Lo privado personal dentro de 12 страница



Ceremonia pública, transporte desde un lugar privado, la cámara, el lecho, hasta otro lugar privado, cerrado, la tumba, pero atravesándose necesariamente el espacio público; algo ineludiblemente festivo también, lo mismo que las nupcias, y a causa del despliegue de un cortejo análogo, en el que la casa entera, por orden jerárquico, ofrecía la imagen de su cohesión detrás de un difunto cuya postrera ostentación se celebraba, y de quien procedían también las últimas larguezas públicas, repartidas entre los pobres, al tiempo que se desplegaba un vasto banquete; como públicas eran igualmente durante esta fase las manifestaciones de duelo, un espectáculo en el que las mujeres representaban el primer papel, arañándose el rostro. Sin embargo, una demostración como ésta venía detrás de otros ritos, muy privados por cierto, con una privacidad en verdad numerosa y gregaria. Semejante ritual de la partida se iniciaba en la sala: en presencia de todos sus "privados", así como de sus "amigos", el moribundo enunciaba sus últimas voluntades, las disposiciones de la sucesión y procedía a la entronización de su heredero, en voz alta y mediante ademanes bien visibles. Así, por ejemplo, en torno de Balduino V de Hainaut que se disponía a morir, se llevaron a Audenarde, como si se tratara de una asamblea de paz pública, todas las reliquias del país, y se requirió de todos los fieles que juraran la concordia sobre ellas. En cambio la agonía, que transcurría en la alcoba, era algo más íntimo. El poema compuesto en honor de Guillermo, mariscal de Inglaterra, muerto en 1219, ofrece una de las relaciones más preciosas de la muerte de un príncipe de aquellos tiempos. Guillermo, que deseaba morir en su casa, se hizo conducir a una de ellas en cuanto se agravó su mal. Una vez allí convocó a todos los suyos, y en primer lugar a su hijo primogénito, a fin de que todo el mundo le escuchara disponer de su herencia, escoger su sepultura, y le vieran todos, cambiando de hábito y tomando el de templario, ingresar plenamente en otra fraternidad, mientras besaba por última vez a su esposa en medio de sus lágrimas. Una vez acabado aquel ceremonial de la ruptura, muy semejante al que se cumplía cuando el jefe de la casa abandonaba su inundo privado para emprender un viaje, se despoblaba la escena. Aunque al moribundo no se le debía dejar solo; sus allegados se turnaban para velarlo día y noche; y poco a poco se iba despojando de todo: había comenzado por ceder aquello de lo que no era sino el depositario, el patrimonio; ahora renunciaba a todos sus bienes personales, a su dinero, a los paramentos y las ropas; saldaba sus deudas, implorando el perdón de aquéllos a los que había perjudicado en vida; pensaba en su alma y confesaba sus pecados; finalmente, a punto ya de morir, las puertas del más allá comenzaban a entreabrirse para él. Guillermo vio cómo dos hombres resplandecientes de blancura vinieron a apostarse el uno a su derecha y el otro a su izquierda; al día siguiente, a mediodía, se despidió, pero fue una despedida privada, de su esposa y de sus caballeros: "Os confío a Dios, ya no puedo seguir entre vosotros. No puedo seguir defendiéndome por más tiempo de la muerte". Se separaba así del grupo que había dirigido, y se despojaba de su poder, y volvía a ponerlo en manos de Dios. Solo, por primera vez, desde que nació.

G . D .

PARENTESCO

En las páginas que acaban de leerse, Georges Duby ha querido poner entre paréntesis lo referentea los vínculos carnales; se ha ocupado de la familia medieval dejando a un lado la familia en el centido moderno: distinción necesaria entrelos dos ejes que deben orientar el análisis. Naturalmente, las relaciones de parentesco y las de convivialidad interfieren con frecuencia, pero esto no tiene nada de automático. Por no separar con suficiente claridad la corresidencia de la consanguinidad y haber persistido en el empleo indiferenciado del ambiguo término de "familia", hubo muchos historiadores de otras épocas que se perdieron por caminos trillados (por ejemplo, en su referencia ritual y exasperante, por falta de fundamento científico, a la "familia extensa germánica").

La relación de parentesco entra de pleno derecho, con el mismo título que la de convivialidad, en un estudio de la "vida privada". Sería posible desarrollar su presentación de manera paralela: lo mismo que las de la casa, las metáforas del linaje ocupan un amplio espacio en la representación de las solidaridades religiosas o políticas; igual que las grandes casas, las vastas parentelas, que retienen la atención privilegiada de los especialistas de historia sociopolítica, atestiguan por su extensión, durante los siglos Xl y Xll, la privatización de los poderes, al tiempo que se prestan a la misma paradoja de la alienación de la relación privada; finalmente, la autonomía del individuo o de la pareja aparece encausada por el irresistible imperio del "linaje" tanto como por la inoportuna presencia del entorno doméstico —en un tiempo en el que, decididamente, lo privado está en todas partes y en ninguna.

Sin embargo, el parentesco es una relación mucho más abstracta que la convivialidad: y plantea, en consecuencia, problemas específicos. Hay que comenzar por precisar lo que puede ser este "linaje" que las fuentes medievales ponen ante nuestros ojos bajo muy diversos aspectos y que los comentaristas modernos desdeñan definir. A fin de evitar un fastidioso recuento historiográfico, me referiré tan sólo a los dos capítulos que Marc Bloch consagró a esta cuestión, en 1939, en La sociedad feudal: libro fundador de la historia medieval francesa actual y cuyo carácter vivo, fecundo e inspirador seguimos admirando —incluso cuando, en este punto como en muchos otros, los progresos llevados a cabo desde entonces por la historia, por la antropología y por la coordinación entre ambas obligan a su crítica.

Marc Bloch sitúa los lazos de la sangre por delante de los del vasallaje y relativiza con toda razón la importancia de estos últimos poniendo de manifiesto que no hacen otra cosa que completar la trama entretejida por los primeros a fin de proporcionar su coherencia a una sociedad que cabría llamar, mejor que "feudal", feudo (o vasallo-) linajista; unos y otros lazos eran colocados corrientemente por los hombres de la Edad Media en el mismo plano, y los grupos más vigorosamente constituidos son aquéllos que los combinan —vasallaje y alcurnia proporcionan así, durante la batalla de Mansurah (1250), de atenernos al testimonio de joinville, una eficacia ideal a las tropas de Gui de Mauvoisin—. Bloch analiza el parentesco en términos de solidaridad jurídica (movilización para las guerras privadas, detentación de derechos patrimoniales comunes). Pero hay un equívoco que sigue planeando por desgracia sobre la corresidencia, porque Bloch no acaba de verse libre de la idea de que los parientes vivan bajo el mismo techo o, en todo caso, sistemáticamente en vecindad unos de otros. Aunque esto no le impida abrir una perspectiva fundamental: lo que quiere es que se perciba la diferencia entre la sociedad medieval y la nuestra incluso en esta célula elemental y natural en apariencia. "Tanto por la tonalidad sentimental como por la extensión", escribe Bloch, "la parentela de entonces era muy otra cosa que la reducida familia conyugal de tipo moderno": una cosa menos afectiva aunque mucho más apremiante, y que, lo mismo para Bloch que para sus contemporáneos desorientados por Lévy-Bruhl, recibe la connotación implícita de primitivismo en el mal sentido del término. A reforzar semejante impresión acude además la sospecha de que la fuerza de la parentela se instaura a expensas de la pareja: "Es indudable que se cometería una grave deformación con las realidades de la era feudal si se situara el matrimonio en el centro del grupo familiar"; de hecho, la mujer sólo "a medias" pertenece al linaje de su marido, puesto que la viudedad, ipsoficto, la excluye de él (o la libera). A pesar de lo cual, con la aurora del siglo xIll despunta una indiscutible modernidad gracias a la Iglesia y al Estado: la primera en nombre de los derechos de la persona, el segundo en nombre de la paz pública, y ambos, a la vez, en beneficio de sus propios intereses, por supuesto, contribuyen ininterrumpidamente al debilitamiento de las constricciones del parentesco.

Delimitación de los contornos del "linaje" y evidenciación de sus funciones, interrogación sobre sus relaciones con la "familia conyugal", y finalmente, búsqueda de una tendencia evolutiva a la vuelta de los últimos años del siglo XII(1180): recojo así de Marc Bloch sus tres temas principales, a fin de tratarlos sucesivamente. Los trabajos suscitados por La sociedad feudal han hecho que haya hoy en este libro algunas partes muertas, como en cualquier obra científica que cuente con algunos decenios de vida; pero su trascendencia se reconoce, en cambio, por las intuiciones que sus sucesores no han explotado aún de modo suficiente o que no pueden hacer otra cosa que confirmar, transformándolas en conceptos. Así es como se deja presentir la importancia de la filiación indiferenciada"; la observación sobre la equivalencia de las líneas paterna y materna no es algo que se limite a aparecer como levemente incidental bajo la pluma de Bloch, puesto que le permite precisamente rechazar la posible calificación del "linaje" como unidad constitutiva o como realidad sustancial de la sociedad; a causa de un "sistema bífido", "la zona de las obligaciones linajistas cambiaba incesantemente de contornos". Nos encontramos aquí ante un objeto histórico de dificil comprensión, por razones documentales a la vez que estructurales: ¿qué son exactamente esas vastas parentelas en cuyo seno acaba por abrigarse y alienarse el hombre feudal, pero que, al mismo tiempo, si se trata de un noble, constituyen el medio y la expresión de su poder?

Las metamorfosis del linaje

Lingüística y mundo feudal

Bajo su forma latina, lo mismo que en antiguo francés, "linaje" y "parentesco" designan relaciones más bien que grupos rígidamente constituidos; uno se halla ligado a la nobleza por linaje y lo por parentesco (ambos términos son prácticamente equivalentes) y, en virtud de este hecho, se encuentra clasificado en buena posición en la jerarquía social. El rango de Enguerran IV, señor de Coucy, maltratado en 1259 por la justicia real, se basa en que todos los grandes barones de la Francia del norte son "de su linaje" y tienen, por tanto, que sostenerlo con su "consejo"; los primazgos patri y matrilaterales, las alianzas que pasan por las mujeres dadas o recibidas, contribuyen igualmente a fundar el amplio tejido de una parentela puesta de relieve por el carácter dramático de la circunstancia, si es que la necesidad de hacerle frente a ésta no es la ocasión específica de surconstrucción.

La aplicación de los términos en cuestión a unos grupos, como ocurre en la novela artúrica con li parentez le roi Ban, o en aquel nostre lignage cuyo debilitamiento deplora Gauvain, no es de hecho sino algo secundario, menos frecuente que la evocación de la relación determinante y/o manipulada. Aunque puede suceder que un grupo determinado cristalice y particularice la relación de parentesco. El vocablo genus, puramente latino y que no es desde luego el antecesor directo de "raza", se aplica asimismo, en los siglos Xl y XII, ante todo a la extracción ("noble" o "brillante" cada vez que es el caso) de un hombre o de una mujer, y luego solamente a una formación social precisa —que designa de forma más exclusiva el término prosapia—. También el término cognatio se aplica a los grupos, pero cuando son serviles más que cuando son aristocráticos. Si a esta lista se le añaden algunos colectivos como "próximos", "amigos (carnales)", y —empleados con mayor frecuencia— "parientes", "allegados" (cognati) y "consanguíneos" (consanguinei), nos encontramos con una cierta abundancia de radicales y derivados adecuados para la designación de la parentela en su sentido más amplio: ¡casi no falta más que "familia"! En cambio, lo que no se destaca con claridad es la pareja, ni la familia "conyugal" o "nuclear" junto con sus hijos.

De aquí a la conclusión de que no poseen existencia efectiva hay, sin embargo, un paso difícil de dar. Porque cuando se trata de la descripción y la interpretación de una sociedad no cabe basarse únicamente en la conciencia que tiene y en la imagen que puede y quiere ofrecer de sí misma: ¿acaso no deben retener nuestra atención lo no pensado o no formulado? En sus recientes Diálogos con Guy Lardreau, Georges Duby nos invita a una historia de los silencios: precisamente la que tiene que ver con las realidades tácitas de la vida privada, al margen de las palabras. No es, por tanto, a fuerza de insistir con desesperación en las sinuosidades del lenguaje como se conseguirá zanjar este debate. Tanto más, cuanto que, como ya advertía. Marc Bloch, su vocabulario flotante no es forzosamente un indicio de la fuerza de los lazos del "linaje".

El mundo feudal francés no es un espacio lingüístico unificado: la lengua d'oil tiene sus variantes regionales, y las transposiciones latinas corren el riesgo de ser a la vez variables e inadecuadas. En consecuencia, el historiador ha de limitarse a levantar acta de la ausencia de términos específicos de los diversos grupos posibles de parientes; lo que se percibe es esencialmente el parentesco como relación y función social genérica. Y lo que nos toca es el examen de la manera cómo articula a la vez varias esferas.

Nos faltan también, durante la mayor parte de aquella época, verdaderos nombres de linajes: los historiadores actuales, por mor de la claridad de la intriga, llaman así a los Blois-Champagne y a los Érembaud, que fueron los actores del gran juego sociopolítico. Los Giroie, auténticamente considerados como tales por el siglo Xll normando, representan un caso particular, preludio de la adopción eminentemente progresiva de los nombres patronímicos; pero ésta ofrece el aspecto de algo muy artificial, porque la habían impuesto desde fuera las autoridades políticas.

Finalmente, el análisis puede dirigirse hacia la nomenclatura de las relaciones particulares, bilaterales, que surcan el campo del parentesco. Cabe percibir en el latín de los clérigos algunas distinciones que el vocabulario moderno ha perdido. Por ejemplo, la que media entre los "padrastros" de los dos tipos y, dentro del mismo orden de ideas, la que se da entre hermanos carnales y hermanastros: se trata de distinciones evidentemente necesarias a causa de la frecuencia de los matrimonios ulteriores en una sociedad en la que la muerte elimina a no pocos guerreros bisoños y a no pocas mujeres primerizas; no es posible considerar del mismo modo la pareja o "familia" en un régimen demográfico que no permite a los esposos más que una esperanza de vida común muy reducida, y en el nuestro, excepcionalmente favorable a las uniones prolongadas. Si fuera efectivamente constante y se hallara confirmada, la distinción entre patruus y avunculus exigiría comentarios más propiamente sociológicos: como hermano de la madre, ha sido el segundo el que ha dado lugar al tío en francés y el que despierta el interés de los partidarios de la muy antropológica relación avuncular. Pero carecemos de confirmaciones en el terreno de las actitudes, y el sistema de los apelativos parece a su vez un tanto embarullado. Como contrapartida de las diferencias que no nos vamos a detener a subrayar se presenta al final la enojosa ambigüedad de nepos: ¿sobrino o nieto? El sentido dominante es el primero, y lo ha conservado al pasar al francés: debieron de ser pocos los niños que conocieron a sus abuelos; la propia sólida línea capetiana no presenta ninguna coyuntura de este orden antes de 1214.

Una posible indagación: el inventario completo y la interpretación de semejante nomenclatura. Pero corre en efecto el riesgo de ser poco fecunda, al tener que enfrentarse con usos bastante aleatorios. La "sociedad feudal", como tantas otras, no domina lo suficiente sus medios de expresión como para poder proporcionar un claro reflejo de sus actitudes mediante las reglas de empleo de las palabras y la delimitación de sus campos semánticos. La herencia fosilizada en el latín, o en el mismo francés cuando alcanza de súbito la dignidad de la escritura, no se puede distinguir bien de la parte viva y nueva. De estas pocas observaciones no cabe extraer otra cosa que algunas sugerencias para la investigación: a propósito de las relaciones entre tío y sobrino o con respecto a una eventual pluralidad de las formas del "linaje". ¿Pero dónde encontrar los mejores materiales tratándose de fuentes tan escasas, demasiado alusivas o demasiado mayoritariamente eclesiásticas, a partir de las cuales sólo de manera tan insatisfactoria se puede elaborar la historia de la Edad Media central?

Fuentes

En el siglo XII, gracias a las solicitudes y los usos de la aristocracia, floreció una literatura genealógica, que irradió desde Flandes y Anjou, sus focos de origen. Georges Duby se ha dedicado a su estudio, a pesar de saber que no tiene ante sí más que una "ideología de la filiación", una simple representación que se vincula más de cerca con la sucesión que con el linaje stricto sensu: con el eje vertical del parentesco más que con el campo definido por su combinación con un eje horizontal. Pero no se va a prescindir por ello de esta fuente: ¿no se practica acaso el ejercicio del parentesco lo mismo en lo imaginario que en lo "real" propiamente (y pobremente) dicho? Pero la referencia al parentesco tiene que venir después de la reconstrucción del conjunto de las filiaciones y alianzas conocidas por otros caminos: es entonces cuando se las puede confrontar con las opciones y las deformaciones llevadas a cabo por los genealogistas y extraer así algunas indicaciones sobre el uso sociopolítico de sus trabajos.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 72; Мы поможем в написании вашей работы!

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