La intimidad privada frente al mundo exterior 11 страница



En lo tocante a la belleza masculina, si la canción de gesta la representaba mediante fórmulas fijas que establecían la excelencia muscular, los relatos corteses no se muestran avaros por lo que se refiere a las ventajas del cuerpo del varón. Al amante de Flamenca se le introduce así en escena: "La rosa de mayo, el día en que abre, no es más bella ni de tan vivo resplandor como lo era su tez que combinaba en los lugares convenientes color y blancura. Nadie fue jamás de piel más hermosa. Tenía las orejas bien hechas, grandes, firmes y bermejas; la boca atractiva e inteligente, amorosa en todo lo que ella expresaba. Sus dientes eran muy regulares y más blancos que marfil de elefante; el mentón bien dibujado y un poco hendido para mayor gracia. Tenía el cuello derecho, grande y poderoso, en el que ni nervios ni huesos resaltaban. Éra ancho de espaldas, y éstas eran tan fuertes como las de Atlas. Sus músculos estaban bien torneados, sus bíceps desarrollados y sus brazos eran de un tamaño razonable. Tenía las manos grandes, vigorosas y duras; los dedos largos y de juntas lisas; el pecho ancho y el talle esbelto. Én cuanto a las caderas, ¡no era precisamente cojo! Las tenía fuertes y robustas; los muslos redondeados y anchos en el interior; las rodillas muy lisas; las piernas sanas, largas, derechas, bien unidas; los pies arqueados por encima, combados por debajo y nervudos: ¡nadie pudo darle nunca alcance en la carrera!".

Én retratos como éstos, basados en estereotipos perpetuados a placer en la literatura novelesca, se percibe la importancia de la tez para la apariencia corporal. La carnación ideal, blancura ligeramente teñida de rosa, expresa el ser y ofrece el indicio de una complexión física. Por lo demás, en la descripción de los temperamentos, el sanguíneo es el privilegiado, porque hace la tez clara y el semblante sonriente, mientras que el melancólico —el saturruano— se inclina del lado de lo oscuro. Así, por ejemplo, cuando Chaucer presenta a los peregrinos de Canterbury, hace notar que uno de ellos es un guapo prelado "que no tiene la palidez de un fantasma atormentado", mientras que de otro peregrino, el franklin, nos dice que es de complexión sanguínea: auténtico hijo de Epicuro, gusta de tomar por la mañana sopas con vino. Según el caballero de La Tour Landry, el buen amante, aquel que tiene todas las probabilidades de verse bien acogido y no corre el riesgo de presentar "mal color" por andar mal vestido en tiempo de invierno, es "rojo como un gallo", lo que aprecia mucho la dama cortejada, ya que su color encendido la parece signo de virilidad y salud.

No habrá de resultar, por tanto, en absoluto sorprendente que la exaltación del cuerpo masculino pueda dar lugar a sabias escenas de seducción. Ver y ser visto se hallan en estrecha relación; y en un cierto número de escenas —en Flamenca, por ejemplo— se presenta al sujeto masculino con una clara conciencia del partido que puede sacar de su cuerpo, de su ornato, del descuido estratégicamente manejado con vistas a una seducción. Se revela en estos casos una conciencia muy viva de las situaciones de libertad del cuerpo que uno puede permitirse en determinadas circunstancias las de una dimensión privada que se ofrece a las miradas. Saber jugar con el propio cuerpo aumentando la indecisión de la relación entre el cuerpo y el vestido es algo que se vinculará estrechamente al erotismo, como lo atestiguan las escenas de juegos campestres en Guillermo de Dole donde, desde por la mañana, se invita a la hermosa concurrencia a ir a retozar a la fuente y a juguetear allí "desnudos los pies, las mangas flotantes", ya que las camisas de las damas hacen de toallas, lo que permite que los galanes puedan "tantear muchos blancos muslos". De este modo, del juego entre los encantos ofrecidos por la naturaleza, de la asociación del cuerpo con el vestido que sabe desordenarse y entreabrirse, nacen las fiestas del gesto, que son al mismo tiempo fiestas del corazón.. .

La naturaleza corregida

Textos narrativos y tratados médicos convergen a propósito del lugar atribuible a los cuidados estéticos que hacen intervenir a la vez a la medicina y a la coquetería. En Henri de Mondeville, las partes del cuerpo se describen gustosamente como otros tantos atavíos, como si el vestido, marca de lo social, se viera solicitado para describir los secretos del cuerpo: la piel se describe como vestidura, las membranas interiores como ropas, y el interior del cuerpo como una envoltura de tejidos, encajes que hacen de la arquitectura general del cuerpo una amplia metáfora social. (M.-

Ch. Pochelle).

Por lo que hace a los personajes de ficción utópicamente mimados por la naturaleza, en ellos el maquillaje resulta superfluo: así, en el Roman de la Rose, Amor se instala junto a una dama que se llama Belleza, brillante como la luna ante la que las estrellas no son sino reducidas candelas: no está "ni acicalada ni maquillada", no necesita aderezos ni artificios. Én cambio, cuando se trata de quienes no han sido tan favorecidos por una naturaleza que actúa al margen de la literatura, el aderezamiento y las diferentes enmiendas son necesarios para proporcionar o devolver la seducción. Según Mondeville, el mundo de las mujeres se pone en movimiento para transmitirse unas a otras recetas de seducción, depilatorios diversos (cal viva, depilación con pinzas, con ayuda de los dedos impregnados en pez, o también —paciente tarea— agujas calientes clavadas en el bulbo piloso), o prácticas que parece preferible no mencionar, aunque sea en la intimidad conyugal. Én caso de quemaduras, Mondeville sugiere decirle al marido que la doncella calentó demasiado el agua del baño... También habrá que suplir la palidez del semblante: en Les trois Méchines, en que tres muchachas se preparan para el baile del pueblo, una de ellas emprende un largo viaje para procurarse un polvo mágico que, según se dice, hará que la sangre ascienda desde los pies al rostro, y Roberto de Blois, en El escarmiento de damas, aconseja a las mujeres que tomen por la mañana un buen desayuno, porque es algo que hace maravillas en el cutis.

Componente importante de la seducción: el olor, o al menos la neutralidad olfativa de la persona. Henri de Mondeville transmite numerosas recetas para evitar el olor de la transpiración y aromatizar los cabellos con ayuda del almizcle, del clavo, de la nuez moscada y del cardamomo. En un lai alegórico, los que viven en el paraíso de los buenos amantes tienen la cabeza cubierta de coronas de rosas y de escaramujos por lo que difunden un suave olor. Dama Ociosa, en el Roman de la Rose, posee como triunfo de seducción un "aliento dulce y perfumado" y en El escarmiento de damas se aconseja aspirar o desayunar anís, hinojo o comino, que parecen ser altamente eficaces. Por otra parte —un consejo de buena sociabilidad—, mantenerse un tanto lejos de los interlocutores permite no importunarlos: "En el transcurso del combate amoroso, no os dejéis abrazar, porque el olor desagradable incomoda mucho más cuando estáis más caliente".

En El cuento del molinero, de Chaucer, el guapo enamorado Absalón se levanta al primer canto del gallo, se peina y masca cardamomo y regaliz para tener un buen olor; con la intención de seducir a la muchacha, le dirige una metáfora olfativa rebosante de connotaciones de dulzura y placer carnal: "¡Mi precioso pajarito, mi dulce canela!". También los vestidos son igualmente objeto de consejos cuyo blanco es la satisfacción del sentido del olfato: Mondeville aconseja lavarlos de tiempo en tiempo con lejía, perfumarlos con gran cantidad de flores de violeta, y humedecerlos con agua fresca en la que se habrá macerado raíz de lirio molida muy fina.

Cuidados para el cabello

En la percepción del cuerpo, el pelo es un elemento importante de la conciencia de sí y de la representación de la persona. El color rubio es un elemento canónico, como lo atestiguan las numerosas denominaciones del mismo y esas heroínas cuyo mismo nombre evoca su condición de rubias, tales Clarissant, Soredamor o Lienor. Si las obras narrativas privilegian el cabello rubio, hay mujeres presentadas como muy elegantes de las que, sin embargo, puede decirse que son un poi brunete, un tanto morenas (La novela de la violeta). Laudine es rubia, pero su doncella de confianza Lunete es una avenarte brunete, una graciosa morena. Los otros colores pueden tener un destino interesante, así el rojo que se especializa en el terreno moral. En La gesta de los Narbonenses de los tres hijos de Aymeri, el que encarna la tercera función, la función nutricia, es pelirrojo, y a este color parece atribuírsele un cierto valor peyorativo (J. Grisward):

Muy cierto es lo que he oído decir,

Que no es posible hallar un pelirrojo pacífico,

¡Todos son violentos: tengo de ello la prueba evidente!

En el Lancalot en prosa, Méléagant es pelirrojo y está lleno de manchas rojas.

Hay recetas que permiten devolverles su color rubio a los cabellos encanecidos: hay que recubrirlos durante toda una noche de una pasta hecha de ceniza de sarmientos de vid y de fresno macerados y cocidos durante medio día en vinagre. Un texto anglonormando del siglo Xlll el Ornatus mulierum, nos proporciona una abundante información: este texto —más o menos contemporáneo del célebre cuadro a cargo de Adam de La Halle que opone los encantos de su esposa en los días de su matrimonio a los estragos de la edad que han empañado los hermosos cabellos "relucientes como el oro, fuertes, ondulados y tornasolados" y los han vuelto ahora "escasos, negros y lacios"— pone el acento más insistente sobre la cabellera que hay que conservar a todo trance y en ocasiones procurar que se mantenga abundante. Sus consejos combinan el cuidado del color y la higiene: lavado, tinte, rojo, negro, castaño; suavidad del cabello, uso del aceite de oliva; y lucha, en fin, contra la caspa y los piojos. La profesión de lavadora de cabeza se menciona ocasionalmente en los relatos: en L'Escoufle, la hermosa Aelis logra sobrevivir en Montpellier lavando la cabeza de las gentes importantes (haus homes), y se alaba particularmente su competencia.

Trenzas o cabello suelto

Hay otras formas de enmendar la naturaleza y de hacer trabajar el capital de que dispone la mujer. Así, por ejemplo, las trenzas alabadas con frecuencia por su largura (Chaucer: "En su espalda una trenza que medía un metro") pueden convertirse en arquitecturas: en el Roman de la Rose, Dama Ociosa, con un espejo en la mano, ha trenzado ricamente su cabellera con una preciosa cinta, y Juan de Meung le da a la mujer estos con sejos: "¡Si no posee un bello rostro, que ofrezca al menos a las miradas, con discreción, sus hermosas trenzas que caen sobre la nuca, puesto que ella sabe muy bien que su cabellera es bella y bien trenzada! ¡La belleza del cabello es un espectáculo muy agradable!". Por el contrario, los cabellos sueltos tienen un fuerte valor erótico, y el hada Melusina podría ser perfectamente el emblema de este juego de seducción. Cuando el pelo deshecho está hirsuto expresa la tristeza. Él personaje alegórico Tristeza del Roman de la Rose se tira de sus cabellos y los arranca bajo los efectos de la cólera y del pesar. También es signo de duelo: bajo la mirada de Yvain —y no era un triunfo de seducción desdeñable—, Laudine se arrancaba de pena sus rubios cabellos, y, en La novela de la violeta, la bella

Euriaut, que se desespera de la pérdida de su amigo, introduce violentamente sus dedos en su trenza y deshace su peinado.

Cuidados corporales, peligros del cuerpo

Una colección surgida de la tradición ovidiana durante el siglo Xlll, la Clave de amor, asocia con los consejos concernientes al código de la sociabilidad (canto, juego, maneras de mesa) ciertas anotaciones sobre la higiene y la valoración del cuerpo, por cierto muy interesantes para la historia del fetichismo: hay que saber mostrar los pies, o usar el escote... Se aconsejan algunos artificios: los bustos abundantes ganarán en interés con ropa ajustada, mientras que los vestidos amplios permiten enmendar la delgadez. En el Escarmiento de damas, Roberto de Blois se muestra muy firme sobre los cuidados de las manos y de las uñas que no han de sobresalir, precauciones que deben considerarse desde el punto de vista de las conveniencias corporales (y, por tanto, desde el de la mirada de los demás) mejor que desde el ángulo de una posible seducción: "Una dama adquiere mala reputación si no se muestra bien limpia. Un aspecto cuidado y agradable vale más que una belleza descuidada".

Sin embargo, en este mismo contexto, la valoración del cuerpo se acompaña de consejos destinados a desanimar cualquier tentación de exhibicionismo intempestivo. Frente a los peligros de los juegos de la carne, frente a la posible captación de las miradas, la valoración sobria y controlada de las partes del cuerpo que se pueden lícitamente mostrar es suficiente para sugerir que el conjunto del cuerpo que no se ve es efectivamente hermoso: "No es bueno para una dama desvelar su blanco cuerpo a otros que no sean sus íntimos. Una deja entreverse su pecho a fin de que pueda advertirse qué blanco es su cuerpo. Otra deja voluntariamente que se muestre su costado. Una tercera descubre demasiado sus piernas. Un hombre sensato no ve bien esta forma de comportarse, porque el deseo se apodera astutamente del corazón del prójimo cuando se enreda en ello la mirada. Razón por la cual el prudente tiene Costumbre de decir: `¡Ojos que no ven, corazón que no siente!'. Un blanco seno, un blanco cuel o, un semblante blanco, unas blancas manos indican —a mi juicio— que ese cuerpo es bello bajo sus vestidos. La mujer que descubre esas zonas no se comporta inadecuadamente, porque una dama debe tener muy en cuenta este prin

 en una gran bañera de mármol, con escaleras que descendían hasta el fondo, se estaba bañando Melusina...". La novela de Melusina o la Historia de los Lusignan. (París, Bibl. Nac., res. Ye 400.)

 

cipio: se comporta mal la que ofrece su cuerpo a las miradas de los demás".

 

Prácticas corporales: el baño y la sangría

Éntre los cuidados corporales, lavarse las manos, acto que precede y sigue a la comida, se halla constantemente evocado en los textos medievales, y la ausencia de semejante uso puede llegar a constatarse con consternación: en el curso de un periplo que le lleva desde Escocia hasta Noruega, Sone de Nansay, héroe de una novela del siglo Xlll se entera de la relatividad de las costumbres: entre otras extravagancias, en Noruega, ¡no se lava uno las manos después de comer! No obstante, es el baño lo que constituye el objeto de frecuentes comentarios en los relatos, y es al baño al que se le atribuye, estructuralmente, una importantefunción simbólica. Én la representación de lo privado, el baño delimita el espacio y el tiempo de la intimidad, un área espacial y un tiempo reservado a lo íntimo. A diferencia del aderezamiento colectivo al que se entrega el grupo de las damas en la corte en La castellana de Vargi, la toilette aparece como un acto solitario. Por otra parte, la expresión del pudor y la voluntad de soledad en la muchacha, en La novela da la violeta, por ejemplo, muestran la ocasión de la transgresión, y el baño se verá espiado. El baño permite así que aflore el erotismo, y se comprende que las estufas y baños públicos hayan sido objeto de una regulación y de determinada vigilancia:acudir a las estufas comunes parece haber llevado consigo ciertos riesgos y, a veces a causa de los celos del marido, solían instalarse estufas privadas.

En el terreno narrativo, el erotismo parece estrechamente vinculado a la humedad típicamente femenina que sugiere el vapor, cuyo alcance subrayan las palabras de la Vieja en el Roman de la Rose, cuando ve a Bella Acogida "mirándose para ver si su chapeo le sienta bien": "Estáis aún en la infancia y no sabéis lo que vais a hacer, pero yo sé muy bien que en un momento cualquiera, tarde o temprano, atravesaréis la llama que todo lo hace arder y os bañaréis en la cuba donde Venus calienta a las mujeres. ¡Lo sé muy bien, entonces experimentaréis lo que es el fuego! Así pues, os aconsejo que os preparéis, antes de ir a bañaros allí, de acuerdo con los consejos que os dé, porque el hombre que no tiene a nadie para enseñarle toma un baño peligroso".

La novela Flamenca hace de los baños de Bourbon-1'Archambault el punto focal del relato, ya que las estufas aparecen en él como lugar de encuentro de los amantes que se andan buscando. Se trata de baños terapéuticos cuyas virtudes precisan un cartelón colocado en cada baño.

A ellos afluyen enfermos, cojos y lisiados de todas partes: en cada baño hay una fuente de agua hirviente y a ua fría para templarla. Cada baño está cerrado y aislado; unas habitaciones contiguas permiten descansar después del tratamiento. Los baños se toman de acuerdo con las fases lunares: Flamenca, que dice hallarse enferma, le comunica a su esposo que le gustaría bañarse al miércoles siguiente: "La luna está en su último cuarto, pero, dentro de tres días más, se habrá oscurecido, y habrá mejorado mi estado". Su futuro amante oye a su huésped proponerle unos baños: "Hoy", le dice, "no voy a usar de ellos, porque estamos muy cerca de las calendas: vale más aguardar; mañana es el noveno día de la luna, y será un buen momento para bañarme". Es así como puede uno disfrutar de momentos de soledad, así como de una sociabilidad a veces poco deseable: el entorno femenino de Flamenca se dirige con ella a los baños, llevando consigo palanganas y ungüentos.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 83; Мы поможем в написании вашей работы!

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