum y, como contrapunto, acentúan el valor de las intervenciones de la mujer junto a su marido. ¿Estaría la pareja ganándole la partida al linaje? Sólo que también puede proponerse la interpretación contraria: para la parentela, un derecho indiscutido, llamado de "retracto de linaje", atestiguado por Beaumanoir y que permite obtener un derecho de preferencia en cualquier venta; para la esposa, en este caso en el terreno de la herencia, una garantía incompleta, frágil y amenazada. ¿La imagen que se nos ofrece, no es, en una cierta medida, el negativo de las realidades auténticas? ¿O, más sutilmente, su prefiguración?

La viuda y el huérfano

Los legistas, en suma, lo que quieren es asegurar la defensa de la futura viuda. Y esta preocupación pone de relieve la tensión virtual entre ésta y los consanguíneos de su marido: problema central en una historia del parentesco. Marc Bloch se fija en la cuestión cuando subraya, en la gesta de Garin le Loheren, el cruel apóstrofe de un cuñado a una viuda: su duelo es mayor que el de ella, porque para él la pérdida es irreparable, mientras que ella se volverá a casar. La expresión no se limita a manifestar una pura y brutal reacción "sentimental" incontrolada: la querella pública significa en efecto reivindicación de herencia, clamor en el pleno sentido del término.

Pero, se dirá, ¿la vocación del caballero no consiste en "defender a la viuda y al huérfano"? A lo que habrá de responderse que, precisamente, si la Iglesia trata de comprometerlo con esta fórmula (tomada de la misma definición, tradicional, de los deberes regios), ello se debe a que el caballero tiene, por el contrario, la costumbre de oprimirlos, comenzando por su cuñada y su sobrino. La lucha por un nivel de vida basado en la riqueza heredada opone necesariamente entre sí las distintas ramas de un linaje paterno, cada vez que hay que reglamentar una sucesión; sólo su forma y su intensidad pudieron variar a lo largo de los dos siglos que nos ocupan.

¿Qué pasa con la joven viuda? A la muerte de Ernaud de Échauffour, arrebatado prematuramente por el veneno de Mabille de Belléme (1064), su mujer se retira a su parentela de origen, y se queda a vivir con su hermano, senescal de Normandía: ¿señal de una primacía estructural del linaje natal, o contragolpe coyuntural, atípico, del deterioro de los Giroie? En este caso, la célula conyugal se deshace, en medio del infortunio: los dos jóvenes hijos transferidos a "casas extrañas", lejos de su madre, son allí presa "de la penuria y la injusticia", lo que no les impedirá, más tarde, entrar por la puerta grande, el uno en religión y el otro en la caballería.

Absolutamente contemporáneo del anterior es el ejemplo inverso de la madre de Guibert de Nogent. Hay que leer el relato autobiográfico que nos ha dejado este monje, hijo de un caballero de castil o, de una infancia atravesada por la tensión entre linaje paterno y "familia conyugal". Habiéndose casado muy jóvenes, a mediados del siglo XI, su padre y su madre disponen de una residencia autónoma, rodeados de todo un mundo doméstico, en un oppidum (castillo protourbano) del Beauvaisis. Hay otras parejas, vinculadas al linaje paterno, que viven en su inmediata vecindad, y se adivina, entre el as, una mezcla de ayuda mutua y rivalidad (por ejemplo, en torno de un preceptor que se disputan a fin de proporcionar a sus hijos una ventaja cultural). Pero no deja de haber como una pantalla protectora de la intimidad que aísla a estos jóvenes hogares unos de otros, ya que han de sucederse "siete años" antes de que el futuro padre de Guibert confiese a su parentela su impotencia para la consumación del matrimonio. La mujer se enfrenta entonces con una ruda prueba, porque el linaje paterno trata de empujarla a a l comisión de alguna falta (¿rapto provocado?) a fin de romper la unión, a pesar de ser hipergámica. La pareja logró sobrevivir a estas presiones: una experiencia extraconyugal consiguió desacomplejar a un hombre a quien tal vez impresionaba en exceso la nobleza de su esposa legítima; y tuvo con ella numerosos hijos antes de morir, todavía joven, probablemente de las secuelas de un tiempo de cautividad. Es entonces Cuando, al decir del huérfano, se desenfrena la parentela en contra de la viuda: todo el inundo quiere desembarazarse cuanto antes de esta mujer que, por su parte, se niega a casarse de nuevo; se la asedia a fuerza de pretendientes y de procesos (,litigios de viudedad?), combinándose la amenaza y la intimidación con los juegos de la tentación. Se produce una escena terrible en que la desdichada, a punto de derrumbarse ante una corte hostil (y —¿hay que precisarlo?— exclusivamente compuesta de hombres), encuentra su salvación en la invocación del nombre de Jesucristo como sponsus (novio/esposo que promete las bodas eternas), o sea mediante la expresión de una vocación religiosa muy adecuada para atraerle el apoyo de los sacerdotes. De hecho, esta mujer fuerte, igual que en la Biblia, se mantiene firme como dueña de su casa y de la educación de sus hijos hasta que Guibert, el hijo más pequeño, está a punto de cumplir los doce años. Desde entonces ya no pensará más que en ganar mediante la penitencia, viviendo entre otras mujeres a las puertas de un monasterio, la salvación de su alma así como de las de sus hijos y, sobre todo, de su esposo: hasta el extremo de tomar a su cargo la educación de un niño huérfano a fin de redimir el pecado de aquél, porque su exceso de virilidad había engendrado un bastardo.

Por tanto, el amor conyugal y el amor materno son dos realidades en el mismo corazón de la Edad Media: se los encuentra en los combates, en las visiones y los sueños de la madre de Guibert de Nogent, íntimamente vinculados uno y otro si es verdad que había transferido a su hijo su afecto al esposo difunto. En cambio, las otras dimensiones sociales y afectivas del parentesco intervienen en el relato, según creo, con su exacto valor funcional. El hombre de Iglesia se reprocha, como otras tantas "declinaciones" lejos de Dios, todo lo que ha hecho bajo el impulso de sus amigos carnales; el hijo amante, cuya piedad mariana ofrece relaciones explícitas con sus sentimientos respecto de su madre, hace suyos los agravios de ésta contra su familia política. Sin embargo, el linaje paterno, interesado en la promoción de sus hijos, se ha preocupado activamente por su carrera eclesiástica: Guibert odia con toda su alma al primo mayor que le dirige, pero no tiene más remedio que agradecerle una canonía. En cuanto a la parentela del lado materno, sin duda más ilustre, brilla por su ausencia, en cada uno de los dos malos pasos que tiene que atravesar la joven mujer. Queda así confirmado que el parentesco cognático no es un agente activo en la vida social, sino que se halla más bien recluido en las funciones pasivas de representación del rango. Del país de Beauvais al de Laon, los pasos de Guibert se cruzan por todas partes con los de sus parientes, reconocidos como tales en virtud de todas las líneas; pero, por lo que toca a su comportamiento, ni puede ni quiere defenderse de su afecto por Evrard de Breteuil ni de su prejuicio, absolutamente gratuito, en favor de una prima establecida en Laon por matrimonio. Pese a su integración en la inmensa y metafórica parentela que es el clero, este monje no piensa en renegar de los suyos. A pesar de la aparente modernidad de su Edipo, este hijo del "feudalismo" no tiene exactamente el mismo tipo de familia que nosotros.

Prevalece la impresión de que la viuda no suele tener ningún deseo de retornar entre los suyos; ¿se vería bien acogida entre ellos? La atención de los sabios juristas del siglo Xlll por cuanto tenga que ver con la dote de viudedad se debe probablemente a una disminución tendencial de los segundos matrimonios, a un alejamiento de las familias respectivas; signos que, si se pudiera confirmar su frecuencia, atestiguarían desde luego en favor de la pareja. El destino de la bella Hermanjart, que vino a vivir con Aymeri de Narbona lejos de su Lombardía natal, no es suficiente para hacernos cambiar de opinión; y la dama Guibourc le expresa a su sobrino, en su favor y en verso, la razón social de semejante práctica añadiendo la idea prosaica (pero útil) de que las buenas cuentas hacen a los buenos esposos: "El n'a parant en iceste contrée, / Seror ne a frere, dont elle soit privée. / De son doaire ne doit estre obliée: / Car li nomen, sine, s'il vos agrée Plus en avra d'amor a vos tornée, / Si vos en ert plus cortoise et privée" ("Ella no cuenta con ningún pariente en esta región, hermana ni hermano con quien se halle en relación de solidaridad privada. No hay que olvidar su viudedad: precisádsela, señor, de viva voz, si queréis; en retorno, os querrá más, será más atenta, se sentirá más unida a vos").

En los grandes linajes del siglo ml, la dama viuda y con dote juega un papel importante; al estudiar a los Coucy, he podido advertir la estrecha asociación de una madre con los actos de un hijo adolescente, y a continuación su fijación definitiva en la tierra; vive de las rentas de su viudedad que, a su muerte, irán a parar bien a su hijo menor, bien a una nueva dote (conservándose de cualquier manera en el linaje paterno para servir a sus dotaciones); aunque ella las adelgaza un tanto, atenta como está a sostener o fundar algunas iglesias, en el ocaso de su vida. Entre 1130 y 1138, la viuda y el hijo del terrible Tomás de Marie, señor de Coucy, sufren el ataque del conde de Vermandois y las recriminaciones de algunos monasterios que se consideran despojados; pero el rey Luis VI, vencedor de Tomás, no se deja arrastrar a la injusticia (y a la imprudencia) de un desheredamiento de la mujer y de los hijos del difunto: se contenta con saquear sus tesoros, dejándoles sus tierras, mientras que obispos y abades, por su parte, que no desean la muerte social de los sucesores del pecador, se dan por contentos con "restituciones" y limosnas.

Durante los paréntesis de debilidad que provoca, en la historia de un señorío, de un principado o de un reino, la muerte de un padre y marido aún joven, las relaciones feudovasalláticas tienden a sobreponerse en forma creciente, al filo de los siglos Xll y Xlll, a las relaciones de linaje para defender y manipular a la vez a la viuda y al huérfano: los pares en castellanía sostienen e inspiran al heredero de su señor, mientras que el rey y el príncipe soberano toman bajo su defensa y bajo su dependencia al hijo o a la hija de su vasallo. La ambigüedad subsiste de forma duradera entre el niño rehén y mártir y el adolescente educado y promovido. Conviene saber, a propósito de las grandes regentes más arriba aludidas, que una de ellas, Blanca de Champagne, estuvo estrechamente vigilada por el rey Felipe Augusto que retenía a su hijo (1200-1216), mientras que la otra, Blanca de Francia, de Castilla por su nacimiento, vio su "arriendo" sobre el reino discutido por algunos grandes barones que trataron, en 1229, de apoderarse por la fuerza del joven san Luis —ano se lo había encomendado a sus cuidados el rey moribundo, Luis VIII?—. La vida de una viuda, como en tiempos de Guibert de Nogent, sigue siendo un duro combate. Si es joven, se ve sometida con frecuencia a fuertes presiones para que se case de nuevo, o por la tiranía de un señor o por la insolencia de sus vasallos; carece de libertad para decidir.

En la medida en que, hasta finales del siglo XII, los grandes señoríos no estuvieron sometidos a reglas feudales apremiantes, sino que conservaban un perfil alodial, la presión/protección más fuerte siguió siendo la del patrilinaje. Pero más tarde se imponen la imagen y las reglas prácticas de un feudalismo clásico: la libertad genuina de las mujeres y de los hijos no tiene nada que ganar con ello. En las historias tradicionales de Francia se lee que los Capetos supieron hacer jugar en su favor, hábil y pacíficamente, las reglas de la soberanía: por lo que hay que entender, en realidad, secuestro de muchachas casaderas, inquisición sobre las relaciones entre parientes, veto frente a alianzas matrimoniales peligrosas, en una palabra, un saqueo sin escrúpulos de la vida privada de la alta aristocracia.

¿De su vida privada? Más bien de un conjunto de estrategias que he procurado describir apoyándome en la amplia delimitación del "dominio privado", propuesta primero por Georges Duby. Los ejemplos, demasiado aislados, tal vez seleccionados con cierta arbitrariedad, ilustran todos ellos, sin embargo, más o menos, el débil margen de maniobra de que disponían, en los tiempos de la violencia desencadenada como en los de la agresión vergonzante, el individuo y la pareja, en el seno de una sociedad que fue decididamente (hasta el viraje del siglo Xll) más de linajes que verdaderamente "feudal", si es que ha de designársela por referencia al sistema de sus tensiones internas más vivas.

Conclusión

Ha sido la temática de Marc Bloch la que ha guiado este ensayo, que se limita a proponer articulaciones más numerosas, a veces diferentes, a fin de resolver las grandes cuestiones anteriormente planteadas. La distinción entre linaje y parentela, la hipótesis de los sistemas cognáticos, la relatiyización de las ideologías de la pareja: he ahí otras tantas sugestiones procedentes del método antropológico; en cuanto a las ideas tomadas de Georges Duby, nadie dejará de advertir su número y su importancia. Amanera de conclusión, es preciso trazar las líneas de fuerza de una historia de las estructuras aristocráticas de parentesco, en relación con las grandes mutaciones de la Edad Media central en la Francia del norte, y tal como puede aprehenderlas la investigación actual.

Lo primero que hay que subrayar son las permanencias, los rasgos que se destacan de la evolución a largo plazo. Es lo que ocurre, Por ejemplo, con el parentesco en un sentido amplio, cognático y esencialmente pasivo, entendido como trasfondo o argumento de rivalidades, de arreglos y de solidaridades. La zona desplegada en abstracto desde un punto de vista jurídico por Philippe de Beaumanoir sólo insensiblemente se va restringiendo, a medida incluso que se esfuman las necesidades funcionales. En el otro extremo del sistema, la molécula que constituye la familia conyugal, formada de átomos más o menos cohesionados: la autonomía de residencia garantiza su constante reforma. La transformación de esta antigua unidad (ame atreveré a seguir diciendo "natural"?) en campo afectivo de tipo moderno es una evolución de amplia duración, casi imperceptible aquí (habida cuenta de la ambigüedad de los signos y de la posibilidad de una regresión pasajera), no sin relación a pesar de todo con la acción de una Iglesia militante (más bien que triunfante, como se ha creído con excesiva facilidad): para apreciar exactamente ésta, resulta sin duda insuficiente un corte de dos siglos. En consecuencia, ha habido que señalar aquí sobre todo la limitación de su impacto, o sus desigualdades de acuerdo con la receptividad de la sociedad a las diversas exigencias del matrimonio cristiano.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 78; Мы поможем в написании вашей работы!

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