La intimidad privada frente al mundo exterior 10 страница



De los consejos de pudor emana también una muy cuidadosa evaluación de lo lícito y lo ilícito: Betsabé se lavaba y se peinaba junto a una ventana en la que el rey David podía verla, funesto exhibicionismo cuyas consecuencias son bien conocidas: "(...) este pecado tuvo como origen el hecho de peinarse y de envanecerse de su hermosa caballera, lo que constituye una fuente de múltiples males. Por eso cualquier mujer ha de procurar ocultarse, peinarse y vestirse en privado, sin envanecerse de su atractivo, ni mostrar, para complacer al mundo, sus hermosos cabellos, ni su cuello, ni su busto, ni nada de lo que conviene mantener cubierto".

De la reflexión en torno a un cuerpo debidamente controlado por el respeto a las horas y a las estaciones, y a un aderezamiento controlado y apropiado a las circunstancias sociales y estacionales, emergen aquí y allí consejos sobre la proximidad corporal, en particular en el transcurso de un debate que opone amablemente al caballero y a su esposa. Más conciliador, el padre tomaba en consideración algunos contactos; pero la dama se muestra de una extremada prudencia: "En cuanto a mis hijas, que están aquí, yo les tengo prohibidos los besos, las caricias sobre el pecho y otras familiaridades" (le baisiem; le poetriner et tel maniéres d,esbatement), términos que revelan hasta qué punto la promiscuidad podía interpretarse de acuerdo con un código que no dejaba de ser ambiguo. Ya en el siglo XIII, Flamenca introducía precisamente en escena ciertos gestos de familiaridad que podían ser objetos de dos interpretaciones. Él rey introduce "familiarmente" la mano en el seno de la joven: "Creía hacerle honor al señor Archambaut cuando, en su presencia, abrazaba y besaba a su mujer; lo hacía sin mala intención"; pero si el gesto carnal puede interpretarse en términos de normalidad, siempre puede llegar a sugerir, en el mismo instante, la transgresión de una frontera.

Calor y luz en la vivianda

Entendido como señal de una compañía deseada y centro de sociabilidad (salvo cuando fuego y luz son dispensación de seres del Otro Mundo cuya hospitalidad puede ser ambigua), el fuego forma parte de los ritos de acogida, y el lugar más cerca del fuego se le otorga al visitante. Érec es recibido en el hogar del hidalgo, padre de Enide, mientras el fuego arde con gran viveza y resplandor ante todos. "Resplandeciente y sin humo", como se dice con insistencia en los cuentos, el fuego es garantía de calor físico y moral, al tiempo que alivia de las fatigas y sufrimientos del viaje. En las escenas en que los esposos recostados sobre un cojín disfrutan de esmerados manjares que se asocian al calor como un elemento de la dicha doméstica, la imagen de la vida conyugal se centra inequívocamente en el hogar, signo de convivialidad.

En su ambigüedad, la luz o su ausencia permite en los cuentos sustituciones y equívocos, utilizada en esos casos con parsimonia, de acuerdo con su rareza en la realidad, por oposición al derroche utópico de luminosidad en los relatos aristocráticos. En la imagen de la vida conyugal, el uso de la luz es a veces el signo de una ocupación del espacio íntimo en función de la legitimidad o la ilegitimidad de los amores. Así, por ejemplo, en el libro del caballero de La Tour Landry, con ocasión de una querella que opone en el juego ante el tablero a un gentilhombre y a una doncella, acontece que las palabras suben de tono. Él le dice a su pareja que, si fuera sensata, no acudiría por la noche a las habitaciones de los hombres para "abrazarlos y estrecharlos a oscuras en sus lechos". En otro lugar, la esposa cuyo rijoso marido tiene siempre a mano una o dos mujeres suplementarias se comporta en forma ejemplar; cuando aquel regresa de sus retozos, de sus "desahogos", según dice, encuentra la candela encendida, una toalla y agua para lavarse las manos. Según se halle o no bañado en oscuridad, el espacio íntimo designa aquí su ilegitimidad o afirma su legitimidad.

Él hecho de que en los cuentos sea la mujer quien se ocupe del fuego alimenta el mito de la mujer todopoderosa en la casa, que conspira para alejar de ella al hombre y que está a punto de conseguirlo (M.-Th. Lorcin). Y si, en el universo misógino de los Quince gozos del matrimonio, el hombre se ve llevado a ocuparse del fuego, ello se debe a que en su casa las cosas van muy mal. En la tela es de los escritos que se ensañan con la mujer y con el matrimonio, esta colección de relatos de finales del siglo XlV (o de comienzos del XV) introduce en escena un universo doméstico en que esposa, suegra y sirvientas conspiran para fabricarle al marido un mundo sin ilusiones cuyo espacio, "una estrecha prisión, dolorosa y llena de llantos", como lo describe la introducción, se distribuye simbólicamente en dos polos, alcoba y sala, pero sobre todo en dos esferas táctiles que alcanzan a lo más profundo del ser, el calor y el frío. Por lo demás, en esta obra no hay escapatoria del encierro de la casa inhóspita y el jardín sólo aparece como lugar de sociabilidad antes de caer en la "trampa" del matrimonio. La mujer, diestra en sus astucias, se refugia en la alcoba; y es en la alcoba donde se desenvuelve una cordial sociabilidad, alrededor de la recién parida o cuando se trata de poner en marcha una estrategia cuya finalidad radica en hacer callar las sospechas del marido. Consenso sin réplica ni convivialidad: las mu jeres beben y tragan. Al hombre, al esposo, se le reserva la soledad: lejos del fuego, se va a veces a dormir sin cenar, helado, empapado y entumecido; se levantará al día siguiente sin fuego ni luz. En un mundo subvertido en que el esposo ha de atizar el fuego para su mujer, en el que, mientras ella se emperifolla, él ha de preparar la comida, la distribución de las tareas trastorna el orden del mundo doméstico. Cuando sus padres y allegados vienen a visitar al esposo se le niega la sociabilidad. Mientras aleja a los sirvientes de la casa, la esposa le prohíbe los gestos de la acogida. A él no le queda sino llevarse a sus huéspedes a una sala sin fuego ni acondicionamiento que, desprovista de su función de ámbito social, ya no es otra cosa para el marido que un lastimoso refugio. Por el contrario, la cohesión del grupo femenino —esposa, doncella, madre, hermana o prima que reúnen en torno de un buen fuego en invierno o en verano bajo la enramada— está asegurada por el saber y la participación en la "vieja danza", la canción. De este modo, el espacio doméstico se nos muestra como un universo tabicado que le designa al individuo, hombre o mujer, su estatuto correspondiente, sumisión o poder. Aislado en su alcoba, sometido al hambre, a la sed y al frío, relegado a la sala helada, privado de toda sociabilidad, el esposo vive una pesadilla, la trampa del matrimonio. La familia es el lugar de los conflictos permanentes; hijos y esposas se confabulan contra el padre, en particular el primogénito que quiere hacerse con el mando y a cuyos ojos la muerte del padre se retrasa demasiado. En vano tratará el padre de dictar una carta del orden doméstico; ni sus términos ni su tono le permitirán escaparse de la trampa.

El entorno bueno y el malo

Lejos de reducirse a simples figurantes en la sociedad doméstica, los subalternos tienen una función para la que se halla muy sensibilizada la cohesión del grupo familiar. Así, por ejemplo, en La bella Halaine de Constantinopla, a fin de transmitir la misiva falsificada, la suegra acude a gentes extrañas, sin vinculación con la familia, y, en L'Escoufle, el emperador olvida la promesa de matrimonio que obligaba a Guil ermo y a Aélis bajo la influencia de malos consejeros: en efecto, a la muerte del padre de Guillermo, el soberano se rodea deconsejeros perniciosos (noviax conseilliers), de traidores, de aduladores (losengiers), y el texto subraya que el emperador habría hecho mejor en arrancarse uno de los dos ojos, porque lo único en que piensan los consejeros es en "desorientar y hacer el mal".

En el universo estrictamente doméstico cabe recordar aquellos consejos que El administrador dirigía a la joven esposa sobre la elección juiciosa de la servidumbre doméstica, pero ya un Dictado del siglo XlV muestra a esa misma esposa como víctima de un entorno mal escogido. Una buena compañera induce a la esposa al bien, no vacila en reprenderla, en desaconsejarle talantes y apariencias chocantes (folz maintiens y foles samblanches), y se guarda sobre todo de halagarla. Pero a esta buena influencia, a esta presencia formativa, le sucede una mujer que pasa por eficiente (preude), pero que ejerce de hecho una influencia absolutamente nefasta al aconsejarle a la esposa que se eche un amigo a fin de aprovecharse de su juventud (Lai del caballaro blanco).

La mujer: vida activa y contemplativa

 

Él descubrimiento reciente de una decena de reglas de vida cristiana presentadas en forma de "jornadas", escritas en francés entre el siglo XIII y comienzos del XlV, a las que vienen a añadirse algunos textos italianos y españoles, permite hacerse una idea del empleo del tiempo de una mujer que quiere asegurarse la salvación. En este terreno, los trabajos de Geneviéve Hasenohr, de los que aquí se han tomado numerosas formulaciones, han hecho ver hasta qué punto, en las normas dictadas, se han silenciado o han sido objeto de reservas determinados aspectos de la vida familiar y conyugal. La vida del grupo doméstico y la vida del individuo, la sociabilidad y la expansión natural del yo aparecen en ellas relacionadas entre sí como te nsiones virtuales. De este modo, el esclarecimiento aportado por estos textos clericales a la lectura de moralistas laicos como el caballero de La Tour Landry, El administrador de París y Christine de Pisan resulta ser de primerísima importancia. En la sociedad femenina tal corno la ven los clérigos, el esquema tripartito —mujer casada, viuda o virgen— somete el estado matrimonial al estado de castidad, y de esa forma la vía real es entonces la vida contemplativa (G. Hasenohr): ahora bien, semejante valoración da origen a escritos de dirección espiritual que, al tener que ser en adelante accesibles a "personas sencillas", durante los siglos XiV y XV, se hacen eco de los sermones franceses del siglo Xlll.

"La vida de los contemplativos es mejor que la de los activos", subrayan las Siete condiciones de una mujer excelente: en comparación con las viudas y las vírgenes, la mujer casada, cargada con un pesado hándicap, no puede disponer con facilidad de sí misma y de su tiempo, y si es cierto que la pastoral propone a veces a la esposa un modelo de vida activa, cabe, no obstante, advertir en todo ello la inequívoca resolución de insertar en un marco de vida activa un proyecto de vida contemplativa. Én relación con la emergencia del individuo a través de la progresiva constitución de un área mental reservada que en este caso se trata de organizar desde la perspectiva de la salvación, ¿cómo poner de acuerdo el estatuto de una mujer perteneciente por naturaleza a la vida activa y la perfección de vida cristiana que tiene como instrumento privilegiado la contemplación? Quien quiera asociar la vida contemplativa a la vida activa —enseña el Stimulus amoris atribuido a san Buenaventura, texto muy anpliamente difundido en traducciones desde comienzos del sigloXV —, ha de recogerse todo él en su corazón, explorar su fondo último, las entrañas de su corazón, en una palabra, perderse por comen Dios. Injertar la vida contemplativa en la vida activa: se han ansubrayado con toda razón las inevitables tensiones que no pudieron menos de surgir en la vivencia cotidiana entre la aspiración a la vida espiritual y la sumisión a los deberes temporales, despreciados por la espiritualidad del contemptus mundi et carnis. Ciertos programas de vida como el Decor puellarum dan testimonio de una organización muy rigurosa que encierra a las mujeres de la mañana a la noche, en particular cuando se trata de sustraer a las miradas ajenas las manifestaciones corporales de la piedad. Én el seno de los impedimentos de la vida cotidiana, habría de bastar con regresar "al arca de la oración contemplativa, porque cuanto más crecen las aguas de la tribulación, tanto más ha de elevarse en alto el arca de la oración". Así, la hora más conveniente para la plegaria será el corazón de la noche: "Yo creo, mi muy querida hija, que la hora de mayor provecho para vos y para nosotros sería la de media noche, después del sueño, después de la digestión, cuando los trabajos mundanos quedan lejos y abandonados, y cuando tampoco los vecinos nos verán, ni nadie nos verá salvo Dios, no habrá nadie que pueda advertir nuestros gemidos, lágrimas y suspiros surgidos de lo profundo del corazón, como tampoco los amargos clamores, llantos y lamentaciones interrumpidos por fuertes suspiros, las postraciones y genuflexiones de humildad, los ojos húmedos, la faz estremecida y sudorosa, ya encendida, ya demudada" (Manuscrito anónimo, Arsenal, 2176).

Si el tiempo ideal para la meditación es la noche, después de la cena, la jornada entera se halla jalonada por faenas de interiorización y de dominio de la vida personal: para reemplazar la lectura monástica durante las comidas se le propone a la esposa un programa de oraciones mentales o de meditaciones; por cierto que hay que subrayar que el cónyuge apenas si hace acto de presencia, sobre todo en el momento de acostarse, porque —al igual que las viudas las esposas se acuestan solas y en silencio.

Mantener en la vida activa un estado de devoción y de recogimiento que debe santificar todos los momentos de la jornada: este ideal de huida del mundo conduce a formas de reclusión en la casa familiar o en el domicilio conyugal, y, en el interior mismo de la casa, a una reclusión en la alcoba, último refugio contra la vida "mundana" y laica (G. Hasenohr). Así, por ejemplo, la Opara a ben vivere de san Antonino, en el siglo XV, asegura un puesto cuidadosamente medido a la lectura y a la oración mental. Después de la comida, la mujer se retirará en cuanto le sea posible a su alcoba ("en el retiro de vuestro cuarto, ocupaos útilmente, leyendo, rezando o meditando hasta que suenen las vísperas"). Para la mujer que quiera vivir espiritualmente, el trabajo manual no debe ser sino un paliativo del hastío y de la falta de fervor. Se advierte asimismo una delimitación normativa de cuanto tenga que ver con la vida del grupo doméstico, con la constante solicitud de preservar la parte de libertad personal, condición del mejoramiento del yo espiritual. En el Decor puellarum de Juan el Cartujano, los consejos insisten de buena gana en el hecho loable de sustraerse a una sociabilidad de chismorreo: permanecer en oración hasta que toda la familia se haya acostado, asegurarse —clausura simbólica del alma concienzudamente cerrada a cualquier tentación exterior—de que puertas, ventanas y arcones estén bien cerrados, y así es como de retiro en retiro se elabora un universo interior autárquico donde el ser, vuelto todo él hacia Dios, se encuentra consigo mismo, en el más íntimo deslizamiento hacia el corazón de la noche.

Finalmente, el puesto otorgado a la lectura, ya que se prescribe la lectura todos los días de al menos "una página o dos de algún libro devoto para la refección de vuestra alma", aproxima las jornadas femeninas a las reglas de vida destinadas a los recogidos y reclusas. Fechada a fines del siglo XIII o a comienzos del XlV, una carta de dirección espiritual sobre "la recta forma de vivir" que ha de observar el alma, insiste en particular sobre la negación de sí mismo en la propia casa: hay que mantenerse "lo más recluidamente que puedas en tu alcoba, porque fue también en su alcoba donde la Virgen recibió la salutación angélica y donde concibió al Hijo de Dios".

 


El cuerpo

Én las representaciones literarias, el cuerpo se halla sometido a un sistema de figuraciones totalmente codificado: las convenciones dictan en él su estatuto y sus gestos. De este dominio emergen poco a poco los lineamientos de una conciencia de sí en la que el cuerpo no es sólo el signo de una exaltación de la persona como disfrute ante el Yo y el Otro, sino también la sede de un buen uso y de un mal uso de sí. Hay visiones contrastadas que adoptan el cuerpo como objeto de una descripción hiperbólica y de una enmienda deseable, pero también de una amenazadora condenación. Lejos de reducirse a un elemento fortuito de verosimilitud narrativa, el cuerpo habla ampliamente de las problemáticas del individuo frente a lo colectivo: es un modo de aprehensión del mundo, lo mismo a través de la valoración de la belleza que a través del rechazo de la fealdad y de las propuestas de maceración. Desde la perspectiva de la salvación, la carne es algo que pertenece íntegramente al presente. A finales del siglo Xll, Hélinant de Froidmont, cuyos versos dejan transparentarse los indicios de una subjetividad naciente, interpela a la muerte en estos términos: "(...) tú que te apoderas de las tierras libres / Y que te sirves de los blancos cuellos / Como de piedras de amolar" (Versos da la muerte).

Las representaciones del cuerpo

Modelos y seducciones

La exaltación del cuerpo es un patrimonio recobrado por la literatura de entretenimiento. En forma paralela a la escultura gótica que jugaba abundantemente con la torsión y la dislocación cuyas incidencias sobre las relaciones del cuerpo con el fondo transformado en superficie cóncava son bien conocidas, la literatura presenta un código absolutamente específico, así como la recurrencia de un topos que asigna al cuerpo femenino los componentes de una belleza canónica: blancura de la tez, realzada por un toque rosado, cabellera rubia, disposición armoniosa de los rasgos, rostro alargado, nariz aguda y regular, ojos vivos y reidores, labios finos y bermejos. A semejante estereotipo le corresponde un doble masculino que hace a veces del muchacho, Cligés o Aucassin, el doblete de la mujer que ama. Él topos del cuerpo femenino se presta gustosamente a la metáfora: así, la trayectoria de la flecha de amor le permite a Chrétien de Troyes atribuir elementos de la anatomía femenina a cada parte de la flecha. De modo más explícito, y más en concreto durante el siglo XIII, se puede detallar también el cuerpo: unos senos firmes se comparan a nueces, por ejemplo, y si bien en el código literario no aparece la dislocación de la escultura, la cadera femenina se subraya, no obstante, como una suerte de censura, en la medida en que el vestido ajustado marca el talle, con aberturas que dejan adivinar las articulaciones del cuerpo.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 79; Мы поможем в написании вашей работы!

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