Europa: socialdemocracia y estado de bienestar



 

Europa quedó dividida tras el final de la II Guerra Mundial en 1945 en dos zonas bajo la influencia y el control de dos grandes potencias: Estados Unidos y la URSS. Se produjeron masivos desplazamientos, de millones de personas, luego del acuerdo de los países triunfadores respecto de las nuevas fronteras. Varios te rritorios quedaron en ruinas y se vieron necesitados de ayudas que supusieron acarrear muchos recursos para su reconstrucción. En Gran Bretaña, los laboristas, que le ganaron las elecciones a Churchill en 1945, decretaron estrictas medidas de austeridad practicando una política de nacionalizaciones y concertando los salarios con los sindicatos que tenían un protagonismo fundamental en la estructura del laborismo británico.

 

Cuando terminó la II Guerra Mundial, Stalin tenía sesenta y cinco años y se había convertido en un mito para sus seguidores y buena parte de los comunistas; incluso para muchos socialistas de todo el mundo. Su dominio sobre los partidos comunistas de todo el mundo fue total hasta su muerte, el 6 de marzo de 1953.

 

Otra de las consecuencias de la II Guerra Mundial fue la pérdida de la hegemonía europea en el mundo, en una guerra que fue principalmente civil entre los propios europeos: Francia quedó desmoralizada, con una inestabilidad política similar a la de Italia; Gran Bretaña tenía una inflación muy alta y problemas presupuestarios; Alemania había quedado destruida, desarmada, desmilitarizada y dividida. Los aliados habían tratado ya sobre el futuro de Alemania proponiendo en la Conferencia de Teherán, en septiembre de 1944, la destrucción y el desmantelamiento de su tejido industrial para convertirla en un pueblo de agricultores y ganaderos, pero Churchill y Roosevelt no llegaron a un acuerdo con Stalin y abandonaron el plan. Seis millones de alemanes se vieron enjuiciados por su colaboración con los nazis y en Nuremberg fueron juzgados, a lo largo de 218 días, los principales dirigentes nazis que no murieron o no pudieron huir. Hubo once condenas de muerte y otras que comportaban largos periodos de cárcel.

Las colonias, por su parte, empezaron a demandar su independencia con ritmos y trayectorias diferentes. La denominación «Tercer Mundo» comenzó a usarse a partir de los años 50 del siglo XX para englobar a una serie de países que estaban colonizados y eran económicamente dependientes.

En Francia, los comunistas adquirieron gran protagonismo en la IV República, formada después de la II Guerra Mundial, mitificando su intervención en la resistencia contra la dominación nazi. Ocuparon carteras ministeriales hasta 1947 y, en colaboración con los so cia listas, nacionalizaron el Banco de Francia, los seguros, la electricidad y la minería de carbón.

En Italia, el rey Víctor Manuel III abdicó el 9 de mayo de 1946 y le sucedió su hijo Humberto, que solo reinó un mes después de que la República ganara el referéndum el 2 de junio por unos doce millones frente a diez. El democristiano Alcide de Gasperi, primer presidente provisional del Gobierno establecido después de la II Guerra Mundial, favoreció la gobernabilidad de su partido, la Democracia Cristiana. La Constitución de la nueva República italiana fue aprobada el 22 de septiembre de 1946. El Gobierno de concentración estuvo compuesto por socialistas, comunistas y democristianos. Palmiro Togliatti, el sucesor de Gramsci, organizó, a partir de 1945, un Partido Comunista Italiano (PCI) que supo superar electoralmente a los socialistas y rescató la obra de aquel teórico y dirigente comunista. Gramsci, que murió en la cárcel durante la etapa del fascismo, había dejado clara la necesidad de conseguir que el socialismo se convirtiera en una fuerza hegemónica en todos los frentes, administrativos e intelectuales. Gramsci pretendía superar el dilema entre revolución y reformismo porque creía que el proceso hacia el socialismo debía arraigar en las mentes de la mayor parte de la población y el partido era el cauce para conseguirlo. Los socialistas, aunque divididos en diversas corrientes, practicaron una política de concertación con los democristianos, impidiendo que los comunistas ascendieran al Gobierno.

En Grecia estalló una guerra civil cuando el Gobierno del liberal Georgios Papandreu —padre del que décadas más tarde sería dirigente socialista, Andreas Papandreu— ordenó que las milicias que habían luchado contra los nazis, controladas por los comunistas, se disolvieran, pero continuaron la guerra con el apoyo soviético, a pesar de que Stalin había convenido con Churchill que Grecia quedaba bajo la influencia británica, pero sus condiciones económicas no le permitían desplazar tropas. La intervención de Estados Unidos, con 230 millones de dólares, mantuvo el régimen monárquico-parlamentario y los comunistas fueron ilegalizados al perder la guerra.

El 5 de junio de 1947 el secretario de Estado del presidente Truman, el general George C. Marshall, expuso en una conferencia en la Universidad de Harvard un plan para apoyar con millones de dólares la reconstrucción europea. Entre 1948 y 1952 los estadounidenses aportaron 13.182 millones de dólares (2.421 para Gran Bretaña, 2.753 para Francia, 1.511 para Italia, 1.389 para Alemania y el resto para otros países como Yugoslavia, que, gobernada por el croata Josip Broz Tito, estaba enfrentada a la URSS, aunque había proclamado una república socialista y federal, en apariencia similar a la de los otros países del este europeo que habían quedado bajo la influencia y dominio soviético). La URSS renunció a sus beneficios e impuso que Checoslovaquia se retirara del plan, cuando ya lo había aceptado.

Stalin manifestó su protesta porque los aliados habían incluido en el proyecto a Alemania sin consultarle, lo que provocó que no se llegara a un acuerdo sobre las ayudas del Plan Marshall a los países empobrecidos tras la guerra. Decidió establecer una República en la parte oriental de Alemania bajo el dominio de un partido único: el Partido de Unidad Socialista, que se proclamó comunista. Solo quedó como un enclave independiente la ciudad de Berlín. Los aliados, por su parte, unificaron sus territorios controlados por británicos, estadounidenses y franceses y establecieron una república parlamentaria con capital en Bonn, la República Federal de Alemania (en plena Guerra Fría conocida más habitualmente como «Alemania Occidental»). Se redactó la Constitución de 1949 y se reorganizaron dos grandes partidos, los socialdemócratas del SPD y los democristianos de la Unión Demócrata Cristiana (CDU, en sus siglas en alemán).

Se excluyó del Plan Marshall a España, ya bajo el régimen dictatorial de Franco. Pero la política aislacionista internacional ante el peculiar caso español se fue suavizando a medida que las diferencias entre Estados Unidos y la URSS se acentuaron y los dos Estados de la península ibérica, Portugal y España, se convirtieron en un punto estratégico militar con la instalación de bases militares que ayudaron a mantener el régimen de Franco en el poder hasta su muerte en 1975. Además, los aliados recelaban de unos exiliados españoles que no conseguían ponerse de acuerdo en un régimen común y además aquellos pensaban que los comunistas españoles podían tener opciones de controlar el poder, lo que significaba en el comienzo de la Guerra Fría la posibilidad nada remota de tener un territorio enemigo en medio de su área de influencia, la no soviética. Sobre las expectativas españolas de que la ayuda americana llegara se realizó una magnífica película dirigida en 1952 por el cineasta Luis García Berlanga, Bienvenido, Mr. Marshall, que exponía con ironía la situación española.

Un caso especial fue el de Austria que, por el Tratado de Viena de 1955, recuperó su soberanía. Las tropas soviéticas salieron del país con la condición de que el país se mantuviera neutral en la pugna entre los aliados y la URSS. En tiempos del Imperio Austro-Húngaro habían surgido en Viena una cantidad importante de escritores, ensayistas y científicos, la llamada «Viena de Wittgenstein», en reconocimiento del gran filósofo del siglo XX, que se trasladó a Oxford y revolucionó la filosofía. También existió y se difundió una corriente marxista, el austromarxismo, que pretendía abordar, a partir de las teorías marxistas, el problema de las nacionalidades. El término engloba a una serie de pensadores marxistas que no elaboraron una teoría similar al leninismo. Sus mayores representantes fueron Otto Bauer, Max Adler y Karl Renner, que fue presidente de la República. Intentaron crear una tercera vía entre el leninismo y el reformismo de la II Internacional. La revolución debía ser gradual, construida desde dentro del capitalismo y para ello era necesario que los socialistas ocuparan el Gobierno y se implicaran en una política de alianzas. Habían sufrido la experiencia de su derrota, en 1933-1934, por Engelbert Dollfuss, quien construyó un régimen autoritario y permitió la difusión del nazismo. Según Bauer, era necesario que el socialismo no se recluyera solo en los obreros industriales, tenía que atraer a los campesinos y a las clases medias a las que había de incorporar a los beneficios sociales. Precisamente los Gobiernos socialistas de entreguerras habían empezado a poner en marcha lo que después fue denominado «estado de bienestar», estableciendo redes de protección que permitieran, durante un tiempo, coexistir con el capitalismo. En su un libro, El socialismo y los intelectuales, Bauer reconocía la importancia de la aportación cultural burguesa y la necesidad de conectar con los intelectuales. Influido por el filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), continuador de la obra de Emmanuel Kant, afirmó que era preciso establecer una educación basada en la cultura de los pueblos, acumulada a lo largo de la historia, y que la obligación de los socialistas era mantenerla y fomentarla, creando una verdadera educación nacional que abarcara a todas las clases sociales y en la que el socialismo aportara las ideas de igualdad y fraternidad, pero intentó dotar al marxismo de una lectura distinta del nacionalismo, algo que para él no estaba en contradicción con el internacionalismo proletario.

Los socialistas o socialdemócratas de la Europa occidental transformaron su discurso de socialización de los medios de producción y abolición de la propiedad privada y aceptaron la economía de libre mercado, separándose de las tesis económicas marxistas. Los sindicatos, junto a los partidos socialistas, acordaran a partir de mediados de los años 50 del siglo XX prestaciones económicas y sociales desde el Estado, antes desconocidas, como los subsidios por desempleo, la jornada de ocho horas, una sanidad y una educación gratuitas, así como pensiones obligatorias de jubilación, vacaciones pagadas y revisiones periódicas salariales que favorecieron las condiciones de trabajo y la vida de los obreros industriales y campesinos. Los comunistas pasaron, por su parte, a la oposición y se convirtieron, hasta bien avanzada esa misma década de los 50, en satélites del PCUS, con diversas escisiones en su seno, según las circunstancias políticas internacionales.

Los derechos democráticos se extendieron por la mayoría de los países occidentales, con la excepción de España y Portugal. Los socialdemócratas se acomodaron a la sociedad del libre mercado a cambio de recibir las prestaciones sociales que los partidos socialistas contribuyeron a implantar porque formaron parte de casi todos los Gobiernos de Europa.

 

Durante sus 10 años en el Senado, Joseph Raymond McCarthy se hizo famoso por sus investigaciones entre los círculos intelectuales, periodísticos y cinematográficos a personas que él consideraba sospechosas de ser agentes soviéticos o simpatizantes del comunismo.

 

EL DESARROLLO DE LA PROPAGANDA POLÍTICA EN LA GUERRA FRÍA: LA SOCIALDEMOCRACIA APUESTA POR LA SOCIEDAD DE MERCADO

 

Una vez establecidas las fronteras al finalizar la II Guerra Mundial, se intensificaron las divergencias entre los dos modelos de sociedad, la comunista de planificación centralizada y la de libre mercado con nacionalizaciones puntuales en determinadas industrias con si deradas básicas. La pugna duró varios lustros y pasó por momentos de tensión y distensión. En los años 50 del siglo XX el comunismo adquirió un carácter de rechazo por los Gobiernos occidentales, y más directamente en Estados Unidos, donde el senador Joseph McCarthy se convirtió en el principal perseguidor de aquellos que él creía que fomentaban las ideas comunistas y favorecían los intereses del Bloque soviético, especialmente entre los círculos intelectuales, periodísticos y cinematográficos. Así, el término «macartismo» se ha convertido en sinónimo de «caza de brujas», es decir, sinónimo del hecho de poner la seguridad del Estado por encima de los derechos civiles.

El 17 de marzo de 1948, en Bruselas, los países del Benelux, Gran Bretaña, Italia y Francia constituyeron, con objetivos defensivos, la Unión Europea Occidental. En Washington se firmó el Tratado del Atlántico Norte (que creaba la OTAN) el 4 de abril de 1949 entre los países que se habían reunido en Bruselas, más Portugal, Canadá y Estados Unidos. En 1952 se incorporarían Turquía y Grecia y en 1955 lo hizo la Alemania Occidental. En el artículo 5 se decía que «el ataque contra uno o varios países se consideraría contra todos ellos». La firma de ese Tratado establecía de alguna manera el arranque de lo que se dio en llamar la «Guerra Fría», también denominada la era del «equilibrio del Terror», algo ya ineludible cuando la URSS consiguió fabricar la bomba atómica en 1949 y en contrapartida a la OTAN creó su propia organización defensiva, el Pacto de Varsovia, junto a las autodenominadas «repúblicas democráticas del este de Europa» controladas por los partidos comunistas. Fue la Guerra Fría una tensión entre bloques capaz de provocar, además, toda una literatura de espionajes y conspiraciones, que se reflejó en espléndidas obras como las de los escritores británicos John Le Carré o Graham Greene.

La URSS se lanzó a una campaña de propaganda de los beneficios del régimen comunista y trató de extender su influencia por los nuevos países emergentes de Asia y África e influir en los movimientos revolucionarios de Latinoamérica, desprestigiando a los países capitalistas a los que se acusaba de que solo buscaban su propio interés. El mundo occidental contrarrestaba esa visión afirmando que los trabajadores de sus países vivían mejor y tenían más posibilidades de progresar que los que vivían en Estados comunistas, donde la planificación económica impedía un consumo libre y no existía libertad de prensa ni de expresión. Los partidos socialistas mantuvieron durante bastante tiempo un discurso marxista basado en la lucha de clases para interpretar el mundo y una práctica política colaboracionista con la sociedad de libre mercado, al tiempo que cada vez más se alienaban con los Gobiernos occidentales frente a la URSS.


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Comunismo, liberalismo
y socialdemocracia (1946-1973)

 

EL TRIUNFO DE LA REVOLUCIÓN CHINA: EL MARXISMO-MAOÍSMO

 

La china fue la tercera revolución del siglo XX y en ella el campesinado tuvo un papel clave. La primera habría sido la de México, en 1910, la de Emiliano Zapata y Pancho Villa, entre otros; la segunda, la bolchevique de 1917. Esa tercera revolución, la china, triunfó en 1949, liderada por Mao Tsé-tung, el dirigente comunista que en Occidente acabaremos conociendo mejor como «Mao Zedong» para adaptar la grafía al chino estándar.

China, como gran parte de Asía, había experimentado el colonialismo de los países desarrollados occidentales, pero era depositaria de una milenaria civilización con raíces en el confucionismo, el taoísmo y el budismo, y con una estructura social que permanece inalterable hasta el siglo XIX, en que entra en contacto con las potencias coloniales provocando una conmoción en la sociedad, especialmente en las clases dirigentes. Los emperadores de la dinastía Ching (o Qing), que reinaba desde 1644, gobernaban un inmenso territorio e intentaban cerrar el país a las influencias extranjeras. Pero a partir de 1885 perderán su capacidad para contenerlas y los distintos países coloniales se repartirán diferentes zonas de influencia, compartiéndolas también con Japón. Surge, a mediados del siglo XIX, un creciente movimiento nacionalista en China contrario a la monarquía, que se verá cada vez más asediada por los sectores republicanos cuyo principal líder será Sun Yat-sen, considerado el creador de la China moderna.

El 10 de octubre de 1911 se produce una gran rebelión contra la monarquía autocrática. Tropas imperiales se amotinan contra sus jefes y los rebeldes toman Nankín, y Sun Yat-sen es proclamado presidente provisional de la República, pero renuncia a la presidencia ante el enfrentamiento con uno de los jefes militares, Yuan Shikai. Este no cumple el programa previsto, suspende la Constitución y pretende, con la ayuda japonesa, fundar una nueva dinastía. Una etapa de desconcierto le permite mantenerse precariamente como presidente en todas las regiones. Los gobernadores de las provincias se convierten en señores de la guerra y crean poderes autónomos sin reconocer el Gobierno central, agravándose la situación con la muerte de Yuan Shikai. En esta coyuntura, cuatro grupos políticos fundan un nuevo partido, el Kuomintang (también Guomindang, Partido Nacional Popular), dirigido por Sun Yat-sen. Entre 1917 y 1926 la situación es de permanente caos. Sun Yat-sen busca el apoyo de los triunfantes bolcheviques rusos y se distancia de los países occidentales. Consigue ayuda militar de los soviéticos pero muere en 1925, sucediéndole Jiang Jieshi (también conocido como «Chiang Kai-shek»), que asume el liderazgo del Kuomintang y derrotará a los señores de la guerra estableciendo la unidad del país. Si Sun Yat-sen llegó a pactos con los comunistas formando un frente unido, las cosas cambiaron partir de 1927. La ruptura entre los nacionalistas y los comunistas chinos se hace irreversible y estos tienen que refugiarse en las zonas montañosas y pasar a la clandestinidad. Jiang Jieshi consigue derrotar a las milicias comunistas en una primera fase, rompe la relación con la Unión Soviética y obtiene la ayuda de Estados Unidos.

El Kuomintang no afronta la reforma agraria que reclamaban los campesinos mientras los comunistas insistían de manera frecuente en el reparto de la tierra. La labor del Kuomintang se centró principalmente en establecer acuerdos con las potencias europeas y acabar con los privilegios comerciales que estas tenían en China, que se convierte en una potencia asiática con representación en la Sociedad de Naciones, surgida después de la I Guerra Mundial.

Los japoneses consideraban el territorio de Manchuria como propio e invadieron la zona para evitar que China adquiriera un poder territorial grande. Jiang Jieshi, el líder del Partido Nacionalista, que se ha convertido en un dictador militar, les declara la guerra. De esta manera el Kuomintang tiene que luchar en dos frentes: contra los comunistas y los japoneses.

Para entonces, los comunistas crean un ejército propio y Mao Zedong se convierte en su líder indiscutible. Para él la revolución socialista debía ser protagonizada por el campesinado, alterando los principios del marxismo que hacía del proletariado industrial el principal elemento de la revolución. Entre 1927 y 1934, los comunistas, que están esparcidos en distintos núcleos de China, tienen su base principal en la zona de Jiangxi (también transcrita como Kiangsi), donde se mantuvieron hasta que sus tropas emprendieron la llamada «Larga Marcha» el 16 de octubre de 1934, cuando más de cien mil afiliados y simpatizantes comunistas iniciaron un largo camino desde la base de Jiangxi, sorteando por las montañas y ríos las tierras controladas por los nacionalistas del Kuomintang. Recorrieron más de 12 500 km para llegar al norte, escapar del cerco del ejército de Jiang Jieshi y contactar con otros focos guerrilleros comunistas aislados. Sobrevivieron unos treinta mil después de un año de marcha. Era el inicio del triunfo del comunismo chino y la figura de Mao se convirtió en un icono nacional, comparable a Lenin o Stalin.

Mao había nacido en Hunan en 1893, en una familia de pequeños propietarios. Obtiene el grado de maestro y estuvo empleado en la biblioteca universitaria de Pekín. En contacto con grupos marxistas, en 1921 asiste en Shanghai a la fundación del Partido Comunista de China (PCCh) y escribe sobre cómo adaptar el marxismo a las condiciones de un país con miles de kilómetros y cuya principal actividad productiva era la agrícola. En 1925 entra en el Kuomintang y publica trabajos sobre la situación de los campesinos. Cuando en 1927 Jiang Jieshi persigue a los comunistas, Mao se separa del Kuomintang, reclama la expropiación de las tierras a favor de los campesinos y se enfrenta con la facción del PCCh que piensa que la revolución debe surgir de los centros urbanos. Organiza las milicias armadas del partido y proclama la República Soviética de Jiangxi, a la que Jiang Jieshi trataría de aplastar.

El nuevo gobierno de la República Popular China asumió la difícil y costosa reconstrucción nacional después de la Larga Marcha. Mao se erigió en líder de la nueva República comunista.

 

Stalin tendrá una posición ambigua respecto de la revolución comunista china. Por una parte, se alegraba de que el comunismo progresara en el mundo, pero desde su defensa de los intereses de la URSS no le motivaba que un país potente como China se convirtiera, como así ocurrió, en otro país comunista que pudiera hacerle la competencia, y por eso su ayuda no fue sustanciosa. En cambio, el Kuomintang si recibiría armas y dinero de Estados Unidos para hacer frente al avance comunista. Mao Zedong intenta llegar a un acuerdo con el Kuomintang, proponiendo un Gobierno de coalición que negocie la rendición del Japón cuando termina la II Guerra Mundial. Pero el pacto no fue posible y se desencadena la guerra civil, en 1946, entre el Ejército Rojo comunista y las tropas comandadas por Jiang Jieshi. Después de la ofensiva de Manchuria y la toma de Yenan por los comunistas, Mao saldrá como triunfador y proclamará la República Popular China el 1 de octubre 1949, mientras Jiang Jieshi se exilia en la isla de Formosa. Comienza, a raíz del triunfo maoísta, una corriente propia del marxismo que tendrá amplia repercusión en Asia, África y también en Europa. El marxismo-maoísmo generará su peculiar interpretación de la revolución socialista y se irá alejando del modelo soviético, compitiendo en todo el mundo por la hegemonía comunista.

LA EVOLUCIÓN DE LAS DEMOCRACIAS POPULARES EN EL ESTE DE EUROPA

 

Como ya de alguna manera anticipamos en el capítulo anterior, al final de la II Guerra Mundial, el Ejército Rojo soviético ocupó siete Estados de la Europa oriental: Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Yugoslavia, Albania, y el este de Alemania. Eran países que, en su mayoría, habían formado parte del Imperio Austro-Húngaro y que se habían constituido en Estados después de la I Guerra Mundial, pero, salvo Alemania y Checoslovaquia, no tenían tradición democrática. Rumanos, húngaros y búlgaros se habían alineado con la Alemania de Hitler, y los soldados soviéticos ocuparon estos territorios como vencedores y establecieron sus propias condiciones políticas. En el caso de Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia que estaban ocupados por las tropas alemanas, existía una resistencia de guerrillas y Gobiernos en el exilio. La URSS aprovechó, en cualquier caso, ambas circunstancias para implantar democracias populares con Gobiernos controlados por los partidos comunistas que fueron aplicando, de manera gradual pero sin pausa, modelos de dominación política, de corte parecido al régimen soviético, al tiempo que se establecía la nacionalización de todas las empresas que habían colaborado con los alemanes, aunque se permitió en los primeros años de posguerra una cierta economía de propiedad privada. Las grandes propiedades agrarias fueron expropiadas y aunque se admitió la legalidad de los partidos que se habían opuesto a los nazis, como liberales, conservadores y socialistas, se potenciaron los partidos comunistas, que en muchos casos contaban con escasos militantes, muchos de los cuales habían sido perseguidos o vivían exiliados en la URSS.

El control de los mecanismos de información, del Ejército o de la Policía fue encargado a comunistas de confianza del PCUS y, de hecho, los partidos comunistas de estos países detentaron totalmente el poder entre 1947-1948 con instituciones políticas similares. Fueron las de la Europa oriental o del este, por tanto, «revoluciones» realizadas desde arriba y con el firme y decisivo apoyo soviético. En principio, se vio al Ejército Rojo como un liberador de la opresión fascista y como el defensor de las diferentes nacionalidades que exaltaron sus sentimientos patrióticos. En general, las medidas políticas y económicas se establecieron con el consenso de todas las fuerzas políticas democráticas entre 1945 y 1947 (reformas agrarias, construcción de nuevas infraestructuras, nacionalización de empresas, etcétera), pero los problemas comenzarían cuando los comunistas absorbieron todo el poder aun a costa de eliminar a aquellos que siendo antifascistas no comulgaban con la dirección que imponía Moscú. Ello se evidenció en los ajustes territoriales que Stalin impulsó arrebatando tierras de Polonia y de otros países centrales, al tiempo que establecía el criterio sobre los litigios territoriales que estos países tenían. Así, casi medio millón de húngaros que habitaban en Eslovaquia fueron obligados a trasladarse a Hungría, al tiempo que los eslovacos residentes allí tuvieron que trasladarse a su país de origen entre 1946 y 1948. En última instancia, la pretensión de la política soviética era asegurarse un control político-militar de sus fronteras a la vez que ampliaba su mercado económico. Solo la Yugoslavia de Josip Broz «Tito» rechazó las condiciones de este control, por lo que fue «excomulgada». Stalin había conseguido entre 1945 y 1948 construir un cordón sanitario político, o un «glacis», como señalan otros utilizando un símil geológico, para proteger sus fronteras entre Centroeuropa y la URSS. Las llamadas «democracias populares socialistas», en con tra posición a las democracias burguesas occidentales, ocupaban en 1948, 1 275 000 km2, con una población de más de cien millones de habitantes.

El mundo occidental, con la hegemonía estadounidense, aplicó una política de contención que tendía a evitar al máximo la extensión de las fórmulas soviéticas revolucionarias. Bajo el Gobierno del presidente estadounidense Harry S. Truman, dominaron los partidarios de enfrentarse abiertamente al expansionismo revolucionario, especialmente cuando triunfaba la Revolución China y muchos países todavía colonizados confiaban en contar con el respaldo de la URSS para sus pretensiones de independencia. La creación de la OTAN y el Plan Marshall se encuadran en esta estrategia, aunque algunos políticos de la época consideraban que era una política equivocada puesto que la Unión Soviética notenía la potencia suficiente para expandir el comunismo y que lo mejor era flexibilizar las posiciones y practicar una cierta convivencia que permitiera la no radicalización de las tesis marxistas-comunistas. En los primeros tiempos después de acabada la II Guerra Mundial, se habló entre los políticos comunistas, principalmente yugoslavos, y ciertos intelectuales occidentales, de un modelo revolucionario distinto al soviético, en el que se producía la colaboración de campesinos, obreros y cierta burguesía industrial y comercial. Ello sería posible si los dirigentes de la URSS entendían tanto que las condiciones históricas habían cambiado después de la II Guerra Mundial como que no era estrictamente necesaria la dictadura del proletariado sino una coalición de distintas fuerzas sociales en repúblicas democráticas, lo que permitiría un entendimiento con Estados Unidos. La lucha de clases todavía existiría pero se iría diluyendo pacíficamente. Pero esta tesis no prosperó y fue la del secretario de Estado del presidente Truman, Foster Dulles, la que se impuso, con una línea dura que fluctuó con los años pero que no desapareció del todo hasta la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989, cuando las estructuras políticas de los llamados «países comunistas» comenzaron a desaparecer, sin que ningún analista del mundo lo hubiera previsto.

En septiembre de 1947, se reunieron en Polonia todas las democracias populares en una Conferencia presidida por un hombre de confianza de Stalin, Andrey Alexandrovich Zhdanov, miembro del PCUS pero de origen polaco. En su discurso, Zhdanov afirmó que la guerra había alterado la relación de fuerzas entre socialistas y capitalistas consiguiendo, por un lado, que el socialismo progresara mientras que las potencias imperialistas se habían debilitado, con la única excepción de Estados Unidos, dirigente del mundo capitalista, y, por otro, que pronto se produjera una crisis económica que haría aflorar las contradicciones sociales y políticas. No había vías intermedias, solo dos bandos, uno que representaba la conquista del socialismo frente al que encarnaba el imperialismo decadente que contaba con la colaboración de los partidos socialdemócratas, los socialistas de derechas, a los que había de denunciar ante la clase obrera de sus países. Era necesario, por tanto, protegerse ante la ofensiva que pudieran poner en funcionamiento los países capitalistas para derrotar a la URSS. En este sentido, se constituyó ese mismo año una alianza de los Estados controlados por los comunistas —exceptuando a Albania y la Alemania del Este ocupada por el Ejército Rojo— y de los partidos comunistas francés e italiano, que después de terminada la II Guerra Mundial formaban parte de los Gobiernos de sus países. Este frente anticapitalista se tradujo en la configuración del Kominform, que fundó un órgano de comunicación denominado «Para una Paz Permanente», dando a entender que las potencias capitalistas pretendían una tercera guerra mundial que tendría como objetivo destruir a los países socialistas.

 

El Plan Marshall financió parte de la reconstrucción de la Alemania Occidental.

 

Dos hechos contribuirán a la irremisible consolidación de los dos bloques: por una parte, la presión estadounidense para que los comunistas salieran de los Gobiernos de Francia e Italia en 1947, en contra de la mayoría de los socialistas, porque consideraban a los partidos comunistas de la Europa occidental una quinta columna que defendía principalmente los intereses de la URSS; y, por otra parte, las directrices del Kremlin obligando a las democracias populares a rechazar el Plan Marshall para reconstruir Europa.


Дата добавления: 2019-11-25; просмотров: 158; Мы поможем в написании вашей работы!

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