La intimidad privada frente al mundo exterior 9 страница



 "La vieja lo conduce hasta el agujero que ella había hecho: el conde mira y advierte sobre el seno derecho la violeta...". La novela de la violeta (Siglo XV, París, Bibl. Nac.).

La novela da la violeta ilustra, por el contrario, el esplendor del gineceo. Al favorecer la violación del espacio cerrado, la nodriza encarna la desolidarización respecto de la célula íntima de las mujeres: acecha el deseo naciente del hombre, se entromete, le arranca a la muchacha el secreto del signo íntimo --la violeta—, y luego horada el tabique, tabique simbólico cuya fragilidad pone de manifiesto una hendidura en los valores utópicos del gineceo, en el plural armonioso de las mujeres.

En los Evangelios da las ruecas, se sale en apariencia de la sociedad doméstica, en el sentido del grupo aristocrático, pero las matronas sabias y prudentes que deciden un día salir a escena ("una de nosotras comenzará su lectura, y recitará sus capítulos, en presencia de cuantas se hallen allí reunidas, a fin de mantenerlas en perpetua recordación") se entregan con sus máximas y los comentarios aportados a y por la experiencia cotidiana a una gestión mágica de la sociedad doméstica. Como algunas de ellas han tenido algo que ver con las ciencias ocultas, mezclarán las recetas inmemoriales para hacer productivas las tierras y fecundos los animales con otras recetas más grávidas de supersticiones, como por ejemplo aquellas que alejan las pesadillas (canquemares). Como su reclusión se halla relacionada con un momento de holganza activa y con un rito colectivo, lo repetitivo es aquí soberano: momento de un tiempo cíclico que une el pasado, el presente y el porvenir. Erigida como sociedad organizada —una presidenta elegida por rotación, un auditorio femenino que crece día tras día, una secretaria que consigna los minutos—, este tipo de agrupación de mujeres en ambiente rural es depositario de un saber secreto, como lo atestigua la abundancia de las señales de interpretación, la relación de los "signos" que esas mujeres descifran, la lectura de las apariencias cuyo oculto sentido interpretan. Este intercambio de saberes funda la coherencia del grupo, porque los secretos sólo se difundirán entre sujetos femeninos: "(...) ellas le dieron las más rendidas gracias a la señora Abonde por sus Evangelios verdaderos, prometiéndole que nunca los dejarían llegar a oídos de necios, sino que los divulgarían y publicarían entre su sexo, a fin de que de generación en generación se vieran continuados y aumentados".

De este modo, el gineceo puede convertirse en generador de gineceos futuros, ve asumido por y el devenir social se la palabra autoritaria y reguladora del gineceo que intenta una forma de control de todos los dominios de la vida individual y colectiva, desde la domesticación de los animales hasta el acto sexual, desde la querella conyugal hasta el doblegamiento por arte de magia de las relaciones afectivas: "Si una mujer quiere que su marido ame más a uno de sus hijos que a otro, si le hace comer la mitad de los dos extremos de las orejas de su perro y la otra mitad a su hijo, tan cierto como el Evangelio que se amarán tan intensamente que apenas podrán permanecer el uno sin el otro". La función mágica oracular fue reivindicada enérgicamente por el gineceo, lo que el "secretario" comprendió muy bien: "Consideraban que el mundo debía ser gobernado prácticamente por ellas, por medio de sus constituciones y capítulos (...)".

Cercado por fronteras en ciertos casos impuestas, el gineceo puede ser a su vez creador de fronteras, motor de una vigorosa dialéctica de lo de dentro y lo de fuera, que puede fecundar el campo colectivo. En este caso el gineceo conquista el estatuto de una matriz soberana. A través de las distintas visiones contrastadas, desde el siglo Xlll al XV, del encerramiento sufrido, quebrantado o voluntariamente aceptado, el gineceo aparece siempre cercado por la palabra, por la desgracia o por el poder, pero como dueño de una tonicidad que —a través de la misma segregación— lo preserva, lo reconstruye y lo erige en módulo inexpugnable de la sociedad doméstica.

La pareja en la intimidad

Estereotipada con frecuencia hasta el siglo Xlll, la representación de la pareja en sus relaciones cotidianas se afina en el XlV y el XV, en particular en los textos normativos. Los mandamientos del caballero de La Tour Landry se dirigen a las mujeres tentadas de no obedecer a su marido "especialmente ante los demás", pero, añade, "no digo lo mismo, cuando os halléis en privado y mano a mano, porque entonces podéis alargaros a decir o hacer más vuestra voluntad, de acuerdo con el trato que tengáis con él". De esta forma se definen un espacio privado y un tiempo de lo privado en que las relaciones se vuelven más íntimas y más libres, como si, ante los restantes habitantes de la casa, fuese conveniente mantener una fachada de corrección y de respeto, que no debe desmentirse pero que puede conceder la licencia de una manera de expresarse menos refrenada. En El administrador de París aparecen algunos bellos ejemplos de intimidad conyugal: el esposo de la joven casada trata de responder a una de sus demandas recordándole el momento en que —en privado— ella le ha rogado que la corrija con ternura: "Me suplicasteis humildemente en nuestro lecho, lo recuerdo muy bien, que por el amor de Dios, no os reprendiera jamás de modo desagradable ante extraños ni ante nuestros criados, sino que os hiciera las advertencias pertinentes cada noche, día tras día, en nuestra alcoba y os recordara las faltas de conducta o las ingenuidades cometidas durante la jornada o las jornadas pasadas, y que os indicara cómo comportaros y os diera consejos a este propósito; que de este modo no dejaríais de cambiar vuestro comportamiento siguiendo mis consejos y haríais lo mejor posible lo que yo os pidiese".

En su "Quinto artículo", El administrador establece una Jerarquía de la intimidad que aparece corno un espacio relacional concéntrico cuyo centro es el marido: "(. ..) habéis de mostraros muy amorosa y muy privada con respecto a todas las demás criaturas vivas, moderadamente amorosa y privada con vuestros buenos y próximos parientes carnales y con los parientes de vuestro marido, sólo en muy raras ocasiones privada (a fin da manteneros a distancia) con todos los demás hombres, y ajena por completo (a fin de manteneros absolutamente al margen) respecto de los jóvenes presumidos y ociosos (...)". La representación de una afectuosa conyugalidad se precisa en una descripción del "Séptimo artículo" en que tanto el cuerpo como una distribución de las funciones y del espaciol impartidos a uno y otro sexo ocupa una amplia extensión. Los buenos cuidados concedidos al cuerpo, la dulzura que la esposa ofrece al marido "entre sus pechos" son comparables a la identifícación que ciertos niños experimentan con quienes saben quererlos, con aquel as personas junto a quienes encuentran "los amores, las solicitudes, las intimidades, alegrías y placeres", lo que algunos llaman "seducción". Encantadora intimidad que El administrador aconseja con viveza, recordándole a la mujer el proverbio rural "que dice que tres cosas son las que acaban con la autoridad del propio hogar, tener casa al descubierto, chimenea que arroje mucho humo y mujer burlona".

La mujar en el aspacio y el tiempo de la comunidad

Y por esto habréis de amar la persona de vuestro marido con todo esmero, y os ruego que lo tengáis siempre con ropa muy limpia, porque esto ha de ser cosa vuestra, y porque a los hombres les corresponde ocuparse de las cosas defiera, y han de vacar a ellas, ir; venir y andar de acá para allá, a través de lluvias, vientos, nieves y hielos, unas veces calados, otras secos, unas veces sudando y otras temblando de frío, mal alimentados, mal albergados, mal calentados y sin lecho. Y pasan por todas estas calamidades porque les reconfirta la esperanza que tienen en los cuidados que las mujeres se tomarán por ellos a su regreso, las satisfacciones, las alegrías y los placeres que ellas les darán o harán que les den en su presencia; descalzarse ante un buen fuego, lavarse los pies, ponerse luego calzado fresco. Bien comidos, bien bebidos, bien servidos, bien respetados, bien arrebujados en blancas sábanas y con gorros de dormir; bien cubiertos de buenas pieles, y rodeados de otras alegrías y solicitudes, de privanzas, amores y secretos que me callo. Ya la mañana siguiente, ropa interior y vestidos nuevos. (Ménagier de París, "Séptimo artículo".)

Saber dónde dedicarse a la oración, encontrar "el lugar secreto y material" parece haber sido un problema de una singular urgencia para las mujeres medievales. Es objeto de consejos en ocasiones muy individualizados, como demuestra el texto siguiente:

Ni del tiempo, ni del lugar; ni de la firma de estar corporalmente diré nada como norma, sino sólo como sugerencia de simple consejo, y con razón.

Encuentro esta regla recomendada por los antiguos contemplativos, a saber que cada uno encuentre la manera que le parezca mejor para realizar antes sus anhelos. Son muchos los que prefieren el lugar secreto, oscuro, estrecho y lejos de cualquier sonido o palabra. Y tales gentes permanecían antiguamente en cavernas y sepulcros. Pero esto no es bueno para gentes débiles como lo seréis vos, hija mía. Otros prefieren el lugar amplio, hermoso y claro y elevado donde pueden ver el cielo; y por eso prefieren los jardines, los desiertos o los vergeles. Hay también otros a los que nada les molesta sino que al contrario todo les aprovecha, sea escuchar el viento y el ruido de la corriente, o el canto de los pájaros o el son de las campanas que alaban a Dios, como dice David: Laudate Dominum in tympano et choro; y lo que para muchos se convertiría en ocasión de esparcimiento carnal, para éstos se vuelve ocasión de honestidad y devoción. Incluso hay algunos, aunque pocos, para quienes todo el aparato de nupcias, danzas, arpas y otros instrumentos, y todo el vistoso movimiento de la gente, los vinos, los manjares y las grandes fiestas se les truecan en su corazón en maravilloso y alto exceso de contemplación; y reciben gran provecho de aquello mismo que a los demás les causa gran quebranto. Y así, para los que aman perfectamente a Dios, todo contribuye a su ayuda y ventaja. La buena vendedora saca ganancia de todas sus mercancías; la buena abejita encuentra buena miel en cualquier florecita. (Manuscrito anónimo, Arsenal, 2176.)

Los textos normativos en lengua vernácula nos dan una buena idea de la estrechez a que el individuo se hallaba sometido en lo colectivo, en particular aquellos que, al dirigirse a las mujeres, tienen como finalidad la constitución de seres destinados a llevar a cabo, en el seno de la comunidad, una función que se juzgaba conveniente. A la mujer se la invita de este modo a preparar en lo privado la imagen de sí propuesta a lo colectivo, y, en particular a evitar que su imagen quede abusivamente expuesta a las miradas ajenas. Como el mal uso de lo privado (cuerpo, sueño, palabra) repercute funestamente sobre el desempeño de las funciones colectivas, la mujer es un instrumento que ha de prepararse con una cuidadosa regulación.

Así pues, a las mujeres es también a quienes se dirigen esos consejos que, en El escarmiento de damas, conciernen a conveniencias y actos de sociabilidad, y, a través de las fronteras de lo que puede denominarse lo privado, a la zona de una cierta libertad que implica siempre la mirada de una amplia comunidad. Fragilidad del estatuto femenino: Roberto de Blois no vacila en subrayar lo difícil que es que las mujeres rijan su propia conducta en la sociedad, ya que, si se muestran acogedoras y corteses, corren el riesgo de una interpretación abusiva por parte de los hombres; si, por el contrario, faltan a la cortesía, se las tendrá por orgullosas. A cada paso, conviene que la mujer se muestre irreprochable, que manifieste constantemente el control de su cuerpo, puesto que se halla siempre expuesta a las miradas y los ojos —como es cosa bien sabida—son fuente de mal. Así es como debe evaluar las situaciones en que habrá de dejarse ver, a menos que tenga alguna fealdad que ocultar. Hasta en la iglesia ha de saber hacerse ver, sin dejar por ello de manifestar una actitud piadosa: no reírse, no hablar y, sobre todo, y siempre, vigilar las errabundeces de sus miradas.

En el Libro para la enseñanza de sus hijas, el caballero de La Tour Landry les dirige a éstas, todavía "pequeñas y desprovistas de sentido", un "espejo de antiguas historias", libro de virtud ejemplar compuesto de ágiles capítulos capaces de despertar el interés de sus jóvenes espíritus. Como un eco de Roberto de Blois, se despliega aquí, aunque más matizada, la visión de una enmienda de la naturaleza femenina a través de un buen uso del cuerpo que no debe contrariar el tiempo adjudicado a los gestos de lo cotidiano y a los ritos comunitarios. De acuerdo con semejante regla de vida profana, respetar el tiempo propio de cada cosa —en particular el del sueño y la comida— es la base del equilibrio en la vida. La piedad, que engloba todas las actividades, y que se manifiesta desde la mañana hasta la noche, se convierte en la fuente de un buen sueño. "Comer en horas oportunas entre la de prima y la de tercia, y cenar a hora conveniente, según la época del año", y saber incluso ayunar, para mejor doblegar la carne, tres días por semana, tal es la lección que se extrae del capítulo VI que introduce en escena a una muchacha cuya vida transcurre "disoluta y desordenadamente desde la mañana a la noche", que ventila a toda prisa sus devociones, se esconde en el guardarropa donde traga "sopa o leche" y, cuando sus padres están acostados, no puede resistir tampoco el impulso de seguir atracándose. Este comportamiento bulímico y excesivo que no vacila en invertir el tiempo propio de los distintos gestos cotidianos se perpetuará indefectiblemente en la vida conyugal. Otro ejemplo del mal uso del tiempo se nos muestra en la anécdota de un caballero y una dama que, desde su juventud, se complacen en dormir a pierna suelta, faltando así a la misa y, lo que es más grave aún, haciéndosela perder a las gentes de su parroquia.

En esta representación del tiempo privado que no deja de tener incidencias sobre el tiempo comunitario, el signifícado de una conducta que evitar o que seguir se basa en una sorprendente mezcla de consejos que conciernen a la conducta moral y a una gestualidad de apariencia muy anecdótica. Así, las formas de la compostura femenina adquieren una notable importancia: "Al rezar vuestras horas en la misa o en otra parte no os parezcáis ala tortuga o a la grulla; se parecen a la tortuga o a la grulla las que vuelven para todos los lados su rostro, tendiendo el cuello, y agitan su cabeza como una comadreja. Mantened la mirada y la postura fírmes como la hembra del perro de caza, animal que mira hacia delante de sí sin volver la cabeza a un lado ni a otro. Manteneos erguidas mirando de frente ante vosotras, y si queréis dirigir la mirada a un lado, volved cuerpo y rostro a la vez".

El orden de lo humano consiste en una juiciosa ponderación de la relación más íntima con el cuerpo y de la atención que ha de prestarse a la comunidad: el mal uso de lo social rebota retroactiva y punitivamente, sobre el cuerpo. Sede de una exaltación falaz, el cuerpo se tornará asiento del castigo: de un mal uso del cuerpo testifica en el capítulo XXVI la mujer que, para una festividad de Nuestra Señora, no quería ponerse unos hermosos vestidos, alegando que no iba a encontrarse allí con gente importante. Hinchada, paralizada, como castigo, no tarda en arrepentirse y les dice a todos en una especie de confesión pública: "Yo tenía un cuerpo hermoso y atractivo, era lo que todos me decían para halagarme, y a causa del orgullo y el placer que tales expresiones me procuraban, me ponía bellas prendas y hermosas pieles bien adornadas, y hacía que fueran muy ajustadas y estrechas; con lo que sucedía que el fruto de mi vientre sufría por ello grandes peligros, y yo hacía todo esto por disfrutar de la gloria y la alabanza del mundo. Porque cuando escuchaba a los hombres que querían agradarme: 'iMirad qué espléndido cuerpo de mujer, digno de que lo ame todo un caballero!, mi corazón rebosaba todo él de júbilo". Expresiones de arrepentimiento que la harán recobrar su forma anterior e inaugurar con respecto a los adornos y ante las miradas ajenas una actitud más mesurada.

Refractaria a los tiempos adecuados para cada cosa, la mujer es, por otra parte, siempre susceptible de una precipitación perjudicial la que por ejemplo la impulsa por delante de la moda: activar el tiempo puede llegar a ser tan peligroso como desviarlo. El capítulo XLVII introduce en escena un grupo de mujeres que acuden a la iglesia, muchas de las cuales están vestidas a la última moda. El obispo les demuestra que se parecen a babosas con cuernos y a unicornios. Y se sienten muy abrumadas cuando comprenden que sus cointises (coqueterías), contrefaictures (artificios) y mignotises (afectaciones) se asemejan a la estrategia de la araña que teje su tela para atrapar las moscas. Sin embargo, el caballero de La Tour Landry sabrá modular sus advertencias: a veces es necesario seguirle al mundo la corriente y hacer como los demás: "(...) puesto que atenerse al propio estado y seguir la novedad es cosa corriente y unánime y todas lo hacen". Como ejemplo de distorsión infligida al curso de las estaciones, el exceso de preocupación por la elegancia llevará alternativamente a una muchacha y a un joven a vestirse en contra del sentido común en días muy fríos. Es preciso saber evitar "un comportamiento descabellado y absurdo contra la naturaleza del tiempo".


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 89; Мы поможем в написании вашей работы!

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