La intimidad privada frente al mundo exterior 19 страница



Así pues, la oposición pertinente, en el lenguaje de la época, no se da tanto entre sala y alcoba como entre una pieza central de la casa o del piso, una sala/alcoba, y las habitaciones reducidas dispuestas en torno o al lado de ella, entre un singular y un plural. Semejante recinto, con su núcleo y sus alvéolos, constituye indudablemente el átomo de la vida privada feudal.

La pieza principal en oposición a las alcobas

En Angers, hacia 1140, se distingue "el aula del conde y todas las cámaras"; en su palacio de Yvré, el obispo de Le Mans, antes de 1125, dispone de un "aula de piedra, con alcobas y una bodega". Está sobre todo la descripción de Lambert de Ardres, que opone la alcoba residencial a las diversoria en las que se alojan, junto al fuego y las mujeres, los niños y los enfermos, y que nos ofrece el modelo indudable de la organización doméstica. Pierre Héliot recuerda, por ejemplo, la frecuente aplicación de la "fórmula de Ardres" en los castillos ingleses del siglo XIl (concretamente en Rising y Bamburgh): cada planta puede dividirse, mediante ligeros tabiques, en dos, tres, cuatro y hasta seis piezas.

Y, una vez más, es la novela la que nos revela mejor, bajo la coloración del sueño, las idas y venidas cotidianas de hombres y mujeres. Perceval se acerca a Beaurepaire ("Bellorefugio"), un palacio de techos de pizarra; una doncella lo divisa desde una ventana de la sala. Asciende los peldaños de una escalera majestuosa y descubre aquella misma sala, ancha y espaciosa, de techo escul-

 Preludios... (Finales del siglo Xlll, El Cancionero de París, Montpellier, Museo Atger, ms. 196.)

 

pido. Se sienta sobre el lecho, cubierto con colcha de seda; allí, contempla junto a Blanchefleur, la joven dueña del lugar, a dos caballeros canosos que la asisten en sus apariciones públicas; y se sirve el almuerzo. Subrayémoslo de paso: si la sala puede tomarse por alcoba, ello se debe a que el lecho central que en ella se encuentra puede servir para la ostentación y para el encuentro, tanto o más que para el descanso nocturno. Porque, más adelante, se tiene la impresión de que cada uno se ha dirigido a su alcoba particular; y, sirviéndose sin duda de uno de esos corredores excusados que los arquitectos saben construir tan bien en lo sucesivo, Blanchefleur va a reunirse ( a escon ¿didas?) con quien habrá de ser en adelante su "amigo", al precio de algunas lágrimas, de una dulce noche casta y tierna, y de la promesa de una hazaña guerrera.

En el castillo del Rey Pescador, algunas páginas más adelante, Perceval admira una sala situada delante de una torre cuadrada. Én su interior encuentra, en su centro, al hombre valiente que yace armado desde los pies a la cabeza, ante un gran fuego y al abrigo de cuatro columnas de bronce macizo. Durante el almuerzo, ve pasar el cortejo del Grial: criados y damiselas que transportan y ofrecen a las miradas, y a las eventuales preguntas, la lanza, loscandelabros y los platos preciosos; armas resplandecientes y rutilante orfebrería que salen de una cámara para entrar en otra después de un recorrido procesional por la sala. Imagen creíble, sin excesivo misterio, de los tesoros que encierran los cofres, en el fondo de la casa, y que se exhibe con ocasión de la llegada de huéspedes señalados.

Iniciada por Chrétien de Troyes, la literatura novelesca se enriquece durante el siglo Xlll —al tiempo que se transforma con la densidad de la prosa. Nos hace ver, a la vez que la consistencia de los linajes, la posibilidad de conversaciones privadas y de monólogos individuales. Én La muerte del rey Arturo, apartes y confidencias transcurren bien junto a las ventanas de la sala de Kamaalot —sólo que entonces se las puede espiar y sorprender— o bien en el secreto de las alcobas: el rey conduce a la suya a sus sobrinos para escuchar de ellos la denuncia de los amores adúlteros de la reina con Lancelot, con todas las puertas cuidadosamente cerradas. Danielle Régnier-Bohler ha puesto de relieve, más atrás, la función de estos "ardides del secreto". De hecho se los puede situar sin dificultad en el marco hoy día austero y sin alma de las salas abovedadas de los grandes castillos.

Así pues, aunque arrastrado por el torbellino de una gran parentela, cualquiera podía encontrar un sitio en estas viviendas: en los palacios, en los castillos y hasta en las simples casas nobles de la Édad Media central existió una forma original de vida privada. Inútil insistir en calificarla en relación con la nuestra, en sus diferencias o como un lejano preludio. Émile Mále proyectaba sobre ella ideales o realidades de su propio tiempo; permítaseme subrayar que la descripción de la convivialidad, hecha en este libro por Georges Duby y presidida por la preocupación de una antropología fundamental, se sitúa mucho mejor en los esquemas trazados que la arqueología descrita. Én concreto, es fácil identificar, desde Castelpers a Gante, los recintos vecinos y distintos que abrigan esas dos partes de la familia, masculina y femenina, que se contemplan mutuamente, fascinadas y asustadas, que ocasionalmente se juntan y furtivamente se interpenetran. Si bien, después de todo, poco importa el plano preciso de los distintos espacios, puesto que la estructura de las "casas" es suficientemente independiente de las variaciones topográficas internas.

En cuanto a la "horrible tristeza", dejemos de creer en ella. Son muchos los textos que nos invitan, por el contrario, a destacar el gusto "bárbaro" de la aristocracia laica —cuya misma sociología, ya ha quedado dicho a propósito del linaje, prolonga en no pocos aspectos la de la alta Édad Media— por los adornos corporales, preferidos a las decoraciones murales, y por los objetos de metal discordante, más transportables que las obras maestras esculpidas en piedra. A lo más, cabría decir que pretendió aunar estos dos registros, el objetal y el monumental, sin renunciar al uno por el otro. En el castillo de su hermana Morgana, el rey Arturo penetra sucesivamente, desde una hermosa sala en la que permanecen unas gentes ricamente vestidas, iluminada por el resplandor enrojecedor de los velones y decorada además por los escudos colgados de los muros y las sederías suspendidas, hasta una cámara donde le aguarda una vajilla suntuosa, de oro y plata, y luego en otra, vecina, que llenan los todopoderosos acordes de una rica música, y luego por fin en una última... Pero, se dirá, ¿qué otra cosa es todo esto sino las figuraciones de un sueño? En absoluto. Es únicamente la amplificación de lo que unos fragmentos "positivos" permiten discernir. Ellos nos autorizan a representar la fiesta extraña y familiar. Con ella sí que se puede soñar.

D. B.

Siglos XIV y XV

El hogar, la familia, la casa

En la Francia de finales de la Édad Media, cuando los poderes, con propósitos principalmente fiscales, emprendían el censo de la población, la operación sólo excepcionalmente se llevaba a cabo cabeza por cabeza, casa por casa, o incluso cabeza de familia por cabeza de familia, sino hogar por hogar, fuego por fuego. Noción tradicional por lo demás, que sería muy imprudente considerar como una pura y simple invención de la Edad Media cristiana. Horacio habla ya en una de sus Épístolas de una "pequeña propiedad", de un "caserío" con cinco fuegos (agellus habitatus quinque focis). Y, en el siglo Xl., el políptico de Irminon hace mención en numerosas ocasiones de villae provistas cada una de ellas de sus respectivos fuegos u hogares Toa), los unos libres, los otros serviles. Sin embargo, el término parece haberse extendido sobre todo a partir del siglo ml (con, por ejemplo, la aparición en Normandía de un nuevo impuesto, destinado a un brillante porvenir, el fogaje ficagium al que se hallaba obligado cada hogar), hasta. hacerse usual, a menos entre todos aquellos que se preocupaban de demografía, hasta finales del siglo XVlll. Étienne Boileau, en el Libro de los oficios (mediados del siglo XIll), prescribe que "nadie puede tomar aprendiz si no tiene jefatura de casa, es a saber fuego y lugar". "Tener fuego y lugar, encender fuego y tener residencia en una heredad"; expresiones como éstas, además de otras, se hallan ampliamente atestiguadas a finales de la Edad Media.

Había otros términos que, subsidiariamente, les hacían competencia. Así, sobre todo en el Mediodía, la beluge, o belugue (etimológicamente: la candela o la chispa). A fin de poder emprender el asedio de una fortaleza vemos cómo las gentes de los tres Estados del país de Agenais le prometen al conde de Armagnac "por cada belugue una moneda de oro (mouton)" . Por la misma época, de mediados del siglo XV, se conmina a un personaje "a hacer la visita de los fuegos (feux) y hogares (beluges) de todo el país de Auvergne".

La palabra ménage (menaje, casa), de uso menos frecuente, tiene el mismo significado, como lo demuestra este pasaje de un documento borgoñón de 1375: "Hacer pesquisas e inventario de los fuegos y menajes (menaiges) de todos los habitantes".

Se encuentra también, sobre todo en el vocabulario del este de Francia, la palabra conduit, probablemente en el sentido de conducto o tiro de una chimenea: "Diez conductos o menajes, cada conducto o menaje con tres personas". "Treinta y seis conductos que tienen fuego en la dicha ciudad" (Documentos del siglo XIV concernientes a la ciudad de Bar-le-Duc y el Barrois).

Desde hace mucho tiempo, los historiadores, los de la población pero también los de la familia, se han preguntado sobre el contenido del hogar o fuego. Ciertamente, todo el mundo está de acuerdo en admitir que había hogares ricos y hogares pobres, hogares mendicantes, hogares de menus (pequeños) y hogares de gros (grandes). Pero por término medio, y si el fuerte cuenta tanto como el débil, ¿cuántos individuos por hogar, familia, conducto o beluge?

Es una pregunta que ya se hacía Voltaire. En el artículo "Población" del Diccionario filosófico critica a un autor que reducía uniformemente cada hogar o fuego a tres personas: "En virtud del cálculo que he hecho en todas las tierras donde he estado y en esta misma donde vivo, cuento cuatro personas y media por hogar' .

Si bien no deja de ser plausible, la cifra mantenida por Voltaire no se podría aplicar sin más ni más a los siglos XlV y XV. Lo que a pesar de todo cabe admitir es que el hogar correspondía por aquella época, e incluso sin duda mucho antes, esencialmente a la familia nuclear, estricta, conyugal, que no comprendía más que el padre, la madre y los hijos hasta su matrimonio o emancipación.

Un ejemplo excepcional nos lo proporciona el catasto florentino de 1427. Éste documento sin igual enumera en efecto 59.770 familias que agrupan a 246.210 personas. Un termino medio, por tanto, de 4,42 personas por hogar, con una sensible diferencia entre las ciudades —en las que la media es de 3,91 personas— y el campo, donde se eleva a 4,47. Como puede suponerse, se trata de un término medio que encubre, aunque no más que en nuestros días, una enorme disparidad.

La composición de los hogares toscanos

en 1427

(según D. Herlihy y Chr. Klapisch)

A i s l a d o s

1. Viudas ................................................................... 6,66

2.Viudos .................................................................... 00,10

3.Célibes ...................................................................0,84

4.indeterminados ..................................................... 6,01

 


Sin familia conyugal

5.

Fratrias ................................................................. 1,60

6.

Individuos sin lazos de parentesco directo

0,69

 


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 69; Мы поможем в написании вашей работы!

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