La intimidad privada frente al mundo exterior 17 страница



La impronta de la guerra sobre las mansiones de los nobles, la presión de los proyectos político-militares sobre su vida cotidiana, son muy reales, dentro y fuera de la torre. Porque el aula, aunque separada, participa un poco de la fortaleza. Tanto en Francia como en Inglaterra hay numerosas construcciones cuya denominación exacta siguen poniendo en duda, discutiendo y rectificando los especialistas de la arqueología.

Los grados de la incomodidad

Éntre aula y fortaleza se roza con frecuencia la indistinción.

Añádanse unos contrafuertes a la primera, tápiesele la puerta al nivel del suelo: ya tenemos una fortaleza. Abranse unos vanos en las plantas altas de la otra o dispónganse unas escaleras en el espesor de los muros: y se la habrá emparentado con un aula. Aunque no deja de ser posible enunciar de una forma precisa algunos criterios de diferenciación: espesor de los muros, estrechez y dispersión de las ventanas, y acceso al piso alto muy sobreelevado, constituyen la auténtica fortaleza; el abandono del plano rectangular por un módulo cuadrado o cilíndrico y, naturalmente, el crecimiento en altura la alejan también del aula. Pero hay rasgos de ésta que reaparecen en la fortaleza clásica, desigual: no hay por qué vacilar en llamar aula a una gran sala, generalmente en el piso superior (menos expuesto) en la que se ha decidido abrir anchas y bellas ventanas "románicas" geminadas.

Las fortalezas-palacios anglo-normandas, según la denominación de Pierre Héliot, merecen con razón este nombre doble porque sus dimensiones en plano son las mismas que las de las aulae principescas (unos 20 metros por 13 de superficie interna) y porque, en su elevación, concentran muchas de las funciones de los conjuntos anteriormente dispersos a ras del suelo, incluyendo, por ejemplo, la capilla en el primer piso y la vivienda aneja en las plantas superiores. En estas poderosas construcciones de finales del siglo Xl y del Xll, la función militar dista de acapararlo todo: se trata solamente de la custodia de los accesos —concretamente de la escalera exterior, verdadero bastión denominado en ocasiones "pequeño torreón"— y de las posiciones en lo más alto, terraza almenada a la que se accede a veces por unas escaleras independientes practicadas en la muralla. No obstante, aquí, como en cualquier vivienda pequeña o grande, cuya concepción se aproxime a la de la fortaleza, la rudeza de la vida constituye un problema.

La tendencia pesimista, en otros tiempos dominante entre los arqueólogos, hacía dudar inclusive del carácter original de algunos elementos de instalación interna: chimeneas, vaciados en los muros, letrinas... Sin embargo, excavaciones recientes tienden a contradecir semejante escepticismo; la hermosa chimenea de Douéla-Fontaine y las de los halls del siglo XI, la presencia de tres hogares y de dos letrinas en el primer piso de la fortaleza primitiva (siglo xl) del castillo de Gante: he aquí otros tantos testigos de un esfuerzo precoz, al menos en las residencias de los príncipes, principales o secundarias, por mejorar el confort. En las proximidades del año 1200 aparecen conducciones de agua a los pisos, mientras que los paramentos de muro (en Gante, imitación de un hermoso aparejo de albañilería) se vuelven más elegantes. Hay, por tanto, algunos motivos para discutir lo sostenido por el autor de un bello libro sobre la arquitectura militar (1953), Raymond Ritter, que hace penetrar demasiado tarde y con cierta ingenuidad algunos rayos de la gran claridad de la Edad Media central en el interior de las torres: "A finales del siglo Xll., los feudales de más categoría comienzan apenas a descubrir la horrible tristeza de las viviendas, tan mal iluminadas y aireadas, donde se apretujan con sus familias y su servidumbre en la más extraña promiscuidad".

La impresión siniestra, repitámoslo, sólo la han sentido los modernos. Y, aun cuando se denote aquí una verdadera diferencia antropológica con nuestro tiempo, ¿el término "promiscuidad" no resulta demasiado desvalorizador? Proviene de un mundo, el nuestro, en que las familias viven a veces un extraño aislamiento; y el hombre o la mujer, una horrible soledad. . Sobre todo, la creencia en el refinamiento del gusto de los señores es muy arbitraria: ante todo, porque hacen aquello para lo que cuentan con medios, y, luego, porque en realidad este momento es aquel en el que vienen a vivir, cada vez más, en fortalezas o mansiones inspiradas por ellos. Én Inglaterra, a finales del siglo XII, se transforma en residencias muchas fortalezas que han caducado militarmente.

Sin duda tuvieron que abrirse muchas ventanas en los murosde su residencia de Vendóme para que el conde de Anjou, Geoffroi Martel, al despertarse una mañana junto a su esposa, en 1032, pudiera abarcar con su mirada todo el paisaje de alrededor y un cielo de estrellas fugaces. Los huecos no faltan en ninguna aula, ni en ningún piso de la fortaleza utilizado como aula. Sin duda alguna el interior de las salas presenta un aspecto triste: hay pocas decoraciones murales, apenas una hilera de capiteles que sostienen elegantes columnillas y algunos paramentos que animan el relieve de las paredes —todo ello en los palacios de mayor prestancia—. Pero hay que imaginarse también las numerosas tapicerías que cubrían los muros o permitían compartimentar el espacio interior, limitando así la "promiscuidad"; y casi siempre, todo un mobiliario, merecedor más que ahora de su nombre, puesto que se lo desplazaba de casa en casa, al hilo de aquellas idas y venidas tan normales entre parentelas principescas y señoriales. La rudeza es cierta, por tanto, pero la tristeza y el amontonamiento lo son mucho menos, como ya habrá ocasión de subrayar de nuevo más adelante, a propósito de las alcobas.

Lo inconfortable de las viviendas no es siempre tan acusado; varía por grados: según, por ejemplo, que el carácter de vivienda se marque más o menos en relación con el de baluarte y que haya o no en ella damas y damiselas; de acuerdo también con los pisos, porque los más altos se hallan, en las grandes fortalezas, mejor iluminados y sin duda mejor caldeados que las salas bajas. Finalmente, cabe pensar que en el curso de los siglos Xl y Xll se introdujo en las fortalezas un progreso muy gradual —por más que la creciente habitabilidad de algunas de ellas, a finales del siglo Xll, se debiera principalmente al hecho... de que se las habitaba, o sea, a un brusco (aunque no irreversible) cambio de función—. De todas maneras, hay que situar con seguridad en estos años un umbral importante en la historia de la cultura material. Detengámonos un momento en él.

El cambio del final del siglo Xll

Es entonces —lo ha indicado Georges Duby en su "Cuadro"—cuando los castillos, concentrándose en los puntos fuertes de la defensa, cambian de aspecto. Pero los comentaristas modernos de esta evolución se sienten perplejos. Por un lado, les parece que las preocupaciones militares no se afirmaron nunca con tanta intensidad, hasta llegar a enajenar la vida privada de los grandes: la fría geometría de los ángulos de tiro va a presidir en adelante el trazado de estas fortalezas-residencias. Por otro, tienen que constatar, como Raymond Ritter, que los acondicionamientos progresan: no se trata aún del pleno desarrollo del confort y de la alegría de vivir —esto se verá mejor en el siglo siguiente, a menos que no se haya de aguardar al "Renacimento"—, pero nos encontrarnos en cualquier caso con una austeridad mejorada... ¿Cómo conciliar semejantes comprobaciones? Con ellas prosigue el debate entre lo militar y lo residencial.

Un texto esclarecedor, muy preciso, relata los trabajos ordenados y financiados entre 1196 y 1206 en el castillo ancestral de Noyers (Borgoña) por el obispo Hugo de Auxerre, tutor del joven señor, sobrino suyo. Entusiasmado con el arte militar, hace de la fortaleza un todo orgánico: el torreón, en vez de ser un reducto masivo y pasivo como en la época precedente, se convierte en la cabeza activa y operativa de la defensa; ésta obliga a concentrar la atención sobre el praesidium principale, la parte principal de la fortaleza, cima del promontorio que domina el valle del Serein: se disponen, delante de ella, fosos defensivos y plataformas de tiro Para las máquinas; de este modo el castrum, distinto ya del burgo sobre el que se levanta a pico, se escinde en dos mediante un muro interior. "Fuera del recinto de esta parte principal", prosigue el biógrafo, "construyó un palacio de gran belleza que completaba su defensa: grata residencia señorial, que decoró con numerosos ornamentos y con gusto. Hizo unas galerías subterráneas que conducían de las bodegas —instaladas bajo el torreón— al palacio situado más abajo, a fin de que, para procurarse vino y otros víveres, no fuera necesario entrar en la parte principal de la fortaleza ni salir al exterior (...) Además, equipó de manera notable la parte principal de la fortaleza con armas, máquinas de guerra y otros ingenios necesarios para la defensa. Adquirió, por una elevada suma, las casas de los caballeros y las otras casas que estaban dentro del recinto de la fortaleza superior e hizo retrocesión de su propiedad en favor de su sobrino: de este modo, tanto en esta parte de la fortaleza como en el cuerpo de habitaciones del palacio, como medida de prudencia, la presencia de quienes acudiesen a ver al señor en su palacio situado fuera del recinto de la parte principal de la fortaleza no corría el riesgo de suscitar sospechas y, a consecuencia de la exclusión de cualquier extraño en periodo de peligro, el señor del castillo no tenía por qué dejar entrar a nadie en el interior del recinto superior, si no estaba plenamente seguro de su fidelidad

La ejemplaridad de esta operación es tal que en mi opinión pueden encontrarse en ella casi todos los aspectos del cambio de la segunda mitad del siglo XII.

1.° Desde el caso meridional y precoz de Carcassona (hacia 1130, sin torreón) hasta las superproducciones septentrionales de Cháteau-Gaillard (en torno a 1190) y de Coucy (hacia 1230) se integran cada vez mejor torreón, torres y murallas en un sistema defensivo único. El propósito estratégico domina, también aquí. Pero el "palacio", residencia normal de los señores, y no del todo desprovisto de valor militar, se halla un tanto al abrigo de este imperio de la balística. Del mismo modo, en Cháteau-Gaillard, la "mansión" de Ricardo Corazón de León se halla situada fuera y por debajo de la ciudadela. Residencia y bastión, como en la época anterior, son a la vez complementarios, comunicantes entre sí y totalmente distintos. Y el progreso de las técnicas de construcción sirve tanto a la una como al otro.

2.° El obispo Hugo, de hecho, decora suntuosamente el palacio: de modo que no van a parar al equipamiento militar todos los fondos disponibles. Fuerza y suntuosidad han de ser mostrados y exaltados igualmente.

3.° Los caballeros del castillo de Noyers venden sus casas de la "parte principal", interna en adelante. Se les ha debido de inducir a semejante transacción con tanta mayor facilidad cuanto que la tendencia habitual en las castellanías por esta época se dirige hacia la desintegración de este grupo dominante: dejan de residir y de estar de guarnición en el castillo mayor, al precio eventualmente de una tasa de reemplazo de la guardia o del estage (permanencia), y van a vivir a sus tierras, inaugurando así la segunda etapa del señorío banal. La convivialidad en el castillo de la primera, un tanto ficticia y conflictiva, deja una huella de nostalgia, a fínales del siglo Xll, en algunos poetas; y justifica, en este caso como en otros, el estrechamiento y reducción de la familia del señor.

4.° Al mismo tiempo, hacen su aparición una cierta cerrazón moral y física y un clima de suspicacia creciente ante cualquiera. Sin duda que hubo demasiadas fortalezas entregadas por la astucia y la traición de visitantes decididos. Relata Orderico Vítal cómo en 1141 se apoderaron Ranulf de Chester y Guillaume de Roumare de la fortaleza real de Lincoln, estratégica entre todas: enviaron a sus esposas de visita ante la señora del castellano y se presentaron ellos mismos en la zona más privada, en el corazón del edificio, ¡con el pretexto de reprenderlas! Asimismo, hay más de un milagro de santo en favor de cautivos que explica un rasgo sociológico de las familiae antiguas: la barahúnda, la multiplicidad de gente que entra y sale, a la que no se puede prestar continuamente atención. Por contraste, se hace más patente el deseo de seguridad de los señores feudales del siglo Xlll.

Queda en pie el hecho de que no hay castillo, ni cofre, que se hallen al abrigo de la traición y la sorpresa. ¿Por qué entonces la nobleza del siglo XIII se encierra en sí misma cada vez más? Son el fantasma de la inseguridad y el del orgullo, en un siglo en que la paz ha mejorado y la monarquía se ha fortalecido: dos hipótesis plausibles para una aproximación clínica a los "grandes feudales".

Pero, en todo caso, no es una contradicción tener en cuenta durante el mismo tiempo, o sea, en torno al año 1200, un acrecentamiento concomitante de las posibilidades militares para hacer frente a asedios mucho más eficaces —y de las capacidades residenciales— con el fin de asegurar un tren de vida y un confort superiores, bien en construcciones vecinas, o bien en las mismas. Todo ello participa efectivamente de un mismo progreso. Dos observaciones pueden precisar y concretar esta misma idea:

1.° En Gante, hacia 1178, el conde Felipe de Flandes remodela su castillo: restringe la superficie utilizada, para mejor aislarlo y defenderlo mediante los fosos del Liéve; instala dos grandes salas superpuestas en lo alto de un torreón desigual de 26 metros por 10 y concentra en torno de ellas dos viviendas contiguas. El proceso de integración de los elementos hasta entonces informalmente dispuestos es, por consiguiente, paralelo al que impone la racionalidad de los ingenieros en materia de defensa; en este caso se volvió evidentemente necesario a causa de la falta de espacio, ¿pero, ya que no la con secuencia, no sería al menos la ocasión de un ordenamiento más estricto de la mansión? A partir del inicio de la tendencia a la transformación de la residencia en fortaleza, ¿no permiten acaso los pisos superiores una vigilancia y una jerarquización más cómodas de los habitantes?

2.° Lo que es válido para la ordenación de conjunto puede verificarse también en los rasgos de detalle. Se empieza a construir, en el siglo XII, corredores acodados o angulares, en la mira de tiro de las troneras e interrumpidos por obstáculos, de forma que si el enemigo se atreviera a franquear la estrecha puerta de la fortaleza no estuviese en situación sin más ni más de poder invadirla, o incendiar el conjunto. Pero estos nuevos esquemas, ¿no son los mismos que Lambert de Ardres describe instalados en el armazón del castillo de Guines, diversoria ("peraltes") en los que esos seres al aire libre, los caballeros y las doncellas, descubren la cortesía en los recodos deliciosos de las estancias de Dédalo? En donde el arte de modular los matices de la vida privada progresa rápidamente, de creerse al testimonio de la literatura.

Proponemos aquí la conclusión, bastante optimista, de que el siglo XIIl ha aprendido a dominar mejor a la vez la exigencia milí-

 Gante (Flandes): el castillo, modernizado después de 1180 por el conde Felipe de Alsacia, se yergue sobre las aguas del Liéve. Plano del conjunto, que se extiende sobre inedia hectárea: Puerta de entrada: 8. Puerta de entrada, parte trasera: 1. Muralla: 4, 5, 13, 15. Fortaleza de 1180: 3, 24. Anejo del siglo Xlll a la fortaleza: 11, 12. "Galería románica": 10. "Habitación del conde" y anejos: 16, 17, 18, 19. Galería que une la "habitación del conde" a la fortaleza: 14. Gran bodega a la entrada: 9.

tar y la exigencia residencial. Sus fortalezas son más habitables y mejor defendibles. Si uno se siente más seguro, ¿no es normal que se meta en gastos de mejora de las instalaciones?

El tiempo de las casas fuertes

A finales del siglo Xll, los caballeros de Noyers, como los de oucy y de numerosas castellanías francesas, dejan de residir en s cgrandes castillos. Ya con anterioridad no pasaban en ellos más que una parte del tiempo, divididos como se hallaban entre éstos Y sus casas rurales. Es una época en que se ve prosperar a los pequeños señoríos de segundo orden, o ficciones de señoríos... Una vez vulgarizado, el término dominus se aplicará en adelante a señores de aldea, una decena de hidalgüelos por castellanía, y ya no al dueño único del gran castillo. Ahora bien, quien aspira a ser dominus tiene que reforzar el prestigio de su domus, dotarla de una elevación y de un foso para poner bien de relieve su exención de noble, de una torre para apoyar su título de señor, y levantarla, asimismo, con mucha más consistencia. La proliferación de las casas fuertes o fortifícadas, a partir del siglo XIll, llama la atención de los arqueólogos actuales, dedicados a repertoriarlas, a datarlas con precisión y, mediante las excavaciones, a restituirles su aspecto — como han hecho con respecto a Borgoña Jean-Marie Pesez y Françoise Piponnier—. Ya no se trata, como en el siglo Xl, de una brutal prolongación de la guerra privada sino, al contrario, en un reino pacificado, de una erupción (¿compensatoria?) de pretensiones aristocráticas.

La historia de las residencias de campo señoriales, entre los siglos Xl y XIII, es mucho menos conocida que la de los grandes castillos. Pero sigue, no obstante, progresando gracias a numerosas campañas de excavaciones, de las que aquí sólo van a utilizarse algunas. ¿Cabe ya entrever, también en este particular, un umbral de la evolución o una brusca transformación por los años 11801200, con la aparición de nuevos señores?


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 81; Мы поможем в написании вашей работы!

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