Las otras solidaridades privadas



El espacio privado ampliado, un programa

En los medios favorecidos —acomodados y no únicamente aristocráticos— y sobre todo urbanos, el sentimiento de lo privado desborda del matrimonio mismo o la pareja sobre la parentela. Esta particular connivencia, reforzada por el afecto, se manifíesta con mayor vigor respecto del núcleo de primos hermanos (fratelli germani), tíos o sobrinos en compañía de los cuales se ha desenvuelto con frecuencia, en un mismo hogar ensanchado, una parte de la infancia. A ellos —hermanos e íntimos— es a los que se reserva el luto, llevado en negro por las viudas, los hermanos y las cuñadas. Pero semejante alianza sobrepasa este núcleo privilegiado. Alberti y los otros memorialistas toscanos —cuyas ricordanze son en su totalidad otras tantas celebraciones consagradas a sus gens— nos ofrecen constantemente pruebas de ello.

En Florencia, Génova o Bolonia, en todas partes, hay una infinidad de elementos que sostienen esta unión entre parientes y al mismo tiempo la simbolizan, elementos que no todos se reducen a los siglos XIV-XV, sino muy al contrario. Un nombre de familia de atributo más difundido siempre) distingue los linajes, como un sello de garantía que acredita su comunidad de sangre. Con el linaje se transmite un reducido número de nombres propios (o dentro de la rama, que es un segmento del linaje) al hilo de las generaciones, ya que se considera que cada nombre propio proporciona al recién nacido el recuerdo y más aún la fuerza vital del consors que lo llevaba con anterioridad. Un blasón común al linaje y que lo decora todo —armas, vestimenta, casas, capillas, frontales de altar, catafalcos, estandartes— le rememora a cada uno la antigüedad (supuesta), el poder y el valor de la casa en cuestión. Tierras, inmuebles y bienes altamente simbólicos (torres, plazas, calles, capillas, iglesias de patronato), poseídos en común, mantienen una solidaridad sin gran importancia en el plano económico (el resto del patrimonio se ha dividido al hilo de las sucesiones), Pero capital para la conciencia de sí misma propia de la parentela. El linaje posee además, en la iglesia a la que se dirigen sus devociones y que se halla siempre decorada con sus famosos blasones altares, capillas y tumbas que cristalizan la devoción familiar en torno de los mismos santos, de las mismas ceremonias y de los mismos difuntos. Como coronación de todo, la memoria de los ancestros comunes no muere en sus descendientes (cada vez más alejados unos de otros a medida que van pasando las generaciones), y todos los medios son buenos, durante los siglos XlV y XV, para reavivarla y mantenerla. En Florencia concretamente, los memorialistas rivalizan entre sí sobre quién será capaz de remontarse más lejos tras las huellas del primer antepasado conocido. Giovanni Morelli, por ejemplo, abre sus memorias (ricordi) —inauguradas por él hacia 1400— con la evocación de un ancestro que vivía en 11'70 y cuyo bisabuelo llega a nombrar. Y las mansiones comienzan a poblarse, después de 1450, con retratos de antepasados realizados en pintura o en busto, a los que se añade, a partir de 1480, un número "infinito" (Vasari) de mascarillas mortuorias depositadas por doquier —sobre las chimeneas, las puertas, las ventanas, las cornisas, etcétera—, mascarillas "tan naturales que parecían vivas". Todos estos rostros que animan, espían y amplifican el ámbito privado estricto de la casa remiten a cada uno, permanentemente, desde la pequeña célula de la familia actual al cuerpo más vasto que la engloba, al linaje.

El parentesco aproxima; crea solidaridades; pero no necesariamente intimidad. En el linaje en su sentido amplio hay primos a los que no se ha visto jamás y que sólo marginalmente o por excepción participan en vuestra vida privada. La solidaridad de linaje no produce sin más ni más intimidad privada. Al contrario, hay amigos a los que se está viendo constantemente o vecinos muy cercanos a los que se admite en el círculo de lo privado más inmediata y normalmente. Conviene, por tanto, definir con mayor precisión, en el elenco, por así decir, de los posibles candidatos a la intimidad de la vida privada ampliada, a aquéllos que penetran realmente en ella, así como los lugares y las ocasiones de semejante intimidad.

El agasajo, la familiaridad, la confianza —que lleva consigo (sin que sean cosas del todo idénticas) la verdadera intimidad privada—, hay que extenderlas lo más ampliamente posible entre los candidatos presentados más arriba. Es lo que afirman, con llamativa unanimidad, los memorialistas florentinos del siglo XV. Obsesionados como se hallan por los problemas fiscales y por los albures de una política regida por un exiguo número de familias, les parece que la constitución de una extensa red de solidaridades próximas y afectuosas es el mejor bastión contra la arbitrariedad y las vicisitudes de la fortuna. Giovanni Rucellai se convierte en el elocuente abogado de esta manera de ver (enormemente extendida) en el memorial que dirige a los suyos: "En nuestra ciudad de Florencia, debo haceros esta indispensable advertencia, no es posible conservar las propias riquezas sin inmensas dificultades (¡los impuestos!) (...). No veo otro remedio para defenderse de todo ello que guardarse con todo cuidado de hacerse enemigos —un enemigo es más nocivo que cuatro amigos por útiles que sean—; en segundo lugar, hallarse en buenos, mejor en excelentes términos con sus consortes (personas de su linaje), sus aliados, sus vecinos y el conjunto de las gentes de su estandarte (barrio); no tengo nada de qué quejarme de todos ellos; me han servido siempre en las desgravaciones fiscales conseguidas entre los miembros de la misma enseña, me han echado una mano y han tenido compasión de mí. Y, en semejantes ocasiones, los buenos amigos y los parientes devotos son muy útiles; te mantienen la cabeza fuera del agua cuando te vas a hundir y te salvan del peligro (...). Y para que estéis en las mejores relaciones con conciudadanos, parientes y amigos, os exhorto, mis queridos hijos, a que seáis buenos, justos, honestos, virtuosos, y a que os entreguéis a las buenas obras... a fin de haceros querer. No os exhorto menos a que sirváis con la mayor liberalidad a vuestros amigos verdaderamente justos, honestos y buenos. Yo no vacilaría en hacerles préstamos o regalos, en depositar en ellos mi plena confianza, compartiendo con ellos todos mis proyectos, mis éxitos y mis fracasos (sin desdeñar la adquisición de nuevos amigos) (...). Y he de hablaron aún de las peticiones de servicio que podrían dirigiros, lo que sucede todos los días, las gentes de vuestro linaje. En mi opinión es vuestro deber ayudarlas, no ya con vuestro dinero sino con vuestro sudor y vuestra sangre, con todo lo que podáis, hasta con vuestra vida misma, cuando os vaya en ello el honor de vuestra casa y de vuestro linaje".

Y la exhortación prosigue, añadiendo algunos matices a lo que precede, aunque el sentido del pasaje no puede ser más claro. Su propio interés bien entendido (la mutua defensa contra el fisco) lleva a las familias a sobrepasar las simples relaciones de cortesía a fin de multiplicar a su alrededor vinculaciones más estrechas, más cálidas, más existenciales, dentro y fuera de la familia entendida en el sentido amplio. Estos lazos son muy especialmente íntimos con el linaje (casa), merecedor sin excepción de que se le sacrifique todo, y con los amigos más cercanos, dignos de que se les confíe todo. Pero hallarse "en los mejores términos" con los demás (conciudadanos, aliados, amigos restantes), quiere decir tratarlos a ellos también con una gran intimidad, introducirlos —mediante un almuerzo, una confidencia, una serie de cartas o de visitas— en la vida privada. Este proyecto de vida es un importante y rico comerciante quien lo define. Pero se ha formado en un ambiente en el que los problemas fiscales y políticos que asedian a este comerciante son los mismos para todos (o casi los mismos). Cuando se le lee, se adquiere conciencia del interés cada vez más actual que tienen todos los hogares de abrir ampliamente su intimidad a su alrededor a fin de convertir su ámbito privado ampliado en una fortaleza contra una invasora solicitud pública.

Así las cosas, este programa —por justificado que se halle— no es más que un proyecto, un deseo de difícil realización, lleno de abnegación y evidentemente utópico. Las ocasiones de ampliar espontáneamente el propio espacio privado y de abrir a otros su mundo privado no faltan ciertamente en la vida corriente, pero son a la vez más simples, más modestas, más selectivas y con frecuencia más discontinuas. Comencemos por ellas antes de examinar el ensanchamiento de lo privado que habrían podido provocar eventualmente las necesidades, fiscales o no.

El espacio del ensanchamiento de lo privado

La simple configuración del espacio urbano, así como la del espacio campesino, son favorables al establecimiento de lazos privados amplios que unen diversos hogares del mismo linaje o de linajes diferentes. Estos espacios de la vida privada en su más amplia dimensión favorecen ante todo a la nobleza y a los magnates. Desde hace mucho tiempo, en las ciudades italianas, las grandes familias vienen construyendo sus torres, y luego sus mansiones en un espacio reducido que cada una de ellas ha colonizado y a veces fortificado. El grupo familiar se arraiga en un barrio. Semejante disposición y la solidaridad de vecindad resultante de la misma ya no

 


 

 


 se rompen, en los siglos XlV y XV, ni en Florencia —donde las casas de las grandes casate, apiñadas a veces en torno de una torre, de una iglesia, de una loggia, de una plazoleta, siguen estando estrechamente próximas unas de otras—, ni en Pisa, ni en Siena —donde los castellani, conjuntos de edificios que forman un bloque, fortifícados y agrupados en torno de un palacio, continúan abrigando en el siglo my las principales consorteria (alrededor de una torre central)—, ni en Génova —donde los alberghi (grandes familias y

sus clientelas) tienen siempre, en el Quattrocento, sus mansiones urbanas concentradas en el interior de un barrio o cuartel determinado a veces reducido—, ni en el extrarradio de Génova —donde estas mismas familias se preocupan igualmente de mantener una vecindad no menos estrecha en estas sus residencias rurales: en 1447, los Spinola disponen de dieciocho casas en Quarto—. Hay familias campesinas que imitan a los nobles: en algunas aldeas toscanas pueden encontrarse verdaderos caseríos o barrios rurales construidos poco a poco durante el siglo XIV, por parentelas que se iban ampliando, a fin de poder mantenerse agrupadas.

De este modo se formaban células individualizadas, a veces realmente aisladas —mediante murallas a través de un dédalo de callejuelas—, y en el siglo XIV seguían conservando aún, en su mayoría, su carácter y su originalidad, en Génova, en Siena y en los barrios viejos de Florencia. Una solidaridad hecha de familiaridad, (le connivencia, (le alianzas y de intereses comunes unía a sus habitantes, lo mismo si eran miembros de la consorteria o del linaje, sus clientes, o sus amigos, que si no pasaban de ser sus arrendatarios, salvo que, caso frecuente entre los pobres, se tratara de alquileres de breve duración. Una sociabilidad de este tipo lleva consigo muy normalmente encuentros, discusiones, charlas, que no es raro que se hallen encuadradas en estructuras públicas (diversas asambleas de parroquia, de estandarte, etcétera) pero que siguen siendo puramente privadas la mayor parte de las veces, o por las ocasiones y la espontaneidad, o por los

 


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 70; Мы поможем в написании вашей работы!

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