Hogares de simple familia conyugal



7. Parejas sin hijos ........................................................ 10,26

8. Parejas con hijo(s) .................................................... 36,35

9. Viudos con hijo(s) ..................................................... 1,83

10. Viudas con hijo(s) .................................................... 6,36

 


Hogares de familia conyugal ampliada

11. Ascendentes (padre, abuelo, tío, tía) ....................... 10,64

12. Descendentes (nieto, sobrino, sobrina) .................. 9,44

13. Laterales (hermano, hermana, primo...), o

combinación de los casos 11, 12 y 13 ........................... 1,20

Hogares múltiples

14. Verticales, ascendentes o descendentes,

con dos núcleos ........................................................... 11,28

con tres o más ............................................................. 2,11

15. Horizontales (fratrias)

con dos núcleos .......................................................... 3,55

con tres o más ............................................................. 1,69

Documento de mediados del siglo XlV (Archivos de la Dróme, 40 14 2.)

Én un hogar de aquella época no puede excluirse de forma absoluta la presencia de ascendientes o de colaterales: sobrino, sobrina, hermano o hermana, tía, o abuelo. Así, por ejemplo, en 1422, en la parroquia de San Pedro, en Reims, donde un 23% de los hogares se encuentran en este caso. Én 1409, mediante acta debidamente registrada ante notario en Ruán, Juan le Monnier y Juana, su mujer, se someten a Tassin le Monnier, su hijo, y a Perrette la Monniére, su nuera, con todos sus bienes, sin retener ninguno, a condición de que se les cubran "todas sus necesidades de bebida, comida, sostenimiento, vestido, fuego, lecho y casa, en forma aceptable y suficiente". Dispondrán, en particular, durante toda su vida, de veinte dineros torneses por semana "a fin de tener pan o lo que quieran", un galón de cerveza cada día, carne suficiente en sus días, y en los de vigilia "las viandas que haya en casa, arenques, huevos o cualquier otra cosa". Él domingo se señalará con un almuerzo más copioso, que incluirá entre otros alimentos un paté de cinco dineros torneses. Én compañía de su hijo menor, Jehannin, podrán permanecer "en la alcoba alta o cuarto de atrás", provisto de chimenea y en la pieza de al lado: se beneficiarán asimismo de una especie de pequeño apartamento, caldeado o caldeable, más o menos independiente, mientras que las comidas se tomará en común; Tassin invitará por su parte a su padre diciéndole cada vez: "Señor, venid a sentaros". El padre será también el primero que se siente y el último en levantarse "si así le place". Algunos textos revelan, por ejemplo en el señorío de Choiseul a finales del siglo XV, que los hijos adultos "no tienen casa, pero siguen estando en la de sus padres o parientes".

Muy en particular, hay partes de Francia en las que un fuego u hogar puede corresponder perfectamente a una familia ampliada, de tipo patriarcal, o a la asociación de dos cuñados, o de dos hermanos, casados ambos, que lo ponen todo en común, su fuerza de trabajo, su riqueza, sus reservas, con el fin de yivir de un mismo pote y fuego, en una misma casa de campo o en un mismo domicilió (hétel). Bibendo unum vinum, comedando unum dicen los contratos en latín refrendados ante notario a fin de establecer el affreramentum, el hermanamiento, la fratria, la comunidad. O bien, a su vez, se trata simplemente de dos, amigos no ligados en absoluto por la sangre, que se asocian de forma duradera, "para un solo pan, vino, víveres, vituallas y alimentación.

Comportamientos semejantes, que han existido por lo menos desde el siglo XII hasta el XlX, conocen un remozamiento favorable bastante sorprendente a finales de la Edad Media, tal vez a causa de las dificultades cotidianas. La ampliación del hogar fue una de las respuestas de la Francia meridional y montañosa a la gran depresión demográfica provocada por las mortandades, a la inseguridad difusa que suscitó la guerra de los Cien Años y a la laboriosa reconstrucción agraria que permitió el retorno de la paz

Tampoco la Francia del norte ignoró del todo semejante tendencia: Juan Merrey, labrador, muere en Choiseul (Alto Mame) poco después de Pascua de 1494; deja una viuda, la cual sostiene todavía una casa en 1500, y cuenta al menos con dos hijos. Uno de ellos, llamado Juan, va a instalarse a una aldea vecina de SaintRémy, en 1494; y allí sigue aún en 1502. El otro, Nicolás, es cabeza de familia en Choiseul en Pascua de 1496. "Aquí, tres hogares reemplazan en menos de dos años al que tenía su padre en vida" (Héléne 011and). Lo mismo ocurre en la Francia del oeste: Carnac, en 1475, contaba con 173 hogares: de este total, 131 puede calificarse como núcleos familiares (una pareja con sus hijos), y42 como familias ampliadas (entre las que hay un hogar con 19 personas) O. Gallet).

Pero, a pesar de todo, no hay cuidado de que vayamos a exagerar la amplitud del fenómeno. Diversos documentos, y en particular los testamentos, sugieren en efecto la existencia de una mayoría de hogares más bien pequeños durante el periodo de 1350-1450, o sea, cuando la esperanza de vida era la más débil y la natalidad menos elevada. Por el contrario, a comienzos del siglo xiv y de nuevo a finales del XV, un número superior de niños, al sobrevivir a la vez por las mismas fechas, pudo representar un aumento en el hogar de una a dos unidades. Naturalmente, se trata de términos medios, porque, cuando las fuentes lo autorizan, se advierte que en grupos suficientemente amplios de hogares los efectivos van de 1 a 12 personas, e incluso aún más: el récord, para la Toscana de 1427, es la casa de Lorenzo di Jacopo, en el extrarradio de Florencia, que abriga a dos familias conyugales: 47 personas distribuidas en cuatro generaciones.

Volviendo al espacio francés, en 1306, en Axat, burgo del departamento actual del Aude, un hogar corresponde por término medio a 4,9 personas, y, ese mismo año, en la aldea de Caramanly (Pirineos Orientales), a 5,6. Én Reims, en 1422, un hogar equivale a 3,6 personas en la parroquia de San Pedro y a 3,8 en la de San Hilario. Dos barrios de Ypres, en 1412, tienen respectivamente 3,4 y 3,2 personas en cada hogar, y, en 1437, 3,7 y 3,6. En Carpentras, en 1473, durante una fase de plena recuperación demográfica, el promedio asciende a 5,1, y en Ypres, en 1491, a 4,3.

No basta con haber dejado establecida la absoluta preponderancia en el final de la Edad Media de hogares en definitiva modestos, o bastante modestos. Todavía es preciso averiguar si a cada uno de tales hogares les correspondía un tipo de habitación netamente distinto, individualizado, digamos una casa. Porque abundan los ejemplos, en particular en la nobleza mediana y en la alta de propietarios de numerosas residencias, mansiones, castillos, incluso casas urbanas que no siempre se hallaban alquiladas todas ellas y que, por tanto, permanecían vacías al menos una parte del año. Bien es verdad que, con mucha frecuencia, estas residencias no se hallaban totalmente desocupadas, ya que había un gerente, un portero, un conserje, o mejor un castellano o un capitán que aseguraba mientras tanto la protección y vigilancia de las fincas. La crisis demográfica trajo también consigo el abandono de numerosas casas, lo mismo en las ciudades amuralladas que en el campo llano: estas deserciones provocan enseguida una sensible degradación, a veces irremediable, del patrimonio mobiliario y las casas así entregadas a las inclemencias del tiempo y al pillaje no tardaban en transformarse en auténticas ruinas.

A la inversa, especialmente en los centros urbanos que se mantuvieron más activos, se dejan observar huellas de superpoblación. Se piensa como es natural en el caso de París, hasta comienzos del siglo xv, con sus alojamientos reducidos a una o dos piezas, sus inquilinos de pisos, sus patios atestados de tugurios, de cabañas y de cobertizos. Algunas ciudades como Lyon e incluso Cambrai conocieron fenómenos análogos de hacinamiento, que se tradujeron en la fragmentación de inmuebles de renta entre distintos inquilinos cada uno de los cuales se contentaba, por la fuerza de las cosas, con un mínimo de espacio. Én las ciudades bretonas, "a medida que nos acercamos a las postrimerías del siglo Xv, se diría que el hacinamiento se ha acentuado. Én cualquier caso, los rentistas y las declaraciones dejan constancia las más de las veces de la presencia de dos y hasta de tres personas bajo un mismo techo, y una situación así exige el acondicionamiento de buhardillas (goletas), o tabucos (solliers, estaiges, estres), hasta dos o tres, bajo los tejados" (jean-Pierre Leguay).

En Chambery, a fines del siglo XIV, se cuentan dos o tres hogares o fuegos por casa, lo que equivale tal vez a 3.000 habitantes por 306 casas censadas.

Es difícil establecer un balance de población entre las casas que acogen varios hogares, en sentido propio o figurado, y las construcciones unas veces simplemente desembarazadas de elementos adventicios o parasitarios, y otras abandonadas, transformadas en terrenos baldíos en los que se instala a sus anchas la vegetación silvestre, o donde un reducido montón de piedras y tejas, y algunos postes aquí o allá son lo único que recuerda el edificio de antes. Y después de todo, ¿por qué la presencia de emplazamientos vacíos habría de ser incompatible con una sobrecarga de población en las casas vecinas todavía en pie? Aunque sigue siendo cierto que en muchas aldeas, así como en muchas ciudades, puede admitirse como una regla la equivalencia entre un hogar y una casa (cualesquiera que fuesen las dimensiones del uno y de la otra). En Rennes, por ejemplo, a mediados del siglo XV, en una de las parroquias, 453 casas alojan a 460 contribuyentes, 189 de los cuales son propietarios y 271 inquilinos.

En Porrentruy, por los años 1518-1520, 251 cabezas de familia ocupan 280 casas y graneros. La ciudad de Montbéliard, a mediados del siglo XVl, contaba con 375 edificios (de los que 82 eran dependencias: graneros y establos); pues bien, en las paradas de armas se hallaban presentes por aquel entonces 267 burgueses y habitantes en general. "Lo que quiere decir que la casa montbeliardesa no acogía por término medio más que una familia" (Pierre Pégeot).

Desde este punto de vista, podrá considerarse como muy representativa la casa de la comarca de Reims de finales de la Edad Media, con su piso único coronado por un granero bajo el tejado y, al mismo tiempo, su débil capacidad domiciliaria. Ciertamente, en la vieja ciudad arzobispal, hay casas que siguen alojando más de un hogar con cierta frecuencia, pero ello se debe a que "junto al domicilio principal ofrecen una o dos habitaciones de alquiler" (Pierre Desportes). O bien se trata de que acogen temporalmente parientes o amigos que acuden a refugiarse intra muros porque amenaza la guerra. Por excepción, algunas viviendas se han visto repartidas igualitariamente entre dos herederos. Situaciones a decir verdad excepcionales o provisionales. Durante la Edad Media, las posibilidades de albergue de la casa de la comarca de Reims son de cuatro o cinco personas, o sea, una familia. Únicamente más tarde, a finales del Antiguo Régimen y durante el siglo XIX, evolucionará la situación, bien a causa de la superpoblación, de la pauperización, bien en razón de profundas modificaciones en el acondicionamiento interior (número de pisos, etc.): se alcanzará entonces corrientemente la cifra de 7 y hasta de 10 personas por casa. Del mismo modo, en Tours, en los años 1836-1840, dentro del recinto del siglo XIV, 1.750 casas acogen 4.511 familias o 13.939 personas: 3 cabezas por hogar y 2,5 hogares por casa.

También existen finalmente ejemplos de casas rurales con más de un hogar. Así, una de las casas de Dracy, en Borgoña, quedó según todas las apariencias dividida en dos a comienzos del siglo XlV. Én algunas aldeas lorenesas, a finales del siglo XV, hay inquilinos de una parte de la casa a los que denomina "camareros", mientras que su presencia provoca complejos problemas de servidumbre, ya que era preciso que tuvieran a su vez acceso al pozo, al granero, al establo y al área de trilla.

Fincas, propiedades, espacios cerrados

Hacia 1460, en un texto célebre, el Debate de los heraldos de armas de Francia e Inglaterra, el heraldo de Inglaterra emprende la alabanza de las magníficas monterías de su reino: "Porque hay tantas fincas que es una maravilla, llenas de animales de caza como ciervos, cabras y venados en abundancia".

El heraldo de Francia le replica: "Desde luego, señor heraldo, hacéis muy bien en alabar las fincas que hay en Inglaterra; pero os ruego que me digáis si tenéis tantas fincas y de tan gran magnificencia como las de Francia: por ejemplo, el parque del bosque de Vincennes, el parque de Lesignan, el de Hesdin y tantos otros (el manuscrito añade al margen, en este punto: han de nombrarse todos los parques cerrados con muro que se puedan encontrar en Francia) que están cerrados con altos muros como ciudades anwralladas. Y que son parques para reyes y príncipes. Bien es verdad que tenéis también en Inglaterra muchos parques, pero sólo están cerrados con un pequeño foso, una valla o una empalizada, como lo están en Francia los viñedos y los pastos, con la excepción del parque de Wyndesore; y en efecto no son más que fincas de aldea. De manera que no hay porqué hacer de ello tan grandes alabanzas".

Pasaje seguramente polémico, pero que no deja de proporcionar ciertas referencias que permiten caracterizar el paisaje del campo francés a finales de la Edad Media. Eran sin duda alguna mayoritarias las regiones en las que las tierras, especialmente las de labor, se hallaban delimitadas en forma precaria por simples lindes, fáciles de hacer desaparecer o desplazar, corno también por un riachuelo, una senda, un árbol aislado, una peña o cualquier otro accidente natural. En la bailía de Senlis, a comienzos del siglo XVI, la propiedad de la audiencia de Cugny se halla circunscrita alternativamente por el paraje conocido como el boschet de Fourches, un gran tilo, una callejuela, una zanja, una fuente, un mojón plantado a la orilla de un camino, y luego otro mojón. Por lo demás, allí donde estaba en vigor el régimen de tierras comunales llegaba un momento, en el curso del ciclo agrario, por lo general después de la cosecha, en que se interrumpía durante un cierto tiempo la apropiación privada de los campos. Por otra parte, no pocas sociedades campesinas tenían sus "comunales", sus derechos de uso colectivos sobre un prado, un bosque o un barbecho. Én la aldea y fuera de ella no dejaba de haber espacios considerados públicos: pensemos en los caminos (carreria publica, caminos publicus), en las fuentes, en las grandes vías de agua, pero también en las plazas donde se celebraba el mercado y se reunía el ganado. Añadamos que la trágica despoblación de los siglos XIV y XV tuvo como corolario la multiplicación de los baldíos, de las tierras a riés, hernies et vagues, con toda la apariencia de un no man's land, de "despo blados", aun cuando la reconstrucción agrícola animosamente emprendida a partir de los años 1450 había de poner de manifiesto que los límites de las propiedades, de los señoríos, de las parroquias y de las tenencias campesinas distaban mucho de haberse olvidado por completo y que, dicho en otros términos, la "memoria agraria" había logrado sobrevivir como había podido.

No es menos cierto que no sólo el régimen de la propiedad (o de la explotación) privada era ampliamente dominante, sino que además se traducía en una tendencia al cerramiento tanto de las fincas extensas como de algunas parcelas. Así lo comprueban ciertas miniaturas, planos y vistas panorámicas (al menos a partir del siglo XVl algunos relatos de viajeros y sobre todo innumerables actas en que aparecen tales prácticas. Cercas, propiedades tapiadas, perfectamente tangibles, estaban allí para guiar el trabajo de agrimensores y medidores y para materializar sobre el terreno las pesquisas de los especialistas encargados de redactar las listas de censatarios y terratenientes. Con semejante voluntad de ocupación (saisine), el dueño del suelo, cualesquiera que fuesen su título o su condición jurídica, pretendía circunscribir un espacio especialmente productivo y valioso, en el que su vida privada y la de su familia podrían desenvolverse a salvo de las miradas ajenas, y sus reservas, sus bienes muebles, sus instrumentos agrícolas y su ganado estarían, en circunstancias normales, totalmente a buen recaudo. Protegerse de los extraños y de los vecinos, alejar los animales salvajes, que precisamente reaparecieron al final de la Edad Media, pero también los animales domésticos que andaban sueltos sin vigilancia. Antes de las cosechas, los propios campos se hallaban rodeados de cercas temporales, mientras que los guardianes (messiers) hacían la ronda, a veces de día y de noche. Én Flandes, el bock de vylls designa un delito que consiste en abrir una brecha en los cercados de la aldea durante el tiempo de las labores y las cosechas. Los terruños medievales se hallaban separados entre sí por defens, o sea, por espacios a la vez jurídicamente prohibidos y materialmente aislados. Hacia 1460, un gran señor checo, Léo (le Rozmital, se sintió sorprendido, al recorrer Bretaña, del gran número de muretes de piedra, los murgiers, que cercaban los campos: "de esta forma los campesinos no necesitan quedarse junto a sus rebaños mientras pastan, ni vigilarlos, y los rebaños no pueden perjudicar las tierras de sus vecinos".

Había regiones, como Anjou, donde la explotación, más agrupada, más reducida, era también más fácil de vallar. "Todas las descripciones lo atestiguan. El cerramiento no era resultado exclusivo del deseo de protección; materializaba también la torna de posesión; era en cierto modo su definición jurídica. No se debe, por tanto, al azar que el derecho consuetudinario anjevino trate del mismo en el capítulo sobre la propiedad. Tallados en grandes bloques yuxtapuestos subrayados por los caminos, dominios señoriales y tenencias campesinas formaban una especie de puzzle parcelario de amplias mallas que englobaban en un solo término las tierras, tos prados, las landas y los bosques." (Michel Le Mené). Un ejemplo entre otros muchos: el albergue y el cortijo del Grand Thorigné comprendían "dos casas coronadas de chimeneas, cubiertas de tejas,portillos jardín, grandes manchas de bosque intacto, tierras, prados, pastos y arbolado, con vallados y tapias alrededor".

En Bretaña, la palabra pare podía designar vastos conjuntos patrimoniales, a veces cotos de caza, explotaciones agrícolas, bosques, tierras de esparcimiento y de cría de ganado. Así, por ejemplo, el "parque del duque", cerca de Morlaix, y los de Vannes, Lesneven y Rhuys. En cuanto al parque o gran finca de Cháteaulin donde se hacía una distinción entre el gran dominio y el pequeño, es posible que correspondiera a una antigua reserva y a sus arrendamientos (Jean-Pierre Leguay).

En las regiones de openfield, por el contrario, las parcelas pertenecientes a un mismo propietario rural se hallaban por lo general esparcidas a través de los diferentes barrios, añojales o rincones de un territorio. Pero de todas maneras, a medida que uno se aproximaba a una aglomeración rural, veía multiplicarse las cercas, de piedra o de madera viva o muerta —setos o estacadas— que delimitaban una viña o un prado, un cañamar o un salceda!, un huerto o un pomar, un cierro o una boille (jardín), un casal (casa) o un maine (vivienda), un jardín o una verchére (terreno acotado). "Los franceses", dice Brunetto Latini, "saben hacer praderías, vergeles y pomares alrededor de sus viviendas mejor que cualquier otra gente".

En su propia escala, los señores laicos y eclesiásticos procuraban igualmente, por prestigio, o bien para su provecho y distracción, delimitar en sus propiedades espacios más restringidos a fin de subrayar así su dominio y afirmar su derecho de propiedad. Vigilantes de todo tipo y guardas forestales estaban encargados de alejar a los intrusos de sus bosques y de hacer fructificar un capital considerado como particularmente precioso. Y los cotos, permanentes o temporales, favorecían la salvaguarda y la proliferación de la caza menor. Había no pocos castillos con su gran patio y su corral, éste de destino más utilitario, o sea, netamente agrícola. Tampoco había ninguna mansión noble sin su "jardín de placer" (la expresión está documentada a finales del siglo XV), lo que no quiere decir que no predominaran en él las hortalizas y los árboles frutales. Él vergel celosamente cerrado, hortus conclusos, con su muro a veces bataillé (al menado), su fuente decorada, sus emparrados, sus pérgolas, sus coignarts (sotos) de árboles, su naturaleza domesticada, amansada, recortada en pequeños cuadros, sus bancos y sus galerías: de acuerdo con el tes timonio de la literatura y de la iconografía, era el lugar por excelencia del descanso, del regocijo, de las canciones y de las confidencias, de los amores abiertos o discretos, de los debates y las diversiones, pero también el símbolo de la Virgen y de la virginidad y la figura del paraíso perdido, al abrigo de los tumultos y los peligros que perturban sin cesar el mundo exterior (Elisabeth Zadoura-Río).

Una "vista general", que data de 1481, del monasterio femenino de Saint-Antoine-des-Champs, cercano a París, muestra, en su factura torpe pero precisa, la yuxtaposición, dentro de la clausura, de un bosquecillo, de varios estanques, viveros, patios, vergeles y jardín, y, más allá, de un corral, a su vez rodeado por construcciones de granja.

Cristina de Pisan nos ha dejado el relato en verso de la visita que hizo en 1400 al insigne priorato de San Luis de Poissy, donde su hija era religiosa dominica. Se nos enumeran una tras otra las edificaciones de este monasterio, tanto más reputado cuanto que acogía también, por aquella época, a una hija de Carlos VI. Retengamos de momento que hasta los patios se han recorrido. Se nos invita a admirar sus dimensiones, así como el enlosado de que están recubiertos: "Así anduvimos por todas partes/ Y atravesamos grandes patios/ Anchos y largos más que un canal/ Donde había grandes depósitos de leña,/ Bien pavimentados y hermosos para todos los recorridos".

Más lejos, está el jardín, el otro muy dulce paraíso, todo él de altos muros rodeado, donde crecen más de ciento cuarenta árboles frutales, así como también un hermoso recinto donde retozan gamos, liebres, conejos y cabras salvajes, y en fin, dos viveros ricos en peces.

Patio, jardín, vivero, estanque, parque: al final de la Édad Media, un castillo como es debido ha de abarcar toda la serie. Así lo subraya, no sin envidia y bromas, el Sueño verdadero en su descripción del hermoso castillo de Marcoussis, reedificado suntuosamente por aquel advenedizo de primera magnitud que fue Juan de Montagu, gran mayordomo de Carlos VI: "Se trata de un placentero y deleitable lugar./ Todo él, tanto lo viejo como lo nuevo,/ Éstá cercado por muros, así como por fosos de agua".

Un siglo más tarde, el castillo de Gaillon, orgullosa construcción del arzobispo de Ruán, el cardenal Georges de Amboise, entonces principal consejero de Luis XII, no se queda atrás. Esta vez, la descripción que de él nos ha dejado Antonio de Beatis, capellán y secretario del cardenal Luis de Aragón, comienza por el exterior, es decir, por el parque, dos leguas de circuito, cerrado por una espesa y alta muralla, que abraza igualmente el jardín del castillo. Este parque es tanto más notable cuanto que comprende zonas boscosas y zonas descubiertas, pequeños pabellones, sin duda destinados a hacer un alto en ellos, durante las cacerías y, por supuesto, toda clase de caza. Én cuanto al jardín, de forma cuadrada, encierra a su vez cuadros más pequeños rodeados de verjas de madera pintadas de verde. Tiene incluso una pajarera y una vasta pradera. Sólo después de haber admirado tales maravillas accede el visitante a las dos galerías que preceden al castillo.

Los parques reales no tenían nada que envidiar a semejantes realizaciones. Él del bosque de Vincennes, mencionado, como ya se ha dicho, en el Debate de los heraldos de armas, lo es igualmente en el diario de la embajada florentina cerca de Luis XI (1461-1462), que nos proporciona sus dimensiones —no menos de cuatro millas de contorno—, y en el poema, evidentemente contemporáneo, de Antoine Astesan: "Cerca se extiende un bosque magnífico, del que, según me parece, el castillo deriva su nombre, y que se halla entreverado de praderas de abundantes sotos y rodeado por una muralla continua. Se le llama vulgarmente el parque, y recuerdo haber visto uno parecido cerca del castillo de Pavía. Éste parque se subdivide en su interior en numerosas zonas, para reserva, en una, de los jabalíes de amenazadoras defensas, en otra, de los tímidos gamos, o los ciervos de poderosa cornamenta, y en otras de las liebres veloces y las cabras salvajes. Se encuentra también tal cantidad de conejos que a veces llegan a verse por millares. De forma que en este bosque puede disfrutarse de todos los placeres de la caza".

Espacios urbanos

Si la manía de cerrarlo todo, verdadero habitas de la mentalidad medieval nacido tal vez de un profundo sentimiento de Inseguridad (que desde luego un conjunto de circunstancias vino a justificar y reforzar ampliamente en la Francia de la guerra de los Cien Años), se hallaba muy extendida en el mundo rural, no lo estaba menos en el medio urbano, puesto que una de las características de la ciudad era precisamente la de hallarse confinada por unas puertas y una muralla. Advirtamos, no obstante, que, incluso en Francia, hubo auténticas e innegables ciudades que sólo en fecha tardía se beneficiaron de una muralla, y que los suburbios abiertos, vulnerables, subsistieron o se crearon así, especialmente en la prolongación o vecindad de las vías de acceso. Por lo demás, cuando parecía que el peligro se había alejado y que la paz retornaba, no pocas ciudades, por simples razones de economía, tenían tendencia a descuidar sus baluartes que, consiguientemente, se trasformaban enseguida en coladores...

Pero es posible que el rasgo primordial de la ciudad medieval y de sus relaciones con el espacio resida en la relativa escasez de lugares y construcciones de carácter público. Sin duda se consideraba que las calles y las plazas dependían de los poderes, municipales, señoriales o reales. Y sin duda tampoco se desconocían los procedimientos de expropiación, mediante una indemnización, por motivos de interés general. Pero se tiene la impresión, a pesar de todo, de que el dominio público era reducido, incluso residual, y que por añadidura se hallaba regularmente amenazado por las usurpaciones de los particulares. Usurpaciones discretas porque eran ilícitas, por mas que en ocasiones se hallaran legalizadas por un acta oficial. Én 1437, maestre Jacques Jouvenel se queja a Carlos VII de las culpables actividades a que se entregaban, muy cerca de su residencia, en la Isla de la Cité, en París, algunas "muchachitas de placer" instaladas en "numerosas casitas". Pues bien, a estas casitas se accedía por una "callejuela y vía pública denominada Glatigny", por lo demás muy estrecha, porque "la dicha callejuela no era lugar por el que pudieran pasar caballos ni carros", y en absoluto indispensable para la "cosa pública", puesto que había otras calles paralelas que aseguraban con más comodidad la circulación por el barrio. Rindiéndose a estas interesadas explicaciones, Carlos VII, con el fin de tener un gesto para con un miembro de una gran familia que le había sido perfecta y permanentemente fiel durante todo el tiempo de las divisiones, autorizó la incorporación de la callejuela de Clatigny a la propiedad de Jacques Jouvenel. Como reza la carta real, "la dicha callejuela que era vía pública hemos reducido y reducirnos a cosa privada en beneficio del dicho maestre Jacques Jouvenel y de los suyos".

Entre 1439 y 1447, en Saint-Flour, un proceso enfrentó a los cónsules y habitantes de la cité y a los canónigos de la colegiata de Notre-Dame. Él objeto del litigio era una pequeña calle de cuatro a cinco pies de largo (de 1,20 metros a 1,50), que atravesaba el cementerio del cabildo y daba acceso, de día y de noche, a un horno común. El cabildo pretendía prohibir el tránsito, que les molestaba, clausurando el cementerio. Por el contrario, el municipio de Saint-Flour sostenía no sólo que la vía era común, sino además que en el país de Auvergne los cementerios eran "plazas públicas" y que, por tanto, no había lugar para ninguna prohibición.

Un dominio público recortado, fragmentado: simple manifestación, en la topografía urbana, de la debilidad persistente del Estado en sus medios, sus recursos y sus ambiciones.

Bastará aquí con evocar la singular estrechez de las calles, hasta el punto de que una que tuviera seis o siete metros de ancho llamaba la atención por sus dimensiones, la sinuosidad de los trazados, la cantidad de corrales y callejones sin salida, lo exiguo de los cruces, lo raro de las perspectivas y los espacios desahogados, y el atasco permanente de las calzadas. En las ciudades bretonas del siglo XV, "muchas calles equivalen a auténticos pasillos, ensombrecidos por los saledizos de las casas" (Jean-Pierre Leguay).

Sin embargo, el pintoresco embrollo de las ciudades medievales, con el laberinto de sus recodos y callejas, la abundancia de sus pasadizos abovedados, la pendiente intempestiva de sus rampas, no era algo que se considerase necesariamente como un marco natural y en el que se vivía sin más. La gente se acomodaba a él, por la fuerza de las cosas, tal vez se veía en él una protección contra las intemperies o contra los instrusos de todo tipo. Pero distintos indicios nos sugieren que muchos, sobre todo los dirigentes, anhelaban una mejora y deploraban los múltiples inconvenientes nacidos de un crecimiento espontáneo o suscitados por ciertas iniciativas privadas. Las ciudades nuevas del siglo Xlll, planificadas por las autoridades responsables, muestran calles sensiblemente más anchas, hasta de once metros, por ejemplo, en la magna carreyra de Libourne, plazas espaciosas y una cuadrícula geométrica de vías rectilíneas. Las raras operaciones de urbanismo llevadas a cabo a finales de la Édad Media atestiguan a su vez un innegable sentido del espacio y la armonía. Lo mismo se diga de las miniaturas que pretenden representar la ciudad ideal. Cuando una ciudad tenía la suerte de poseer una plaza de bellas dimensiones se esforzaba por conservarla resistiendo a los apetitos de los promotores y "vendedores de lotes" y, en caso de necesidad, revalorizándola. La mirada de los viajeros expresa en ocasiones lo que se podía apreciar en una ciudad. Así, Antonio de Beatis, a propósito de Malinas: "Soberbia ciudad, enorme y muy fortificada. En ninguna otra parte habíamos podido advertir calles más espaciosas y más elegantes. Éstán pavimentadas con piedras pequeñas, y los lados se inclinan con una ligera pendiente, de tal suerte que el agua y el barro corren perfectamente. Ante la iglesia, que es muy bella, hay una plaza muy larga y más ancha que el Campo dei fiori de Roma, pavimentada toda ella igual que las calles. La ciudad se halla atravesada por un gran número de canales cuyas aguas siguen el movimiento del océano".

En 1484, la ciudad de Troyes, deseosa de obtener del rey la sucesión de las ferias de Lyon, que acababan de verse abolidas, se presenta, sin demasiada modestia, como una "hermosa y gran ciudad bien construida y dotada de bellas y grandes calles anchas y espaciosas, con hermosas plazas y mercados públicos adecuados para ferias y actividades comerciales".

En diversos sitios, durante el siglo XV más que durante el XlV, se promulgaron ordenanzas y reglamentos municipales con vistas a favorecer las necesidades comunitarias en los terrenos de la higiene pública, la circulación de personas y mercancías, y la seguridad tanto de los individuos como de los inmuebles. A este respecto, Francia iba más bien a remolque, siguiendo con lentitud y sin demasiado entusiasmo un ejemplo venido de fuera. Pero al menos no dejó de empezar a sentirse una cierta evolución de las mentalidades, lo mismo si se explica por una degradación de la situación, hasta el punto de que se imponía la adopción de medidas, que por el advenimiento de calamidades inéditas, como la peste, o por la emergencia de un auténtico espíritu municipal, cuyo depositario era la "corporación", con su voluntad de controlar mejor el espacio público y aun de imponer al espacio privado un mínimum de exigencias. Un poco por todas partes los ediles se reunen y deliberan. Poseen sin duda medios financieros menos reducidos que en el pasado, disponen de un personal algo más numeroso para procurar la aplicación de sus decisiones. Bien es verdad que los poderes que tienen en sus manos los ejercen de acuerdo con sus intereses y los de su entorno; pero no se excluye que se sientan igualmente responsables con respecto al conjunto de sus administrados y más aún ante la ciudad cuya administración reivindican, no sin orgullo.

Pero sobre todo sería una visión muy parcial de las cosas considerar el urbanismo medieval sólo bajo su aspecto público. Se sabe en efecto que las iglesias y las comunidades religiosas no sólo eran muy numerosas en la mayor parte de las ciudades, sino también que poseían en ellas cantidad de edificios (entre los mejor construidos) y que disponían asimismo de espacios no edificados a veces considerables. Los bienes de manos muertas eran bienes urbanos tanto como rurales. Había cabildos catedralicios y de colegiatas, monasterios de antigua fundación, y conventos surgidos en el siglo XIII o más tarde, que se reseryaban así el uso, a veces exclusivo, de patios, claustros y jardines. Sin contar los cementerios, en ocasiones aislados, tal el de los Inocentes en París, pero con mayor frecuencia adosados a una iglesia parroquial: morada de los muertos y de los vivos, según la fórmula clásica. Más aún: en muchas ciudades, la mayoría de las casas estaban provistas, por su parte trasera, no sólo de un patio donde se llevaban a cabo actividades profesionales o domésticas, sino de un jardín o huertecillo. Ni siquiera el urbanismo meridional, más restringido, ignoraba totalmente este fenómeno. El catastro más antiguo de Arlés señala la presencia de un jardín en las Arenas. Él arzobispo de Arlés tenía el suyo en su cité, igual que el papa en Aviñón (jardín de Benedicto XII, vergel de Urbano V). Por muchos más motivos, los jardines abundaban en toda la Francia del norte y del oeste. Y distaban mucho de haber sido relegados todos ellos fuera de las murallas a una especie de suburbio de huertas. Porque lo cierto es que buscaban con predilección la sombra de las murallas, del lado de dentro. Las zonas en apariencia más densamente construidas abrigaban a su vez algunos jardines, disimulados por altos muros o por el frente continuo de las casas. Én Besançon, por el contrario, en el espacio rodeado por el amplio codo del Doubs, una serie de fincas, en ocasiones dedicadas a viñedos y pertenecientes a establecimientos religiosos, constituían islotes de verdura al margen de los inmuebles de habitación. En Reims, en 1328, un censo, por otra parte incompleto puesto que omite todos o parte de los bienes de la Iglesia, menciona en la ciudad 18 casas con jardines adosados y 28 jardines independientes y, en las aldeas circundantes, 39 y 70 respectivamente.

Y, sin embargo, por estrecha, ruidosa y maloliente que fuese, la calle conservaba su fuerza de atracción. Porque representaba la comunicación en todos los sentidos del término, la distracción y la actividad. La vida. Las casas orientaban por lo general hacia ella sus fachadas más cuidadas, las más ornamentadas de "motivos amables", sus huecos más anchos y, como es natural, sus rótulos, así como las puertas de sus talleres. Las habitaciones más apreciadas daban a la calle, y no al patio, en particular la del "jefe de la casa" y de su mujer, como dan a entender algunos inventarios. "A la inversa que en las ciudades de Oriente, cuya estructura de colmena invita al clan, al grupo étnico o confesional a vivir replegado en sí mismo", en las buenas ciudades de Occidente de finales de la Édad Media, todo "empuja hacia la calle a los miembros de una sociedad urbana extravertida" (Bernard Chevalier).

La casa rural

Volvamos a la casa rural y tratemos ahora de examinarla desde el punto de vista —bastante difícil de aprehender— de su espacio social. Aquí son posibles diversas aproximaciones a la cuestión. Podemos empezar por preguntarnos, partiendo de un pasado reciente, si las variedades regionales presentadas por la casa "tradicional", en función de su modo de construcción, de los usos profesionales y sociales, de los materiales disponibles, del clima, etcétera, se remontan efectivamente a la Édad Media. ¿Había ya allí, dicho en otros términos, por aquella época, una prefiguración de la granja del país de Caux, del chalé alpino, del bloque de viviendas propio de ciertas provincias del Mediodía? Los autores no vacilan en tomar partido. Éscuchemos, por ejemplo, a Jean Dolfuss: "Salvo en los materiales, las construcciones urbanas, infinitamente diversas por sus destinos y concepciones, ostentan mucho más la marca de las épocas que la huella de las ubicaciones; al contrario, las casas rurales directamente sometidas al marco y a las condiciones geográficas oponen su estabilidad y sus características locales a las transformaciones de la historia y a las influencias extrañas, y son sobre todo ellas las que, de provincia en provincia, componen el cuadro más original de las formas de habitación francesa". "Así pues", prosigue, "todo hace suponer que, apegada a la misma tierra y utilizando los mismos materiales, la casa rural actual debe de ser, en no pocos casos, análoga a la forma de habitación de los campos en las primeras edades". De este modo, la casa rural, hija de su terruño más que de su tiempo, habría atravesado los siglos como un inmutable reflejo del orden eterno del mundo campesino. Más prudente, Jean-Marie Pesez se inclina en sus estimaciones a pensar que "las oposiciones esenciales no parecen ser las que separan las categorías sociales sino las que definen las áreas económicas y culturales, Francia del norte y Francia del Mediodía, por ejemplo".

Cabe admitir, en efecto, que la vivienda rural corresponde poco o mucho al régimen de las distintas tierras así como a las condiciones económicas y técnicas de la agricultura. El auge o la declinación de la cría de ganado, de la viticultura, del castaño o del gusano de seda, la introducción de un sistema de riego, la especialización eventual en tal tipo de producción, todo esto no ha podido dejar de influir sobre la disposición de las edificaciones tipo "granja". "En ellas no hay nada calculado para el bienestar o lo superfluo, todo está dispuesto para el trabajo agrícola". La observación de Albert Demangeon concerniente a la casa rural del siglo XlX en Picardía, considerada como un instrumento, como un útil de trabajo, puede aplicarse igualmente al periodo medieval. Entonces los monopolios señoriales del horno, del molino, del lagar, llevaron consigo la construcción de otros tantos edificios, a disposición, bajo ciertas condiciones, de la comunidad, pero, a la inversa, impidieron que cada explotación tuviera, para su propio uso, un lagar, un horno y un molino propios. Y si, a lo largo del tiempo, el molino siguió siendo una edificación especializada, en cambio la disgregación y luego la abolición del feudalismo (en el sentido que el siglo de la Ilustración daba a esta palabra) tuvieron como contrapartida una multiplicación de los hornos e incluso de los lagares privados. Por otra parte, que una casa se vea habitada por un propietario, por el arrendatario perpetuo de un señor, por un granjero, por un aparcero o por alguien sometido al derecho de mano muerta no deja de tener consecuencias lo mismo para su man te nimiento que para su configuración.

Tampoco se puede perder de vista el entorno de una casa rural. Puede que se trate de alquerías aisladas o de viviendas emita readas entre otras dos casas medianeras de explotaciones diseminadas en el fondo de un valle o bien, por el contrario, agrupadas en una cota para formar un Castrum con aspecto de fortaleza: no sólo las soluciones son múltiples, sino que explican y condicionan parcialmen te el plano y la estructura de cada vivienda, tomada por separado.

Una casa puede, por otra parte, hallarse destinada a una mujer sola, a una familia nuclear, o a un "patriarca" provisto de una numerosa descendencia: cabe suponer, si no una adecuación perfecta, al menos una cierta relación entre sus dimensiones y el número de personas (y de animales) que puedan vivir en ella.

En fin, hay casas destinadas a cortíjero(frottiers) al borde de la miseria, a simples jornaleros con pocos útiles de trabajo e menos animales, o a campesinos ricos que disponen de varios equipos de labor, y que tienen que entrojar heno y paja en grandes cantidades y alojar a numerosa servidumbre doméstica. El aspecto de una casa rural dependerá evidentemente del poder económico de su ocupante.

En medio de la gran variedad de casas rurales de la Edad Media hay un tipo sobre todo caracterizado con toda claridad, el de la "casa larga" (longa domus), llamada en ocasiones casa mixta, "que abriga bajo el mismo techo y en los dos extremos opuestos de la construcción, de un lado a las personas y del otro unas cuantas cabezas de ganado. Estas dos categorías de ocupantes disponen de uno o dos accesos comunes. En este último caso, éstos se disponen con frecuencia el uno frente al otro hacia el centro o en medio de los lados más largos" (Robert Fossier).

Un documento de 1314, referente a la región de Forez, evoca, por ejemplo, un hospitium que comprende bajo un mismo) techo la pieza principal en el centro, con hogar y horno, a uno de los extremos una alcoba, bodega, al otro un establo, y, encima del conjunto, un henil.

La casa larga, según se admite hoy día, estuvo ampliamente difundida a todo lo ancho de la Europa occidental. Más adelante, habría de desaparecer progresivamente, en esencia a ca usa de una repugnancia cada vez más profundamente experimentada

 

 

 "Casa larga" en Plumelin (Morbihan). Prolongación hasta la época contemporánea de habitación mixta —hombres y animales bajo el mismo techo—, habitual durante la Edad Media. (Según R. Fossier y Ji Chapelot.) 1: reloj de péndulo; 2: banco-arcón; 3: armario; 4: lecho Cerrado; 5: cofre; 6: hogar; 7: banco; 8: mesa-arcón.

ante el hecho de vivir en permanente promiscuidad con los animales (ruidos, moscas, olores, etcétera). No obstante, todavía en pleno siglo xX, ciertas regiones "atrasadas" (Alpes, Macizo Central, Bretaña, País de Gales) no habían eliminado aún totalmente este modo de vida.

 

Añadamos que hubo muy pronto espíritus "civilizados" que manifestaron su compasiva sorpresa en presencia de usos tan arcaicos y tan toscos. Así, Dubuisson-Aubenay, al visitar Bretaña en el siglo XVIl: "En la mayoría de las casas, hay que atravesar la sala o cocina para ir a la cuadra o establo. Ocurre como en el resto de Bretaña: los animales transitan por el mismo sitio que los hombres y falta poco para que cohabiten. Y como las casas son en parte de piedra de pizarra y principalmente de madera, las ratas y ratones son allí más abundantes de cuanto yo haya podido jamás ver en cualquier otro lugar. Algo parecido ocurre con el mobiliario: sus lechos son muy reducidos y muy altos respecto del suelo, sus mesas altas y los asientos de alrededor muy bajos. No faltan las pulgas ni las chinches".

 

 


 En 1618, un viajero instalado en Erbrée (Ille-et-Vilaine) se

queja de no haber podido dormir por la noche "a causa de las vacas que allí había, no habiendo donde nos hallábamos otra cosa que un techo y cuatro paredes".

Conviene, no obstante, tener en cuenta que la compartimentación" de los espacios, incluso bajo un mismo techo, puede ser más o menos elaborada: si se extreman las cosas, hay que decir que la casa larga permite también accesos distintos para personas y animales, tabiques divisorios que aíslan a unos de otros, e incluso la presencia de diferentes piezas dentro del sector reservado a los humanos. La cohabitación sin segregación de animales y hombres se inscribe en un cierto modo de vida que ha de considerarse globalmente, no es la única resultante de condiciones económicas particularmente duras.

La casa larga no excluye tampoco la presencia en el patio (porque tiene su patio, cosa que se olvida demasiadas veces) de una pocilga, de un área para la trilla, de un aprisco, de una scure (hórreo) o de un horno para secar los granos. De cualquier manera, el tipo de casal o casa larga parece previsto para una explotación que no cuente con demasiadas cabezas de ganado. Si el campesino en cuestión es dueño de una docena de vacas, o de cincuenta corderos, hay que adoptar otro dispositivo. Un conjunto de casas largas particularmente célebre entre los arqueólogos lo ofrece la aldea inglesa de Wharram Percy, en el Yorkshire, excavada hace treinta años. Si se dejan a un lado las primeras ocupaciones, seguidas por abandonos posteriores, da la impresión de que esta aldea, muy modesta, aunque contase con una iglesia parroquial, se transformó a finales del siglo Xll en torno a una mansión señorial y fue abandonada hacia 1510 a consecuencia de la extensión de la cría de ganado y de las enclosures. Con independencia de las técnicas de construcción y de los materiales utilizados, la mayoría de las casas, de una sola planta, son de superficie rectangular, con una anchura comprendida entre 4,5 y 6 metros y una largura que va de los 12 a los 27 metros. Los huecos se sitúan en medio de los costados más grandes; la parte reservada a las personas pudo comprender una cámara aislada, seguida de una pieza con hogar central y salida de humos mediante una abertura practicada en el remate del techo. Éste se compone de una alta y hermosa armazón recubierta de paja; en cuanto a los muros, unas veces son enteramente de piedra (creta) y otras están formadas de tabiques de madera que descansan sobre un basamento de piedra.

Estas casas se hallaban situadas en el interior de un cercado, cosa que, como ya se ha visto, no tiene nada de sorprendente en la Edad Media. Pero —y esto es algo que no hacía sospechar en absoluto la sola lectura de los textos— los límites de semejantes cercados no tienen nada de intangible, como tampoco lo tienen su forma ni su orientación. Por otra parte, las mismas casas sólo tenían una duración de vida limitada: sobre un mismo emplazamiento, alrededor de la mansión, se sucedieron así en tres siglos no menos de nueve casas, cada una de las cuales sólo divergía ligeramente de la precedente. Se tiene la impresión de que la casa únicamente se hallaba prevista para una generación.

En Wharram Percy hay una reducida minoría de viviendas que no pertenecen al tipo del casal o casa larga: una de ellas, que data de finales del siglo XIII o de principios del XlV, dividida en dos piezas, una de ellas con hogar, no abrigaba probablemente animales.

Otro ejemplo: en Wawne, igualmente en el Yorkshire, se han descubierto los vestigios de una docena de casas que datan de los siglos Xll al XlV, hechas de cañizo o de tabiques de madera y que medían frecuentemente alrededor de los 15 metros por 4,5. Más tarde, estas casas fueron abandonadas y destruidas. Sobre su emplazamiento desierto se hizo sembrar trigo. Ulteriormente, tal vez a consecuencia de alguna iniciativa señorial, se construyeron dieciséis casas (segunda mitad del siglo XlV, siglo XV), con una orientación y una anchura idénticas (5,20 metros), y una largura que oscilaba entre 10 y 13 metros. Estas casas se componían de dos piezas, separadas por un hogar dispuesto sobre una base de ladrillo. Estaban construidas con tabiques de madera fijados a un suelo de guijarros, y su cubierta ya no era de paja sino de tejas.

Algunos testimonios, bien es verdad que posteriores, ponen de relieve que a una casa larga podían añadírsele perfectamente anos cobertizos independientes, así como también otra casa larga, o incluso una habitación formada de una sola pieza.

En fin, cabe que nos preguntemos si la Edad Media desconoció por completo la casa larga con un piso superior más o menos acondicionado, corno es el caso de algunos especímenes más tardíos aún subsistentes.

 RECONSTRUCCIÓN DE CASAS CAMPESINAS

Reconstrucción de dos "casas largas": excavaciones de Wharram Percy

 

(Yorkshire). (Según M. Beresford.)

 

 

 Planos de "casas largas" en la Inglaterra medieval, en el Devon y en Cornualles. Unas veces de dos, otras de tres habitaciones. Todavía no hay una verdadera chimenea, sino sólo un hogar central. (Según M. Beresford y Ji Hurst.)

Descartemos, para simplificar las cosas, esta hipótesis, al menos por lo que se refiere a la Francia del norte y a Inglaterra, y contentémonos con retener para la casa larga las dimensione medias de 15 por 5 metros; si se supone que una mitad se hallaba reservada a los seres humanos, y si se deja a un lado la vía común de acceso, ello querría decir que una familia de 5 o 6 personas disponía para vivir de un espacio interior de apenas 35 metros cuadrados.

Es lo mismo que nos indican las plantas de casas largas del Devon de Cornualles, donde el espacio dedicado a personas y animales se encuentra cuidadosamente diferenciado.

Hay un segundo tipo bien atestiguado: aquel en el que las edificaciones de explotación y habitación tan pronto se agrupan a forma contigua, eventualmente bajo un mismo techo, aunque conservando cada una de ellas su independencia, como se dispersan o se organizan dentro de un patio o corral. De un lado, pues, la casa bloque, "al nivel del suelo" o con alturas; del otro, la casa con patio, abierto o cerrado.

Nada demuestra que semejantes estructuras no fueran conocidas desde la alta Edad Media. Sin embargo, sólo a partir del siglo XIII se vuelven más frecuentes los datos escritos al respecto.

A veces se trata de simples explotaciones rurales, ocupadas por un arrendatario rico o acomodado, un aparcero, un granjero. Algunas miniaturas nos procuran de ellas unas representaciones tal vez un tanto idealizadas. Las alquerías que Philippe de Commynes hizo reparar a finales del siglo XV en su señorío de Argenton comprenden "casas, alojamientos, hórreo para heno, aprisco, cobertizos para los animales y otros utensilios". Por la misma época, en Lorena, se han levantado ya casas con mucho fondo, adosadas, alineadas a lo largo de las calles, en las que la construcción reservada a las personas es paralela a la destinada a acoger el rebaño, las cosechas y los aperos de labranza. Después del espacio llamado usoir, usuaire o parge, entre la fachada de la casa y la rúa, se levanta la casa propiamente dicha, que comprende, de delante a atrás, una pieza delantera, con puerta y ventana, una cocina, ciega, y una pieza trasera, a veces caldeada por un horno, o chimenea. Lo normal es que no hubiese corredor, comunicándose estas tres piezas entre sí. A lo largo de la casa, un segundo edificio encierra el arault, o área de trilla, y el establo, sobre el que se sitúa un henil, pajar o granero. A veces se añade aún una tercera construcción, un tercer espacio, paralelo a los dos precedentes, que forma una bodega u hórreo independiente. Detrás del conjunto se encuentra un espacio abierto, con jardín y cañamar.

También puede suceder que se relegue el establo a la parte trasera de la casa. És el caso de una edificación de 1619, en Rugney (Vosgos), que acoge, en su estado actual, dos hogares, a consecuencia de remodelaciones que es imposible fechar.

Las casas-bloque, o con patio, forman igualmente el corazón de algunas explotaciones "señoriales", las cuales bien pudieron servir de modelo en aquellos tiempos a las explotaciones "rurales" evocadas anteriormente.

Como ejemplo típico de la construcción señorial he aquí la residencia de Tristán de Maignelay, en Fontains, cerca de Nangis, en la Brie, tal como la describe un documento de 1377: "He aquí cómo se distribuye la casa llamada de los Cloz: una gran sala que contiene tres alcobas encima y dos debajo, con cuatro chimeneas arriba y abajo. Ítem, un espacioso granero y establos debajo. Una capilla, cocina y despensa encima, junto a las dichas alcobas y salas, cubiertas de tejado bien y suficientemente. Ítem, un hórreo de diez travesaños cubierto de tejado. Ítem, el palomar con escalera a la

 

 

calle, bien poblado de palomas. Ítem, otra casa (tal vez para la seridumbre agrícola) que contiene dos alcobas y una cava debajo, a la que se desciende por diez peldaños, con tejado también. Un gallinero y debajo una pocilga, cubiertos de tejado, cerrado con muros alrededor todo el recinto y tres jardines contiguos".

 

RUGNEY 1619

N

 


 

 


 

 


 

 


 

 


 

 


 

 

 


 

 


 

Casa de 1619 en Rugney (Vosgos). Puede suponerse que una disposición interior análoga existía ya en Lorena durante el siglo xv. (Según A. Weisrock y Gi Cabourdin.)

Ésto significa que la "granja" podía comprender, como casa de habitación, lo mismo, como aquí sucede, una verdadera mansión, que una casa elemental de una o dos piezas con un simple hogar pero sin chimenea y con una techumbre de paja.

En 1450, el gran prior de Francia emprendió la restauración de las encomiendas de los caballeros hospitalarios que, en su mayoría, habían sufrido enormemente los estragos de la guerra. Pocos años más tarde, en 1457, una visita de inspección efectuada a la encomienda de Lagny-le-Sec indica la amplitud de los trabajos ya realizados desde entonces, al mismo tiempo que permite darse cuenta de los diferentes componentes de un gran dominio agrícola en la provincia de Brie a finales de la Edad Media. En seis años, el comendador del lugar, frey Jean le Roy, había hecho reparar la capilla, tarea primordial, como es debido; luego, el cuerpo principal de la edificación, dicho de otro modo la grant maison destinada al alojamiento de los hospitalarios, con sala baja y cámara, cocina, guardarropa y granaro encima; y además: dos grandes salas, igualmente cubiertas de tejado, que servían por el momento de hórreos; una caballeriza de cinco travesaños, con la techumbre de paja; dos cuerpos de establo cubiertos de paja para el ganado de los granjeros; un aprisco de once travesaños, cubierto de tejado; una torre cuadrada, también con tejado, que servía en la planta alta de palomar y en la planta baja de pocilga; otro aprisco, completamente nuevo, de siete travesaños, cubierto de paja; un hostal para alojamiento de los granjeros; un pozo con su tejado; una cámara encima de la puerta de entrada del patio; y una torre cuadrada con tejado también, que hacía las veces de prisión y tenía en la planta alta una alcoba con chimenea. "Todos los cuales edificios, tanto los que han sido restaurados como los que están destruidos, se hallan en un recinto cerrado de unas tres o cuatro fanegas (digamos que una buena hectárea), rodeado de murallas todo él y en estado francamente satisfactorio".

Medio siglo más tarde, los herederos de Philippe de Commynes, con vistas a presentar una querella ante los tribunales, se ocuparon de enumerar en una memoria que se ha conservado las mejoras o mejor las inversiones realizadas desde 1473 en el castillo de Argenton y en sus dependencias por el célebre consejero de Luis XI y su mujer, Héléne de Chambes. Estos acondicionamientos, que resultaron carísimos, no se limitaron ni mucho menos a las edificaciones habitadas. Además de la restauración de la capilla y el recinto del castillo, y de la construcción de una casa para el portero, se hace mención de un lagar, de un "hermoso hórreo nuevo cubierto todo él de pizarra, con cuatro puertas y un portón, para meter el heno, la leña y la vajilla para los señores", así como "hermosos establos completamente nuevos cubiertos de pizarra, que son dobles, para meter cebada y paja".

Cualquiera que sea la antigüedad de este tipo de habitación, apoyado en una economía rural próspera, a la vez diversificada y equilibrada, y que implica que al menos el amo de la explotación tiene sus recursos, parece claro que en una parte de Francia y en Inglaterra, durante los siglos XIV y XV, la tendencia fue hacia su lenta aunque regular difusión. En Inglaterra, por ejemplo, los historiadores se hallan de acuerdo en que hubo diversas mejoras que vieron la luz: la añadidura de un piso; un tabicamiento más claro del espacio, tanto en la planta baja como en la alta; un comienzo de reparto entre los recintos dedicados al trabajo, al sustentamiento (preparación y consumo), al descanso y al sueño; la relegación de los animales a edificaciones separadas, en torno del patio; la sustitución del hogar central por una chimenea de ladrillo, adosada al muro, con la consiguiente disminución del riesgo de incendio y una mejor circulación del humo, un mejor tiro. William Harrison escribe en 1577: "Las casas de nuestras aldeas y ciudades están construidas por lo general de tal forma que ni la lechería, ni el establo, ni la cervecería se hallan reunidos bajo el mismo techo (como ocurre en muchos lugares de ultramar y a veces en el norte del país) sino que están separados de la casa, e independientes entre sí".

Finalmente, había casas (barracas, casillas, cabañas, cortijos, chozas, casuchas, covachas, chamizos, para emplear algunos de los términos de la época) destinadas a una actividad agrícola reducida al mínimum, simples abrigos de una o dos piezas, donde podían vivir una viuda, un cervecero y su familia. "Y llamaba su barraca a una vieja casa en la que habitaba", dice, por ejemplo, un documento de 1391.

En 1417, Jean Petitpas, labrador de Jaux (Dise), con su mujer y sus tres hijos pequeños, habita en una casa compuesta de un hogar (foyer) y de una alcoba (chambre). En 1416, los bienes hmuees de María la leñadora, criada del duque de Orleans, se hallan repartidos en las tres habitaciones de su casa de Rocourt- Saint-

 

 


 FT] granoNE hogare cerámica y objetos

Plano de casa enDracy (Cóte-d'Or). Primera fase, finales del siglo xlll. Abierta al norte y al sur, la casa no cuenta entonces más que con dos piezasi La misma vivienda, en la segunda fase de su existencia (siglo XIX); ahora se halla dividida en dos habitaciones que dan una y otra al sur. En una última fase, que acaba en 1360, la construcción ya no fue habitada más que por una sola familia, que ocupaba las dos partes. (Según J.-M. Pesez.)

Martin (Aisne): una cocina, una alcoba y un sobrado. Én el mismo año, otra sirvienta del duque de Orleans dispone, a su vez, de una cocina y de una alcoba, mientras que la casa de un vaquero, en Rosoy (Oise), se limita a una sola pieza en la que se hallan reunidos sus pocos utensilios de cocina y su miserable camastro.

Con el mismo título que Wharram Percy en Inglaterra, la localidad de Dracy, simple rincón de la parroquia de Baubigny (Cate creo, posee en Francia una legítima notoriedad. Éxcavado a partir de 1965 por un equipo franco polaco, este caserío, puramente agrícola y vitícola, había sido establecido en una fecha desconocida al pie de una escarpadura calcárea. Integrado por una quincena de hogares en 1285, se redujo durante la segunda mitad del siglo XlV, víctima de las pestes y las guerras, para acabar desapareciendo por completo poco después de 1400. Hubo sin duda un desplazamiento de sus últimos supervivientes hasta una aldea vecina que ofrecía perspectivas económicas mejores y un marco de vida más atrayente.

Entre los numerosos vestigios estudiados, retengamos los de una casa que, incendiada hacia 1360, ofrece las informaciones más luminosas. Ésta pesada obra de mampostería, apoyada contra la escarpadura por su flanco oeste, no tenía por ello necesidad sino de tres muros, edificados a base de gruesos morrillos toscos o apenas desbastados, unidos entre sí con una arcilla amarillenta. Estos muros aislaban un espacio de forma aproximadamente cuadrada: de 8,7 a 9 metros en su costado norte-sur, y de 10,75 a 11 metros por el lado este-oeste. O sea, una superficie de unos 90 metros cuadrados, reducida de hecho a poco más de 60, habida cuenta del espesor de los muros exteriores y de las paredes interiores.

En una primera fase, esta casa estuvo dividida únicamente en dos piezas, bastante alargadas, una que ocupaba la parte norte y otra la sur. Destinada entonces a una sola familia, a un solo fuego, no abrigaba más que un hogar, situado en la pieza sur, pero muy destacable, tanto para la época como para la región, en el sentido de que se trataba de una verdadera chimenea o, más precisamente, de un conducto vertical de madera revocado de arcilla, apoyado contra el muro meridional. Además, un umbral de piedra, cuidadosamente dispuesto, permitía fijar sólidamente el armazón de la puerta e impedir que las inmundicias del corral invadieran el interior. En cuanto a la pieza norte, tenía a su vez una Puerta, abierta a la otra fachada. Es posible que en este estadio la Pieza haya servido de establo. Nos hallaríamos entonces en presencia de una variedad de casa "mixta". En cualquier caso, en esta pieza no hay huellas de ningún hogar. Además, encima de ella había Otra planta, digamos mejor un desván acondicionado, sin duda accesible por medio de una escalerilla, en el que se guardaría el grano. Un tejado de una sola vertiente constituida por pesadas losas de piedra caliza lo cubría todo: partía del muro de la fachada norte, a 5 o 6 metros de altura, y luego descendía por una pendiente bastante acusada en dirección de la fachada sur, donde se apoyaba sobre un muro cuya elevación no debía de rebasar los 2,40 metros.

Én una segunda fase, por cuestiones de herencia, o a causa de una cierta sobrecarga demográfica, hubo que proceder al reparto de la casa. Una pared divisoria aisló completamente la parte oeste, adosada a la muralla, de la parte este. La primera conservó la chimenea, la puerta de entrada primitiva y tuvo acceso a la mitad de la antigua pieza norte, más, sin duda, a la mitad de la planta alta. Pero la habitación trasera, por lo mismo, quedaba ciega: ¿simplemente un almacén húmedo o una bodega, mejor que una alcoba propiamente dicha? Por lo que hace a la parte este, se la proveyó de un hogar y de una puerta hacia el sur, lo que garantizaba su autonomía, mientras que la pieza nordeste, a su vez, perdía su salida hacia el exterior, con la condena de la puerta norte.

Finalmente, el reparto de los vestigios de mobiliario y de utensilios descubiertos durante la excavación sugiere que no se trataba de un doble empleo entre la habitación oeste y la habitación este, hasta el punto de poder pensarse que, en la última fase de su historia, la casa había reunido de nuevo sus dos mitades para no formar sino un solo hogar.

En resumidas cuentas, "una construcción pesada, maciza, toda ella de piedra, avara de huecos y bastante baja a pesar de su planta alta, pero una habitación sólida, se mantuvo en uso durante numerosos decenios y probablemente varias generaciones, puesto que se transforma para acoger más habitantes" Jean-Marie Pesez). Añadamos que una gran parte de la existencia debía de transcurrir fuera, ante la puerta sur, sobre el terraplén bien expuesto al sol, de algunos metros de ancho, que se extendía hasta la casa siguiente. Si se supone, lo que no es en absoluto seguro, que el fuego del hogar se haya mantenido encendido durante toda la jornada, puede admitirse que hasta este interior oscuro y rudimentario ofrecería un refugio suficientemente acogedor y cálido a sus sucesivos moradores.

Muy pocos documentos de finales de la Edad Media permiten una aproximación más concreta a la casa rural que el fascinante registro de inquisición redactado a las órdenes y bajo el control del futuro papa Benedicto XII, cuando todavía era simplemente Jacques Fournier, obispo de Pamiers (1318-1325). Én particular, esta fuente privilegiada pone perfectamente de relieve el papel esencial del hospitium,, de la domus y del ostal. Én aquella cuenca alta del Ariége donde Jacques Fournier desplegó auténticos tesoros de ingenio en su caza de herejes, la casa aparece como la estructura estable y viva en la que todo el mundo se reúne y a la que se aferra. Aunque no se halla en absoluto replegada en sí misma, es el nido donde la herejía y los herejes buscan refugio, a la espera de poder desplegarse. Espacio de intercambio de secretos, de conciliábulos y de palabra en libertad. A las diferentes casas mencionadas les corresponde casi siempre una familia nuclear: el padre, la madre y sus hijos. Las cuarenta casas de Montaillou reúnen a unas doscientas personas: cinco por hogar. Las únicas excepciones o poco menos: una casa "católica" formada por cinco hermanos y una casa "cátara" en la que una viuda ha conservado junto a sí a sus cuatrohijos ya mayores, si bien todavía célibes.

La parte central de la casa —se ha hablado incluso al respecto de "casa dentro de la casa"— es la foganba, lo que en otros lugares se llama el hogar, la cocina, el chas, la foconea. "Colin Basin entró dentro de la dicha casa y abrió dos arcones que allí había, uno en el chas, de la dicha casa y el otro en la alcoba", dice un documento de 1377. Otro u texto, de n siglo más tarde (1478), es aún más explícito: "El suplicante que se sentía indispuesto por el frío hizo encender en su chas, o cocina, un muy buen fuego (...), y después se fue a acostar en su lecho en una pequeña alcoba contigua al dicho chas, o cocina". Y después: "Jean Mariat tiene las herencias que siguen (...), la casa donde vive, una cocina y dos alcobas a los lados, y un patio, vergel, parva y pertenencias".

En Montaillou, la distinción que corresponde a chas-chambre (cocina-alcoba), corriente en la Francia del norte, es la defoganhachambre.

Una de las tareas del ama de casa, de la focaria, es la de mantener el fuego del hogar en la foganha, sin que se apague, durante la jornada, así como la de cubrirlo cuidadosamente, cada noche, por temor al posible incendio.

Normalmente, no se duerme en la foganha. Para lo que sirve es para preparar la comida y comerla. Lugar por excelencia de la actividad femenina, lugar que da directamente a la calle, por la puerta principal de la casa, las más de las veces abierta , de la mañana a la noche. Aunque, en invierno, se instale en la foganba el lecho de un enfermo, lo más cerca posible del fogón. Más o menos como en la casa del villano descrita por Noél du Fail, en el siglo XVl, en la que "el lecho del buen hombre estaba junto al fuego, así mismo completamente cerrado y muy alto".

En la comarca de Montaillou, las alcobas que rodean la foganba son normalmente varias. Una de las mejores descripciones a este propósito es la de la casa de Pierre Michel, en la vecina aldea de Prades de Aillon. De acuerdo con el testimonio de su hija Raimonde, había en ella ante todo una pieza baja, "dispuesta de tal suerte que se hallaba contigua a la pieza llamada foganba, y del lado de ésta había una puerta que cerraba, de tal modo que nadie podía atisbar en la pieza baja desde la foganba, cuando la puerta estaba cerrada. Del otro lado, había otra puerta que daba a esta pieza baja y que abría sobre el sitio (destinado a la trilla). Por esta puerta podía entrar el que quisiera; y, sin embargo, los que estaban en la foganba no los hubieran visto si la primera puerta hubiese estado cerrada. Y nadie se acostaba encima de esta pieza baja (lo que implica la existencia de una pieza alta, pero desocupada por la noche) ni en la pieza misma, salvo mi padre y mi madre, y el hereje cuando estaba en casa. Yo y mis hermanos nos acostábamos en otra habitación que estaba junto a la foganba, que se hallaba en medio, entre esta pieza baja y la alcoba en que dormíamos, mis hermanos y yo".

De esta forma, no era imposible un cierto aislamiento (que sin duda se ha buscado deliberadamente, en determinadas ocasiones), lo que viene a confirmar la frecuente mención de puertas provistas de cerrojos, lo que significa que se cerraban con llave. Por lo demás, una constante de las excavaciones medievales, hasta cuando se trata de habitaciones campesinas, es el número de llaves (o cerraduras) encontradas insitu.

Bien es verdad que los tabiques que separaban las distintas piezas no eran tal vez estancos: escuchar, espiar a través de las hendiduras, entraba en el orden de lo posible.

Además de la foganba y las alcobas, situadas al mismo nivel, algunas casas, pertenecientes a los aldeanos más acomodados, tenían en el piso alto un sobrado, hecho de adobe y madera, al que una escalera rudimentaria o por una simple escalase accedía díaa por veces se encendía fuego, o para calentarse o para la cocina A pesar de todo, el destino primordial del sobrado era el de ser, junto a las otras, una alcoba.

El sobrado (se habla también de sinault o de sitial): una pieza frecuentemente documentada a través del conjunto del espacio francés, de Metz a Toulouse, de Tournai a Narbona, así como en Inglaterra. Es posible, a pesar de todo, que su frecuencia sea mayor en el Mediodía.

En el tipo de casa corriente en Montaillou se destaca aún una cava, una bodega, a veces una cámara para provisiones, y balcones o una galería (lo que en otros lugares se llamaba un valat). En resumen, una verdadera vivienda acondicionada de modo bastante complejo. Añadamos su techumbre de tablas (las escannes) muy plano (hasta el punto de que pueden ponerse sobre él las gavillas a secar), sus ventanas de pesados postigos de madera, e incluso su banca al aire libre, al costado de la calle, para charlas con los vecinos o para despiojarse la cabeza, a pleno sol. Pero sobre todo, raras veces los animales cohabitan con los seres humanos. Las más, puede comprobarse la existencia de un corral (cortile), prolongado por un espacio abierto para la trilla y un jardín, y con las clásicas dependencias: horno para el pan, boal (establo para los bueyes), cortal (aprisco), palomar, pocilga, pajar, hórreo o alquería, en la que se acogen a veces pastores, obreros y sirvientes, que tienen en ella su lecho, pero sin fuego ni luz.

El esfuerzo conjugado de historiadores y arqueólogos ha permitido ya poner de manifiesto algo de la evolución arquitectónica de la casa rural a través de la Edad Media. En términos generales, se habría pasado de una "infra-construcción", de una "casa que no lo era", de un abrigo transitorio, edificado con medios precarios (barro, madera, ramaje y hojarasca), a una obra de mampostería "en duro" que necesitaba técnicas elaboradas, y representaba una inversión moderada pero destinada a durar. En este segundo tipo, que se afirma progresivamente a partir del siglo XII, la célula familiar empieza a sentirse cabalmente en su propia casa, psicológica y materialmente; se beneficia de una mejor protección contra el frío, el agua y el viento, y puede conservar mejor sus útiles de labor y de cocina, sus provisiones, todo lo que la Edad Media incluía bajo la expresión astorements d,hótel (enseres domésticos).

Puede llegar a decirse que, en cierta medida, la familia se adhiere a su casa, se identifica con ella, como un linaje noble puede adherirse e identificarse con su castillo. Simple indicio de un fenóme no que había de acentuarse ulteriormente y subsistir hasta en pleno siglo XX, como en el valle de la Éngadine.

"Tres cosas son, según dice el sabio,/ Las que sacan al hombre de su casa/ Por sutil fuerza y por aprieto:/ Son el humo y el agua que gotea/ Pero más aún hace la rabia/ De la mala mujer alcahueta".

Así es cómo, en su jerga anglo-normanda, pone en versosJohn Gower, en el siglo XlV, un proverbio muy común en diferentes formas: "Tres cosas son las que arrojan al hombre honrado fuera de su casa, a saber, casa sin tejado, chimenea que echa humo y mujer burlona". O también: "Tres cosas hay que arrojan al hombre fuera de su casa: a saber, la humareda, la gotera y la mujer pijotera".

Si el historiador carece de medios para apreciar la evolución de la última de estas tres calamidades puede estimar, en cambio, que entre la alta y la baja Édad Media las dos primeras tuvieron tendencia a disminuir de intensidad.

Por limitada que fuese, semejante mejora tuvo consecuencias enormes para la vida de relaciones. Sólo se hizo posible por una transformación de las mentalidades, así como de las realidades económicas y sociales. Tal vez se trató de la paulatina difusión de un modelo urbano (junto al modelo señorial, ya evocado), que afectaba a la vez a las técnicas y oficios artesanos empleados por una parte, y al uso social de la vivienda por otro. Fue en la ciudad donde se empezó a construir con propósito de larga duración, a invertir en inmuebles de calidad corriente, a reemplazar los hogares abiertos por las chimeneas, las techumbres de paja y de tabla por las de teja o de pizarra.

De este modo en las aldeas pudieron construirse casas "burguesas" que ejercieron una cierta irradiación. Pensemos, por ejemplo, en los presbiterios o casas rectorales rurales. En 1344, el obispo de Bath y Wells prescribe que el ecónomo de la parroquia de West Harptree habrá de tener una casa con ball, dos sobrados, dos bodegas, una cocina, un hórreo, un establo para tres caballos, cinco acres de tierra de labor, dos acres de prado, un jardín y un cercado. Se está muy cerca de la mansión para squire, pero a pesar de todo en un nivel inferior. Én Alfriston (Sussex) subsiste un presbiterio del siglo XlV: construcción con armazón, con un techo de paja; el amplio ball, provisto de una chimenea, está flanqueado en sus dos extremos por un cuerpo de dos pisos, uno de los cuerpos con su chimenea.

A finales del siglo XIV, en Normandía, Guillaume Blesot, de Touville, en el deanato de Pont-Audemer, se encargó, por una suma de 70 francos de oro, de construir para el cura de la parroquia, Jean de paigny, una casa de armazón "sobre base de buena piedra", de 54 pies de largo (18 metros) por 16 de ancho (5 metros). Estaban previstos varios pisos, unidos por una escalera "da piedra o de yeso" y con no menos de cuatro aposentos y tres chimeneas. Los bastidores de las puertas habrían de ser de roble. Én uno de los extremos de la vivienda se edificaría un cobertizo "para tener un cuarto desahogado'. Construcción sin duda esmerada, de tipo francamente urbano, pero que no debía de plantearle un problema especial al contratista, ya que el contrato preveía una duración de apenas seis meses para su terminación.

La casa urbana

Por las mismas razones que la casa rural, la casa urbana presenta toda suerte de contrastes. En este caso domina la piedra, en aquel la madera, la arcilla seca o el ladrillo. En uno la pizarra o la laja de piedra, en otro la teja, lo que no quiere decir que hayan desaparecido las techumbres de cubierta vegetal.

Los problemas se plantean de diferentes maneras, en función del clima, de las dimensiones de las ciudades, de la densidad de población, de la naturaleza y la intensidad de las actividades, de la coyuntura histórica. Hubo ciudades que se encontraron arruinadas o debilitadas por la guerra, las epidemias o las transformaciones económicas, incapaces desde entonces de sostener su patrimonio inmobiliario, mientras que otras, en plena guerra de los Cien Años, supieron mantener o aumentar la cifra de su población, crear o captar riquezas, y sostener una corriente regular de nuevas construcciones. En no pocos sitios, la segunda mitad del siglo XV, después de las enormes aperturas del tiempo del reinado de Bourges, pero antes de las malsanas acumulaciones del siglo XVl, fue un periodo dichoso durante el que no pocos ciudadanos, todavía no demasiado pletóricos, se beneficiaron de unas condiciones de vida en plena renovación. Es significativo que daten de esta época casas que subsisten todavía en buen número en la Francia actual.

Las ciudades medievales contaban con un porcentaje nada desdeñable de religiosos, religiosas y clérigos que vivían en comunidad o por separado. Había palacios que eran la residencia, permanente o temporal, de nobles, de grandes señores, de príncipes o de reyes. No faltaban otros que podían alojar a notables: hombres de negocios y de leyes, financieros, médicos de renombre, todos aquellos en suma a los que los textos engloban a veces bajo el término de burgueses. Infinitamente peor provistas se hallaban las capas sociales miserable o precariamente alojadas: truhanes y mendigos, "siempre en busca de un poco de pan, descansando y guareciéndose en cualquier sitio, tumbados bajo unas tablas" (François Villon), durmiendo "calle abajo", y para los que, en 1439, la ciudad de Tournai hizo construir unos barracones cubiertos; estudiantes no admitidos en los colegios; ancianos y ancianas; criados y sirvientas, o camaradas de oficio, cuando no vivían en casa de su amo. Por cierto que el grupo más representativo del medio urbano, por más que no participara salvo muy accesoriamente en el gobierno y la administración de la ciudad, era el de las gentes de oficio —artesanos, tenderos—, organizados o no en corporaciones y cofradías, a los que hay que añadir todos aquellos que gravitaban a su alrededor y compartían su existencia. Tal vez se tratara cuando menos de la mitad de la población urbana. Y sin duda, en el seno de lo que se llamaba el común no dejaba de haber pobres y ricos, gente importante y gente menuda. Había quienes tenían una actividad más prestigiosa, más habilidad o una mejor clientela. Mientras que otros acumulaban desventajas: cargas de familia más pesadas, edad, enfermedad, accidentes profesionales. Al margen de estos contrastes, las gentes de oficio o menestrales habitaban normalmente, ellos y los suyos, en casas individuales, que ocupaban en su totalidad o en su mayor parte y que les servían conjuntamente de residencia privada, de taller de producción y de lugar de venta de los productos que fabricaban o transformaban. La mayoría de las 3.700 casas de Reims, de las 2.400 de Arras (excluida la cité) y de las 6.000 de Lille respondía, según cabe pensar, a este destino.

En función de su emplazamiento, de sus dimensiones, de su modo de construcción y de su estado general, estas casas de artesanos representaban valores variables. Una podía tasarse en 20 libras y otra en 80. Lo que va a decirse de la casa "media" será, por tanel resultado de una simplificación inevitable y hasta cierto punto engañosa.

En la mayor parte de las ciudades francesas, durante el siglo XlV, y el XV, la casa del común, del vulgo, tenía su fachada principal dando directamente a la calle, sin a.ntepatio, lo mismo si se trataba de una casa acabada en pico que de una cuyo remate fuese paralelo a la fachada. Esta última era regularmente estrecha: de 5 a 7 metros, a veces un poco menos, en algún caso un poco más. En el barrio del Bourget, en Nancy, en el siglo XlV, hay casas que se estrechan en 11 pies de fachada tan sólo, mientras que otras alcanzaban los 33, o sea, tres veces el "módulo" (Jean-Luc Fray).

Una casa tenía con frecuencia dos niveles: lo que desde entonces se llamó, al menos en París, la planta baja, y el primer. piso. La mayor parte de las veces se levantaba sobre una cueva o una bodega, cuya bóveda (o techo) sobrepasaba ligeramente el nivel del suelo, de modo que había que subir dos o tres peldaños para acceder a la planta baja en cuestión. La profundidad de estas casas era variable: para fijar las ideas, de 7 a 10 metros. La planta baja podía tener 3 metros o 3,50 de altura; la de encima (en saledizo más o menos sensible, lo que permitía ganar espacio, pero en detrimento del aire, de la luz y tal vez de la estabilidad del edificio), un poco menos, digamos que 2,70 o 3 metros. Arriba de todo, accesible mediante una trampilla o una escalera, se encontraba el granero cubierto por un vasto techo. La madera dominaba en toda. la construcción, si bien la piedra no se desconocía en algunas regiones, especialmente en lo que atañía a los muros de la planta baja. Para una mejor protección tanto frente al fuego como frente al agua, la tendencia estimulada, e incluso impuesta por las municipalidades, consistió en reemplazar la paja por la pizarra y la teja. Admitamos, por consiguiente, unas dimensiones de 6 metros por 8: en dos plantas, esto hace un centenar de metros cuadrados disponibles para un "fuego" (o sea, cinco personas), más la cava, el granero y las diversas construcciones que podía haber en el patio de atrás. Entre estas construcciones anejas se encuentra con frecuencia la Cocina, o zaquizamí, o quarrae. En teoría, ni rastro de hacinamiento.

La planta baja comprende una puerta de entrada, llamada buis o buissrie, de la que se nos dice que en París podía permanecer abierta durante el día mediante un bastidor. "Una silla apoyada que sirve para cerrar el paso": es un mueble mencionado en un inventario de mediados del siglo XV. Se habla también de "sillas con respaldo que sirven para cerrar la puerta", o "que sirven para sentarse a la puerta". Én 1535, el embajador veneciano Marino Giustiniano constata que en París "hombres y mujeres, viejos y jóvenes, amos y criados tienen por costumbre sentarse en las tiendas, a su puerta o en la calle".

La puerta de la casa se abría a un corredor muy estrecho, de 1 metro a 1,50 de ancho, que daba paso a dos aposentos: el de delante, denominado obrador, puesto, tienda o taller —otros tantos términos de entonces—, y el de atrás, llamado sala o cuarto bajo que daba al patio. Una escalera interior de caracol permitía subir al primer piso, dividido de modo análogo en dos o tres piezas. En Montbéliard, a comienzos del siglo XVl, comienza a difundirse la escalera de caracol exterior, llamada también viorbe.

Había diversos elementos que podían reforzar el confort y lo placentero de una casa de este tipo. Ante todo, la presencia de un pozo individual, lo que evitaba que las mujeres de la casa tuvieran que ir a la fuente, al río o a la alberca —distracción, ciertamente, pero también servidumbre—, así como tener que recurrir, como frecuentemente en París, al servicio de los aguadores. Luego, una protección más o menos eficaz contra el frío, la lluvia y el viento: postigos y contraventanas (atestiguados por innumerables miniaturas), papel engrasado, pergamino, burletes e incluso, en los casos más favorables, sobre todo a partir del siglo XV, cuarterones de vidrio fijos o móviles. No era raro que la mayoría de las habitaciones de una vivienda de artesano estuviesen provistas de una chimenea, lo que dista mucho de querer decir, por lo demás, que semejantes chimeneas funcionaran de manera simultánea o continua. Un suelo de tierra apisonada, un piso de madera podían ceder su puesto a hermosas baldosas barnizadas o vidriadas, lo mismo en la planta baja que en la alta. Finalmente, con mayor frecuencia de la que cabría esperarse, bastantes casas, incluso de las vulgares, disponían de letrinas o retretes. Én la segunda mitad del siglo xV y a comienzos del XVl su presencia se considera normal, indispensable por parte de no pocas autoridades municipales. En 1519, el parlamento de Ruán no hace otra cosa que expresar exresar el sentir general cuando prescribe a todos los propietarios que "hagan construir y edificar en sus casas retretes (fosas?) en tierra, con los asientos puestos y situados en alto de las dichas casas (...) y del mismo modo en cada casa de alquiler". Era posible que los vecinos se pusieran de acuerdo al respecto: en 1433, Martin Hubert y Pierre Fossecte ocupaban sendas casas contiguas en la calle del Fossé-aux-Gantiers, en Ruán. El primero, que había hecho construir "completamente nuevos" unos retretes (aisements), consintió en que el segundo y su esposa pudieran disponer de un "asiento de desahogo de cuerpo" (siege d,aisement de corps) durante toda su vida, mediante la entrega de una suma de 12 libras. "El cual asiento estará en la galería del dicho Hubert, a la altura del segundo piso de la casa de los dichos esposos, en el lugar en que tienen al presente su alcoba, en la cual alcoba se hará una puerta nueva para entrar y salir de la referida galería y retrete, el cual retrete dispondrá de espacio conveniente, y tendrá una ventana con vidrio fijo de tamaño razonable". Si los esposos Fossecte se ausentaban, la puerta de acceso debía ser "clausurada". Finalmente, cuando se vaciaba el pozo negro, los gastos habrían de correr en un tercio por cuenta de los esposos Fossecte y en dos por la de Martin Hubert. A pesar de todo, estos retretes o cloaques privadas seguían siendo insuficientes en número. Por eso, algunas municipalidades avanzadas hicieron edifícar en el siglo XV (en Loches, en Tournai, en Ruán) letrinas comunes, por ejemplo sobre las murallas o sobre las canalizaciones, en las que se establecía separación entre las destinadas a los hombres y las reservadas a las mujeres, e incluso a los niños.

Pero descendamos más abajo, en la jerarquía de las formas del hábitat. No deja de haber testimonios de casas sensiblemente más modestas, que comprendían tan sólo dos o tres cuartos. Tal vez correspondieran a aquellos appentis (cobertizos), a aquellas casuchas (maisons appentisées) que, desde el punto de vista fiscal, constrastaban en algunas ciudades (Ruán, Romorantin, Tours) con las casas de remate triangular o de viguería, que se impusieron cada vez más.

Con fecha de 1427, el inventario tras su muerte de los bienes de Berthon de Santaléne, un barbero ni miserable ni insignificante del burgo de Crest (Dróme), enumera en el interior de su vivienda de la Dretcbe charriére, donde había vivido con su padre, las piezas siguientes: una alcoba de atrás (camera posterior), provista de dos lechos, uno pequeño y otro grande; una alcoba de delante (camera anterior), con un lecho y utensilios de cocina; un obra dor (operatorium), con tres sillas y cinco bacías de barbero, diez navajas, cuatro piedras de afilar, dos espejos y tres pequeñas lancetas guarnecidas de plata para las sangrías; un granero detrás del obrador donde se guardaba sobre todo el trigo; y, finalmente, una bodega. De modo que se trata de una casa de tres aposentos tan sólo, en la que sala y cocina se hallan confundidas. "Aula sive ficanea", como dicen ciertas fuentes provenzales.

Él inventario tras la muerte de Guillaume Burellin, herrero de Calvisson, en el Gard (1442), evoca una vivienda más simple aún, con un taller (la botiga de la forja) y un cuarto en el piso alto (lo solié de Postal), que sirve a la vez de cocina, de alcoba y de sala.

Descendiendo un peldaño más en la pobreza, algunas alcobas servían de pieza única para viudas, criados y estudiantes. Sin duda alguna, la "pobre muchacha que era hilandera de lana con su rueca" y cuya vivienda "no tenía provisión ninguna ni de leña ni de tocino, ni de aceite ni de carbón, ni de ninguna otra cosa salvo un lecho y un cobertor, su torno de hilar y bien poco de cual quier otro menaje", evocada en el Ménagier de Paris, vivía en una sola habitación. Lo mismo que le sucedía, en 1426, en París, a Perrin le Bossu, pobre cardador de lana, que obtuvo remisión de la pena merecida por haber forzado la puerta de la alcoba de un cierto Thomassin Hébert, orfebre, "la cual está encima de aquella en la que vive el dicho Perrin". Én París, a comienzos del siglo XlV, una familia vive en la mayor parte de los casos en una sola pieza, mansion, domuncula o estage (Raymond Cazelles).

Si se pasa ahora al otro extremo, al nivel superior, nos encontramos con un tipo clásico de vivienda: la casa de canónigo, cuya disposición ha quedado perfectamente en claro gracias a un número especialmente elevado de inventarios.

En términos generales, este tipo de residencia, situada en la proximidad inmediatala catedr al de del claustro, dispone de un patio y de un jardín y comprende una decena de piezas: numerosas alcobas, incluida la del canónigo, con mucho la mejor amueblada y la más agradable sin duda, si bien no siempre la más vasta, una o dos salas y salitas (sala, aula, en los documentos en latín), cocina y una despensa, un estudio (llamado a veces escritorio), una capilla, y finalmente bastantes anejos (establo, bodega, cueva, galería, fresquera (garde-manger), leñera, depósito de carbón de madera llamado charbonnier, etcétera).

En un nivel aún más alto, las residencias episcopales se acercan unas veces al modelo canonical, otras al señorial, e incluso al principesco. Un inventario de la casa episcopal de Laon (domos episcopales laudunensis), redactado tras la muerte, en 1370, de Geoffroi le Meingre, no menciona, curiosamente, ni capilla ni estudio, pero sí una cocina y una despensa, una sala baja, así como siete alcobas: la del difunto, provista de un guardarropa, y las del oficial, dos capellanes, el canciller, el recaudador, el cocinero y el portero. En 1496, el oustel episcopal de Senlis se halla un poco menos provisto: no hay estudio, pero sí una capilla, una pequeña sala, una cocina y una despensa, seis alcobas, más el logis et hótel (alojamiento) del portero, y finalmente algunas dependencias (lagar para pisar la vendimia, horno, graneros pequeño y grande, caballeriza, cueva y bodega).

El inventario de la casa episcopal de Alet, que data de la muerte, en 1354, de Guillaume de Alzonne o de Marcillac, obispo de Alet y abad de la Grasse, permite adivinar la categoría del tren de casa: no sólo se encuentran en ella una capilla y una gran sala (aula maior), llamada igualmente tinel, sino que en esta ocasión se cuentan tres estudios, y no menos de una veintena de habitaciones, entre las cuales hay una llamada de adorno, distinta del dormitorio propiamente dicho del obispo, que se califica a su vez como alcoba de retiro (retrocamera). La misma oposición entre alcoba de adorno y alcoba de retiro aparece, en 1389, en el castillo de Porte-Marx, residencia urbana de los arzobispos-duques de Reims. Aquí ciertas alcobas se atribuyen nominalmente al mayordomo, a los capellanes, a los caballerizos, a los criados del servicio de cocina, al despensero y al secretario. Nunca por lo demás deja de haber en las mansiones episcopales aposentos que pueden adjudicárseles a otros servidores, clérigos o laicos: recaudador, tesorero, vicario, palafrenero, camrlengo, encargado del granero o procurador.

Porque con independencia incluso de las dimensiones de una casa, de su modo de construcción, de su situación en el espacio urbano, de su decoración interior y exterior, de su mueblaje, la distribución y la denominación de las piezas de que se compone nos informan sobre el género de vida, sobre el standing, digamos, de su o sus ocupantes. És más "burgués", por ejemplo, tener en su casa un despacho que un obrador, y mejor aún si lo que se tiene es un estudio, en lugar o a la vez que un despacho . Disponer de una caballeriza es la señal de que uno no sale a la calle a pie.

La gran burguesía, los notables mejor instalados, trataban evidentemente de adoptar las costumbres más francamente aristocráticas, pero, al mismo tiempo, sus casas conservaban por lo general las huellas de sus actividades profesionales. Tal es el caso de la vivienda ruanesa de Pierre Surreau, recaudador general de Normandía por los tiempos de la monarquía lancasteriana: hay en ella dos despachos, uno de ellos en la planta baja, cerca de la puerta de entrada, para el trabajo de los pasantes de las finanzas, y el otro en el primer piso, según un inventario tras su muerte que nos informa de que "se trataba del despacho particular del dicho difundo" (1435). Pierre Legendre, tesorero de guerra y luego tesorero de Francia, eminente oficial de finanzas al servicio de Luis XI, Carlos VIII y Luis XII, emparentado con las familias más prósperas del reino, como los Briçonnet, ennoblecido y hasta armado caballero por el rey, dueño de numerosos señoríos en el Vexin, pretendía seguramente agregarse a la más alta nobleza, y el inventario de su mobiliario en 1525 justifica más que de sobra semejante ambición, aunque sólo fuese por la extraordinaria profusión de sus tapicerías. Además, su hótel de la calle de los Bourdonnais, en París, ofrecía tal apariencia que, hasta las recientísimas pesquisas de André Chastel, se lo había tomado por el hótel de La Trémoille, éste sí auténtica y puramente aristocrático. A pesar de todo, el palacio en cuestión tenía desde luego una capilla y una sala de recepción, así como tres despachos, lo que equivale a tres piezas profesionales.

El diario del procurador Dauvet, redactado durante el proceso de Jacques Coeur, contiene los inventarios de varias casas que habían pertenecido al banquero de Carlos VII o a sus asociados en los negocios.

Én Lyon, lo mismo que en Ruán, la existencia de despachos y tiendas nos recuerda la naturaleza de las ocupaciones del acusado. En cuanto a la grant maison de Bourges, orgullo de su propietario, "aunque inacabada aún durante el proceso, pone de relieve que el buen gusto no estaba reñido con el confort del advenedizo" (Michel Mollat).

Los torreones, la capilla, las armas esculpidas en piedra, las galerías y las tribunas: todo estaba calculado para subrayar las dimensiones principescas de esta noble mansión. Sin contar la existencia de cuatro salas (un récord en de residencia) y este género los nombres de prestigio atribuidos a determinadas habitaciones: la de las galeras, la de las galerías, la de los obispos, el cuarto de los angelotetz o la sala de los meses del año. Y, sin embargo, este palacio aristocrático servía de marco a las actividades lucrativas: en un cierto sentido, "desmerecía", como indica la presencia de numerosos despachos o de los pupitres de madera cubiertos con el habitual paño verde que permitían el cómodo y atento examen de las escrituras fínancieras y comerciales.

Sólo en las evocaciones de carácter francamente literario traspasan los hótels burgueses, en la imaginación, los últimos obstáculos que impedían su asimilación a las residencias propiamente patricias. No sin segundas intenciones, Guillebert de Mez, en su descripción de París a comienzos del siglo XV, asocia en un mismo movimiento los "bostals de obispos y prelados" con los de los "señores consejeros, los señores de la Cámara de cuentas, los caballeros, los burgueses y los diversos oficios". Y destaca, en la mansión de "sire Mile Baillet", calle de la Verrerie, un miembro de una vieja familia de la burguesía parisina que había sido cambista, y luego con Carlos V y Carlos VI, ayudante, tesorero y de la Cámara de cuentas, una capilla "donde se celebraba cada día el oficio divino" y sobre todo la existencia de habitaciones en dos niveles distintos, uno para el invierno, otro para el verano: "Había salas, alcobas y estudios (el autor se cuida mucho de no hablar ni de despacho, ni de mesa de trabajo (tablier), ni siquiera de obrador de escritura) en la planta baja para habitarlos en verano al nivel del suelo, y en la alta asimismo donde se hacía la vida en invierno".

Más concluyente aún es el ejemplo del ótelde Jacques Duchié (o de Dussy), que murió cuando era jefe de cuentas en 1412. Se trata también en este caso de una casa situada en la orilla derecha, en el barrio de los negocios, más exactamente en la calle de los Prouvaires. En la descripción de Guillebert de Mez se acentúan, deliberadamente, las dimensiones militares de la residencia (provista de una auténtica sala de armas), su comodidad y su confort, su rechazo de cuanto pudiese parecer demasiado estrictamente utilitario (en el patio, hay aves de adorno, pavos reales, y no gallinas ni patos), los gustos refinados del propietario, su sentido de la cultura desinteresada y su inclinación aristocrática hacia los juegos de sociedad y hacia la música, en la que no se revela únicamente como melómano sino como verdadero músico: "En el patio había pavos reales y diversas aves de adorno. La primera sala está decorada con diversos cuadros y divisas colgados de las paredes. Había otra sala llena de toda suertes de instrumentos, arpas, órganos, zanfonías, bandurrias, salterios y otros, todos los cuales el dicho maestro Jacques sabía tocar. Otra sala estaba provista con juegos de ajedrez, de tablas y de otras diversas maneras de juegos en gran número (dos habitaciones que anuncian ya las salas de juego y de música del siglo XVlll). Ítem, una hermosa capilla con facistoles de maravillosoarte, que se podían poner cerca y lejos, a un lado y a otro. Ítem, un estudio cuyas paredes estaban cubiertas de piedras preciosas y de especias de suave olor. Item, una alcoba donde había pieles de diversas maneras. Ítem, muchos otros aposentos ricamente adobados con lechos y mesas cuidadosamente tallados y cubiertos de ricos paños y tapices bordados en oro. Ítem, en otra cámara alta había gran número de ballestas, algunas decoradas con bellas figuras. Allí había estandartes, pendones, arcos, picas, alabardas, estacas, hachas, bisarmas, mal as de hierro y de plomo, escudos de diversas clases y otros artefactos, con abundancia de armaduras, yen resumen con toda clase de instrumentos bélicos. Item, había allí una ventana hecha de maravilloso artificio, por la que se sacaba un artificio metálico con el cual se miraba y se hablaba a los de fuera si era necesario con toda nitidez. Ítem, en la parte más alta del edificio había una habitación cuadrada, donde había ventanas por todos sus costados para ver desde allí la ciudad. Y cuando se comía allí, se subían y llevaban vinos y manjares mediante una polea, ya que estaba aquello demasiado alto para transportarlos a mano. Y por encima de los pináculos del edificio había hermosas estatuas doradas".

El palacio de los Papas en Aviñón

Él estudio de las formas de habitación urbana conduce inevitablemente al de los palacios, de los que puede decirse que por aquella época era prácticamente forzoso que se hallaran situados en la ciudad, aunque el término no designa propiamente un cierto tipo de vivienda, en el sentido arquitectónico, sino que remite más bien al estatuto y rango de su poseedor: por eso es por lo que ciertos textos proponen que se califique el castillo de Vincennes como palacio, desde el momento en que se trata de una residencia real. De cualquier modo, por lo que se refiere al acondicionamiento del espacio, no es posible establecer una oposición estricta entre los palacios (como el del rey, en la Cité de París), los hó tels (como el hótel Saint-Pol, igualmente en París, residencia predilecta de Carlos V y Carlos VI) y los castillos propiamente dichos, como el Louvre. Poco importan, en efecto, las apariencias, fortificadas o no, cuando la disposición interior, o la decoración de los aposentos, obedecen, en unos y otros casos, a reglas comunes. Se comprueba el mismo tipo de habitaciones en el hótel Saint-Pol y en la fortaleza del bosque de Vincennes. Y el ejemplo del palacio de los Papas, en Aviñón, al que nos vamos a referir enseguida, como a uno de los más notables, no equivale solamente a otros palacios, de carácter eclesiástico o laico, sino también a los castillos, a condición de que posean unas dimensiones análogas y un destino semejante.

És bien sabido cómo Bertrand de Got, arzobispo de Burdeos elegido papa en 1305, tomó la decisión, implícita, de quedarse del lado francés de los Alpes y de no pisar Roma ni siquiera Italia. Después de no pocos periplos, fijó su residencia en Aviñón y en su región a partir de 1309, como habrían de hacer tras él sus sucesores durante más de medio siglo.

Juan XXII, obispo de Aviñón cuando fue elegido papa, continuó viviendo en su antiguo palacio episcopal, una construcción situada claramente en el interior del recinto amurallado de los siglos en el sector norte de la ciudad, en la proximidad inmediata de la catedral de Notre-Dame des Doms.

Los arreglos hechos en el palacio durante su pontificado (1316-1334) eran insuficientes. Entonces Benedicto XII (1334-1342) hizo derribar el conjunto de las construcciones para edificar en su emplazamiento una residencia a escala e imagen de su prestigio y de sus funciones. En diez años, de1345,a 1335bajo su reinado y durante los dos o tres primeros años del pontificado de Clemente VI (1342-1352), vio la luz, bajo la responsabilidad de dos maestros de obras, Pierre Poisson y luego Jean de Louvres, un "palacio grandioso", dicho en los términos de un cronista de la época, "de una maravillosa belleza, de una fuerza extraordinaria con sus murallas y sus torres". Esta realización, denominada Palacio Viejo a partir del momento en que Clemente VI emprendió la construcción del Palacio Nuevo (novum opus, palatium novum), es la que aquí se va a tener particularmente en cuenta, en su estado de 1345, tal como nos la permiten abarcar unas fuentes muy precisas y sobre todo apasionadamente estudiadas por los eruditos.

El palacio de Benedicto XII estaba esencialmente dispuesto en torno al patio de un claustro, en forma de cuadrilátero. Aunque incluía también, hacia el este, un jardín delimitado por una espesa muralla.

"Bien está su prisión guardada,/ Én su palacio se hace fuerte". Tal es uno de los reproches que Jean Dupin dirige al papa en sus Melancolies.

Porque el prurito de la defensa, o al menos de la seguridad, no estuvo precisamente ausente del pensamiento de los constructores, como lo demuestra la presencia, al costado de las edificaciones alargadas que ocupan los cuatro lados del claustro, de numerosas torres elevadas y poderosas, a veces pegadas unas a otras hasta constituir auténticos macizos de fábrica. Precaución que no fue superflua: en 1398 el palacio de los Papas hubo de sufrir un asedio en regla, con minas, cañonazos y comienzo de incendio del que el indomable Benedicto XIII salió, provisionalmente, vencedor.

Esto no quiere decir que la vida del palacio se hallara toda ella vuelta hacia dentro: la mayor parte de las edificaciones, en efecto, incluida la alcoba del papa, miraban también hacia el exterior, hacia la ciudad y el jardín, mediante aberturas bastante anchas y numerosas practicadas sobre todo, como es natural, en los pisos superiores.

Al sur, al norte, al este y al oeste, las cuatro alas que rodeaban el claustro tenían dos o tres pisos. Las torres, a su vez, presentaban las más de las veces cuatro o cinco niveles superpuestos, que comunicaban entre sí las escaleras abiertas en el espesor de la muralla. Cada torre tenía también su autonomía, cuando menos en su parte superior, mientras que los pisos medios e inferiores empalmaban, si era necesario por medio de algunos escalones, con el conjunto de las edificaciones. De este modo la circulación era más fácil, lo mismo que el entrecruzamiento, por lo demás habitual en los castillos medievales, entre verticalidad y horizontalidad.

 El palacio de los Papas, Aviñóni La torre de los Angeles. De arriba abajo: el "castillete", destinado a los sargentos de armas, la tesorería alta y la librería, la cámara del papa, la alcoba del camarero, la tesorería baja y la bodega. (Según L.-H. Labande.)

Comencemos nuestro recorrido por el sector meridional, zona propia del soberano pontífíce. He aquí, edificados hacia 1335- 1337, los aproximadamente 50 metros de la Gran Torre, todavía llamada torre del Papa de Plomo o de la Tesorería (hoy torre de los Angeles). En ella habitaba de ordinario el papa. Su cámara (camera turris, camera papae), una pieza de 10 metros por 10, de suelo barnizado, con artesonado de madera, tenía una vasta chimenea y se hallaba suficientemente iluminada por dos grandes ventanas hacia el sur y hacia el este. Én sentido de cendente, se encontraban masivamente la alcoba del camarero apostólico, ministro de Finanzas del papado, la tesorería baja, y en fin, abajo de todo, una cava a la que, según se decía, eran llevados los preciosos toneles de vino de Beaune y de Saint-Pourçain. Si se subía, se encontraba una enorme pieza que, en la época de Inocencio VI, se dividió a fin de disponer a un lado la tesorería alta, al otro la librería y, en la última planta, un "castillete" destinado a acoger a algunos soldados de la guarnición.

Ésta torre no se bastaba a sí misma. Había unos indispensables edificios que la aglutinaban, la apoyaban y la completaban. Así, al norte, la torre del Éstudio, sólo de tres pisos: abajo, una cámara secreta, para el control de las operaciones financieras, de las recaudaciones y de los gastos de la institución pontificia; luego un vestuario; y por fin, sensiblemente al mismo nivel que la alcoba papal, su studium, una habitación embaldosada de 5 por 7 metros. Al oeste, una construcción cuadrangular acogía la cocina secreta del papa, contigua a su alcoba y que daba por otro lado a su comedor particular, el Petit Tinel. Al sur, la torre llamada del Guardarropa, con sus 40 metros de altura, fue edificada por Jean de Louvres al iniciarse el pontificado de Clemente VI, hacia 1342-1343: en ella se superponían, de abajo arriba, un baño con caldera y bañera de plomo para el papa, dos guardarropas, uno encima del otro, la alcoba llamada del Ciervo (que servía de studium a Clemente VI y estaba al mismo nivel que la del papa) y finalmente su capilla privada, dedicada a san Miguel.

La Gran Torre se prolongaba aún, hacia el norte, mediante un ala comprendida entre el claustro y el jardín: allí estaban, en la planta baja, la gran tesorería y la sala llamada de Jesús (a causa del monograma de Cristo que adornaba los muros), en la primera planta, el Petit Tinel, ya mencionado, tal vez también una capilla privada, y finalmente la sala de paramento, que precedía, según un modelo clásico, a la alcoba del papa.

Transportémonos ahora hacia el sector nordeste. Allí, tan alejados como era posible, se concentraban los servicios domésticos y materiales: botellería, panetería, trinchero, cocina de Benedicto XII y, más notable aún, de Clemente VI, cuartos para la leña y el carbón, bodegas y depósitos, así como también prisión, arsenal, y alojamiento de una parte de la guarnición (torre llamada de Trouillas). Y no hay cuidado de que nos olvidemos de la torre de las letrinas, cuya amplitud, con sus dos plantas, atestigua por sí sola el número de personas —varios centenares— que vivían permanentemente en el palacio.

Uniendo el espacio personal del papa y el sector de servicios, el ala oriental del claustro prolongaba el Petit Tinel y la cámara de paramento, con las salas superpuestas del consistorio, en la planta baja, y del Grand Tinel, en el primer piso. Es posible que el Grand Tinel, usado prioritariamente para los banquetes oficiales, sirviera a su vez de ordinario de sala para el común. Esta ala comprendía una torre, la torre de san Juan, que acogía, en la planta baja así corno en la primera, dos reducidas capillas.

 

 

El palacio de los Papas , Aviñón. La torre de las le trinas, edificada por Benedicto XII.(Según L . - H i Carlos IV de Luxemburgo. Labande.)

Finalmente, al sur, justo después de la puerta fortificada de acceso, estaba el ala del cónclave, destinada a recibir a los huéspedes de categoría, cuando rendían visita al papa. Allí se instaló al rey de Francia, Juan el Bueno , y algunos años más tarde, al e mperador La torre del Cardenal Blanco, que completaba el cuadrilátero, se había adjudicado, al menos en parte, a los paneteros botelleros que se alojaban en ella.

Perola capilla con mucho la más importante del Palacio Viejo era la que ocupaba todo el ala norte. Se desplegaba en dos niveles: un nivel inferior, que le valió el nombre, desde 1340, de "gran capilla oscura" y se transformó muy pronto en depósito, en sitio de desahogo, y un nivel superior, que conservó él solo a partir de entonces su función litúrgica. La torre de la Campana, o torre de San Juan, defendía el ángulo noroeste. Sus 45 metros de altura, divididos en cuatro plantas, alojaban a los parientes del papa, a los curiales, a los guardias, asi mismo al gran mayordomo. En resumidas cuentas, cumplía más o menos las mismas funciones que la edificación siguiente, que formaba el flanco occidental del claustro, llamada ala de los familiares, de los servidores titulados del papa, miembros de su familia, que allí vivían y trabajaban conjuntamente. Benedicto XII tenía incluso allí un .studium, entre otros.

De acuerdo con esta vista panorámica, se advierte que el palacio de los Papas acumulaba muy afortunadamente diversas funcíones. Función militar: se trataba de una fortaleza, con su guarnición correspondiente, más o menos numerosa según las cir-

 

El palacio de los Papas, Aviñón. Plano al fínal del pontificado de Urbano V, 1370. La planta baja. (Según S. Gagniére.)

cunstancias. Función palatina: incluso el palacio primero de Benedicto XII ofrecía un marco decente para los inevitables fastos de la monarquía y corte pontificias. Función burocrática: el palacio acogía los órga nos centrales de una administración y un gobierno reputados por su competencia y su actividad.

Todo ello se refleja en la organización tan estricta y vigorosa del espacio interior, a pesar de que no se advierte ninguna separación absoluta entre la vida privada y la vida pública, entre el trabajo de los clérigos de la curia y su existencia personal.

Sin duda el espacio reservado a la administración resultaba insuficiente pese a todo, porque sabemos que el Palacio Nuevo, concluido por Clemente VI, se destinó principalmente a acoger otros servicios, en particular judiciales (audiencias grande y pequeña).

Pero no hemos de creer por ello que Benedicto XII y su arquitecto fuesen unos innovadores al adoptar un plan relativamente racional o cuando menos "legible".

Lo que cabe conocer, en efecto, bien es verdad que sólo gracias a los documentos escritos, del palacio de Juan XXII muestra ya una distribución que responde al mismo espíritu: de un lado, la residencia particular y las habitaciones de recepción del pon-

 

 El palacio de los Papas, Aviñón. Plano al final del pontificado de Urbano V, 1370. El primer piso. (Según S. Gagniére.)

 

tífice; y de otro, los servicios domésticos (cocina, etcétera); las oficinas pertenecían a un tercer sector.

¿Habrá que admitir incluso que se aguardó a los inicios del siglo XIV para plantearse y llevar adelante una repartición de este tipo? No se excluye en absoluto que algunos castillos y palacios, tanto laicos como eclesiásticos, edificados en los siglos Xll y XIII, se beneficiaran de una articulación análoga, inspirada en el modelo monástico, el cual pudo a su vez hacer suyos y adoptar planos de palacios o villae del Bajo Imperio.

Lo único comprobable es que antes del siglo XlV, en rigor, del siglo XIll, no hay documentación histórica ni arqueológica o, cuando la hay, sigue pareciéndonos demasiado imprecisa para permitirnos otra cosa que una reconstrucción en buena parte imaginaria.

Patios y jardines

En el siglo XIV, en la ciudad de Aviñón, el palacio de los Papas distaba mucho de ser la única edificación centrada en torno a un espaciointerior —patio o claustro—. Én su respectiva escala, las residencias cardenalicias —las famosas casas exentas, destinadas

 

 

 Plano reconstruido de la livrée del cardenal de la Jugie, en Aviñón, 1374. A la izquierda de la calleBouquerie, la petite livréeparalos servicios; a laderecha, la grande livrée, residencial. (Según P.Pansier.)

 
a los príncipes de la Iglesia y a su Cale SanrAgnnl séquito de donceles, capellanes y sirvientes— estaban sensiblemente concebidas de acuerdo con los mismos principios. Un documento de 1374, redactado con fines fiscales, permite reconstruir aproximadamente la residencia liberada, hoy desaparecida,del cardenal Guillaume de la Jugie, un sobrino del papa Clemente VI, que la hizo edificar durante el tercer cuarto del siglo XlV. De un lado, la residencia reducida, dispuesta entorno a un patio: un conjunto bastante confuso de aposentos altos y bajos, de reductos, de salas y galerías, destinado, según todas las apariencias, a la servidumbre, a los caballos y a las mulas del cardenal. Del otro, la residencia amplia, para el dueño, quecomprendía tres cuerpos de edificación en torno a un jardín.

Encontramos:

1.° en el subsuelo, básicamente unacava y algunas piezas subterráneas;

2.° en la planta baja, tránsitos cubiertos; el Grand Tinel o comedor, con su chimenea; un pórtico decorado con pinturas; una "gran cámara de paramento" y una escalera de caracol;

3.° en el primer piso, de nuevo los tránsitos cubiertos que unen entre sí las diferentes piezas, en número de cinco (capilla, cámara, antecámara, cámaras de paramento vieja y nueva);

4.° en la parte más alta del edificio, un guardarropa, una especie de galería cubierta (para tomar el fresco o para secar la ropa?) y, alrededor del tejado de la capilla, un tránsito enlosado rodeado por una muralla almenada y dominado por un campanile y cuatro torreones en los ángulos. Añadamos que las residencias pequeña y grande se comunicaban por encima de la calle por medio de un puente que constaba de una galería en el primer piso y una pieza en el segundo. El exterior debía de ser severo, rudo: pero ello se debía a que todo estaba calculado para que las habitaciones diesen al jardín, ornado en su centro con una fuente. Se piensa en los palacios florentinos del siglo XV, en el batel de Jacques Coeur de Bourges, así como también, aunque con menos amplitud, en el Fondaco dei Tedeschi de Florencia. Aunque, después de todo, las construcciones monásticas tradicionales tenían una traza bastante cercana, lo mismo que los castillos en forma de cuadrilátero tan frecuentes en Francia desde los tiempos de Felipe Augusto. Es posible que el rasgo más original de la residencia grande del cardenal de la Jugie fuese la existencia de aquellos deambulatorios superpuestos que prestaban servicio al conjunto de las habitaciones de un mismo piso.

El hótel de Pierre Legendre en París (hacia 1500) presenta un aspecto muy diferei ite. El patio de acceso, que da a la calle de los Bourdonnais, se hallaba allí rodeado de galerías y tránsitos de uso común, mientras que el cuerpo principal del edificio daba por un lado a aquél y por el otro a un jardín, o por lo menos a un patio interior, orientado a la calle de Tirechappe. Asimismo, pero esta vez en la orilla izquierda, el hótel de los abades de Cluny, construido por Jacques de Amboise entre 1485 y 1498, tenía un patio de entrada, un ala y una edificación principal y, a la parte de atrás, un jardín. En ambos casos, estaríamos ante una primera manifestación de los hó tels situados entre patio y jardín, y destinados a convertirse en la regla durante los siglos clásicosi Apegada en adelante a la residencia en la ciudad, la aristocracia, de Iglesia o de corte, profesional o comerciante, se esforzaba a finales de la Edad. Media por adoptar sus distancias con respecto al entorno urbano ordinario, con el fin de procurarse un espacio tan privativo como le fuera posible.

Castillos

Fuera de las ciudades, las mansiones señoriales de finales de la Edad Media conocieron una distribución del espacio entre el gran patio, el corral y el jardín, que respondía al propósito de distinguir el ámbito de los servicios y los oficios materiales, el de las funciones "nobles" y, finalmente, el de la vida privada y las distracciones.

Algunos de los castillos construidos o reformados por príncipes de la casa de Valois-Sicilia (Luis II, el rey René) obedecen más o menos a esta preocupación: Angers, Tarascon, Saumur. Pero el caso tal vez más bello sea el del castillo de Gaillon: no por la construcción efectivamente realizada a comienzos del siglo XVI por el cardenal de Amboise tal como nos la muestran los restos todavía imponentes y sobre todo un plano y una vista panorámica de Androuet du Cerceau, sino por el plano de un primer proyecto, de inspiración más francamente italianizante, llegado por suerte hasta nosotros.

El desconocido dibujante de este plano, tanto más sugestivo cuanto que se acompaña de una leyenda, había previsto la organización del castillo en torno de un vasto cuadrilátero de 34 por 18 toesas, o dicho de otro modo, si se calculan dos metros por una toesa, de 68 metros por 36, más de 2.400 metros cuadrados, o casi un cuarto de hectárea.

Éste espacio interior, de tan amplias dimensiones, se hallaba a su vez repartido en tres: al fondo, un jardín, con una fuente, bordeado por una galería; en el medio, una grande court o gran patio de más de 1.000 metros cuadrados; y, justo a la salida del portal de acceso, que tenía que quedar dentro de lo que se había previsto conservar de la vieja fortaleza medieval, un corral acompañado de una "plaza para servir a todos los menesteres y servicios de la cocina" y de una "alberca para lavar las coladas" (lavadero).

Entre las edificaciones, cuya distribución no nos es conocida, subrayémoslo, salvo por lo que hace a la planta baja, se pueden identificar tres polos: en uno de los ángulos, la gran capilla y su oratorio, lugar de reunión obligado y regular de todos los habitantes del castillo, cualesquiera que sean su estatuto, sus funciones o su puesto jerárquico; todo alrededor del corral y la huerta, pero desbordándolos ampliamente, lo mismo a derecha que a izquierda, hasta la altura del patio noble, las habitaciones dedicadas a los oficios domésticos: tahonas, cocinas, guarnicionerías, alojamientos de las costureras, de los cocineros y otros sirvientes, etcétera; y por fin, en el án más alejado, el mejor situado, muy cerca de la fuente, del ardían y la galería, los aposentos del amo de casa, que empezaban por una gran sala de 16 por 8 metros (128 metros cuadrados), continuaban con una cámara de postín algo más reducida (80 metros cuadrados) y concluían, como era usual en las formas de habitación señoriales de la época, con un aposento retirado, un guardarropa, y —como señal de pertenencia del propietario a la jerarquía eclesiástica— un estudio y un oratorio. Junto a esta división tripartita, cabe destacar otras dos divisiones, esta vez de carácter bipartito: —una división vertical, cuya existencia sólo es posible sospechar, entre planta baja y primer piso; —una división derecha-izquierda con respecto al patio central, con, por una parte, la cocina, la botellería, la despensa, etcétera, para el común de la gente de la vivienda, y, por otra, las mismas piezas pero en este caso para el dueño. Volvemos a encontrar aquí las dos cocinas, como en el palacio de los Papas.

Sobre todo, es a partir del siglo XV cuando los presupuestos de construcción, acompañados con frecuencia de planos o de patrons sobre papel o pergamino, atestiguan, en la Francia señorial, el gusto por las mansiones sanas y sólidas, debidamente provistas de escaleras de caracol (vis), de galetas y de galerías, fácilmente acondicionables y caldeables, con piezas de paredes chambrillées (revestidas), bien aisladas por ventanas con vidrios provistas de ostevens (contraventanas) y de suelo cuidadosamente esterado y embaldosado. Se advierte la precaución de gallefeustrer (tapar con burletes) las habitaciones. Además, no sólo no es excepcional la presencia de estufas y cuartos de baño, sino que además se hace frecuente mención de una sala de visitas, de una librairie (biblioteca), de una sala de juegos para la pelota, la bola, el billar, el balón y, destinado sobre todo a las damas, de un gabinete excusado. Como una curiosidad, sin duda rarísima, está la galería de caza del castillo de Blois, admirada Por Beatis en 1518: "A la sombra del palacio se extienden tres jardines, llenos galería cubierta bi de frutas y follaje; se llega a ellos a través de una adornada por uno y otro lado de cuernas de auténticos ciervos puestas sobre ciervos de madera tallada coloreados y muy bien imitados; cuelgan del muro a una altura de unos diez palmos, unos junto a otros, sólo se ve su cuello, su pecho y las dos patas delanteras. Sobre unas piedras que sobresalen a lo largo de las paredes hay numerosos perros asimismo en madera, liebres con perros que corren reproducidos con absoluta veracidad lo mismo en su tamaño y aspecto que en su pelambre. También hay algunos halcones sobre unas manos fabricadas igualmente en el muro".

Por lo que hace al espacio de los servicios domésticos, refleja también con notable exactitud la organización del hótel, con sus métiers (servicios) tradicionales: en el castillo de Angers, en 1471, se hace notar, además de la cocina y la despensa, una saucerie y una eschançonnerie (para la preparación de los alimentos), una paneterie y una fruiterie (almacén de frutas).

La excepcional calidad de un cierto tipo de habitación señorial se traducía en gastos de construcción muy elevadosi Durante la ocupación inglesa de Normandía, Édmont Beaufort, conde de Dorset, de Mortain y de Harcourt, quiso hacer construir en Elbeuf, en las orillas del Sena, muy cerca del puerto, una casa y edificio fórtificados, de dos plantas, además de la planta baja: 3,60 metros de altura para cada uno de los dos primeros niveles, y 2,40 para el tercero, este último dominado por el comble du gallinas (buhardilla), habitable a su vez gracias a los numerosos lucagnes (tragaluces) que allí estaban previstos. Las dimensiones de esta construcción rectangular, que contaba con un cierto número de piezas cada una de ellas con su chimenea, debían de ser de 24 metros por 10. Éstaba prevista una gran vista (escalera de caracol), más otras dos o tres más reducidas. Muros de piedra, de un metro de espesor, techumbre de pizarra, patio y jardín, tejado coronado por barniéres o pendones de cobre pintados y dorados con las armas del conde de Dorset, cocina enlosada y letrinas acondicionadas con esmero. Todo esto tenía que repercutir en el coste: para una vivienda cuya superficie útil, si se exceptúa el desván, no sobrepasaba los 800 metros cuadrados, los trabajos de albañilería, carpintería, obra de yeso, cubierta, fontanería y nivelación no podrían estar por debajo de los 6.700 francos. Todavía es preciso añadir el valor del terreno, así como los gastos de carpintería, cerrajería, cristalería y otros arreglos, total, puede ser que 8.000 francos: cien veces más que el presbiterio de Touville con sus 200 metros cuadrados de supericie útil.

La forma de habitación comunitaria

Aun cuando las mansiones y los castillos fuesen ante todo la residencia de un hombre (o de una mujer) y su familia, no es menos cierto que acogían por lo regular un número bastante elevado de sirvientes de ambos sexos, con funciones más o menos consideradas, célibes y también casados, que allí tenían, de forma permanente o transitoria, exclusiva o accesoria, albergue y sustento. Diferentes ejemplos sugieren como normal una servidumbre, una "casa" de algunas decenas de personas cuando se trataba de un miembro de la alta nobleza, de doce personas para un noble de tipo medio y de seis para un individuo de la nobleza baja. Así, en los castillos, no pocos aposentos ofrecían aspecto de dormitorio con cuatro o cinco lechos, y otros tantos arcones, cerrados con llave donde cada uno guardaba sus efectos personales. Otros pertenecían al uso exclusivo de un empleado de la casa (mayordomo, tesorero, recaudador, capellán, etcétera), que podía, a su vez, tener a su servicio un ayuda de cámara, que dormía en la misma habitación o en un local contiguo. Toda esta gente se encontraba durante las comidas en la sala común, o sala del común, mientras que algunos privilegiados obtenían a veces el derecho (le recibir en su alcoba su livrée o parte correspondiente de alimento, de velas y de bebida, y de comer allí aparte.

Esto quiere decir que los castillos, igual que los palacios y las grandes mansiones urbanas, ofrecían un primer modelo de forma de habitación comunitaria. Había desde luego otras muchas. Destaquemos aquí, a falta de cuarteles, que sólo aparecieron mucho más tarde, los colegios universitarios, los hospitales, las maladrenies o leproserías, y en particular toda la gama de los establecimientos monásticos. Porque una gran parte de los edifícios más bellos y vastos, de las construcciones más complejas, de las mejor acondicionadas, pertenecían desde hacia siglos al clero regular, rasgo que como es natural estaba muy lejos de haber desaparecido a finales de la Edad Media.

Queda fuera de nuestro propósito examinar aquí el origen y los primeros avatares de los proyectos monásticos. Nos contentaremos con dirigir una mirada a la situación de los siglos XlV y XV, lo mismo si se trata de los resultados de una herencia anterior que si nos encontramos, lo que es mucho más excepcional, ante creaciones contemporáneas.

Nos ofrecen un primer tipo los establecimientos que combinan vida comunitaria y vida solitaria. Así acontecía con las cartujas cuyo éxito nunca se desmintió, puesto que en el siglo XIV, a lo ancho de toda la cristiandad, hubo 110 fundaciones que vinieron a acrecentar esta familia religiosa, más otras 45 durante el XV. El catálogo ofícial de 1510 contiene una lista de 191 cartujas en actividad, de las que siete se reservaban a monjas. Ahora bien, en virtud de la voluntad de su fundador e iniciador, san Bruno, la vida cartujana descansaba tradicionalmente sobre un eremitismo fundamental y una cierta dosis de cenobitismo, en el coro, el capítulo, el refectorio y la recreación. Aun cuando la frecuentación de la iglesia era cotidiana, ya que la hacían necesaria la recitación y la celebración en común de los oficios, el refectorio, por su parte, sólo se utilizaba los domingos, los días de fiesta en que había capítulo durante las octavas de Navidad, Pascua y Pentecostés, los días en que se celebraba algún entierro, y con ocasión de la instalación de un nuevo prior. El resto del tiempo, el cartujo consumía en soledad su austera refección que le era traída de fuera, anónimamente, a través de un ventano. Por eso la importancia de la vida de celda, continua, alojada en una construcción individual. El cartujo, dicen los estatutos de la orden, "ha de velar con toda diligencia y solicitud para no crearse necesidades, al margen de las observancias regladas y comunes, ni salir de su celda, sino considerarla más bien como necesaria para su salud y su vida como el agua es necesaria para los peces y la majada para el ganado. Cuanto más permanezca en su celda, más la amará, puesto que es en ella donde se ocupa con orden y utilidad en la lectura, la escritura, la salmodia, la plegaria, la meditación, la contemplación y el trabajo, mientras que si sale de ella con frecuencia, y por ligereza, se le volverá enseguida insoportable". En 1398, Felipe el Atrevido, duque de Borgoña, ofrece a la cartuja de Champmol diez pequeñas biblias destinadas a repartirse entre las "celdas, a fin de que los relígiosos que sufran algunas dolencias por las que les convenga abandonar la iglesia puedan recitar su oficio sin impedir al enfermero que acuda a la iglesia, así como para estudiar si no tienen ocaión de salir de su celda para ir a estudiar en la biblia de la iglesia ni de hablar los unos con los otros".

Por sí solo, el plano de conjunto de una cartuja basta para sugerir el predominio de la vida solitaria: en relación con el amplio claustro en torno del cual se hallan dispuestas las casas de los monjes, el resto de las construcciones, sea profana o sagrada su finalidad, resulta bien mezquino. Por lo que se refiere a las casas mismas, dispuestas en uno o dos niveles, ofrecen un marco de vida decente, incluso confortable, si se tienen en cuenta todas las demás circunstancias. La ascesis no reside en la calidad del alojamiento, muy superior a la media medieval, sino en el confinamiento libremente consentido y en el rigor de la reclusión.

Cuando se trata de los beguinajes de Flandes, tanto en la región renana como de la Francia del norte, tal como surgieron a partir del siglo Xlll hasta alcanzar su culminación durante los dos siglos siguientes, nos encontramos en presencia de otro tipo de establecimientos, en los que la vida comunitaria existe ciertamente, hasta un cierto grado, pero en los que el eremitismo cede por completo su puesto a una vida individual concebida según el modelo ordinario. Tomemos el ejemplo de la casa de las beguinas de París, fundada por Luis IX en 1266. Se trataba de un espacio muy vasto, en principio herméticamente cerrado desde la puesta del sol, de un "recinto de casas", en la orilla derecha del Sena, cerca de la puerta Barbel, pero fuera de la muralla de Felipe Augusto. Residían allí, de acuerdo con el testimonio tal vez demasiado optimista de Geoffroi de Beaulieu, confesor del santo rey, cuatrocientas honestae mulleres, o povres beguines, a veces de origen noble, beneficiándose de las múltiples caridades públicas y privadas, pero ganándose también ellas mismas su vida mediante trabajos diversos efectuados tanto dentro como fuera. La directora de las beguinas, nombrada por el capellán del rey y asistida por la subdirectora, la portera y un consejo de ancianas, tenía la misión, bajo el control del prior de los dominicos de París, de vigilar a las beguinas en su conducta, sus vestidos, sus idas y venidas, y de impedir que cualquiera pudiese entrar a cualquier hora en el interior de la clausura para dirigirse a lo que fuese. Sin haber hecho voto de religión, comprometidas a la guarda de la castidad pero pudiendo en todo momento romper con semejante compromiso y regresar al siglo las beguinas tenían que hacer sus comidas normalmente en el beguinaje y no podían pasar la noche fuera de casa. Además, tenían que asistir a ciertos oficios en una capilla que, por otra parte, estaba abierta a los habitantes del barrio. Algunas de ellas, las beguina, "de convento", dormían en un dormitorio común y comían en el refectorio, mientras que las había que vivían en sus habitaciones, en casas aparte distintas del cuerpo conventual, bajo la dirección de una "directora de cuarto". Disciplina en suma muy flexible, dentro de un espacio en principio femenino, que dejaba a las residentes, jóvenes o viejas, auténticas devotas o, como a veces se les reprochaba y acusaba, puras y simples hipócritas, una muy notable iniciativa personal bajo la tranquilizadora cobertura de una institución tutelar.

Monjes blancos y monjes negros tendrían que haber puesto su empeño en mantenerse fieles al marco de vida cuidadosamente edificado por sus predecesores, a veces desde los siglos Xl y XIl. En principio no había ninguna razón para que se modificara la organización del espacio monástico en las abadíaslos prioratos cistercienses o benedictinos. Y tal fue muchas veces el caso, corno se manifiesta a través del examen de las ruinas de los monasterios ingleses (Rievaulx, Fountains, Tintern, etcétera), cuya vida se vio bruscamente interrumpida por la Disolución. Sin embargo, las necesidades de la defensa, la caída a veces dramática de las rentas y de los efectivos, provocaron por la misma fuerza de las cosas profundas modificaciones. En numerosos monasterios, "una vez designados el prior, el hospedero, el enfermero y el cillerero, ya no quedaban simples monjes. Este estado mayor sin tropas se veía en la imposibilidad de respetar la ley de la clausura, el silencio y el recogimiento que debía caracterizar, no obstante, la vida monástica. Como las finanzas de las abadías no bastaban para subvenir a las necesidades más elementales de sus habitantes, los superiores no tenían más remedio que cerrar los ojos ante las infracciones a la regla de la pobreza personal. En las comunidades masculinas existía la autorización, por la que había que pagar, de vivir fuera, de solicitar puestos de ecónomos, y aun beneficios" (Francis Rapp). Basadas en el ejemplo alsaciano, estas observaciones valen asimismo para muchas otras regiones. Un comportamiento de particular re-

 

 

Plano tipo de una vivienda de cartujos, según Viollet-le-Duci A: galería del claustro; B: primer corredor; C: primera sala, con calefacción; D: celda, con un lecho y tres muebles; E: oratorio; F: corredor cubierto, con las letrinas al fondo (G); jardincillo; torno donde se deposita la comida; K: pequeño pórtico que permite al prior ver el interior del jardín y aprovisionar a los monjes de leña y otros objetos necesarios; L: lugar de almacenamiento de estos objetos.

percusión: el dormitorio, que tendría que haberse presentado como una pieza enteramente aparte, cuidadosamente cerrada con llave cada noche por orden o bajo la vigilancia del superior, y amueblada por unas hileras de simples jergones, en algunas ocasiones se dividió en celdas, en camarillas, por medio de tabiques o de colgaduras, y en otras se abandonó por completo por alcobas (camerae) o cuartos reducidos (camarulae) donde los religiosos dormían solos o por grupos de dos, tres o cuatro.

Los procesos verbales de visitas de la orden de Cluny están llenos de quejas y de mandamientos a este propósito. Acogido en el monasterio de Saint-Victor de Marsella, Beatis, a comienzos del siglo XVl, no puede por menos de constatar: "Én esta abadía residen alrededor de cincuenta monjes de la orden de san Benito, pero comen y duermen por separado".

El dormitorio del priorato de benedictinas de Littlemore (Oxfordshire) ostenta las huellas de una tabicación en alcobas separadas, situadas, bien es verdad, bajo la estricta vigilancia de la priora, alojada a su vez aparte pero en el mismo piso.

También en Inglaterra, cabe señalar claustros con huecos Cerrados por vidrieras y en los que hay pequeños "estudios" con gratos revestimientos; enfermerías monásticas que van a tener en adelante aposentos individuales para los monjes de edad avanzada o enfermos; habitaciones, o mejor apartamentos reservados no sólo para el abad y el prior, sino también para los principales oficiales conventuales; y, finalmente, celdas destinadas a los religiosos que poseen grados universitarios o que están dedicados a obtenerlos.

No hay, por tanto, nada de superfluo en esta orden expresa que aparece a continuación de la inspección de un monasterio inglés, en el siglo XV: "Comer y beber en un mismo local, dormir en un solo local, rezar y servir a Dios en un solo oratorio (...), renunciar por completo a todos los aposentos privados, a las alcobas y a las habitaciones individuales".

Resulta ciertamente tentador, a propósito de la difusión más o menos general de usos tan manifiestamente contrarios a los estatutos más estrictos de la vida cenobítica, hablar de decadencia moral y espiritual, de creciente indisciplina por parte de religiosos sin vocación, demasiado apegados a sus comodidades e inclinados más de la cuenta a torcer la regla, bajo los más diversos pretextos. No obstante, conviene adelantar tres observaciones:

a) La tendencia a la alteración de las constricciones de la vida comunitaria no aguardó a la "crisis" del final de la Édad Media para manifestarse. Én la historia de las órdenes religiosas puede decirse que la "declinación" comenzó casi siempre precozmente, y que la caída del fervor inicial apenas si esperó, algunas veces, a la desaparición de los primeros pioneros.

b) Cualquier generalización sería abusiva; hubo monasterios que se mantuvieron seguramente fieles a los usos oficiales. Así, por ejemplo, según parece, el priorato de las dominicas de Poissy, según el testimonio de Cristina de Pisan. El locutorio siguió siendo aquí el lugar obligado de encuentro entre el exterior y el interior, y el dormitorio tal como le fue presentado a la célebre mujer de letras y a su séquito (porque los hombres, en esta ocasión, quedaron formalmente excluidos de este lugar privado por definición) no parecía ofrecer ningún signo de distorsión de la regla auténtica: "Pero aún quisieron / Más mostrarnos aquellas damas, que muchas eran, / Porque su dormitorio ordenado como lo tenían / Y sus hermosos lechos que sobre cuerdas estaban / Nos mostraron, / Pero en este lugar de nuestros hombres no entró / Ninguno, quienquiera que fuese, porque hombres no subían / Aunque por otra razón no fuese, por derecho quedaron fuera / En esta ocasión".

Pero sobre todo, es posible que la evolución general de la espiritualidad no dejara de favorecer en una cierta medida de legitimar hasta cierto punto la concesión a determinados monjes de una celda individual, en la que trabajar intelectualmente, rezar en soledad, y, en caso extremo, dormir. Igualmente conviene considerar la influencia de prácticas perfectamente admitidas en ciertas órdenes mendicantes. Así en la de los Predicadores. En efecto, santo Domingo, tan pronto como se instaló en Toulouse, hizo construir en la planta superior del claustro unas cuantas celdas para sus compañeros, ad studentum et dormiendum desuper satis. Sin duda que se trataba de espacios muy rigurosamente medidos: una largura apenas superior a la del lecho y una anchura de 1,50 metros exactamente. Pero al menos cada fraile se hallaba allí solo. Luego, las dimensiones de las celdas se hicieron menos exiguas, aunque no fuese más que para la instalación de un pupitre y de una silla de trabajo: en el convento de San Eustorgo de Milán, a finales del siglo XIll, unas paredes de albañilería ligera reemplazaron los tabiques de madera, pero su disposición tenía que ser tal que el circator que recorría el pasillo central del dormitorio pudiera ver sin dificultad, de un rápido vistazo, a os frailes, o bien estudiosamente inclinados sobre sus pupitres o bien sensatamente tumbados en sus lechos. Sólo los profesores en activo (lectores actu agentes) tenían derecho a una habitación propiamente dicha, enteramente cerrada y por lo demás situada las más de las veces en otro sector del convento.

A finales de la Edad Media hay una tendencia muy habitual a renunciar, al menos en las fundaciones piadosas y caritativas, al dormitorio común. Én el hospital de Ewelme, William de La Pole, que fue su fundador, entiende que los residentes han de disponer "de un cierto lugar para ellos solos (...): a saber una casita, una celda o una alcoba, con una chimenea y otras necesidades del mismo género, en la que cada uno pueda a su vez comer, beber y descansar".

En el colegio de Dainville, en París, en 1380, se ha previsto una habitación para cada dos escolares, pero sin que éstos puedan escapar al control del maestro: "De día como de noche, hasta que vayan a acostarse, la habitación no podrá ser cerrada por nadie, a fin de que el maestro pueda más fácilmente en cualquier 'nomento verlos si lo desea, y para que los escolares, por su parte, aumenten su celo en el estudio y teman dejarse arrastrar a la ociosidad y las malas costumbres. Si lo considera necesario, el maestro podrá tener la llave de cada habitación".

En 1443, los estatutos del King's College (Cambridge) prescriben un aposento para cada dos o tres fellows (socii), provisto de tantos lechos como fellows, así como de un rincón de trabajo (loca studiorum). Ciertamente, no se trata del régimen de la habitación individual, considerada tal vez como demasiado costosa o liberal, pero se está lejos del dormitorio común, de la sala de estudio superpoblada: por otra parte, se comprende mejor este término medio si se cae en la cuenta de que el más adelantado de los fellows "en madurez, discreción y ciencia" se encontraba con la atribución de una cierta autoridad sobre su o sus compañeros.

Es significativo que el pobre estudiante Nicolás, protagonista del Cuento del molinero de Chaucer, alojado en Oxford en la vivienda de un carpintero, disfrute en ella de su propia alcoba, "solo, sin ninguna compañía".

A mediados del siglo XVl, el jurista Hermann von Weinsberg, de Colonia, se enternecía al recordar la habitación que veinte añosantes le había concedido su padre para uso exclusivo suyo, en lo más alto de la gran casa familiar:

"A propósito de un pequeño cuarto, mi studiolo.

Cuando en 1529 mi padre levantó una casa, hizo construir dos pequeñas habitaciones una encima de la otra, cerca de la sala grande. Yo tomé posesión de la más alta de las dos y mi padre hizo poner una ventana y una puerta que se podía cerrar con llave. En este reducido cuarto puse una mesa pequeña, una silla, un cuadro mural e instalé mi studiolo: libros, cajones, papel, escritorio, etcétera, y todo lo que pude reunir, lo subí allá arriba; me construí también un altar, y coloqué en él todo lo que tuvieron a bien regalarme. Todo ello cerrado con llave, para que nadie pudiera entrar, salvo mi primo y compañero de escuela, Christian Hersbach, que estaba todo el tiempo en mi casa. Allí era donde yo andaba enredando la mayor parte del tiempo, cuando volvía de la escuela, leía, escribía y me iniciaba en la pintura, porque mi primo, que sabía pintar muy bien, me ayudaba mucho. Y mi padre experimentaba un gran placer en verme así instalado y me ayudó a acondicionar la pieza, lo que me evitaba andar por la calle perdiendo el tiempo. Mereservó siempre el uso de esta pequeña habitación, incluso mientras estuve en Emmerich; y cuando regresaba, me lo encontraba todo en perfecto orden".

EL Lecho

Con su sentido de lo concreto, conscientes como eran, por otra parte, de estar viviendo en un inundo pobre, en el que cualquier objeto tenía su valor propio, las gentes de la Edad Media se hallaban fascinadas, según parece, por los utensilios de uso doméstico. Hubo no pocos escritores que no desdeñaron celebrar los oustillements d'ostel en verso más aún que en prosa, y en lengua vulgar con más frecuencia que en latín. No bastaba con que una casa estuviese bien construida, era necesario también que se hallara bien "amueblada". Ahora bien, entre todos los objetos enumerados, es el lecho el que reaparece las más de las veces y ocupa el primer lugar.

El lecho figura entre los más humildes pertrechos que ha de poseer, según Guillaume Coquillart, incluso un hombre "pobre y miserable: / Que no tiene otras cosas que valgan salvo un lecho, una mesa, / Un banco, un puchero, un salero, / Cinco o seis vasos de barro / Una marmita donde cocer los guisantes".

Era lo mismo que le ocurría a la pobre hilandera del Ménagier de Paris. Un reflejo idéntico guía la redacción de los manuales de conversación destinados al aprendizaje del inglés por un francés, y a la inversa:

Ores vous convient avoir lits:lyts de plummes; pour les povres suz gesir lyts de bourre; sarges, tapites, sarges, tapytes, kieultes pyntes pour les lits couvrir; couvertoyrs ainsi; bankers qui sont beaulx; dessoubs le lit ung calys, sta ein dedens.

Now muste ye have bedde: beddes off fetheris; for the postre to lye osa, beddes offlockes quilted painted for the beddes to covere; coverlettes also; bankers that ben fayr; under the bedde a chalon, strawe therin.

("Os conviene tener lechos: / lechos de plumas; / para que los pobres puedan yacer, / lechos de borra; / sargas, paños, / colchas pintadas / para cubrir los lechos; / cobertores también; colchones que son hermosos; / bajo el lecho un catre, / y dentro paja").

Precisamente comienza por el lecho y sus accesorios la balada que compuso Eustache Deschamps "para los recién casados"; "Necesitáis para vuestro hogar / Para vosotros, que acabáis de poner casa, almohadones, lecho y ropas de cama bien forradas".

En uno de sus discursos, pronunciado en 1453, Juan Juvénal des Ursins, para ilustrar la carga casi intolerable de los impuestos reales, pone este ejemplo: "Si un pobre hombre no tiene más que un lecho para sí, su mujer y sus hijos, se lo quitarán y no se invocará otra razón que la de sic volo sic iubeo, sic pro racione voluntas".

En 1539, Gilles Corrozet, en sus Blasons domestiques, emprende la calurosa celebración del lecho, inmediatamente después de la de la alcoba y antes de la de la silla, el banco, la mesa, el aparador, el cofre y el escabel. Y ello en unos términos que expresan su valor casi mítico: el lecho no sólo es "delicado, mullido", no sólo es "el ornamento de las alcobas", sino que, exento de cualquier dimensión erótica, es el "lecho del honor", casto y púdico testigo de la santa unión conyugal.

Él lecho es prácticamente el único mueble que vernos que se lega por testamento a un fiel servidor, a un pariente necesitado o a un hospital.

A finales del siglo XV, en Quercy, el lecho nupcial entra regularmente en la composición de la dote de las muchachas, con un valor de 8 a 10 escudos de oro.

Algunos viajeros extranjeros, como Beatis, no dejaron de apreciar, en los albergues, el lecho francés, al tiempo que lo situaban sensiblemente por debajo del alemán (aquella maravilla desprovista de cualquier suciedad) y aun por debajo de la cama flamenca. Bien es cierto que, desde el siglo Xlll, los textos literarios alaban los soefs lits de pluma a la moda francesa.

Finalmente, había para el lecho un mercado de ocasión, igual que para la ropa. Por lo demás, no era infrecuente que las profesiones de revendedores o de revenderesses de camas se asociaran con las de chamarileros y chamarileras.

Como sugieren algun s de los textos que acaban de citarse, lo que cabe denominar el "lecho completo", representado en numerosas obras de arte, comprende tres elementos: el armazón "de madera, el lecho propiamente dicho y por fin el conjunto de las ropas que, dispuestas sobre y en torno de la cama, le permiten al durmiente, si lo desea, aislarse protegiéndose de las miradas, de la claridad y de las corrientes de aire.

El término habitual para designar la armadura de madera es el, todavía en uso hoy día, de catre (chálit), pero se habla también de cama (couche) o colchoneta (couchette). Las más de las veces en madera de roble, en ocasiones sin pintar el catre se hallaba habitualmente provisto de un fondo de tabla (lectum da tabulis, en ciertos textos en latín). Tal era, a lo que parece, el catre bordé ("guarnecido"), del que se distinguía el catre cordé (lectum corclegii, lectura cordalhium) ("encordelado"), como el que hallamos en el Hospital de París, en los dominios de Poissy y en el castillo de Angers en tiempos del rey René. Colocadas por cordereros o estereros, y tensadas de nuevo periódicamente, estas cuerdas, tal vez entrecruzadas, cumplían sensiblemente la misma función que nuestros actuales sonrieres de tiras metálicas. Sin embargo, se encuentran también camas a la vez guarnecidas y encordeladas.

Los catres se hallaban lo suficientemente elevados sobre el suelo como para que fuese posible deslizar debajo de ellos colchonetas que se desplegaban en caso de necesidad. Un poco como nuestras camas-nido. "Una pequeña colchoneta que está debajo de la cama": la mención se encuentra, por ejemplo, en el inventario de la casa ruanesa de Hugues Aubert, un socio de Jacques Coeur (1453). Algunas de estas couchettas se hallaban provistas de ruedecillas, lo que facilitaba también su desplazamiento: "carretilla (chariolle), camilla con ruedas (couchette roullonée, charlizroulerez, couchette roukresse, couchette basse a roulletz), que se coloca bajo las camas".

Otros catres podían desmontarse, o plegarse (mediante unas charnelas?), y servir en la guerra como lechos de campaña.

Algunos catres, aunque no todos, tenían apoyos, columnas, montantes, en pocas palabras, toda una estructura de madera reforzada con varillas de hierro y destinada a sostener el dosel, aquella gran innovación de mediados de la Edad Media (siglo Xlll) que dio lugar al lecho de paramento, así como al lecho de justicia por el cual hay que entender un trono, una "sede" coronada por un dosel o palio.

Los catres o camas se hallaban a veces tan alzados que, para subirse a ellos, era necesario recurrir a los servicios de un estribo de madera, en algunos casos tapizado. En Ménitré, residencia campestre del rey René, un inventario menciona en la cámara regia "dos cofres largos de madera que sirven de estribo o escabel, cada uno de ellos cerrado con dos clavijas, y un (tercer) estribo en el suelo en el callejón del referido lecho". Desde el siglo XlV en efecto, y aun desde antes, los términos de ven elle y de melle sobre todo (que pueden traducirse por callejón) se usaban para designar el intervalo entre el lecho y la pared que había de tener durante el siglo XVll como es bien sabido, una notable fortuna literaria.

En o sobre el catre, se amontonaba la paja, llamada estrain o fuerre, lo que constituía en sentido estricto un jergón o, como entonces se decía, un chutrin . Al jergón se le añadía (pero no siempre) el colchón propiamente dicho, llamado las más de las veces conste o coetis. Fabricado en cutí de Caen, de Lunel o de Bretaña, en tela llamada de cama, en fustán o felpa, en paño de lana, incluso en seda, a veces metido a su vez en una funda, el colchón llevaba dentro paja (poussiére, balosse), un fardo de cebada, borra de lana, o bien, lo que era evidentemente más apreciado, plumas y hasta, mejor aún, plumón. Junto a los matberas de lana, se comprueba, sobre todo en el Mediodía de Francia, la existencia de colchones de algodón.

Una cama comprendía también uno o varios almohadones o cojines o bien una almohada larga (traversier, traverslit); una o varias almohadas, a veces rellenas de plumón; un par de sábanas (linceuls) de calidad variable (lino o cáñamo, incluso estopa, sábanas de brin y de reparan, o sea, de tela vasta); un cobertor de lana, que podía a su vez tener forros de pieles preciosos u ordinarios; y un edredón, al que deben de corresponder los términos de coustepointe y lodier.

En cuanto a las telas alrededor y encima del lecho podían hallarse dispuestas en forma de tente (tienda), pavillon (pabellón), épervier (en sentido de red o malla), de semidosel o de dosel. Durante el siglo XV más que durante el XlV hay muchos lechos con dosel (dossiel o dossier: cabecero de cama), más tres cortinas o custodes fijados a varillas de hierro. Los tipos de tejido empleados son el lienzo, la sarga, la lana o la seda, el tapiz e incluso el paño forrado con pieles.

Existía, en efecto, toda una jerarquía de lechos. Y ante todo, en funció n de su s di me nsi o ne s: se h abl a de c a ma s de vara y me di a de ancho, de dos varas v hasta de tres, por lo que los cobertores y las sábanas para tales camas han de tener, en general, media vara más. Luego, en función de la naturaleza del colchón, del número y la calidad de las sábanas y las sobrecamas, de la presencia o no de una almohada además del almohadón o de una almohada larga. En tercer lugar, en función del catre: había lechos que no lo tenían; otros en los que no pasaba de ser un bastidor rudimentario; y otros, en cambio, que consistían en un mueble esmeradamente tallado. Finalmente, había lechos con dosel y cortinajes, mientras que otros, a juzgar por las cuentas, los inventarios o las miniaturas, carecían por completo de ellos. De ahí unos precios extre madamentevariables que iban, en lo que respecta a una cama , desde unas cuantas monedas a varias decenas de libras. A finales del siglo XV, en París, una cama de 60 sueldos parisinos (3 libras) se consideraba como de las más ordinarias.

Hay que poner aparte las yacijas ascéticas de los monasterios que se mantuvieron fieles al espíritu de pobreza y penitencia. En este caso, los catres son sencillísimos, sin cortinas, y sobre todo sin sábanas, con toscos jergones en lugar del suave y cálido colchón de plumón, o colchones de bourre lanissée (borra de lana) que pasan por ser escasamente confortables. Habiéndose alojado en la Gran Cartuja, en 1517, deplora Beatis que él y su amo, el cardenal de Aragón, hubieron (le dormir "sobre pequeños lechos de paja sin sábanas y con unas groseras pieles de cordero por cobertores". A su regreso de las Cruzadas, Luis IX, por espíritu de mortificación, renunció a dormir en un lecho de plumas y se contentó con una tabla recubierta por un ligero colchón de algodón.

Los lechos monásticos podían ofrecer una hermosa apariencia sin dejar de ser austeros. Así sucedía en el dormitorio del priorato de Poissy. "Las religiosas", escribe Cristina de Pisan, "duermen allí completamente vestidas, sin sábanas, sobre una colchoneta de borra y no sobre un auténtico colchón, lo que no impide que sus lechos se hallen recubiertos por una elegante tapicería: 'No visten camisas, ni tienen largos / Camisones de noche, no tienen colchones de franjas / Sino jergones / Que están cubiertos de hermosos tapices de Arras / Bien dispuestos, pero no es más que apariencia / Porque son duros y están llenos de borra, / Y es allí donde vestidas / Yacen de noche aquellas damas cansadas / Que se levantan o se las zarandea / A maitines (...),".

A mediados del siglo XlV, en las leproserías y los hospitales de la diócesis de París, una cama de enfermo no disponía, según parece, de catre ni de cortinas, sino solamente de un colchón, una almohada, un par de sábanas y un cobertor. Había otros establecimientos hospitalarios que se mostraban más generosos, o más juiciosos, y tenían previstos dos cobertores en verano y tres en invierno.

Para los mineros de la mina de Cosne, en la comarca de Lyon, empleados por Jacques Coeur, el inventario redactado durante el proceso (1453) menciona dos tipos de lechos: el primero se compone de un colchón y un cojín de plumas, dos sábanas y dos cobertores; el segundo se limita a un colchón de hojarasca y a un solo cobertor. Én un caso la estimación es de 20, 30 o 40 sueldos; en el otro, de 10 sueldos, y aun menos. De todas maneras, ni bastidor de madera ni cortinas.

Una célebre miniatura de Jean Bourdichon representa a un pordiosero —símbolo de la pobreza— en su lecho: un par de sábanas andrajosas, un jergón colocado sobre un catre de rejilla, un ruin cobertor agujereado del que se escapan dos piernas, una de ellas vendada, la otra metida en una calza desgarrada...

En las postrimerías del siglo XV, el cocinero del obispo de Senlis se hallaba sin duda mejor alojado, con su lecho de terliz o cutil, su almohada larga de plumas, un par de sábanas, su edredón (lodier) y su cobertor de tiritaña gris (todo ello valorado en 40 sueldos parisinos).

En 1403, Colin Doulle, de Conches, en Normandía, ejecutado por sus "desmerecimientos", deja "un lecho, a saber colchón y almohada llenos de borra, un viejo cobertor usado de tela roja, y dos pares de sábanas de estopa". Todo ello, vendido en pública subasta, alcanzará los 40 sueldos torneses.

Como buena burguesa de París, viuda de un barbero del rey, Perrette La Havée, hacia 1460, disponía de un lecho mucho más imponente, de inspiración, ya que no de estilo, señorial. Las sábanas eran de lino, la almohada de plumas, el colchón y el cojín de cutil de Flandes, y sobre todo tenía un dosel, un cabecero y dos cortinones de tela que envolvían todo aquel vasto lecho de 1,80 por 2,10 metros. En este caso, el valor de todo ello podía calcularse en 8 libras, 6 sueldos y 8 dineros parisinos.

Un grado más en la magnificencia: en la "alcoba grande" del castillo de Thouars donde acababa de morir, en 1470, Luis de Amboise, vizconde de Thouars, aparecen, con ocasión del inventario tras su muerte, un gran lecho con tarima y colchón, almohada larga, banqueta, edredón, cobertor y garniture (colgadura); y un dosel de tapicería en color verde, más un entredós (dicho de otro modo, un tresdós, un cabecero) ycortinas de tela azul. La misma clase de tejidos y la misma decoración para cama más pequeña, adyacente, provista a su vez de dosel. Y todavía queda una cama reducida, coulant, bajo la grande. Finalmente, de la pared cuelgan cinco piezas de tapicería, que forman con las de los dos lechos un conjunto perfectamente homogéneo.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 79; Мы поможем в написании вашей работы!

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