Lo privado personal dentro de 26 страница



La riqueza y la fortuna permiten ir más allá y decorar y hacer más gratas, y de manera más duradera, mediante tapicerías o frescos, las habitaciones principales. Los inventarios genoveses del último decenio del 1300 mencionan con frecuencia tapices (que no se describen), y la moda sigue vigente durante el siglo XV. Hay también en Génova "alcobas tapizadas de tela pintada" (mencionadas a finales del siglo XV), pinturas de género ejecutadas sobre lienzo y destinadas a tapizar una alcoba entera; también en este caso se trata de una alcoba, más bien que de una sala. Las telas y tapicerías hacen también furor en Florencia desde el siglo XlV. En cambio, sólo las muestras de dimensiones más pequeñas que se realizan sobre las mesas, las sillas o los bancos son de uso constante y decoran los momentos estrictamente privados. Las obras más extensas, las verdaderas tapicerías (arazzi), destinadas a los muros, a los cabeceros de las camas, incluso a las puertas, se utilizan con menos frecuencia. No se acostumbra a sacarlas de los arcones, donde descansan en tiempos normales, más que en los días de fiesta, para convertirse en un verdadero exceso, durante las grandes ocasiones. Acompañan y realzan los ricos vestidos, el maquillaje, las joyas, todo el boato de que lo privado se reviste cuando quiere exhibirse.

Las pinturas, al fresco o realizadas al temple, que, desde fines del siglo xm (Dante, Vita nuova), adornan las habitaciones de manera permanente y menos onerosa que las tapicerías —de las que vienen a ser un sucedáneo— se encuentran por ello más estrechamente vinculadas a un mundo privado cuyos indefectibles testigos son siempre. Los motivos convencionales y los menos costosos asocian o alternan, de acuerdo con los gustos, los dibujos geométricos simples (tableros abigarrados, rombos, etcétera) o complejos, los arabescos o —ya más refinadas— las imitaciones de pieles (marta o armiño). Aplicados a veces uniformemente a la pared, en toda su extensión, en otras estos mismos motivos se utilizan para decorar tapicerías simuladas sobre los muros con sus lazos espaciados, sus pliegues y sus flecos. La moda y su coste reducido difundieron ampliamente estos frescos de motivos simples que acabaron invadiendo los patios interiores, las galerías a media altura (castillo de Poppi, finales del siglo Xlll, Toscana), las salas, las loggie y hasta las letrinas. Pero donde se expresan con más amplitud las infinitas posibilidades de la pintura es en los interiores auténticamente ricos, en los que, a partir del siglo XlV, se despliegan las escenas con figuras. Lo que alcanza mayor aceptación son los árboles, elegantemente aislados en paneles, luego los jardines rebosantes de flores y pájaros, y por fin los personajes, reunidos en escenas de juego, de caza, o en episodios de alguna historia galante. Cuando se asocian temas diversos pueden superponerse múltiples registros en una misma composición. El palacio Davanzati, magníficamente conservado y restaurado, ofrece un soberbio muestrario de todo esto, desplegado a lo largo de tres generaciones (fines del siglo XlV, siglo XV). La sala y las dos alcobas decoradas por entero (las únicas que lo están) reúnen entre las tres un primer nivel de motivos geométricos esmerados, incluso refinados, aunque de sencilla realización, que cubre alrededor de 2,50 metros de altura, y luego, encima de una banda más o menos ancha (de 20 centímetros a un metro), o bien un friso de palmeras circundadas de pájaros sobre fondo alternativamente azul y rojo (la sala), o bien otro friso también de árboles, decorado cada uno de ellos con un escudo de armas y encuadrado por una arcada gótica, o bien, finalmente, también en forma de friso, la historia de la castellana de Vergy cuyos episodios se extienden en medio de árboles y de pájaros bajo unas arcadas de medio punto simuladas con todo refinamiento, y sobre las que aparecen a su vez las armas de Francia. A medida que se acrecientan la comodidad y la riqueza, más se afina también, entre el frescor y la jovialidad, el ensueño y el artificio, un marco adecuado para levantar una pantalla protectora frente a las inquietudes del exterior.

La alimentación en el ámbito privado

 

Un padre de familia precavido no puede por menos que intervenir en la provisión de reservas frente a los albures del abastecimiento. El medio familiar es el único que puede, dentro de su propio ámbito, mitigar las intermitencias de la naturaleza y de los servicios públicos. Tal es el consejo de aquel prototipo de buen sentido burgués que fue Paolo da Certaldo (siglo XIV): "Ten constantemente en tu casa trigo suficiente para dos años (...) y haz lo mismo con el aceite". Por supuesto, los pobres no están en situación de atenerse a esta norma de prudencia, y son numerosas las ' familias campesinas que tienen que vender su trigo antes de segarlo, sobre todo en periodos de escasez. En cambio, en cuanto se produce la menor liquidez, todo el mundo se apresura a comenzar a llenar al mejor precio sus arcas de provisiones. En la villa de Prato, en noviembre de 1298, cuando empieza a anunciarse una carestía, las autoridades acuerdan proceder a un aumento de las reservas de cereales. En el barrio de San Giovanni, el 30% de las familias ya no tienen nada, el 20% sólo tienen provisiones para un periodo de uno a seis meses, mientras que los restantes, la mitad de la población aproximadamente, se hallan excelentemente provistos hasta la nueva cosecha. Lo que significa que la práctica del almacenamiento se extiende mucho más allá de la alta burguesía de los magistrados o los comerciantes. Tenderos y artesanos la aceptan también, y, dada la modestia de sus recursos y la amplitud de sus reservas, hay que concluir que fue sobre todo entre ellos entre quienes esta práctica fue prioritaria (en el tiempo y en los porcentajes alcanzados).

Los burgueses florentinos de los años 1400 no habían renunciado a esta costumbre, pero no se manifiesta tanto en sus inventarios. Los hogares conocidos tienen casi todos ellos vino —algunos toneles— y aceite —algunas cántaras— a su disposición. Dos de cada tres disponen de vinagre; en un caso de cada dos, de trigo candeal, de cereales, de legumbres secas y de carne curada o en salazón. Aunque estos datos no tienen el rigor de los de Prato. Las reservas de trigo son desde luego más frecuentes en un medio social como el de la burguesía toscana, en el que todo el mundo posee una o varias fincas. Lo que en cualquier caso es cosa segura es que, en una medida que se nos escapa, la costumbre de aprovisionar con la mayor abundancia posible el hogar no se había perdido. A este efecto se disponen locales especiales. Los cofres (arca) para cereales se colocan en muchas ocasiones en las salas, o incluso en las alcobas, pero en cambio los toneles se almacenan siempre en la bodega (cella, volta), dispuesta en la planta baja de cada vivienda burguesa.

Por supuesto, desde la bodega hasta la mesa, los alimentos han de pasar por una preparación. Las cocinas forman parte del equipo de la mayor parte de las viviendas y de todas las casas de la burguesía. Desde los patios y huertos donde se hallaban recluidas en el siglo Xlll se las trasfiere al interior de las casas. Diferentes motivos han contribuido a confinarlas en los desvanes (miedo al fuego, al humo y a los malos olores), pero también es posible que algunas se hayan instalado en las plantas nobles por comodidad. Este testimonio del confort urbano se extendió por el campo, y la cocina es una pieza mencionada con mucha frecuencia durante el siglo XV en las casas acomodadas de los Apeninos, de ciertas comarcas lombardas, y sin que falten referencias ciertas de algunas otras regiones.

Entre las dependencias de la vivienda, no es la cocina la menos equipada, y en ella pueden enumerarse más objetos (de veinticinco a ochenta en los inventarios florentinos), más variados y en ocasiones más costosos, que en no pocas de las salas. En cuestión de muebles, pueden encontrarse en la cocina, artesas, arcones, armarios (cosa rara, y sólo en el siglo XlV), y aparadores, pero la atención de las amas de casa se dirige ante todo a esos innumerables utensilios de hierro de cobre, de estaño, de barro o de madera, adecuados para todas las manipulaciones técnicas requeridas por la preparación de las buenas comidas, y más aún de los excelentes banquetes, porque la buena mesa suaviza el humor del amo, además de constituir, en la apertura de lo privado a lo público, una de las armas más eficaces del buen resultado de la ostentación. Las cocinas de alto nivel técnico existen en Venecia desde finales del siglo Xlll y a lo largo del siglo XlV se las encuentra por toda Italia en todas las buenas casas.

Este progreso del confort privado de los ojos y de la boca se vio facilitado por las mejoras logradas en el servicio particular del agua potable. El pozo público abierto en las encrucijadas y sobre las plazas, mantenido a expensas de los vecinos, es de uso común en Bolonia, en Placenza, en Florencia y en otras muchas ciudades durante el siglo XIII. Pero el agua que se saca de él no siempre es suficiente ni buena, y el agua del río, cuando la hay, tampoco es mejor. Deseosos de modificar las cosas, algunos municipios tomaron cartas en el asunto y crearon, como en Venecia, un conjunto de cincuenta cisternas públicas suplementarias, u organizaron, como en Siena, una ambiciosa red de canalizaciones subterráneas y de fuentes públicas. En otros sitios, es a los vecinos a los que se ve actuar de preferencia. En Florencia, por ejemplo, en los nuevos lotes de viviendas trazados en 1320-1380 al norte de San Lorenzo, se construyen a veces pozos privados a la vez que las casas: ciento cuarenta y nueve cuando menos, de acuerdo con un trabajo reciente. La excavación de estos pozos no es desde luego general. Algunas calles alejadas y las casas pobres en su totalidad carecen de ellos (hay un pozo para treinta y tres casas en la vía Güelfa). Cuanto más hermosas son las calles y más caras las casas, más numerosos son los pozos, contando con ellos hasta un 39% de los edificios en los barrios elegantes (campo Corbolino). En ellos el agua se encuentra, por tanto, al alcance de la mano, para quien quiera extraerla de ellos, y la conducción del agua del pozo se eleva a veces hasta el tercer piso, con su abertura correspondiente, su polea, su cubo en cada planta, con gran ventaja para la higiene, el gasto, la cocina y la sed.

Cómo vivir juntos

Las ocupaciones colectivas en el ámbito privado del hogar

Los menesteres del comercio y del artesanado se desenvuelven la mayor parte de las veces fuera del espacio de la vivienda privada. En Florencia, la mayoría de los artesanos son arrendatarios de sus talleres y viven en otra parte de la ciudad. Hay ejemplos contrarios de talleres y vivienda superpuestos, pero es algo muy raro. Lo normal parece haber sido la disociación. La vivienda urbana se vacía durante el día de sus gentes que trabajan, hombres, también mujeres eventualmente, e incluso muchachos (a veces desde los dieciocho años). Algunos oficios se ejercen, no obstante, tradicionalmente en el propio domicilio, oficios masculinos como el de tejedor, y femeninos como este mismo y sobre todo la hilatura- El mobiliario de los operarios de la lana, de acuerdo con los inventarios que les conciernen (1378), lleva en efecto consigo frecuentemente un telar —para el marido si es él el tejedor, para la mujer en el caso contrario— y un filatoio, una rueca, instrumentos enumerados en el inventario junto con el mobiliario e instalados entre los muebles en la vivienda privada. Eso es lo que ocurre en Siena, a mediados del siglo XV, y en muchos otros sitios. Los matrimonios que asocian a dos tejedores, o a un tejedor y una hilandera trabajan, por consiguiente, en su propia casa, en común o codo con codo, a todo lo largo de la jornada y a veces incluso prolongando su tarea hasta tarde durante la noche. También en el campo, y en él sobre todo, el trabajo cotidiano en la finca, llevado a cabo entre los de casa, se asocia con la vida privada. Pero el trabajo conjunto en casa es una situación poco corriente y, en la ciudad, además, más amenazante que ventajosa para la intimidad familiar, cuando el trabajo, como les sucede a los pobres, lo invade todo, incluso las noches.

Por suerte, a los miembros de la familia a quienes el trabajo les lleva toda la mañana no les faltan las ocasiones de encontrarse juntos en casa, y esto igual que en todas las épocas, o bien al final del trabajo (a la hora de vísperas dejan su labor los albañiles florentinos) o bien a lo largo del día en los de descanso (domingos y fiestas). ¿Dan lugar estos momentos de reunión a una vida realmente común?

El aseo es una primera y buena ocasión de encuentro: aseo de los niños, supervisado por la madre como quiere Giovanni Dominici, y aseo también de los adultos, no siempre solitario ni reservado a las horas matinales. Es normal que una mujer ayude a las abluciones de su marido. Las señoras solicitan de sus doncellas que las vistan, que las maquillen, que las laven (por lo menos los pies), y el despiojamiento mutuo se halla tan difundido entre las damas y las parejas de Ravena que una reglamentación del siglo XIII tiene que prohibirles que se dediquen a él en público bajo las arcadas.

Aunque en forma menos privada, la gente se encuentra también para las comidas, a veces antes de ellas. En torno de un ama de casa atareada en los preparativos de su comida vespertina (Fiésole, julio de 1338), un testigo nos planta en unos pocos trazos a una chiquilla de quince años que se sienta para coser en un cofre bajo, a su hermana mayor que aparece en el umbral, acurrucada, con el mentón en las rodillas, mientras aguarda a su galán, y a otro chiquillo desocupado que corretea alrededor. Luego, cada uno se sienta en su sitio. Comer juntos es al mismo tiempo un ideal (subrayado por Alberti) y una realidad. Ricos o pobres, los hogares florentinos poseen todos ellos una o varias mesas, rectangulares (y montadas sobre caballetes) o redondas, y manifiestamente destinadas a comer en ellas, de acuerdo con la misma definición de algunos inventarios (mesa redonda de comer). Los autores de cuentos nos presentan como cosa normal a los maridos comiendo con sus mujeres, y los hijos de una cierta edad completan probablemente el círculo familiar. En cambio, no comen en la mesa los domésticos, salvo tal vez en casos excepcionales, en el campo y en los medios modestos.

Al final del día comienzan las veladas, que se inician con todo su esplendor después de la cena para los encuentros familiares. Hay mucho que hacer todos juntos, trabajos domésticos cotidianos (desgranar, raspar cacharros, remendar, limpiar, reparar, etcétera), faenas femeninas, y también mucho que hablar. Estar de velada, como en todas partes, significa charlar. Se comentan las tareas del día, "se habla de los corderos, del trigo, de las obras, temas habituales entre esposos", según se expresa un testigo que relata una conversación conyugal campesina. Se anda a vueltas con los proyectos (con quién casar a la hija) y las preocupaciones: la fiscalidad opresora, los hijos que llegan uno tras otro y que "no hacen más que comer", y todas las quejas de las declaraciones fiscales, eco materializado de tantos lamentos y tantas recriminaciones domésticas. Conversaciones inacabables que giran en torno a la dote, en torno a los intereses materiales, o sobre las relaciones con el propietario o con el patrono cuando se trata de aparceros. Los moralistas se quejan de la chabacanería de las conversaciones privadas. También puede suceder que se hable de religión. Las familias más devotas y mejor educadas se dejan sacudir igual que las otras por esos momentos de cólera en que cualquiera "da rienda suelta a su a margura en términos violentos", según la expresión aplicada a la familia de santa Catalina de Siena por su biógrafo. En otras ocasiones, se oye a los abuelos evocar su niñez y discutir de genealogías (sin demasiada seguridad muchas veces). Se comenta con indignación los escándalos locales (bigamia, asesinatos, inmoralidad del clero, etcétera). Estas muestras, extraídas de diferentes documentos toscanos del siglo XlV, se enriquecen, como es natural, si, de los campesinos y las gentes modestas se pasa a la burguesía urbana y a los humanistas. También entre ellos se charlotea, sin rehuir por sistema la simplicidad de lo cotidiano. L. B. Alberti encomia la sugestión de las conversaciones mantenidas a propósito de "el ganado, la lana, las vides y las simientes", que la estancia en el campo hace posibles. Pero también cabe elevarse a otro tono.

En casa de un tío del propio Alberti, "se tenía la costumbre de no hablar nunca de cosas fútiles, sino siempre de cuestiones magníficas". En cuanto a las reflexiones de los humanistas, a sus diálogos —verdaderos o supuestos—, la conversación se eleva entre ellos al nivel de la erudición y de la pedagogía, y entre ellos volveremos a encontrarlas.

De la charla se pasa al juego. Se juega a los dados (aunque no está bien visto), a las tablas, al ajedrez (mencionado a veces en los interiores burgueses) y más tarde a las cartas. O bien se reúne a los niños para un poco de abecedario como distracción (Palmieri); cuando son un poco mayores, se organiza una pequeña sesión de lectura vespertina, como hacía el digno y piadoso notario Lapo Mazzei de Prato, que animaba las veladas invernales leyéndoles a sus hijos las Fioretti de san Francisco (1390). Cien años más tarde (1485), un tío del joven humanista prodigio Michele Verini le leía de manera análoga la Escritura después de comer (y a Euclides como aperitivo).

La misma estructura de las casas, desigualmente amuebladas y caldeadas (o refrigeradas), se presta a estas asambleas y veladas colectivas. En verano, toma todo el mundo el fresco en el umbral de las puertas, o en el jardín, o en los diferentes tipos de loggie. El invierno congrega a toda la familia en torno al fuego de la sala, mientras la esposa hila, el amo atiza el fuego y charla, y los hijos, cada uno sentado en su taburete, le escuchan en diversas actitudes, de acuerdo con tantas ilustraciones dedicadas a este tema predilecto. Otras circunstancias (partos, enfermedades) llevarán a todos a reunirse en la alcoba. Pero esto no deja de parecerles a los puristas una invasión de un espacio propiamente femenino o conyugal, puesto que el espacio por excelencia de la sociabilidad familiar es, a sus ojos, la sala. Esta juega ciertamente su propio papel. Lo que no obsta para que una pareja y sus hijos (la familia conyugal estricta) se reúnan sobre todo en la alcoba, más íntima y más acogedora. La gran sala de las casas burguesas se abre sobre todo al mundo más vasto del grupo de parentesco y de convivialidad al mismo tiempo que hace de filtro, a fin de no permitir más que a algunos elegidos el acceso a las alcobas.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 76; Мы поможем в написании вашей работы!

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