La crisis yugoslava en un sistema estalinista



 

La dinámica de las repúblicas populares de la Europa oriental ocasionará una serie de conflictos que irán minando los regímenes comunistas y desembocará en el fracaso de un sistema que se reclamaba heredero del marxismo-leninismo. El primero de ellos se produce viviendo todavía Stalin y está protagonizado por el líder yugoslavo Josip Broz, conocido por «Tito», que había participado en la Guerra Civil española y había dirigido en su país las acciones guerrilleras más relevantes contra los alemanes. Vayamos unos años atrás: Hitler no reconoció el Estado yugoslavo y lo había desmembrado: Italia y Alemania se repartieron Eslovenia, en Croacia se estableció un Estado controlado por los nazis, Montenegro pasó a Italia, y Bulgaria y Hungría se apropiaron de zonas serbias. Los serbios, judíos y gitanos fueron perseguidos y exterminados en un gran número. Tito, de origen croata, consiguió articular un ejército guerrillero capaz de enfrentarse a las tropas alemanas con más de trescientos mil hombres y mujeres a principios de 1941, que llegarán a ser más de setecientos mil a finales de 1944, encuadrados en veinticuatro brigadas. Se constituyó un Gobierno provisional reconocido por Pedro I, el rey exiliado de Yugoslavia. Las tropas rusas solo intervinieron al final de la guerra para liberar Belgrado, pero se retiraron en 1945 después de una gran pérdida de vidas humanas, que se calcula en torno a 1 700 000. Un Frente Popular, con el Partido Comunista como partido más importante, ganó las elecciones y abolió la monarquía.

Churchill y Stalin habían decidido repartirse al 50% el territorio de Yugoslavia, pero Tito, que se adelantó proclamando la República Federal, mantendría una política exterior independiente, en convivencia con los que se denominarían «Países No Alineados». Y ello a pesar de que se declaraba seguidor del marxismo-leninismo y reconocía la trayectoria de la URSS y su papel en la revolución mundial. De hecho, Tito no siguió las consignas económicas soviéticas y aceleró la industrialización del país en contra de las directrices de Stalin, que pretendía que entre las repúblicas socialistas del este europeo se estableciera una división del trabajo y, en el caso de Yugoslavia, su papel sería la producción agrícola. Tito, con el asesoramiento de economistas yugoslavos, no se plegó a las normas económicas del Kremlin, propuso la autogestión en las empresas industriales y agrícolas, y desplazó del poder a los prosoviéticos, recibiendo ayuda occidental dentro de la estrategia de la Guerra Fría para debilitar a la URSS.

Stalin le acusará de traidor a los principios comunistas y de colaboracionista con el imperialismo, e impondrá una disciplina rígida, sin contemplaciones, sobre los dirigentes de las demás repúblicas, que debían aceptar sin ninguna crítica la estrategia que marcara el PCUS en un tiempo en que la economía estaba en bancarrota y las poblaciones sufrían grandes privaciones. Situación que provocó malestar en una gran mayoría de la población y se tradujo en algunas críticas por diversos líderes comunistas que, automáticamente, serían acusados de traidores al comunismo y agentes del imperialismo, lo que comportaba largas condenas de cárcel o fusilamientos después de juicios sin las suficientes garantías procesales. Ser comunista era, fundamentalmente, seguir ciegamente las directrices emanadas de los dirigentes del Kremlin, que imponía de esa manera una soberanía limitada a los países satélites donde el Estado era el principal referente de la sociedad, absorbiendo la economía, la educación y la cultura. Según algunos cálculos, entre 1947 y 1952, fueron depurados un 25% de dirigentes comunistas de las autoproclamadas repúblicas democráticas populares y se declaraba, sin ningún pudor, que estas eran una manera de instalar la dictadura del proletariado.

Y se llega al momento en que, el 28 de junio de 1948, el Comité Ejecutivo del Kominform publica una resolución por la que, a la manera de una condena herética, se expulsa de la organización al PC yugoslavo por considerarlo traidor a los principios comunistas. En 1979, en la VI Cumbre de Países No Alineados, a la que asistieron 138 representantes de distintos Estados, muchos de ellos recién descolonizados, Tito mantuvo su posición de permanecer equidistante de las dos grandes potencias.

Tito, que ocupaba desde 1953 la presidencia del Gobierno, pasó a ocupar de modo vitalicio la jefatura del Estado en 1974 y hasta su muerte. Pero Yugoslavia, en contra de sus planes, no llegará a perdurar como Estado a finales del siglo XX, resultando inútil el Consejo Federal que establecía la Constitución yugoslava. Con el estallido de una nueva guerra de los Balcanes, entre 1992 y 1996, Yugoslavia se dividió en varios países independientes.

En octubre de 1952 se celebró el XIX Congreso del PCUS, reunión del máximo órgano político soviético que no se celebraba desde 1936. Stalin está en su máximo apogeo, con un poder indiscutible y admitiendo toda clase de alabanzas hacia su persona, como la que en agosto de 1936 publicaba el diario oficial Pravda: «Oh gran Stalin, oh jefe de los pueblos/ Tú, por quien el hombre viene al mundo/ Tú, que haces fructificar la Tierra/ Tú, que restauras los siglos […]», o como el folleto firmado por él unos días antes de este Congreso, titulado Los problemas económicos del socialismo en la URSS, difundido por todos los partidos comunistas del mundo, y que fue calificado por los dirigentes de los partidos comunistas de todo el mundo vinculados a la estrategia del PCUS como una aportación genial de la ciencia marxista-leninista, cuando en realidad no decía nada nuevo e incluso contenía un implícito reconocimiento de las tensiones económicas que había provocado la resistencia ante las medidas de colectivización de la agricultura.

Stalin intervino solo en la clausura del Congreso para justificar su política y salvaguardar la seguridad de la URSS. Dio algunas señales de no querer entrar en conflicto y buscar la alianza con el otro gran país comunista, la China de Mao, e instó a los partidos comunistas para que lucharan por la independencia nacional contra las burguesías que habían capitulado ante el imperialismo. Los asistentes se deshicieron en elogios delirantes calificándole de «gran jefe genial», aunque la documentación consultada después de la caída del régimen soviético demuestra las desconfianzas de los dirigentes de la URSS y la actitud despótica y de suspicacia del propio Stalin hacia sus principales colaboradores. Veía conspiraciones por todas partes. Se cuenta la anécdota de un destacado militante de la época, Gregory Bulganin, quien le dijo a quien sería años después sucesor del dictador soviético, Nikita Kruschev, que cuando te invitaba Stalin no sabías si ibas a dormir en tu casa o en la cárcel. Mientras, en el mundo occidental, se agudizaba el anticomunismo que veía en el comunismo un peligro que pretendía eliminar las sociedades dotadas de libertades de mercado, asociación y opinión.

El 6 de marzo de 1953, el Comité Central del PCUS anunciaba que el camarada Stalin había muerto el día anterior, sin aclarar suficientemente las causas del fallecimiento, aunque todo indicaba un ataque cerebral, según testimonios posteriores de sus médicos, aunque desde Occidente se especuló con el envenenamiento. La conmoción nacional se extendió por toda la URSS, especialmente en Rusia, y la gente se amontonaba para ver el cadáver del «padrecito», produciéndose, incluso, atropellos que ocasionaron la muerte de algunas de las miles de personas que ocuparon los alrededores del Kremlin. Stalin había gobernado durante veintinueve años (desde 1922 hasta ese año de 1953), consiguiendo un poder absoluto como presidente del Gobierno, secretario del partido y ministro de Defensa. Comenzaba con su desa parición una nueva época.

Después de la muerte de Stalin hubo una crítica a su forma de gobernar y una condena de sus métodos, pero la relación de la URSS con las repúblicas populares no cambió sustancialmente hasta la llamada «perestroika», durante la penúltima década del siglo XX.


El intento de deshielo en la política internacional y el mantenimiento del control de las repúblicas populares

 

En un principio, con el fin de establecer la sucesión de Stalin, se constituyó en la URSS un modelo colegiado formado por el todopoderoso Laurent Beria, jefe de la Policía y ministro de Interior; Georgi Naxinmilianovich Malenkov, que fue nombrado jefe del Gobierno, Viachesla Mijailovich Scriabin, conocido como «Molotov»; y una nueva figura desconocida en el mundo occidental, Nikita Kruschev, nacido en 1894, y de origen ucraniano, que se había distinguido por su eficacia en la resistencia contra el Ejército nazi invasor y al que se le atribuyó la secretaría general del PCUS, al destacarse su carácter de persona discreta. Comenzó, entonces, la lucha entre los estalinistas y los reformistas, que proponían una amnistía, una suavización de las condiciones laborales. Disminuyó la política antisemita de los últimos años de Stalin y se produjo la supresión de distintos campos de trabajo en que estaban confinados los presos considerados políticos, los «Gulags» que describiera el escritor Alexander Soljenitsin en Un día en la vida de Iván Denisovich, que fue publicada en el mismo año de la denuncia del estalinismo en el XX Congreso del PCUS: una obra muy criticada y repudiada por los dirigentes soviéticos, de tal modo que el autor no pudo publicar en su país su segunda novela, la cual acabaría siendo distribuida en Occidente: El primer círculo. Los límites a la libertad de creación siguieron vigentes y una censura estricta predominó sobre muchos escritores, como se puso de manifiesto con el escritor Boris Pasternak, autor de Doctor Zhivago, quien tuvo que renunciar al Premio Nobel de Literatura de 1958 por orden de las autoridades de la URSS y fue acusado por la prensa soviética de traidor a la patria, aunque no fue detenido ni se exilió, algo que no sucedió con otros escritores menos conocidos que sí fueron represaliados. En la época de Stalin hubieran sido ejecutados, pero después de su muerte padecieron algún tiempo de cárcel y no pudieron ejercer su oficio de narradores o ensayistas. Algo parecido les ocurrió a muchos pintores, escultores o directores de cine en los años sesenta del siglo XX. Sin embargo, algunos escritores fueron rehabilitados, como Isaac Babel, e incluso algunas obras de Kafka e Ionesco acabaron por ser tra ducidas al ruso. De una manera tímida, la literatura y las artes rusas, así como las de los países satélites, abandonaron el monolitismo y mantuvieron un equilibrio entre la censura y la tolerancia, si bien siempre vigiladas por el aparato del partido.

En el orden internacional, en 1953 se alcanzó un armisticio en Corea que dejó dividido el país en dos Estados, como Alemania, donde se produjeron manifestaciones contra la política comunista en la zona de Berlín y en otras ciudades del este que provocaron la intervención de los tanques rusos. Todo ello produjo la caída de Beria, acusado de establecer el control policial sobre las demás instituciones. Sería ejecutado, con otros colaboradores, el 25 de diciembre de 1953. En 1955 Malenkov dimitía de su cargo de ministro de Exteriores alegando que no tenía experiencia política, y entonces Molotov, uno de los más destacados estalinistas, con el apoyo del Ejército, se encargó de la política internacional, mientras Kruschev fortalecía su posición como secretario del PCUS.

En mayo de 1955 nacería el Pacto de Varsovia, como un tratado de amistad, cooperación y asistencia mutua. Fue más, como algunos autores han señalado, una comunidad militar ideológica que una cooperación de países con intereses comunes. Aun así, comenzó en 1956 una etapa de distensión con la Conferencia de Ginebra de los grandes líderes de las potencias que habían ganado la II Guerra Mundial. La URSS trató de entenderse con la Alemania Occidental dirigida por el democristiano Conrad Adenauer, devolviendo prisioneros alemanes todavía encarcelados en la URSS. Sin embargo, el deshielo tendrá un alcance limitado.

El duro control sobre las repúblicas populares y la represión ante movimientos de resistencia no cejaron. En Polonia, en 1948, viviendo aún Stalin, hubo diversos enfrentamientos entre obreros y la Policía, y el líder soviético había adoptado una política sin paliativos, haciendo dimitir al jefe de Gobierno polaco, Wladislaw Gomulka. En su lugar colocó provisionalmente al mariscal Konstantinovich Rokossovsky, polaco nacionalizado ruso, que estableció campos de trabajo para los disidentes y persiguió a la Iglesia católica, convirtiendo al cardenal Stefan Wyszynski en símbolo de la resistencia, y después ocupó el poder el nuevo jefe del Partido Comunista polaco, Boleslaw Bierut, quien moriría mientras asistía al XX Congreso del PCUS en febrero de 1956. Ante las revueltas populares de Poznan en julio de 1956 Gomulka volvió a ser nombrado jefe de Gobierno. Fueron igualmente reprimidos distintos intentos de articular una política nacional propia en Hungría en 1956, donde se enfrentaron estalinistas y reformistas. El cardenal József Mindszenty tuvo que refugiarse en la embajada estadounidense y más de un millón de húngaros huyeron a través de la frontera de Austria hasta que las tropas de la URSS restablecieron el control y se hizo cargo del poder el ortodoxo Janos Kadar. Todo ello provocaría la desafectación de muchos intelectuales occidentales del régimen soviético. En Checoslovaquia el proceso contra el secretario general del Partido Comunista Checoslovaco en 1952, todavía vivo Stalin, fue Rudolf Slansky, veterano comunista y judío, acusado de agente peligroso del imperialismo occidental y ejecutado con la intervención de la KGB, y el terror alcanzó su máximo apogeo. Se interpretó su eliminación como un gesto antisionista, como ocurrió en otros procesos. De los judíos se desconfiaba en los partidos comunistas. Otros, como el escritor Arthur London, sufrieron torturas para conseguir su confesión y fueron condenados a cadena perpetua, aunque este fue rehabilitado en 1956, fallecido ya Stalin. El cineasta Costa Gravas se basó en los testimonios de London para realizar el film La Confesión, protagonizada por Ives Montand en 1970.

 

Nikita Kruschev, que se había distinguido por su eficacia en la resistencia contra el Ejército nazi, fue el máximo dirigente de la URSS entre 1953 y 1964.

 

Años más tarde, en 1968, ocurrió otra disputa entre la URSS y Checoslovaquia, con el Gobierno del reformista Alexander Dubcek, que había desplazado a los ortodoxos comunistas del poder en el partido y en el Gobierno: las tropas del pacto de Varsovia, que eran principalmente rusas, acabaron con el experimento de liberalización invadiendo el país y reprimiendo las manifestaciones de estudiantes. Fue el fin de lo que se denominó «la primavera de Praga».

Pero volvamos a la URSS. En el XX Congreso del PCUS, celebrado en Moscú el 24 de febrero de 1956, Stalin pasó de ser «el genio más grande de la humanidad» a ser considerado responsable de muchas atrocidades. Kruschev, que ya se había deshecho del es ta linista Malenkov, venía pensando desde 1955 en desenmascarar lo que había supuesto la etapa de Stalin, porque creía que era el único medio para iniciar un cierto camino de reformas moderadas dentro del orden soviético. Constituyó una comisión secreta de investigación sobre las actuaciones del sucesor de Lenin, presidida por el historiador Pyotr Pospelov, que había sido uno de los biógrafos aduladores de Stalin. El documento elaborado afirmaba que existía una diferencia entre la modestia de Lenin y la egolatría de Stalin y señalaba la brutalidad de este contra personas que no habían cometido ningún delito y habían sido fieles comunistas cuyas confesiones resultaron obtenidas por la tortura. Incluso Kruschev, en su discurso ante el XX Congreso, acusa a Stalin de no atender las informaciones de la probable invasión de la Alemania nazi y de genocida de algunas nacionalidades, desmitificando su fama de «capitán más grande de la historia». Sin embargo, en la rehabilitación de muchos ajusticiados o encarcelados, Kruschev no llegó muy lejos y no incluyó a los trotskistas. Se cuenta la anécdota de que mientras pronunciaba su discurso en el XX Congreso le entregaron un papel anónimo de algún congresista que le preguntaba: «¿Y tú qué hacías mientras ocurrían estos hechos?». Kruschev interrumpió su intervención y preguntó quién lo había escrito. Se produjo un tenso y absoluto silencio y contestó: «Hice como todos vosotros, conservar la vida».

En el mundo comunista estas denuncias produjeron una gran convulsión, especialmente porque la crítica se centró en la figura de Stalin sin extenderla a las instituciones que le ayudaron en sus planes. Se prohibió difundir al mundo occidental el discurso de Kruschev por considerar que era proporcionar argumentos al capitalismo. A la postre, la actuación de un personaje no debía empañar la lucha por el socialismo. Los servicios secretos occidentales desconocían los planes de Kruschev y su plan de desestalinización, salvo los de Israel. Comenzaba, de todas formas, una nueva época, con una cierta distensión mundial, sin que los dos grandes bloques bajaran la guardia. Se mantuvo la guerra soterrada de espías y de influencias sobre los nuevos países descolonizados de Asia y África, sobre los movimientos revolucionarios guerrilleros de Sudamérica, o el apoyo a sectores cristianos que propiciaban un diálogo con el marxismo, y el deseo de reconciliarse con la Yugoslavia de Tito, pero manteniendo la soberanía limitada sobre los países del este de Europa.

La propaganda comunista siguió defendiendo a la URSS y aprovechaba cualquier conflicto para desacreditar a Estados Unidos y a los países occidentales, aunque se admitió la táctica del PC italiano, defendida por su líder Palmiro Togliatti, de alcanzar el poder por métodos democráticos y la vía libre para que el PCE cambiara su estrategia política proponiendo la «re con ciliación nacional» defendida por Santiago Carrillo y el abandono de la lucha guerrillera de los llamados «maquis» contra el dictador Francisco Franco. Se trataba de combinar la coexistencia pacífica con la agitación social y política en cada uno de los bloques, utilizando todo tipo de propaganda a favor y en contra del otro bando, como ocurrió con la pugna por la conquista del espacio, la exaltación de los que viajaban más allá de la atmósfera —se nombró héroe de la URSS al astronauta Yuri Gagarin—, y de igual modo la rivalidad se extendió a las armas nucleares. Eso mismo ocurriría en la guerra del Vietnam, que transcurrió entre 1964 y 1975, donde los norteamericanos no lograron evitar la división del país entre un régimen comunista, la República Democrática del Vietnam dirigida por Ho Chi Minh con capital en Hanoi, y otro prooccidental con capital en Saigón, después de que los colonizadores franceses abandonaron la zona. Y también, anteriormente, en 1961, con la construcción del muro de Berlín, en una ciudad dividida en una parte occidental y otra prosoviética a donde solo se podía acceder por avión, para impedir el paso de los alemanes del Este a la República Federal Alemana que los países de mocráticos ganadores de la II Guerra Mundial habían contribuido a crear en la parte controlada por británicos, estadounidenses y franceses.

Estados Unidos, por su parte, acentuó la rivalidad que estalló entre soviéticos y chinos a partir de 1957, y quince años después el propio presidente estadounidense Richard Nixon se entrevistaría con Mao. Hubo escisiones en los partidos comunistas de todo el mundo, pero principalmente en Italia, España y Argentina, porque algunos militantes optaron por el marxismo-maoísmo que alcanzó su paroxismo en la denominada «Revolución Cultural», que significó una radicalización con respecto a los valores occidentales e incluso soviéticos, después de un periodo aperturista, entre 1956 y 1958, denominado «campaña de las cien flores».

En lo que respecta a China, El libro rojo de Mao se convirtió en un catecismo para millones de seguidores, y se llegó incluso a efectuar el cambio del simbolismo de los semáforos: podía transitarse en rojo, color de la revolución, y debía pararse cuando aparecía el color verde. Mao había publicado en 1957 un folleto titulado Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del Pueblo , en el cual se decía que «el marxismo solo puede desarrollarse en la lucha, y esto no es solo para el pasado y presente, también es necesariamente para el futuro». La literatura occidental y parte de la rusa fueron consideradas antirrevolucionarias y burguesas. Los sectores reformistas del PCCh se vieron apartados de sus cargos y una fuerte represión se extendió entre aquellos considerados tibios con los principios marxistas-maoís-tas. Solo pudieron retomar el poder a la muerte de Mao, a los 82 años, cuando se eliminó a la llamada «banda de los cuatro», a la que pertenecía la esposa oficial de Mao y algunos de los dirigentes más radicales en la defensa de los principios revolucionarios. Todos ellos habían contado, mientras el máximo dirigente comunista vivía, con su apoyo para llevar a cabo las depuraciones de los «aburguesados y contrarrevolucionarios» acusados durante la llamada «Revolución Cultural», o con los que tenían un pasado considerado insuficientemente revolucionario.

LOS MOVIMIENTOS SOCIALISTAS EN LATINOAMÉRICA: DE LA CUBA DE FIDEL CASTRO AL CHILE DE SALVADOR ALLENDE

 

Las condiciones económicas y sociales de lo que se ha dado en llamar «Latinoamérica» o «Iberoamérica» eran lo suficientemente propicias para que cuajara un movimiento revolucionario de signo marxista o anarquista, tanto entre la población autóctona con presencia de indígenas en los pueblos andinos y México, como en el conglomerado multirracial en Brasil o entre los nuevos emigrantes que se habían trasladado principalmente desde Europa, en especial de España y en menor medida de Italia. Los lugares más proclives eran Argentina, Chile y Uruguay, aunque también Cuba, que hasta 1898 había formado parte de la corona española, así como Colombia, Venezuela, y en menor medida Perú. Las condiciones en que quedó el mundo, dividido en dos bloques ideológicos y económicos, afectarían a la estrategia de las dos superpotencias en su relación con los países latinoamericanos. Durante la II Guerra Mundial, Argentina, Chile o México entre otros, se vieron favorecidos por las exportaciones, que continuaron hasta la guerra de Corea, pero después disminuyeron drásticamente y conviene además no olvidar que el Plan Marshall no fue aplicado a Sudamérica. Solo Brasil había mandado un contingente militar a luchar en la guerra contra Alemania, mientras en el país había una dictadura de corte corporativista, el Estado Novo de Getulio Vargas, que se vio obligado a dimitir y convocar elecciones en diciembre de 1945 para elaborar una nueva Constitución. Sería elegido presidente de la República el general Enrique Dutra, con el apoyo de los so cial demócratas, aunque Vargas volvería al poder al ganar de nuevo la presidencia con el Partido Trabalhista Brasileiro (PTB) en 1950 al obtener el 48,7% de los votos. Sin embargo, su populismo le llevó al aislamiento político en el interior de su país y ante Estados Unidos, y acabaría suicidándose en 1954. Escribió una carta culpando a los intereses de ciertos grupos internacionales conectados con sectores del país para concluir que dejaba «la vida para entrar en la historia». En 1955 sería elegido presidente el socialdemócrata Juscelino Kubitschek, quien practicó una política de sustitución de importaciones. Los comunistas en Brasil eran un grupo reducido con escasa influencia política. En Argentina, la dictadura del general Juan Perón fue la más próxima a los alemanes y ayudó a España en la posguerra. Por otro lado, su mujer, Eva Perón, que visitaría varias ciudades españolas, fue convertida en mito por el sindicalismo de la Confederación General del Trabajo (CGT) que pasó a defender la política peronista que adquirió formas peculiares de populismo. En ella existían posiciones de extrema izquierda y de ultraderecha. Sus orígenes se encuentran en la sindical Federación Obrera Regional Argentina (FORA) controlada por anarcosindicalistas entre los cuales tuvieron un papel relevante los exiliados anarquistas españoles como Diego Abad de Santillán y Emilio López Arango.

A pesar de las diferencias entre los distintos países latinoamericanos existían tendencias sociales parecidas: una lengua similar, el español, además del portugués en Brasil, junto a un crecimiento demográfico expansivo entre 1950 y 1980: Argentina pasó en esos años de diecisiete millones de personas a veintiocho, Brasil de cincuenta y dos a ciento veinte millones, Venezuela de cinco a quince y Chile de seis a once. Hasta los años 70 los calificados como analfabetos no podían votar en la mayoría de los países, salvo en México y Argentina, y las mujeres adquirieron el derecho al voto de manera discontinua, según los Estados, entre 1945 y 1961.

También compartieron una población que mayoritariamente vivía en precarias condiciones y había empezado a trasladarse del campo a las grandes ciudades instalándose en territorios no urbanizados sin tener las mínimas condiciones de salubridad. Las favelas brasileñas en Rio de Janeiro o Sao Pablo, así como los barrios de México D.F. son ejemplos de estas nuevas condiciones sociales que se extenderían por las grandes ciudades de Iberoamérica.

Las posibilidades de desarrollo no se tradujeron en un crecimiento equilibrado, provocando un desajuste entre una minoría que controlaba la mayor parte de la riqueza, agrícola, comercial e industrial, y unas clases obreras y campesinas, indígenas, criollas o emigradas, que apenas contaban con el mínimo sustento para subsistir. Algunos empresarios invirtieron, apoyados por sus Gobiernos, para desarrollar una industria propia basada en bienes de consumo pero no pudieron competir con los estadounidenses o con los europeos, así que el mercado se restringió a sus territorios. Y además, Estados Unidos buscaba ampliar sus intereses en el continente. Como diría el presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz, «México tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos», lo que reflejaba el sentimiento que se extendió por toda Latinoamérica y provocó distintos movimientos revolucionarios que desbordaban a los partidos socialistas o comunistas que existían en Europa.

La democracia liberal tuvo un estado precario durante largos periodos. Era frecuente el establecimiento de dictaduras militares que han quedado reflejadas en una literatura en castellano de gran calidad, como la del escritor colombiano y premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez quien, entre sus obras narrativas, retrató la figura del militar que se convierte en jefe de un Estado al que controla por su única voluntad en El otoño del patriarca. En 1947 se establecieron en Río de Janeiro unas bases para la constitución de la Organización de Estados Americanos (OEA), con el objetivo de afrontar una defensa conjunta ante una amenaza proveniente del interior o del exterior. En 1954, en la Conferencia de Caracas, se aprobó una resolución, cuando era el presidente estadounidense Ike Eisenhower, que declaraba que el comunismo suponía un ataque a la soberanía de los países, y en base a ello la Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) reclutó a un contingente para derribar, en Guatemala, al Gobierno de Arbenz Guzmán, elegido democráticamente. Sin embargo, durante el mandato de John F. Kennedy en 1961 se lanzará la idea de la Nueva Frontera en un intento de reconducir las relaciones con América Latina desde posiciones de diálogo y fomento de la democracia, algo que no tuvo tiempo de cuajar por su asesinato, pero que volvió a retomarse durante la presidencia de Jimmy Carter, ya en 1980.


Дата добавления: 2019-11-25; просмотров: 161; Мы поможем в написании вашей работы!

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