LA I GUERRA MUNDIAL Y EL SOCIALISMO



 

La mayoría de los historiadores coincide en destacar que el internacionalismo proletario se derrumbó con la I Guerra Mundial, desencadenada cuando un estudiante de filosofía, Gavrip Princip, el 28 de junio de 1914, asesinó al príncipe heredero del Imperio Austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando, y a su esposa. Los Balcanes constituían un caleidoscopio de pueblos que trataban de sacar partido de la decadencia del Imperio Otomano para convertirse en Estados-naciones y habían padecido dos guerras, en 1912 y en 1913. Los eslavos contaban con el apoyo de Rusia, lo que chocaba con los intereses austrohúngaros, consistentes en controlar esos territorios porque eran su único camino de salida al mar en un tiempo en que las flotas eran importantes para explorar nuevas tierras, y en el que Alemania y Austria habían llegado tarde al reparto de África y Asia, donde el control de ingleses y franceses era mayoritario. Alemania pretendía crear, también, un imperio colonial y que se realizara un nuevo reparto de África.

La respuesta austriaca al asesinato fue la declaración de guerra a Serbia. Su deseo era anexionar el territorio a la Monarquía Dual que formaban Austria y Hungría con los mismos derechos de ambos pueblos, respetando su lengua y cultura. El 1 de agosto de 1914 el Gobierno alemán decretó la movilización general y declaró la guerra a Rusia, que había trasladado sus tropas a la frontera ruso-alemana, y el 3 del mismo mes declaró a su vez la guerra a Francia y el 4 a Gran Bretaña, cuando Bélgica fue invadida por el Ejército germano. Curiosamente, las hostilidades entre austriacos y rusos no comenzaron hasta el 6 de agosto.

La guerra se extendió por toda Europa con el apoyo de los partidos socialistas de la inmensa mayoría de los países beligerantes, y también de los de algunos neutrales, como en el caso de España, donde el PSOE era favorable a los aliados (Francia y Gran Bretaña). Sin embargo, los socialistas suecos, holandeses, y daneses se mantuvieron contrarios a la guerra, al igual que los rusos, divididos en mencheviques y bolcheviques, que no la apoyaron, se salieron de la Duma, el Parlamento ruso, y no aprobaron los presupuestos, si bien exiliados insignes como el marxista Plejánov y el teórico anarquista Kropotkin se pusieron al lado de los aliados en contra de Alemania. Italia, que al principio se declaró neutral, entró en guerra en mayo de 1915 para defender su frontera con Austria y recuperar Trieste, que tenía cultura italiana, y aunque el Partido Socialista se mantuvo neutral, una facción liderada por Benito Mussolini era partidaria de entrar en el conflicto.

 

Gueorgui Valentínovich Plejánov, revolucionario ruso, teórico y propagandista del marxismo, se puso del lado de los aliados en contra de Alemania durante la Primera Guerra Mundial.

 

La guerra tuvo un coste de más de nueve millones de muertos y otros tantos heridos, pero especialmente cuestionó el internacionalismo obrero. Los socialistas serbios, como sus homólogos rusos, se mantuvieron contrarios al conflicto. Lo cierto es que a la mayoría de los socialistas de los países beligerantes se les hizo difícil resistir la presión de sus conciudadanos que reclamaban venganza contra los enemigos y optaron por alinearse con el fervor nacionalista que la guerra propagó. A partir de entonces se evidenció que los partidos socialistas no eran capaces de practicar el pacifismo que predicaban. Y si ya los socialistas estaban enfrentados a los anarquistas desde la I Internacional, ahora surgiría una nueva disensión con el triunfo de la facción bolchevique de los socialdemócratas rusos, que se añadiría al hecho de que mantenían características distintas según los países, como ya hemos visto en el anterior capítulo. El Partido Laborista inglés, por ejemplo, tenía poco de marxista y convivía, en una democracia, con liberales y conservadores, mientras que en Alemania y en la Monarquía Dual de Austria-Hungría, aunque los dirigentes socialistas habían abrazado el marxismo, tenían como tarea prioritaria romper la estructura de poder político que había creado Bismarck en Prusia, y que extendió a los demás Estados alemanes que se unificaron en 1871, donde no existía una representación democrática parlamentaria, ya que el Reichstag tenía pocas competencias con respecto al Gobierno. Existían, sin embargo, länders (estados que contribuyeron a la unidad alemana) como Baden, la ciudad libre de Hamburgo, Hessen o Wüttenberg donde el SPD se abría camino en la oposición y mantenía posiciones liberales alejadas del marxismo ortodoxo.

Al final, los socialistas se dividieron en dos grandes grupos: «los patriotas», que pusieron por delante los intereses de sus países, entre los que podría incluirse a un número de pacifistas moderados, como Kautsky y Eduard Bernstein, en Alemania, McDonald y Hardie, en Gran Bretaña, junto a italianos, suizos, holandeses y escandinavos; y «los socialistas revolucionarios», contrarios de manera radical a la guerra por creer que la prioridad de los socialistas es hacer la revolución y acabar con el capitalismo. Ahí estaban el ruso Lenin, los alemanes Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo y el italiano Antonio Gramsci. De esta tendencia surgirá el «espíritu de Zimmerwald», ciudad suiza donde los socialistas contrarios a la guerra celebraron una conferencia en 1915 y propusieron crear otra Internacional (llamada posteriormente en la historiografía «la II Internacional y media»). Cuando surgió la III Internacional a raíz del triunfo bolchevique en Rusia, los partidos socialistas se partieron definitivamente, algunos de sus militantes se afiliaron a los nuevos partidos comunistas y otros reconstruyeron la II Internacional al término de la I Guerra Mundial, no sin sufrir profundas convulsiones teóricas y desgarramientos personales.

Revisionismo y revolución

 

En los años finales del siglo XIX se había producido una revisión del marxismo. El alemán Eduard Bernstein, que había escrito que Marx no había previsto el grado al que había llegado el desarrollo del capitalismo, consideraba que este era capaz de autorregularse y superar las crisis produciendo una mayor capacidad de integración de los obreros en el sistema. Igualmente, había sido capaz de apuntar el crecimiento del sistema bancario, que permitía una mejor distribución del crédito, la creación de monopolios y la extensión de nuevas infraestructuras para mejorar las comunicaciones, al tiempo que aumentaban las pequeñas y medianas empresas. De tal manera que se debería plantear una estrategia pacífica dentro de los cauces de la democracia, y los socialistas debían luchar por democratizar las estructuras del Estado y conseguir el poder por métodos pacíficos a través del voto. Todo ello convulsionaba los fundamentos de la práctica revolucionaria porque el socialismo no era un objetivo, sino solo un proceso. Así, diría Bernstein: «Ese objetivo final del socialismo no representa nada para mí, el movimiento lo es todo. Y por movimiento quiero decir tanto el movimiento general de la sociedad (es decir, el progreso social) como la agitación política y económica y la organización para suscitar ese progreso».

 

Las últimas palabras de Rosa Luxemburgo fueron sobre su confianza en las masas y en la inevitabilidad de la revolución

 

Bernstein fue rechazado en los congresos socialistas y por los partidos de la II Internacional. Sin embargo, sus planeamientos introdujeron la duda entre muchos militantes socialistas y, de hecho, no excluyeron la posibilidad de un Estado democrático de transición hacia el socialismo además de ir desechando la revolución armada, lo mismo que fue aceptándose la participación en gobiernos con otras fuerzas no socialistas, especialmente durante la guerra. Fue Kautsky, que conoció a Marx en Londres y defendió de forma entusiasta a Charles Darwin en el sentido de creer en una evolución continua y progresiva de la sociedad, el encargado de rebatir la tesis del reformismo marxista de Bernstein. Proponía que los socialistas no participaran en ningún pacto con partidos burgueses porque el capitalismo no tenía salida y acabaría derrumbándose, y esto entroncaba con leyes naturales sociales. Si el capitalismo es un sistema perverso, no puede llegarse al socialismo desde sus propios medios, con simples reformas. Era, pues, necesaria una revolución y esta solo podría ser protagonizada por el proletariado que, adquiriendo conciencia de clase, actuaría a través del partido socialista que impregnaría toda la sociedad y conseguiría articular un nuevo Estado al servicio de los trabajadores que representan la mayoría social. Insistía en la importancia que tendría, en esa situación, atraerse al Ejército y a la burocracia, porque ya no serviría enfrentarse a ellos por vía de las barricadas como en el siglo XIX. Eso comportaba que sería necesario utilizar los cauces democráticos y esperar a que se cumpliera el objetivo final de proclamar el socialismo pero en un tiempo impredecible, por lo que el partido debía conseguir, mientras tanto, el máximo de representación en las instituciones políticas burguesas. La revolución caería como fruta madura pero no por ello sería necesario colaborar con fuerzas políticas capitalistas ni pensar que estas podrían transformar la sociedad. El camino del socialismo era construir en solitario las condiciones para que la revolución aconteciera sin que fuera necesario recurrir a métodos violentos, aunque no podrían desdeñarse en el supuesto de que las fuerzas reaccionarias se agazaparan y no permitieran la evolución natural.

LA REVOLUCIÓN RUSA

 

Es un tópico afirmar que Rusia tiene dos almas, como se afirma que hay dos Españas. Pero, aunque en ello hay algo de verdad, es una explicación simplista ya que la realidad es más compleja. Los rusos han mantenido una mirada hacia Occidente, envidiando su desarrollo y capacidad para vivir en Estados con libertad de movimiento, asociación y expresión, así como su desarrollo económico. Pero al mismo tiempo han defendido sus raíces eslavas, sus costumbres y el arraigo de las viejas tradiciones entre los campesinos que tardaron en pasar de siervos a hombres libres. Su literatura de los siglos XIX y XX, sin ir más lejos, es comparable a la de los grandes autores franceses, ingleses, italianos o españoles o incluso superior, como ocurre con Tolstói, Dostoievski o Turguéniev o pensadores como Alexander Ivánovich Herzen. Estaban dispuestos a admitir el desarrollo que Hegel daba al Estado, pero no a que los germanos fueran los que dirimieran el proceso hegemónico de la humanidad. ¿Dónde, si no, quedaban los eslavos? ¿Sometidos a los alemanes? Sin embargo, es en las obras de sus grandes escritores donde se muestran las contradicciones del pueblo ruso: estas reflejan, a un mismo tiempo, los valores de los campesinos y los de las clases ilustradas, reivindican la modernización pero al mismo tiempo defienden las costumbres ancestrales mantenidas por las familias rusas no contaminadas de las inclemencias de la industrialización occidental, que había destruido valores que los rusos conservaban. Un pueblo que todavía no había alcanzado, en su mayoría, la categoría de ciudadanos a principios del siglo XX, como lo demuestra la rebelión o revolución de 1905, que, aunque fracasada, obligó durante un tiempo a que el zar Nicolás II aceptara un Parlamento, la Duma, que permitía que algunos partidos políticos participaran en ella. Pero aquel espontáneo levantamiento que respondía a las ansias de libertad duró poco por no tener una dirección política clara. Después, los revolucionarios que conquistaron el poder en 1917 harían de la rebelión del acorazado Potemkin, en el verano de 1905, un icono de la lucha de los marineros contra los oficiales, el emblema de los representantes del pueblo contra aristócratas y burgueses. En 1925, ya producido el triunfo bolchevique, el cineasta Serguéi Mijáilovich Eisenstein contribuiría con su película El aco razado Potemkin a la exaltación de la epopeya del amotinamiento de la marinería, y además introdujo técnicas nuevas en la proyección que la convirtieron en uno de los films que modificaron profundamente la manera de hacer cine, con escenas que, al expresar el gran dramatismo de la insurrección, son un antecedente del expresionismo cinematográfico. El motín estalló cuando los marineros de tropa se rebelaron ante el rancho putrefacto que les sirvieron. Los oficiales fueron fusilados y se izó la bandera roja en el mástil. El acorazado vagabundeó por las aguas del Atlántico sin encontrar ningún país que acogiera a los amotinados que, cansados, se dirigieron al puerto rumano de Constanza. Allí, los principales cabecillas de la rebelión fueron detenidos y ajusticiados. Lo mismo ocurriría durante la revolución iniciada en octubre de 1917 con el levantamiento de la flota fondeada en Kronstadt. Las huelgas se extendieron en aquel año de 1905 por las principales ciudades de Rusia y los ferroviarios pararon los ferrocarriles impidiendo que las tropas del zar Nicolás II pudieran moverse para reprimir, con rapidez, los puntos del conflicto. Surgieron por primera vez los soviets, conjunción entre trabajadores y soldados, que desempeñarían un importante papel doce años más tarde, y hubo quema de cosechas y fincas en el campo, con la ocupación de tierras por los campesinos, pero los consejeros del zar ganaron tiempo y poco a poco fue reconduciéndose la revolución. Esta había comenzado meses antes, un domingo de enero de 1905, cuando una gran muchedumbre, acaudillada por un pope de la Iglesia Ortodoxa rusa, de nombre Gapón, que acudía pacíficamente al Palacio de Invierno del zar Nicolás II en San Petersburgo para reclamar mejores condiciones de vida, fue masacrada al recibir los soldados que custodiaban el palacio la orden de disparar indiscriminadamente contra la multitud. Como otras veces en la historia, la revuelta aconteció tras una derrota militar, en este caso ante Japón, que conquistó el territorio chino de Manchuria y derrotó a la Armada rusa con el hundimiento de diecinueve barcos y la captura de otros cinco por los japoneses en el estrecho de Tsushima, en Corea, el 27 de mayo de 1905.

Pero sería en 1917 cuando los bolcheviques —que no habían participado en la de 1905, pues ni siquiera existían como grupo—, dirigidos por Lenin, se lanzaron a la revolución, en medio de la I Guerra Mundial, con unos soldados exhaustos y hambrientos que desertaban debilitando el frente oriental, donde las posiciones alemanas dominaban. Stalin, quien sería años más tarde sucesor de Lenin, afirmaría que el leninismo era la adaptación del marxismo al capitalismo imperialista, la última fase del capitalismo. Lenin, que había escrito un documentado estudio titulado El desarrollo del capitalismo en Rusia,consideraba que las fuerzas productivas habían llegado a su ocaso ante la pugna por controlar los mercados de las colonias, de tal forma que la Guerra de 1914 no era otra cosa que el proceso de unos países que luchaban por la hegemonía mundial de los mercados.

El Partido de los Socialdemócratas Rusos (PSDR) era un grupo minúsculo en relación con otras fuerzas antizaristas como los social-revolucionarios o los populistas, que tenían una concepción fundamentalmente agrarista de los problemas rusos y cuyo principal objetivo era conseguir el reparto de la tierra para los campesinos. Además, los socialdemócratas rusos, cuyos principales líderes vivían en el exilio, se habían dividido en su II Congreso celebrado en Bruselas en 1903, entre mencheviques y bolcheviques, que en ruso significa «mayoritarios» porque sus tesis ganaron en aquel tenso Congreso, si bien no puede establecerse una línea muy clara entre ambos. Resulta reduccionista decir que los mencheviques eran socialdemócratas partidarios de una vía pacífica al socialismo, como interpretar que los bolcheviques eran una formación coherente y fundamentalmente partidaria de la lucha armada. Los primeros defendían tesis más reformistas, pero tampoco des pre ciaban las acciones violentas si estas eran necesarias y, además, pensaban que la revolución pasaba por instaurar primero un régimen democrático liberal que debería ser protagonizado por las fuerzas burguesas, aunque Rusia no tenía una burguesía suficientemente consolidada ni un proletariado industrial para ejercer una dirección revolucionaria. Ambas tendencias volvieron a unirse en 1906 en un Congreso celebrado en Estocolmo, pero la unión sería precaria y los bolcheviques se constituyeron en partido independiente en 1912.

 

Una parte importante del culto a Lenin se organizó en torno a su particular vínculo con Stalin.

 

Vladímir Ilich Uliánov, más conocido por «Lenin», que es como le llamaban sus hermanos en tono diminutivo y él lo adoptó en la clandestinidad en 1901, era su líder principal. Nació en 1870 en Kázan, hijo de un inspector de escuela que tuvo cinco hijos, el mayor de los cuales, Alexandr, fue ajusticiado por conspirar para asesinar al zar el mismo día en que el joven Lenin, con 17 años, se presentaba a un examen de matemáticas. Durante toda su vida le atormentaría la muerte de su hermano, lo que le incitó a su vocación revolucionaria. Estudió Derecho en Kazán, se casó con Nadezda Krupskaia. Entró en contacto con grupos revolucionarios, lo que le provocó un destierro de tres años en Siberia. Allí aprendió a jugar con cierta soltura al ajedrez, que practicó durante toda su vida. A partir de entonces y hasta 1917 vivirá una vida de exilado en Alemania, Suiza y Gran Bretaña, salvando el periodo 1905-1907, en que residiría clandestinamente en San Petersburgo. Editó la revista Iskra (La Chispa). Publicó en 1902 un folleto, titulado ¿Qué hacer?,en homenaje a la novela del mismo título del escritor Chenichevki, que, con su personaje de ficción Rajmetev, suponía para Lenín un ejemplo de revolucionario que buscaba una organización fuerte y coherente que le trasmitiera al pueblo, inerte ante su situación de explotado y que solo sabía reclamar mejoras laborales, los deseos de cambio y estableciera una «dictadura del proletariado» que impusiera el socialismo. Es este un concepto que va a destacar en los planteamientos del leninismo que no estaba explícitamente formulado por Marx. Lenin no solo fue un buen activista y organizador, sino que produjo toda una teoría de la revolución y su estrategia desde la perspectiva marxista, y lo hizo analizando la situación del desarrollo del capitalismo en Rusia y la posibilidad de que el proletariado dirigiera el tránsito desde la revolución burguesa-liberal hacia el socialismo, con el indispensable apoyo de un partido compuesto por una vanguardia bien formada en las tesis marxistas y aplicando el centralismo democrático, que consistía en discutir desde la dirección del partido y tomar una decisión que debía cumplirse sin ser cuestionada a posteriori. Su análisis de la I Guerra Mundial lo plasmará en su obra de 1916, El imperialismo, fase superior del capitalismo,y criticará a los partidos socialdemócratas que apoyaron los créditos de guerra. Estaba convencido de que estallarían revoluciones en los países beligerantes, cumpliéndose la predicción de Marx, con la entrada en la nueva era del triunfo del proletariado. Rusia, un país todavía no desarrollado industrialmente, debía colaborar en el proceso pero contando con la gran masa de campesinos sin tierras que podían ser unos aliados indispensables para el proletariado industrial, vanguardia obrera de la revolución. Y, como colofón que acercaría al éxito, era necesario un partido dirigente. Sus escritos buscan contradecir al populismo ruso, que tenía fuerte arraigo en muchos círculos intelectuales, así como al marxismo ortodoxo de la II Internacional, que había fracasado en la contención de la guerra. En 1917 escribirá El Estado y la revolución,donde defenderá la necesidad de la dictadura del proletariado durante el periodo en que se consolide el socialismo y se hayan colectivizado fábricas y campos. Algunos vieron en el libro un guiño a los anarquistas puesto que Lenin preveía la posibilidad de que el Estado acabara desapareciendo. Pero otros teóricos socialdemócratas, como Kautsky, que en otro tiempo había coincido con varios puntos de vista de Lenin, se opondrán a su concepción del partido como vanguardia obrera que establecerá durante un tiempo la dictadura del proletariado. Era la respuesta de la socialdemocracia al bolchevismo, que se transformaría en comunismo. Lenin, que tenía un carácter convulsivo que algunos han atribuido a las secuelas genéticas de la sífilis de su padre, le replicó con virulencia y a partir de entonces le apodó «el renegado Kautsky» que había abandonado las posiciones del marxismo y se había pasado a un socialismo colaborador del capitalismo.

 

Gracias a su tenacidad y habilidad para gobernar a los pocos, pero litigiosos dirigentes bolcheviques, Lenin consiguió imponerse en los momentos cruciales.

 

El triunfo de los soviets en la Revolución Rusa

 

Cuando de nuevo estalle en noviembre (octubre, según el calendario de la Europa occidental) de 1917 otra protesta masiva contra el absolutismo zarista que nada había aprendido de las revueltas de 1905, Lenin recorrerá en un tren blindado toda Alemania, con el apoyo del Gobierno alemán, que ve una oportunidad para llegar a un acuerdo de paz con Rusia y aligerar la presión del frente oriental; atravesará Suecia y Finlandia, y de allí se trasladará a la estación Finlandia, en San Petesburgo, donde fue recibido con entusiasmo por sus partidarios, quienes confiaban en él para enderezar los acontecimientos. Y a fe que lo consiguió, más por las circunstancias que advinieron que por una planificación prevista por su precisión, aunque durante muchos años en las escuelas y universidades de la Unión Soviética se afirmará que Lenin fue el genio que condujo la revolución socialista a la victoria. La exaltación de su figura hará que su cadáver embalsamado sea expuesto en el Kremlin y se convierta en un lugar de visita obligada para los que visitaban Moscú.

Su estrategia de «todo el poder para los soviets», expuesta en las Tesis de abril,contó con la ayuda inestimable de otro revolucionario, Liev Trotsky (también llamado en los países de habla hispana León Trotsky), cuyo verdadero nombre era Liev Davídovich Bronstein, y utilizó ese seudónimo en la clandestinidad, hijo de un granjero judío y una mujer de clase media, y nacido en 1879 en la ciudad ucraniana de Yánovksa. Trotsky había conocido a Lenin en el exilio y había tenido puntos de vista semejantes a los suyos, aunque no siempre iguales. Ambos volvieron a coincidir en el Congreso de 1903, aunque Trotsky intentó evitar la división entre mencheviques y bolcheviques. Pasó del populismo a la asimilación de las teorías marxistas, y mantuvo hasta 1905 posiciones muy parecidas a las de la dirigente revolucionaria alemana Rosa Luxemburgo con la proyección de una huelga general revolucionaria. En sus escritos La revolución de 1905 y Resultados y perspectivas defendía la aplicación del método dialéctico histórico para Rusia afirmando que esta no era un caso excepcional y que entraba dentro de la trama que había señalado Marx, añadiendo que era posible que un país no desarrollado industrialmente pudiera hacer la revolución. En 1914 escribió La Guerra y la Internacional,donde proponía unos Estados Unidos de Europa como paso previo a un Estado mundial. Y a partir de 1917 se convertiría en un bolchevique más, mandando las milicias revolucionarias, superando las decisiones del Gobierno provisional que, presidido por el menchevique Alexandr Fiódorovich Kerenski, intentaba encauzar el proceso revolucionario. Trotsky, elegido presidente del Soviet de Petrogrado (nombre que recibió entre 1914 y 1924 la ciudad de San Petersburgo, desde ese último año hasta 1991 llamada «Leningrado»), será quien negocie la paz con Alemania.

Los bolcheviques, hasta entonces solo un grupo ilegal y minoritario, comenzaron a adquirir fuerza y controlaron la mayoría de soviets. Muchos soldados, hartos de luchar, desertaban y volvían a sus pueblos donde la tierra continuaba estando en manos de los de siempre, de ahí que las proclamas leninistas captaran su atención, y obreros y campesinos defendieran sus proyectos. En mayo de 1917 se formó un Gobierno de coalición con escasa autoridad pero con la idea de convocar una Asamblea Constituyente que elaborara un texto constitucional a la manera de los países parlamentarios del oeste de Europa, en el que entraron los soviets que reclamaban el fin de la guerra, un tratado de paz con Alemania y la entrega de la tierra para los campesinos. En julio se propuso uno exclusivamente compuesto por socialistas, en el que predominaban los mencheviques, y para ello se organizaron las llamadas «jornadas de julio» con manifestaciones de obreros, campesinos y soldados. Aunque el Gobierno intentó parar a los bolcheviques, estos se pertrecharon en los soviets, creando un poder paralelo, al tiempo que otras fuerzas —liberales, conservadores, altos mandos militares— preparaban un golpe de Estado, que será abortado por las masas populares dirigidas por los bolcheviques, quienes, liderados por Lenin, decidieron la insurrección general contra el Gobierno.

La toma del «Palacio de Invierno», donde residía el zar Nicolás II y su familia, por las tropas del soviet de San Petesburgo fue el símbolo del triunfo de los soviets, y el Gobierno de Kerenski nada pudo hacer para evitarlo, después de once horas entre el asedio y la rendición de la guardia que lo custodiaba. Y así, los bolcheviques se hicieron con el poder el día 26 de octubre. Lenin se dirigió entonces al II Congreso de los soviets afirmando que «damos comienzo a la tarea de construir la sociedad socialista» y la primera medida de los triunfantes bolcheviques fue firmar la paz de Brest-Livstok con Alemania. Los bolcheviques cambiaron en 1918 el nombre del «Partido Socialdemócrata» por el de «Partido Comunista Ruso», que siete años más tarde pasaría a llamarse «Partido Comunista de los Bolcheviques de la Unión», y que décadas después, ya en 1952, pasaría a tener como nombre definitivo «Partido Comunista de la Unión Soviética» (PCUS).

El 10 julio de 1918 se redactó una Constitución de carácter socialista, que se aplicó solo a Rusia, la primera de las cuatro que regirían el Estado surgido en 1922, cinco años después del triunfo de la revolución en suelo ruso: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), también conocido como «Unión Soviética», sin más, formado por todas las nacionalidades que estaban unidas o sometidas a Rusia desde que esta se extendiera por el Cáucaso y parte de Asia.

Con el triunfo revolucionario, la familia del zar Nicolás II fue recluida en el sótano de una casa de la ciudad de Yekaterinburg (llamada durante el régimen soviético, entre 1924 y 1991, «Sverdlovsk»). La madrugada del 17 de julio de 1918, un pelotón del Soviet de los Urales se desplazó hasta allí y Yurovky, que era quien lo dirigía, leyó la orden que, sin juicio previo y con la justificación de que las fuerzas contrarias a la revolución y seguidores del zar estaban desarrollando una ofensiva militar contra el poder de los soviets, condenaba a muerte al zar y a su familia. Con ellos estaban también algunos criados de confianza y su médico y a todos ellos les dispararon los once miembros del soviet. Nicolás II cayó al primer disparó y después las otras diez personas. La acción posterior de hacer desaparecer los cadáveres en una mina abandonada resultó esperpéntica. Al desnudarlos descubrieron que llevaban encima ocho kilos de perlas y brillantes que recogió Yurovky en su gorra, impidiendo que los soldados se apoderaran de ellos. Después de la caída del comunismo y la desaparición en 1991 de la URRS, se han podido identificar los esqueletos por medio del ADN. No se sabe con certeza quién dio la orden de proceder al fusilamiento y se especula que fuera una decisión autónoma del Soviet de los Urales que ejecutó la acción. La prensa soviética informó en aquellos días de 1918 escuetamente que el zar Nicolás II había sido fusilado.

 

La toma del Palacio de Invierno.

 

No fue fácil consolidar la revolución. La reacción de la llamada «Rusia Blanca», en contraposición al Ejército Rojo de los soviets, desencadenó una guerra civil que duraría hasta 1921. Los rusos blancos recibirían apoyo de algunos países europeos a fin de derrotar lo que consideraban un peligro para los valores del liberalismo económico y político del llamado «mundo occidental», pero el Ejército Rojo se hizo en 1921 con el control de todo el territorio ruso. Fueron años de carencias, con hambrunas en una gran parte de la población, y los precios, que subieron de manera incontrolada. También hubo levantamientos desde opciones revolucionarias, como en Kronstadt, donde en 1921 un Comité de Defensa reclamó libertad de expresión y de prensa para los anarquistas y los sindicatos. En Ucrania, un anarquista, Makhno, se enfrentó a los bolcheviques contando con un ejército de campesinos que fueron derrotados. Por aquel entonces ya había comenzado a actuar la Cheka o «policía revolucionaria» dedicada a vigilar cualquier comportamiento opositor y perseguir a los disidentes. Su primer director fue Félix Dzerzinski, hijo de un noble terrateniente, quien proclamaría: «No existe más que una preocupación: la victoria. Debe vencer la revolución aunque perjudique a los inocentes». Después, la Cheka se transformaría en Gosudárstvennoe Politichcheskoe Upralénie, conocida por GPU, que tenía su sede moscovita en el edificio de Lubianka. La economía de guerra dio paso a una nueva política económica (NEP) en la que se mezcló la intervención privada con las nacionalizaciones, la cual permitió una cierta reconstrucción del país azotado por el hambre y las enfermedades, permitiendo la libertad de comercio y aceptando que técnicos especialistas se incorporaran a la estructura del poder.

La extensión de la revolución en Europa

 

Si nos acercamos de nuevo a los avatares de la I Guerra Mundial, cuando llegó el año 1918 los aliados iniciaron la ofensiva contra Alemania y Austria-Hungría, reforzados por la entrada, un año antes, en la guerra de Estados Unidos, la potencia americana emergente presidida por Thomas W. Wilson, quien intentaba crear una organización internacional, la Sociedad de Naciones, que evitara futuras conflagraciones de tal calibre. Los alemanes comenzaron a comprender que la guerra estaba perdida y que la situación era irreversible. Se volvieron contra el káiser Guillermo II y su corte de militares y aristócratas, dueños de tierras y fábricas, que tan pocas posibilidades habían dado para una auténtica democratización del régimen. La protesta se extendió entre todas las clases sociales, especialmente entre los obreros y los campesinos, y hubo rebeliones en los cuarteles y en la Armada.

En esta situación, el káiser abdicó y se estableció la que dio en llamarse «República de Munich» el 8 de noviembre, mientras Berlín mostraba una agitación revolucionaria. El régimen del II Imperio Alemán se había venido abajo y el socialdemócrata moderado Friedrich Ebert, líder del SPD, el Partido Socialdemócrata Alemán, se hizo cargo de la cancillería, mientras a su izquierda surgía una corriente radical dirigida por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, los «espartaquistas», que provocaría una escisión que se uniría al ala izquierda del SPD para constituir el Partido Socialdemócrata Independiente Alemán (USPD), que lideró los movimientos revolucionarios y estableció los consejos de obreros y soldados, y de los marineros de la Armada, donde el movimiento revolucionario se había extendido en los principales puertos en los que fondeaban los barcos de guerra.

Rosa Luxemburgo (en realidad llamada Rosa Luxemburg, pero habitualmente denominada en el mundo hispano con el apellido castellanizado, nacida en 1871 en territorio polaco bajo el control ruso, en la ciudad de Samos, estudió en Alemania y se afilió al SPD, pero pronto se inclinó hacia posturas radicales, rechazando las tesis de Bernstein en su libro Reforma o revolución, publicado en 1889. Argumentaba que los avances de la sociedad capitalista son algo pasajero y que, analizando lo ocurrido en Rusia en 1905, al capitalismo debe oponérsele un frente de lucha permanente para que se produzca su ruptura final. Para ello hay que contar con las organizaciones sindicales, implicadas principalmente en conseguir mejoras laborales momentáneas, y se hace necesario ampliar los objetivos y conseguir que las grandes masas de trabajadores se impliquen en las luchas que autónomamente se organizan y superan las trabas de los partidos y sindicatos. Luxemburgo, que rompió con el marxismo ortodoxo, consideraba la posibilidad de que la revolución estallase allí donde el capitalismo no estuviera plenamente desarrollado, como en Rusia, por lo que subvertía la tesis del marxismo clásico que pensaba que el socialismo acontecería en aquellos países donde las fuerzas productivas capitalistas estuvieran más desarrolladas, es decir, donde precisamente el capitalismo tiene mejores condiciones para resistir.

Algo similar ya había apuntado el marxista italiano Antonio Gramsci, en sus escritos sobre la formulación, que conecta con Lenin, de los eslabones débiles del capitalismo, es decir, aquellos países donde todavía no se había consolidado plenamente la revolución industrial eran los puntos por donde podía comenzar la ruptura del sistema capitalista. Rosa Luxemburgo también difería de la concepción leninista de constituir un partido fuerte dirigido por un grupo cohesionado que impusiera el centralismo democrático y eliminara la participación del pueblo, por ello estaba en contra de Lenin y de Trotsky en cuanto a eliminar la Asamblea Constituyente y las medidas que restringían la libertad de expresión. Ella creía en la democracia de las masas porque esta debe permanecer como mecanismo corrector de las decisiones de los dirigentes. Una democracia que poco tiene que ver con la liberal parlamentaria, pero que es fundamental mantener para no caer en la dictadura de unos pocos que se atribuyen la dirección de los procesos revolucionarios porque las masas aprenderán a saber elegir lo que más les conviene en cada circunstancia. Sin elecciones libres, sin libertad de prensa, no existe verdadera libertad, y lo único que queda es una burocracia que se arroga la representación popular y se convierte en una élite que disfruta de privilegios.

Poco a poco el movimiento revolucionario fue debilitándose en Alemania y el nuevo Gobierno constituido después de la abdicación del káiser controló la situación, aunque volvió a complicarse entre noviembre de 1918 y enero de 1919, con la formación de un Consejo de Comisarios del Pueblo, compuesto por seis miembros, tres del SPD y tres del USPD, elegidos por una Asamblea de Consejos Obreros. Para Ebert, los espartaquistas eran como los bolcheviques rusos a los que había que parar si no se quería caer en una situación insostenible para Alemania, un país al cual los vencedores de la I Guerra Mundial estaban dispuestos a exigir el pago de las repa raciones exigidas por el Tratado de Versalles. Ebert controla el Congreso de los Consejos de Trabajadores. Rosa Luxemburgo y Liebknecht, ante una tumultuosa manifestación y la huelga general proclamada en toda Alemania, piensan que pueden conquistar el poder. Sin embargo, la dura represión llevada a cabo por Ebert entre el 9 y 15 de enero de 1919 aplastará el movimiento revolucionario espartaquista con un coste de miles de muertos entre los que estaban Luxemburgo y Liebknecht, que fueron asesinados mientras estaban detenidos. El cadáver de Rosa aparecería flotando en el rio Spree que atraviesa Berlín.

Una fracción del socialismo alemán había aniquilado a la otra cuando esta intentó establecer, curiosamente, el socialismo y aquel 9 de noviembre de 1918 en que empezó el proceso acabó en un espejismo. Las elecciones celebradas el 19 de enero de 1919 establecieron una Asamblea Constituyente que desembocaría en la República de Weimar, llamada así por ser esta la ciudad elegida para redactar una nueva constitución ante la inseguridad que despertaba Berlín.

El comunismo frustrado del húngaro Bela Kun

 

Hungría formaba parte del Imperio Austriaco que, desde 1866, mantenía una doble monarquía (la denominada «Monarquía Dual») y por ello pasó a ser conocido como «Imperio Austro-Húngaro», en el que también se incluían una serie de territorios habitados por pueblos germánicos y eslavos que habían sido incorporados a medida que el Imperio Otomano de los turcos había entrado en decadencia. Cuando terminó la I Guerra Mundial, muchos de ellos se constituyeron en Estados, aunque tanto estos como Yugoslavia o Checoslovaquia no coincidían con una única nacionalidad.

Los húngaros eran un pueblo de campesinos sometidos a una aristocracia detentadora de la propiedad de las tierras, y desde principios de siglo habían experimentado un cierto crecimiento industrial y financiero con la aparición de un naciente proletariado. El Partido Socialdemócrata Húngaro conseguirá una gran fuerza desde 1890, e intentará aprovechar tres décadas más tarde las condiciones de la Gran Guerra para establecer un Estado revolucionario dirigido por Bela Kun, político y periodista que participó como soldado en ese conflicto y, prisionero de los rusos, se convirtió en un defensor de las tesis bolcheviques y, desde la cárcel, en Hungría, propuso un gobierno social-comunista constituyendo la República Democrática de Hungría.

El presidente del Gobierno provisional de la nueva república (la llamada «República Democrática de Hungría»), Mihály Károlyi, un aristócrata que había defendido la independencia de Hungría respecto del Imperio Austriaco, se vio desbordado por el golpe de fuerza de los socialdemócratas y comunistas que se hicieron con el poder. El nuevo Gobierno de la revolución triunfante, que daría lugar a la denominada «República Soviética de Hungría» o «República de los Consejos» (o Soviets), estuvo presidido por un albañil, Alejandro Garbai, designado directamente por el propio Béla Kun. Este, liberado de la cárcel, se hizo con la cartera de Interior y Asuntos Exteriores y junto a él, en el mismo Gobierno, participó el filósofo marxista György Lukács. Los socialdemócratas se convirtieron en partido comunista pero lo más singular fue que la conquista del poder se produjo de una manera tranquila y sin grandes traumas.

Todas las fuerzas políticas tenían un objetivo común: recuperar después de la guerra aquellas tierras donde vivían húngaros y que fueron cedidas a Rumania. Apoyaron momentáneamente a Béla Kun porque este defendía la integridad de todo el territorio que consideraba tierra húngara. Sin embargo, cuando el Gobierno de Kun empezó a tomar medidas revolucionarias, como la nacionalización de la tierra, los pequeños propietarios perdieron el interés por enviar sus productos a las ciudades, lo que provocó un aumento de los precios y carencias en los productos de primera necesidad.

 

La llamada «Revolución de los crisantemos» puso a Mihály Károlyi al frente del Consejo Nacional en Hungría, que reclamaba la independencia total.

 

El 21 de marzo de 1919 fueron proclamadas la República de los Consejos y la dictadura del proletariado, lo que los unía a la Rusia soviética, deseosa de contar con aliados cuando estaba en plena guerra civil y tan complaciente porque parecía que se confirmaba la tesis leninista de que la revolución en Europa resultaba inminente y se estaba a las puertas de una nueva era. Los años 1919 y 1920 fueron los más convulsos del primer tercio del siglo XX y los propios Gobiernos aliados que habían ganado la guerra —Gran Bretaña, Francia, Serbia y Rumania—, junto a otros como Suecia, Dinamarca, Noruega, España y Finlandia, creían que la revolución era un peligro real que habían de contener.

El experimento de Béla Kun duró 133 días y los métodos represivos utilizados por el Gobierno provocaron muchos antagonismos, especialmente cuando atacó a la Iglesia Católica, religión predominante en la mayoría de la población. Las fuerzas aliadas (británicas y francesas, pero fundamentalmente rumanas) entraron en Hungría y derrocaron al régimen comunista. Kun huyó a Viena y de allí se trasladó a la Unión Soviética convirtiéndose en un representante de la III Internacional para la Europa oriental. Sin embargo, cuando años después llegaron las purgas de Stalin, fue fusilado en secreto acusado de trotskista.

Después de que el presidente estadounidense Wilson enviara un interlocutor para tratar de evitar que continuara la guerra entre rusos rojos y blancos, se llegó a un acuerdo por el que las tropas contrarias al bolchevismo se retiraran y Rusia quedara bajo el control del Partido Comunista Ruso.

LA FUNDACIÓN DE LA III INTERNACIONAL

 

Lenin tenía la convicción de que la revolución soviética se extendería por toda Europa dando paso a una nueva era donde el socialismo dominaría el mundo, y ello le llevó a fundar en marzo de 1919 la III Internacional, que pretendía planificar la revolución mundial proletaria. Para él la II Internacional había fracasado rotundamente, traicionando los principios socialistas internacionalistas. La reunión de Zimmerwald fue un antecedente de cara a construir una alternativa a la «traición internacionalista». Los bolcheviques tendrían en los partidos comunistas que surgieron por todo el mundo, bien por la escisión de los socialdemócratas o por la creación de nuevas organizaciones, un papel de dirección con una estructura centralizada que se vio limitada al control del nuevo Estado comunista. El 2 de marzo de 1919 se inauguró en el Kremlin una conferencia del Partido Comunista Ruso y de otros pocos partidos que se habían constituido en algunos países europeos con poca representatividad social. Los documentos elaborados descalificaban a la II Internacional y señalaban, por un lado, que el marxismo-leninismo era la verdadera interpretación de Marx y, por otro, la necesidad de establecer la dictadura del proletariado. En la conferencia de Moscú, la III Internacional se convirtió en la Komintern, controlada por los rusos, pues Rusia era el único país donde había podido triunfar la revolución socialista.

Al principio, muchos partidos socialistas se habían adherido a la III Internacional. Rusia representaba la esperanza de lograr una sociedad socialista, y se produjeron escisiones o incorporaciones a la nueva esperanza. Sin embargo, cuando el II Congreso, celebrado durante 21 días del mes de agosto de 1920, estableció las veintiuna condiciones para pertenecer a ella muchas organizaciones sindicales o partidos socialdemócratas se retiraron. Se indicaba, por ejemplo, en la condición número 16 que los nuevos partidos socialistas habrían de redactar programas de conformidad «con las condiciones de su propio país» y las resoluciones de la Internacional Comunista. Ello provocaba una dependencia de los soviéticos y, fracasadas las demás revoluciones, la URSS se convertía en el referente de la nueva Internacional, así como los partidos comunistas en una proyección de los comunistas rusos, que impusieron la estrategia que todos los comunistas debían cumplir, lo que sirvió a los intereses de la política exterior de la URSS, internacionalmente aislada al ser el único país, junto con la República de Mongolia en 1924, con un Estado que se proclamaba socialista.

En el caso de España, el PSOE y el sindicato anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) se adhirieron provisionalmente a la Komintern. La CNT lo hizo en su Congreso celebrado en el Teatro de la Comedia de Madrid, si bien constituyó una delegación que se trasladaría a Moscú para emitir un informe definitivo. También el IX Congreso del PSOE, celebrado a poca distancia del de la CNT en el mismo año de 1919, acogió con entusiasmo la Revolución Rusa, pero cuando llegó el armisticio de la I Guerra Mundial los socialistas estaban divididos entre los que querían reconstruir la II Internacional, con el espíritu de Zimmerwald, y los partidarios de ingresar en la III Internacional. Los terceristas del PSOE, es decir los partidarios de la III Internacional, fueron apareciendo desde distintos grupos socialistas, como el de la Escuela Nueva de Núñez de Arenas o el núcleo encabezado por Luís Araquistaín, y junto a ellos las Juventudes Socialistas, que contaban con unos 7.000 afiliados. En el Congreso de 1919 se dejaron las cosas en una calculada ambigüedad, pero en el siguiente Congreso extraordinario de junio de 1920 la Comisión Nacional del PSOE no pudo evitar la adhesión al Ko mintern aunque después de un intenso debate se aceptó una resolución provisional y se envió a Fernando de los Ríos y a Daniel Anguiano. Estos, que coincidieron en Moscú con Ángel Pestaña, de la CNT, recibieron las veintiuna condiciones como única propuesta. Los informes socialistas, sobre todo el del profesor Fernando de los Ríos, no fueron muy partidarios de aceptarlos. Se convocó un III Congreso extraordinario en abril de 1921. Pablo Iglesias, enfermo y en cama, escribió en El Socialista un artículo: «No nos dividamos». La votación dio como resultado 6025 votos a favor de los terceristas frente a 8808 en contra, lo que supuso que el PSOE se desvinculaba de la III Internacional, aunque se reconocía en las filas socialistas que era un buen cambio lo que se había producido en Rusia a favor del socialismo, se dejó sentado que cada país debía llevar su propio ritmo. No obstante, un grupo minoritario de militantes fundó el Partido Comunista Obrero Español (PCOE). También los terceristas quisieron que la UGT, la central sindical socialista, se adhiriera a la Komitern pero Francisco Largo Caballero, que era su secretario general, siguió las consignas del partido.

Tampoco Ángel Pestaña quedó muy conforme con lo que observó en las reuniones de la III Internacional, y así lo informó. Sin embargo, los terceristas cenetistas enviaron otra delegación en 1921 para asistir al III Congreso de la Komintern, en la que iban Gastón Leval (francés de nacimiento, fue uno de los teóricos anarquistas refugiados en España para no participar en la I Guerra Mundial, y que influiría en diversos grupos anarquistas a los que representaba en la delegación) junto a los anarcosindicalistas Jesús Ibáñez, asturiano y representante del sindicato cenetista de la Construcción, e Hilario Arlandís, quien se haría posteriormente probolchevique y colaboraría con los comunistas españoles heterodoxos Joaquín Maurín y Andrés Nin, y resultaría expulsado en 1931 de la CNT. Los testimonios de Pestaña y Leval fueron decisivos para revocar la decisión de la CNT de 1922. Pestaña escribiría: «Ya en Moscú, y puesto al habla con los camaradas dirigentes, comprendí cuán equivocados estuvimos en el Congreso de Madrid de adherirnos a dicho organismo». Habían tenido ocasión de comprobar que muchos de sus militantes rusos eran perseguidos y eliminados, en algunos casos, por la Cheka.

LA CONSOLIDACIÓN DEL ESTALINISMO EN LA UNIÓN SOVIÉTICA

 

Lenin se había convertido en el referente más importante de la revolución en Rusia y en todo el mundo, incluso sus escritos se editaron en muchos idiomas y fueron casi un catecismo para los comunistas. Al marxismo se le añadió «leninismo» como elemento indicativo de que había que leer a Marx a través de Lenin. Sin embargo, después de la guerra civil rusa su salud comenzó a deteriorarse. A finales de 1921 sufrió el primer ataque que le apartó varios días del poder. Después de una breve mejoría tuvo una recaída en abril de 1922 que le paralizó parcialmente el cuerpo y le provocó dificultades para hablar, pero en octubre volvió a reemprender el trabajo con un aspecto enfermizo y escasas fuerzas. Un nuevo ataque, en diciembre, le obligó a retirarse hasta su muerte, el 21 de enero de 1924, en unos momentos en que no existía una consolidación definitiva de las nuevas instituciones políticas y no estaba claro quién podría sustituirle con éxito.

Antes de su muerte había dictado unas consideraciones sobre sus posibles sucesores y sobre el peligro de burocratización del régimen, ya que la unidad confederada de las repúblicas apenas se había logrado gracias a la centralización del Ejército Rojo. Fue Stalin quien se ocupó de agrupar las diferentes nacionalidades. Hasta 1920 las repúblicas federadas eran seis y estaban reguladas por tratados ambiguos, aunque la centralización democrática les daba poca autonomía. En 1921 se integró Georgia, de donde era Stalin, a quien sus aduladores llamaron «nuestro maravilloso georgiano». Precisamente el nacionalismo casaba mal con el marxismo, que afirmaba que los proletarios no tenían patria. Ya Lenin mantuvo una polémica con Rosa Luxemburgo sobre el derecho de autodeterminación y estimó que lo más importante era la lucha contra las burguesías liberales que controlaban los Gobiernos de la Europa occidental.

Lenin, que había dictado sus últimas voluntades poco antes de morir, lo hizo en diferentes momentos de su enfermedad. Escribió un texto para el Congreso del Partido y después aportó un suplemento en el que afirmaba:

El camarada Stalin ha concentrado un inmenso poder y no estoy seguro de que sepa usarlo con suficiente prudencia. Trotsky es actualmente el más capaz de los miembros del Comité Central, pero tiene una excesiva seguridad en sí mismo y una excesiva tendencia a tomar solo en consideración el aspecto administrativo de los problemas […] Bujarin es un valiosísimo teórico pero sus concepciones solo con la mayor perplejidad podían considerarse plenamente marxistas.

 

Stalin se hizo con todo el poder después de una feroz lucha entre 1925 y 1929. Si no era muy brillante, tenía una gran capacidad de trabajo y de conspiración. Estableció un control policial exhaustivo que le facilitó la tarea para deshacerse de sus posibles competidores y le dio la facultad de encarcelar y matar a todo aquel que considerara disidente. Eliminó a los principales dirigentes, co la boradores desde 1901 de Lenin y Trotsky, miembros de la primera hornada que se unieron al marxismoleninismo y que les acompañaron en el exilio, quienes pudieron perfectamente ser los sucesores de Lenin: Kamenev (fusilado en agosto de 1936), Zinoviev (fusilado en agosto de 1936), que con anterioridad se habían aliado con Stalin para desbancar a Trotsky, y Bujarin (fusilado en octubre de 1938). El «Gran Terror», expresión que se utilizó posteriormente para caracterizar la etapa de Stalin al frente de la Unión Soviética, especialmente entre 1935 y 1939, alcanzó también a mandos del Ejército Rojo.

Stalin afrontó la realidad de que el comunismo no se extendía finalmente por el mundo. Proclamó entonces la defensa del «socialismo en un solo país» y dirigió a los partidos comunistas de todos los países en donde estos existían para que se convirtieran en una quinta columna que sostendría al régimen soviético hasta que fuera el momento oportuno de extender la revolución. Consideró que los enemigos de clase eran una amenaza para el triunfo revolucionario comunista y consideró a los partidos socialistas europeos colaboradores del capitalismo, llegándoles a llamar «socialfascistas».

La biografía oficial de Stalin está rodeada de una aureola hagiográfica como el gran padre que condujo al prestigio de la Unión Soviética, aunque Trotsky trató de desmitificarlo en otra biografía. A los quince años se separó de su madre, quien no tenía medios para sustentarlo, e ingresó en un seminario donde acumuló un sentimiento antizarista por las represiones disciplinarias que tuvo que sufrir. Su padre, alcohólico, había abandonado a la familia. Llevó una vida dura en la clandestinidad como revolucionario profesional, y tomó hacia 1910 el nombre de Stalin, «Acero», para evitar ser identificado por la Policía zarista. Poco a poco, consiguió el apoyo de Lenin, con quien colaboraría estrechamente. Se casó en 1918 con una joven, veintidós años menor que él, que acabó suicidándose. Fue, en realidad, un hombre solitario que adquirió una fama de héroe a raíz de la II Guerra Mundial y consiguió extender, después de la victoria aliada en 1945, al comunismo en muchos países del este de Europa con la formación de las llamadas «Repúblicas socialistas democráticas» donde los demás partidos fueron desapareciendo y todo el poder político recayó en los comunistas.

A partir de controlar el poder del PCUS y del Estado soviético, Stalin proyectó una política de industrialización forzosa que desmanteló a muchos campesinos, eliminó a los kulaks,los pequeños propietarios, y obligó a la colectivización de todas las tierras. Se calcula que miles de kulaks murieron en el proceso de los planes quinquenales que vinieron a sustituir a los últimos vestigios de la NEP, que había provocado escasez de productos agropecuarios porque los agricultores se guardaban las cosechas y traficaban en el mercado negro. Los campesinos, que fueron obligados a trabajar en la industria, vivían en condiciones míseras, con escasos alimentos, en tiendas de campaña y vigilados por la Policía.

Stalin, asimismo, estableció «la revolución desde arriba» como único modelo, con la colectivización agraria e industrial, convirtiendo a la URSS en una potencia industrial a costa de restringir el consumo. Construyó grandes fábricas con la producción de industrias básicas como el acero y hierro, y triplicó la producción de petróleo y de energía eléctrica. Todo ello produjo un aumento y concentración de la población en los centros industriales y una escasez de viviendas que provocó que muchas familias tuvieran que vivir apiñadas en un solo cuarto. Pero siempre vivió preocupado por las posibles intrigas que podían surgir a su alrededor.

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De la II Guerra Mundial a la
 Guerra Fría (1939-1945)

 


Дата добавления: 2019-11-25; просмотров: 181; Мы поможем в написании вашей работы!

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