La intimidad privada frente al mundo exterior 4 страница



En las páginas que siguen se han privilegiado algunos aspectos de estas problemáticas y sólo se han podido asediar algunos puntos neurálgicos a los que ha dado voz lo imaginario, los itinerarios de exclusión que permiten al individuo progresivas reintegraciones cuyos signos culturales se hallan grávidos de sentido; la obsesión por el Doble y la conciencia de las rivalidades familiares que adoptan en las ficciones los rasgos de una ejemplar conciliación; el vestido, el adorno, la desnudez que tienen que ver, en sus modalidades, con el código colectivo ocultado, olvidado, reaprendido por el individuo; los lugares, en fin, que, simbólicamente, se asignan a los grupos que se reparten la casa donde reina, prisionero con frecuencia, el gineceo. Ni sombra de una ampliación de esos detalles que constituirían una historia de lo cotidiano, una serie de cuadros de género: en cambio, no faltará una evaluación constante y frágil del estatuto del individuo, de ese personaje errante de la literatura cortés que, como un brote, se desprende del grupo y vuelve a implantarse en él después de un itinerario fecundante, recuperando una estructura comunitaria que, aunque legendaria, no se halla nunca amenazada de desintegración. A pesar de la transgresión trágica que se ha convertido en uno de los mitos de Occidente, a pesar del profundo trastorno que sufre el mundo artúrico cuando en él se instala la sospecha, la figura real, Marco o Arturo, no queda en absoluto mancillada. Sin embargo, en el curso del siglo Xlll, en La castellana de Vergi, el poder se compromete en el drama privado, y si en otros relatos predomina la exaltación de la vida de corte y de la alegría colectiva, la intriga se resuelve en una anécdota "privada". Todavía más tarde, el universo ficticio puede traicionar una sensible dislocación de la posición del individuo frente a lo colectivo: la mentira y la máscara alteran en ella sus relaciones. La prueba del mundo artúrico que aunaba amor y aventura, que vinculaba al héroe a la comunidad, cede el puesto al secreto. La excelencia de Juan de París, fundada en un afortunado uso del gab, le hará conquistar a la bella por medio de una intendencia de orden visual a la que ya no aporta nada el cumplimiento de sí.

Paralelamente, y a lo largo de una prolongada duración, la evolución del conjunto de la literatura marca una lenta emergencia de las representaciones del individuo. La poesía deja sitio a la expresión de una conciencia solitaria, a un lirismo más "individualizado" que parece desmarcarse de los topoi cultivados a sus anchas por los trovadores y los poetas. Por lo que se refiere a la literatura de testimonio, memorias y chrónicas, revela el vivo deseo de poner al autor en escena mediante marcas de enunciación que pretenden descartar la neutralidad del discurso.

Relaciones entre el individuo y lo colectivo: las fuentes literarias saben evocarlas todavía a través de los tiempos de apariencia biológica, a través de gestos realmente "privados". Así, la función del sueño forma parte de una duración simbólica del ser, traumatizado amnésico que, para verse restituido al orden humano, debe pasar precisamente por esta ganga, la oscuridad de la conciencia, el sueño fetal que le permite renacer a la vida colectiva. Pero, a la luz de la desconfianza que la Edad Media ha manifestado con frecuencia con respecto a la soledad, puerta abierta a Satanás, nos sensibilizaremos a cualquier signo de una valoración del espacio íntimo, del repliegue sobre uno mismo, al despliegue del área mental, a ese fenómeno tan singular del sueño como marco de una ficción literaria, a los tanteos obsesivos de las certidumbres o de las sombras de la conciencia. Ninguna tentación, por tanto, de ver en estas fuentes unos reflejos, unos textos-espejos. Eludiendo cualquier esquema cronológico demasiado riguroso, en la medida en que prevalece para lo imaginario ese principio de producción de textos que es la toma en consideración del horizonte de espera que condicionaba modificaciones y repeticiones, será necesario, por el contrario, interpretar las ficciones como puestas en escena que responden a obsesiones, a pulsiones y a tensiones hacia soluciones satisfactorias para las conciencias, ecos de lo que aflora en los textos normativos que pretenden asignar al individuo, y sobre todo a la mujer, su puesto en lo colectivo. Si se invocan las ficciones en una arqueología literaria de lo privado, habrá de ser en los términos del estatuto imaginario asignado a quien, poco a poco, se designa como el individuo que tiene derecho a la palabra y al silencio, a la identidad y a la máscara.

 


Espacio y mundo imaginario

Del opresor encierro a la dulzura de hallarse dentro

Confrontado con la bipolaridad de las representaciones de la clausura, el lector oscila entre amenaza y protección. Clausura prisión, tal como Rutebeuf describe la morada de Avaricia, que encarna la anti-convivialidad, dispositivo de captura que somete al visitante al capricho de la dueña de aquellos lugares, "más muerta que

 Arturo le dice a Melión: "Poseo un castillo sobre el mar, que en el inundo no tiene igual. Es magnífico, rodeado de bosques, de ríos y de esos montes que tanto te gustan". Lai de Mélion. (París, Bibl. Nac., ms. fr. 8266.)

viva", clausura también peligrosa de esas casas demasiado cerradas que un Roberto de Blois opone a las grandes puertas abiertas, y si el Sueño del infierno de Raúl de Houdenc nos dice que en Francia todo el mundo, ¡ay! cierra su puerta, mientras que en el infierno se sabe comer a "puertas abiertas", en Blancandin y la orgullosa de amor se echan de menos con más simplicidad aquellos tiempos pasados en que nadie apostaba un portero a su puerta. El cierre aparece, por tanto, como una barrera al ideal de la sociabilidad, a la libre circulación de bienes y seres, y en particular a la libertad de sentarse juntos a la mesa. Porque, "la comida, sabedlo, es el fundamento de la amistad", nos recuerdan las Enseñanzas de Roberto de Ho.

En oposición a semejante representación negativa de la clausura es significativo advertir, entre los textos que hablan en favor de las mujeres, que un informe del siglo Xlll echa mano de un argumento de orden espacial: a las mujeres "les tocó en suerte la dicha de nacer dentro". El Señor coloca al hombre en el seno del paraíso. Le hace dormir y de su flanco extrae la costilla de la que emerge Eva, provista de una doble clausura, la del paraíso y la del flanco del hombre. Encierro lleno de valor a los ojos del autor, que opone entre sí el espacio de dentro y el espacio de fuera: "Juzgad, pues, si Dios no le manifestó un amor más grande que al hombre, puesto que a este último lo creó en el exterior".

El espacio poseído por la mirada

Cuando el espacio aparece como objeto de una posesión global por obra de la mirada provista de omnividencia se trata de una representación en general muy tranquilizadora de una estratificación de cierres: de tales vistas panorámicas surge un espacio elaborado y habitado, espacio "total", protegido y construido, que conduce fácilmente a la percepción de un espacio estético: "Esta plaza no teme ningún asalto venido de parte alguna: imposible rendirla por hambre. Ha sido fortificada por el rey Evrain, que la ha mantenido exenta todos los días de su vida y la seguirá conservando mientras viva. Si ha hecho rodearla de muros, no se ha debido a que temiera cualquier asalto, sino porque así está la ciudad más hermosa" (Érec y Enide).

Protección que no deja de ser funcional: el traidor que, en Cligés, traiciona a Arturo, fortifica el castillo con un doble recinto amurallado, "empalizadas, fosos, puentes levadizos, zanjas, trancas y barreras, puertas de hierro con corredera y gran baluarte de piedra de sillería", hasta el punto de que no es necesario acudir ya a una puerta cerrada: clausura protectora y defensiva que, en algunos escenarios privados, puede recibir incluso un relevo vegetal. En Le Vair Palafroi, por ejemplo, la casa fortifícada, que se yergue sobre una roca, se halla rodeada por un foso, por un vallado de espinos y, a mayor abundamiento, por el "bosque solidario y espeso".

Lo imaginario insiste de buena gana en la noción de clausura que emerge de un amplio espacio, con algunos componentes que ilustran no solamente la fuerza y la protección, sino también lo prohibido. En los Lais de María de Francia, traspasados de esquemas míticos, lo prohibido de orden institucional adquiere una sorprendente precisión, mientras que las leyes narrativas de tales relatos, como es bien sabido, son muy rigurosas. Así, en Guigemar, el caballero herido llega a un inundo prohibido donde el esposo ha encerrado a su mujer: un recinto cerrado por un muro de mármol verde, provisto de una sola entrada, vigilada de día y de noche, y en el recinto, una alcoba excavada para la esposa. En Yonec, un bellísimo panorama de ciudad proporciona un espacio iniciático a la joven mujer que quiere encontrar al misterioso amante pájaro, una ciudad enteramente rodeada de bastiones, provista de construcciones soberbias y, al otro lado de ellas, de marismas y bosques; y finalmente de un río. Las arquitecturas imaginarias se hallan frecuentemente —como en un espejo— calcadas sobre el espacio feudal, como ilustra el Lai de Guingamor, donde aparece el castillo del hada. La ciudad fortificada del emir que posee el arte de "encantamiento", en Floire y Blancheflor, es una ciudad ancha en extensión, de altas murallas de mortero resistente, con ciento cuarenta puertas y setecientas torres; en medio, se alza una torre de doscientas toesas, hipérbole de volúmenes y materiales, que aparece como constante de los espacios utópicos.

Hay otros textos que añaden a los signos del poder notaciones económicas. En El hermoso desconocido, el castillo se halla rodeado de molinos, de ríos, de praderas y de viñedos, y en la Gaste Cité, los héroes divisan, con una sola mirada que lo abraza todo, desde los torreones de altos muros, las numerosas construcciones de la ciudad, un espacio rodeado de bosques, de viñas y de prados. Por lo que hace a los relatos de Chrétien de Troyes, puede comprobarse a lo largo del siglo XIII una multiplicación de estas representaciones espaciales. Por cierto que el punto de vista asignado a la mirada no es fortuito en la medida en que el acceso al conjunto significativo de los recintos cerrados, con frecuencia difícil o mezquinamente concedido, concierne al personaje de la ficción. Los recintos establecen en efecto deliberadamente diferencias entre los que están fuera y los que reciben autorización para habitar dentro entre los admitidos y los rechazados. Entrarán también en juego algunos espacios tradicionales, los que atraviesa, por ejemplo, el héroe de los relatos de origen céltico: espacio descubierto, landa, bosque espeso y vasto que atraviesa un río, donde aparece la cierva que arrastra a Graelent hacia la landa. En La demanda del Santo Grial, el recinto cerrado puede ser de origen divino. Al llegar al castillo del Grial, sólidamente construido, Lancelot consigue franquear una puerta guardada por dos leones. Subiendo por la calle mayor del castillo accede a la fortaleza: no hay un alma viviente. Se dirige entonces a la sala principal y tropieza con una puerta cuidadosamente cerrada, clausura simbólica que impide al héroe el acceso al Grial. Las puertas de la sala se cierran "sin que nadie las haya tocado", lo que se considera como una "extraordinaria aventura".

Las zonas de encerramiento pueden, no obstante, deshacerse, y si la ciudad aparece como un castillo, si el castillo se ofrece como espacio urbano, el espacio de las ficciones se convierte en el signo de un poder no raras veces sometido a una viva interrogación: en efecto, el espacio abierto que se abre ante el héroe que abandona el mundo feudal no hace sino desembocar en un nuevo encerramiento, el del amor y sus interdicciones, que adopta la forma de un espacio social, porque el hada es con frecuencia una "dama" de "otra tierra". De la problemática individuo/colectividad que se encuentra en el corazón mismo de las novelas de aventuras no podrá nunca descartarse la presencia de un paso liminar ni la fluidez de fronteras reservada a ciertos elegidos. Lejos de ser un simple telón de fondo, el espacio colectivo de los siglos Xll y Xlll se centra en recintos de los que el héroe puede escapar, de los que se le puede expulsar o que puede conquistar. Las referencias espaciales se injertan en una muy apretada red de recintos cerrados, y hasta un lugar tan íntimo como el vergel, reservado en principio a los amores, puede ser el significante de un poder ejercido por el Otro Mundo, corno sucede en la prueba final de Érac y Enide.

La angustia de un mundo desierto

El ensanchamiento de los espacios de habitación que exaltan el trabajo manual y la imaginación de un arquitecto pone de relieve la extrañeza de los espacios desiertos así como la redundancia de las ausencias y las carencias. En medio de su arriesgada búsqueda, Erec y Enide no han bebido ni comido, "porque no había, en toda una jornada de camino a la redonda, ni castillo, ni aldea, ni torre ni fortaleza, ni abadía, ni refugio, ni albergue". En El caballero de la carreta, la doncella que ha partido en busca de Lancelot se lanza a la ventura: "Antes de que lo consiga y logre saber algo de él, yo creo que no habrá dejado de explorar en todas las direcciones innumerables parajes. ¡Pero para qué serviría enumerar sus altos en la noche y sus largas jornadas! Fue inútil que emprendiera mil caminos distintos, al cabo de todo un mes no consiguió saber ni más ni menos que al principio: todo ello no había servido absolutamente para nada. Un día en que al atravesar un campo avanzaba ella melancólica y pensativa, advirtió en lontananza, sobre la ribera, al borde de un brazo de mar, una torre solitaria: no se veía ni rastro de ninguna otra vivienda, choza o mansión, en una legua a la redonda (...)".

El hombre solitario

En el universo medieval, el hombre solitario se considera que está en peligro. En el Tristán de Béroul, tras haber advertido la presencia de la pareja adúltera en el bosque de Morrois, Marco hace venir a sus seguidores para anunciarles que quiere partir solo: "Partir así completamente solo?", le responden. "¿Se vio jamás un rey más imprudente?". A lo que responde Marco: "Iré, por tanto, sin escolta y dejaré mi caballo. No llevaré conmigo compañero ni escudero. Por una vez, no quiero vuestra presencia". Situación excepcional y de peligro de la que se hacen eco las reflexiones del padre de Erec, que le suplica lleve consigo al menos una parte de sus caballeros: "¡Un hijo de rey no debe andar solo!". Algunos relatos del siglo Xlll ofrecen de los peligros a los que uno se expone así una representación con frecuencia muy realista. En La hija del conde de Pontieu, el marido deseoso de reforzar la escolta de su esposa tira en el bosque por el mal camino: habrá de sufrir el espectáculo de la quíntuple violación de su mujer. Si en El palafrén enjaezado la muchacha logra reunirse con su amante y casarse con él, es porque se ha visto "mal conducida" por el cortejo nupcial. Por lo demás, una mujer que viaja sola puede convertirse, como para el héroe de un lai anónimo, en una inquietante aparición: se casará con ella, para su mayor desgracia.

Hay, sin embargo, soledades buscadas y prolongadas. Bajo la forma de una habitación que comprende celda y dependencias, con notaciones de apertura al mundo exterior, la soledad voluntaria recibe un anclaje espacial preciso e implica una función del recluso con respecto a lo colectivo abandonado por él. El ermitaño se halla siempre muy lejos al margen de todo grupo humano. En el bosque del Morrois donde los forbannis (bandidos) han construido un alojamiento miserable, la ermita de Ogrin ni se describe siquiera: el relato insiste por el contrario en el alejamiento espacial y las inacabables caminatas por la floresta antes de llegar a ella. Sólo después de mucho andar encuentra Yvain una reducida casucha con una estrecha ventana donde el ermitaño deposita la comida destinada al errabundo. En La demanda del Santo Grial, los numerosos encuentros con ermitaños y reclusos se hallan siempre precedidos de una localización específica, un camino perdido, una capilla, una ermita sobre una colina, durante un momento de retiro, al anochecer, en el tiempo de hablar. Perceval extravía así su camino: "Sin embargo, tomando la dirección que le pareció mejor, acabó por llegar a la capilla y llamó al ventanillo de la reclusa. Esta abrió enseguida, porque no dormía nunca y, asomándose con dificultad, le preguntó quién era". La reclusa explicará que se había retirado después de la muerte de su esposo a aquel rincón salvaje porque temía por su vida, y que se había hecho construir una casa para su capellán y sus gentes y, para ella misma, una celda.

Gauvain y Héctor, que llegan al pie de una montaña, siguen un estrecho sendero que conduce a la cima, camino tan áspero que quedan agotados, y sólo entonces advierten la proximidad de una pobre casa y de una pequeña capilla, junto a las que hay un huertecillo donde el ermitaño recoge ortigas para su alimento. Evocada de este modo por el espacio que ha de recorrerse hasta alcanzarla, la soledad se muestra sólidamente protegida.

Soledad y sentido

Las características de los territorios recorridos por las múltiples demandas de los caballeros de la Tabla Redonda tienen que ver fundamentalmente con el valor de la sumisión de lo "terreno" a lo "celestial", y, como los lugares de la reclusión voluntaria son portadores de sentido, no es fortuito que su sentido se haga buscar, camuflándose en espacios secretos y poco accesibles. A finales del siglo XlV irá acentuándose la inaccesibilidad de los lugares. Raimundino, el esposo de Melusina, tras haber obtenido del papa el perdón por su perjurio contra su esposa, acude a visitar las ermitas de la abadía de Montserrat: se trata de una roca escarpada donde a medida que se asciende se escalonan siete ermitas —de las que Raimundino ocupará la cuarta— tan alejadas de cualquier habitación que, vistas desde lo alto, la abadía y la iglesia parecen absolutamente minúsculas.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 75; Мы поможем в написании вашей работы!

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