DE STALINGRADO AL ZAR TERRIBLE 12 страница



La figura más impresionante de esta diáspora es, sin duda, la de Orson Welles. Su vagabundeo por tierras extrañas se inició en 1951 con su Otelo, que en el festival de Cannes se presentó como producción marroquí y permitió a este país ganar inesperadamente la primera y única Palma de Oro de su historia. Luego Welles rueda en España Mr Arkadin (Confidential Report, 1955), que retorna los temas medulares de su Ciudadano Kane, aunque los sitúa en un mundo siniestro de aventureros sin escrúpulos y asesinos internacionales: el superhombre de los negocios (inspirado, según parece, en el célebre traficante de armas Basil Zaharof) que se enfrenta con un mediocre aventurero y pierde la partida, pues el aventurero hurga en su turbio pasado, descubre su secreto y acaba por robarle el amor de su hija.

Después de este film sobre el poder (e impotencia) del dinero, el barroco genio de Welles rodó El proceso (Le Procès, 1962), visión gigantomáquica del poder del Estado adaptada de la atormentada novela de Kafka. Sus últimos films, empañados de amarga melancolía, son Campanadas a medianoche (1965), en donde recrea, en paisajes españoles, la figura shakespeariana del grasiento Falstaff, partiendo de textos de Enrique IV, Ricardo II, Las alegres comadres de Windsor y Enrique V, y Una historia inmortal (Une histoire immortelle, 1967), joya cinematográfica realizada para la televisión con gran austeridad de medios y que es una nueva meditación sobre el fracaso del poder. Con estas películas es posible calibrar hasta qué punto permanecen vigentes los módulos del expresionismo que fueron puestos en circulación por la escuela alemana hace cinco décadas. De aquel punto de partida teatralizante y pictórico lo ha rescatado el genio y la sabiduría técnica de Welles, al imprimir a sus films un vertiginoso dinamismo con los movimientos de cámara y el montaje, y también por la renuncia cada vez mayor a los decorados de estudio, en favor de los escenarios naturales. El aprovechamiento que hace Welles de la vieja estación de Orsay, en París, para rodar la tragedia de José K en El proceso, demuestra cómo el ojo de la cámara y el empleo de la luz es capaz de trasmutar la realidad y convertirla en una pesadilla que disloca sus estructuras plásticas cotidianas. Tanta capacidad técnica le conducirá, de un modo natural, a la experiencia de Campanadas a medianoche y Una historia inmortal, películas que rueda sin casi poner los pies en los estudios, pero que a pesar de ello siguen fieles a sus postulados expresionistas.

El proceso (1962) de Orson Welles.

 

Un caso muy particular del exilio americano lo ofrece Joseph Losey, que tras una intensa y fecunda carrera teatral en su país (que culmina con la puesta en escena en 1947 de Galileo Galilei de Brecht), se ha pasado con armas y bagajes al arte cinematográfico. Pero en 1952, mientras estaba rodando en Italia Stranger on the Prowl, recibe la noticia de que debe comparecer a declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas, por haber tomado parte en un seminario de estudios marxistas. Losey se ve obligado a firmar su película con un seudónimo (Andrea Forzano), para escapar al boicot de la industria, y realiza también su siguiente El tigre dormido (The Sleeping Tiger, 1954) ocultando su nombre con otro seudónimo (Victor Hanbury). Exilio político, por tanto, es el de Losey, a quien a partir de 1954 lo encontramos establecido en Inglaterra, donde no tarda en convertirse en una de las figuras más importantes de la producción europea.

El estilo de Losey nos ha hecho pensar, en más de una ocasión, en la obra de Murnau. Tienen en común la difícil búsqueda de un equilibrio estilístico entre el realismo y el expresionismo, y la glacial frialdad de sus imágenes se debe, entre otras cosas, a su elaborada composición, previamente estudiada y resuelta mediante dibujos de cada encuadre (pre-designing). Es cierto que la analogía no puede llevarse más allá, porque Murnau era un romántico y Losey es todo lo contrario, y porque sus preocupaciones le vinculan a un firme compromiso social con los grandes problemas del mundo contemporáneo, encuadrados muchas veces a través de su estudio de las servidumbres humanas llevadas al límite de la exasperación. Cineasta engagé, por lo tanto, la obra de Losey ha manejado con maestría el mundo del crimen y del hampa en La clave del enigma (Blind Date, 1959) y El criminal (The Criminal, 1960) y ha utilizado la fantasía y la ciencia ficción en The Boy with the Green Hair (su primer largometraje, en 1948), Éstos son los condenados (The Damned, 1961) y Modesty Blaise, superagente femenino (Modesty Blaise, 1965), sofisticada parodia de los films de agentes secretos, que tuvo como heroína al personaje creado en los cómics de Peter O’Donnell y Jim Holdaway. Su obra, variada y unitaria al mismo tiempo, aplica el escalpelo del análisis implacable al mundo de las relaciones humanas y de las relaciones de clase: Eva (Eve, 1962), El sirviente (The Servant, 1963), que con guión de Harold Pinter expone con originalidad y fría elegancia un tema clásico, el del sirviente que acaba por vampirizar y dominar a su amo, Rey y patria (King and Country, 1964) y Accidente (Accident, 1967), que es su segunda colaboración con Harold Pinter como guionista. La obra de Losey avanzó por el sendero de una sofisticada perversión, con impresionantes recreaciones de universos morales descompuestos y rarefactos, a los que Elizabeth Taylor prestó una eficaz colaboración en La mujer maldita (Boom, 1968), con guión de Tennessee Williams, y en Ceremonia secreta (Secret Ceremony, 1968). Menos originales fueron, a pesar de su estimable calidad, Caza humana (Figures in a Landscape, 1969), que tiene por tema la angustiosa persecución de dos fugitivos, y el estudio de psicología infantil de El mensajero (The Go-Between, 1970), con guión de Pinter, al que siguió la adaptación de la pieza feminista de Ibsen A Doll’s House (1973), que proporciona algunos temas caros a la sensibilidad de Losey.

La carrera de Losey, sustraída a los Estados Unidos, puede considerarse ya en cierta manera como una carrera netamente británica, integrada a un nuevo hábitat cultural. No puede decirse lo mismo de otros nombres de este exilio, del que destacó el nómada John Huston, que inició su carrera europea con Freud (The Secret Passion, 1961), dramática página de la historia de la ciencia en lucha contra los prejuicios religioso-morales, y renunció en 1964 a su nacionalidad americana para naturalizarse irlandés. La recia personalidad de Huston consiguió mantenerse a pesar del fastuoso encargo de Dino De Laurentiis para rodar La Biblia (La Bibbla, 1965), visión mitológica de las primeras páginas del Génesis, en las que Jehová aparece como un genio cruel e intolerante. Su obra nómada —Reflections in a Golden Eye (1967), The Kremlin Letter (1969), A Walk with Love and Death (1969), Fat City (1971), El juez de la horca (The Life and Times of Judge Roy Bean, 1972) raya siempre en lo más interesante.


Дата добавления: 2020-11-15; просмотров: 120; Мы поможем в написании вашей работы!

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