Pelota, pelotilla, pelotillero.



Adulador que se alinea siempre con quienes pueden favorecerle, sin importarle perjudicar a terceros. Baboso, y a menudo rastrero, el pelota sonríe, saluda de manera aparatosa a sus jefes y jefezuelos; es ducho en el arte de dar coba, halagos y embustes con los que ganarse la voluntad del adulado, y sus favores. Prototipo de pelota adulador fue cierto cortesano a quien Luis XIV de Francia preguntó: "¿Qué edad tenéis?", y contestó tras grandes reverencias: "Sire, la que a vuestra majestad guste que tenga...". También se dice pelota a la mujer pública, o ramera. Corominas (Diccionario Crítico Etimológico) deriva el término del latín pilula = píldora, por su forma. Nos parece que la explicación etimológica es otra, que relacionamos con la frase "estar alguien en pelota", que es estar en cueros, sin nada sobre la piel. Pelota deriva, pues, de la voz latina pellis = piel, de la palabra pellita, adjetivo latino que significa "cubierto de pieles, o hecho de pieles", como se hacían estos juguetes, las pelotas. De hecho, la voz más corriente en la Edad Media para denominarla era "pella". Juan Ruiz, en su Libro de Buen Amor, utiliza así el término:

 

Otorgóle doña Endrina de ir con ella folgar

e tomar de la su fruta e a la pella jugar.

 

De ahí deriva lo de "hacer pellas", hecho de no acudir al colegio el niño, yéndose al campo o a la calle. Siglo y medio antes, Gonzalo de Berceo, en los Milagros de Nuestra Señora, hace este uso de la palabra:

 

Fue pora la Gloriosa que luz más que estrella,

movióla con grant ruego, fue ante Dios con ella;

rogó por esta alma que traíen a pella,

que non fuesse iudgada secund la querella.

 

El recuerdo de la voz latina pellis, de la que también deriva "pellejo", o despectivo de "piel", está siempre presente en el vocablo. Cuando Quevedo, (primer tercio del XVII) equipara las voces pelota y ramera, lo hace habiéndose perdido la conciencia etimológica, el recuerdo del origen de la voz en cuestión, y dice que se llama así a las putas porque, como la pelota, pasan de una mano en otra. Sin embargo, no era así: en los siglos XVI y XVII, y como voz de germanía, se llamaba pelota a la prostituta porque acompañaba al pelote: su chulo o rufián.

 

 

Penco.

Mujer despreciable, de ninguna estima social, que ha caido demasiado bajo; puta vieja. Es voz derivada del verbo "pencar": azotar el verdugo a un reo; cruzado a su vez, este término, con otra acepción del mismo: trabajar, apechugar con algo, cargar con alguna cosa material o moralmente. Fue insulto cruel, cuyo uso no se documenta con anterioridad a finales del XIX.

 

 

Pendanga.

Mujer de mala vida; mala hembra, infiel a todos; puta buscona, y ratera de ocasión o descuidera. Francisco Santos, en Dia y noche de Madrid, (1666), escribe: "Haz reparo en aquel hombre macilento que está en aquel umbral de aquella puerta; era su hacienda muy florida, y por lo pericón se la han comido las pendangas deste lugar".

(Véase también "pendón, pindonga").

 

 

Pendejo, peneque.

Suele ir precedido de la voz "tío". Hombre cobarde y pusilánime, vago y amigo de chanchullos. Como el peneque, el pendejo suele ir borracho dando tumbos por las calles del pueblo, llevando tras de sí una comitiva de perros, niños y grandes lanzándole piedras o palos en medio de una lluvia de improperios. Es palabra derivada de la vieja lengua leonesa, del término peneque = tambaleante. Amén del uso descrito, es voz antigua para referirse, en una mujer, a los pelos del pubis, derivada del término latino pectiniculus; Francisco Delicado usa el término en este sentido, en su Lozana Andaluza (1528): "...vézanos a mí y a esta mi prima como nos rapemos los pendejos, que nuestros maridos los quieren ansí, que no quieren que parezcamos a las romanas, que jamás se lo rapan".

De este uso al de puta mediaba escaso trecho, sobre todo teniendo en cuenta la proximidad conceptual y fonética de "pellejo" en la acepción de "desperdicio, cosa residual y sin valor".

 

 

Pendón, pindonga.

Persona, generalmente una mujer, de vida licenciosa, moralmente despreciable. Con anterioridad a nuestro siglo XX se llamaba "pendón" a la mujer muy alta y desvaida, de aspecto desaliñado y sucio. En cuanto a "pindonga", es mujer callejera que se dedica a deambular de un extremo a otro de la ciudad sin propósito claro. Se utiliza como voz substituta de puta, fulana, ramera o buscona, por ser menos ofensiva al oído. Su correspondiente masculino sería el "tío pendejo". Emilia Pardo Bazán utiliza así el término: "¿Hase visto hato de pindongas? ¡No dejarán comer en paz a las personas decentes...!".

 Y antes, Bretón de los Herreros, tiene este diálogo escénico:

 

-No soy ninguna pindonga.

-¿Quién dice tal?- Me he criado

en buenos pañales, oiga...

 

 

Penseque.

Irresponsable; improvisador excesivamente confiado; persona que se disculpa diciendo: "yo creía, yo pensé que..., esperaba...", y siempre presenta excusa tras sus equivocaciones y errores. También se dijo del necio que se lamenta por el mal éxito de sus asuntos o negocios que no ha sabido planear con anticipación, pagando a posteriori lo que no supo prever a priori. Como reza el dicho popular: "Penséque, Asneque y Burreque, todos tres son hermanos". Es personaje típico de la actitud improvisadora, de última hora, tan propia de la psicología hispana, que tiene esta copla popular antigua:

 

A Burreque y a Penseque

los ahorcaron en Madrid;

pero han debido dejar

muchos hijos por ahí.

 

Tirso de Molina, en El castigo del Penséque, aborda así a este personajillo:

 

Tú no sabes

la descendencia y parientes

del penséque, que en el mundo

tantos mentecatos tiene.

 

Por su parte, Quevedo, en El entrometido, la dueña y el soplón, escribe: "Está hirviendo ahí Penséque, aquel maldito que es discreto después, y advertido a destiempo".

Lope de Vega dice que "los padres de Penséque son Asneque y Burreque". Y así debe ser, dada la inconsciencia y cortedad de alcances de quien se lanza a la acción sin pesar sus pros y sus contras.

 

 

Percebe.

Lelo y simplón, acepción que no hemos visto recogida en el diccionario oficial. De este marisco se come todo menos lo que el crustáceo trata de esconder en su concha. De esa circunstancia creen algunos que deriva el considerarlo tonto, y por extensión, a toda persona que con notable simpleza esconde la paja y muestra el grano. El término tuvo uso popular a través de tebeos y comics, que lo divulgaron como insulto leve; hoy se ha quedado anticuado, e incluso resulta ñoño e insulso.

 

 

Perdis.

Sujeto de vida disoluta y licenciosa; calavera; hombre de poco asiento y de moral laxa; perdulario. Se utiliza a menudo en frases hechas, como "ser o estar hecho alguien un perdis". Es término derivado de "perder", con la carga semántica negativa de "perdido (moralmente)". La Academia acogió el término a finales del XIX, cuando ya la Condesa de Pardo Bazán le había dado uso literario en sus novelas. Hoy se utiliza como sinónimo de "calavera y perdedor", y como consecuencia de ese uso, término afín a desgraciado a quien siempre toca apechugar con algo, o pagar los platos rotos.

 

 

Perdonavidas.

Bravucón y matasiete; jaquetón que presume de guapeza; baladrón que hace gala de sus pretendidas y nunca comprobadas hazañas y atrocidades; comehombres y bocazas. El jesuita José Francisco de Isla, en su novela satírica Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, (mediados del siglo XVIII), escribe: "Concurría diariamente (al juego de pelota) toda la gente ociosa del pueblo, entre ella uno de aquellos valentones y perdonavidas de profesión, que se erigen en maestros".

Un siglo después, Bretón, en una de sus deliciosas comedias, escribe:

 

Yo no soy hombre de puños,

como usted dice, ni jaque,

ni perdonavidas; pero

tengo bastante carácter

para obligarle a guardar

más respeto...

 

 

Perdulario.

Vicioso incorregible; sujeto sucio y descuidado, tanto moral como físicamente. Covarrubias, dice que "es término vulgar que vale perdido", es decir, que se emplea con ese significado. Es palabra derivada del verbo "perder", empleada en sentido figurado, con connotación moral, y de viejo uso. Malón de Chaide (segunda mitad del XVI), la incluye en este contexto: "Pues Señor, ¿no véis que os ha gastado la hacienda?; ¿no véis que os ha ofendido, que es un perdulario...?".

Unas décadas más tarde, el dramaturgo toledano, Agustín Moreto, escribe:

 

Ya oí misa a buena cuenta.

¡Que sea yo tan perdulario

que nunca acabe un rosario...!

 

Hoy es voz en desuso, aunque todavía suena de vez en cuando con el sentido de sujeto embrutecido y de mala educación, seguramente por entrecruzarse el sentido de "verdulera, ordinario", con el de "perdido y tirado".

 

 

Perico el de los palotes.

Ser más tonto que este personaje proverbial no resulta fácil, pero tampoco difícil. En el siglo XVI se llamaba así a un bobo que tocaba el tambor precediendo al pregonero, listo que se quedaba con los cuartos y sueldo de ambos, incluidas las propinas que el tonto iba recogiendo. Perico, más que tonto era bueno. No se sabe quién fue, pero debió existir. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), tiene esto que decir: "Palotes.Troços de palos delgados, como los palillos del atambor. Perico el de los palotes, un bobo que tañía con dos palotes. El que se afrenta de que le traten indecentemente, suele dezir: Sí, que no soy yo Perico el de los palotes...".

Acompañaba al pregonero cuando éste se disponía a ejercer en la plaza del lugar. Son muchos los casos en nuestra historia literaria donde se describen situaciones parecidas. El tonto, con su tambor, a veces con otro instrumento como el cornetín, imitaba al pregonero, quien trataría de desembarazarse de él ante la risa y regocijo de todos. Las figuras del pregonero, y la de Perico el de los palotes, a falta de tonto oficial, solían ser utilizadas para sacar mofa y hacer irrisión. Recuérdese el pregón de Codos (Zaragoza), donde se echa mano de un pregonero, a falta de toro, para que disfrazado de este animal sea corrido por los vecinos: el toro fingido era un pregonero.

 

 

Perillán.

El calificativo proviene del toledano Pedro Julián, o Perillán, militar que vivió hacia el siglo XIII. Este caballero tuvo un capricho curioso: ser, a su muerte, enterrado en alto para que nadie pisara su tumba, que puede verse todavía en la capilla de Santa Eugenia de la catedral toledana. Al parecer, esta cautela excesiva, o prevención, fue vista como rasgo de agudeza de ingenio, tanto que la gente dió en llamar "perillán" a todo aquel que mostraba viveza de ingenio rayana en la astucia, e incluso la picardía. Por eso, al mañoso y sagaz, a quien toma todas las precauciones posibles en el manejo de sus negocios o en la forma de conducirse por la vida, llamamos perillanes. También al pícaro y astuto, por extensión. El término no se documenta por escrito hasta el primer cuarto del siglo XVIII, en el Diccionario de Autoridades, donde llega ya muy desvirtuado de lo que debió ser su significado primero, ya que le añade la nota de vagabundo, por ser ésa una de las peculiaridades del pícaro literario, que tiene poco que ver con el astuto personaje que originara el vocablo.

 

 

Peripuesto.

Lechuguino, pisaverde, petimetre; sujeto que se acicala, viste y adereza con afectación y excesiva delicadeza, sin tener en cuenta motivo ni ocación, gustando de lucirse siempre con lo mejor de sus galas. Hartzenbusch ve así al personaje, mediado el siglo XIX, referido a cierta dama:

 

¡Qué peripuesta sale!

¡Disposiciones famosas

para echarse encima el sayo

burdo y quedarse pelona!

 

En cuanto a su etimología, es voz compuesta del prefijo "peri-", con el valor semántico proposicional de "alrededor, en torno", y el calificativo "puesto" con el valor de "dispuesto, preparado", aludiéndose con ello a que estos individuos no dejan detalle al olvido cuando de adornarse ellos se trata. Corominas afirma ser de uso relativamente moderno, y da como fecha de primera documentación la del año 1884, equivocadamente, ya que el dramaturgo antes citado murió en 1880 y ya empleaba a menudo el término en sus comedias.

 

 

Perogrullo.

Pertenece a este apartado de tontos Pedro, el de las verdades que saltan a los ojos. Es tipo interesante, que llenó los Siglos de Oro con voluminosos informes, memoriales y sesudos estudios de lo evidente. Este Perogrullo, que a la mano cerrada llamaba puño, existió. En un curioso libro de J. Godoy Alcántara, Ensayo histórico etimológico filológico sobre los apellidos castellanos, se lee que Pero Grullo aparece como testigo en escrituras de compra venta entre los años 1213 y 1227, como vecino de Aguilar de Campóo. Era coetáneo y convecino suyo un tal Pedro Mentiras. Ambos hombres tuvieron reconocimiento popular, el uno como tonto, pero incapaz de decir falsedad alguna; y el otro como todo lo contrario. Hernán Núñez, se ocupa de él en 1551, y Cervantes, en el capítulo LXII de la II Parte del Quijote pone en boca de Sancho las siguientes palabras: "Bueno, par Dios, -dijo Sancho-, esto yo me lo dijera, no dijera más el profeta Perogrullo".

Sea como fuere, en La picara Justina (1605), de Francisco López de Ubeda, se afirma que Pero Grullo fue asturiano; y continúa el autor diciendo, abundando en la noticia, que sus paisanos viven todavía atentos a la profecía que les hiciera, de que llegaria el día en que bajaría por el río una avenida de toneles de vino de Rivadavia (Orense). Francisco de Quevedo, en su Visita de los chistes, cita las siguientes profecías y aseveraciones de Pero Grullo:

 

Si lloviere, habrá lodos,

y será cosa de ver

que nadie podrá correr

sin echar atrás los codos.

El que tuviere, tendrá.

Será casado el marido;

(...) las mujeres parirán

si se empreñan,

y los hijos que nacieren

de cuyos fueren, serán.

Volaráse con las plumas,

andaráse con los piés;

serán seís dos veces tres,

por muy mal que hagas la suma.

 

Algunas de las verdades de Pero Grullo anduvieron en coplas, como las que recogió Rodríguez Marín en sus Cantos populares españoles:

 

Si quieres que las damas

tras de ti anden,

cuando vayas andando,

ponte delante.

Señal será si hablas

que tienes lengua;

y que si muelas tienes,

no estés sin ellas.

Y es cosa clara

que si vas al espejo

verás tu cara...

 

Personajes perogrullescos ha habido en la historia española muchos. Sobresalió el cordobés Lucas Valdés Toro, autor de un opúsculo titulado Tratado en el que se prueba que la nieve es fria y húmeda, obra publicada en su ciudad natal, en 1630, y de la que hay ejemplar en la Biblioteca Nacional de Madrid.

 

 

Perro.

Persona desidiosa y haragana; sujeto degradado, a quien anima mala intención. Es término afín a grosero, holgazán, sucio, malintencionado y cachondo o rijoso. Con estas notas semánticas se utiliza en Andalucía, Extremadura y Murcia. Se dice también del individuo indigno y vil, dándose a quien se quiere afrentar o mostrar desprecio. Antaño se calificó así a quienes no profesaban la religión de uno: "perro luterano, perro protestante, perro judío, perro moro, perro infiel..”. Como término insultante, de ofensa grande, e ignominioso lo utiliza Quevedo en La fortuna con seso, (primer tercio del XVII), donde lo acompaña de otros calificativos denigrantes: borracho, vago, etc. Independientemente de su uso como substantivo, para denominar al can, su uso insultante se remonta a la Edad Media. Su empleo como insulto se debió a que el término "perro" estaba desprestigiado entre la gente de valía, que preferían la palabra "can", caso de los autores importantes de la época: el anónimo juglar o juglares que redactaron el Cantar de Mio Çid, Gonzalo de Berceo, el Libro de Apolonio, Alfonso X el Sabio. De hecho, el término era frecuente en contextos negativos de carácter popular, unas veces como apodo denigrante, otras en calidad de insulto. En la colección de cuentecillos y fábulas mandada traducir por Alfonso el Sabio, a mediados del siglo XIII, Calila e Dimna, se lee: "Los homes viles son aquellos que se tienen por abastados con poca cosa, et alégranse con ello así como el perro que (ha)lla el hueso seco e se alegra con él".

A cargar de sentido peyorativo el término contribuyeron factores ajenos a la naturaleza de este animal. El término "can" era prestigioso en la Edad Media: hubo perros malos, pero nunca canes ruines. El can acompañaba al señor en sus cacerías..., el perro, al pastor en su trabajo. Siendo el mismo animal, la palabra era distinta: la voz "can" estaba rodeada de la solemnidad aristocrática de su nombre latino, y del noble al que servía; la otra, estaba contaminada de la miseria y villanía del campesino y de la obscuridad de su etimología. Sin embargo, se impuso perro por razones lingüísticas: "can" carecía de femenino, de diminutivos, aumentativos, despectivos. Al heredar "perro" el arco de significación del término "can", y conservar el suyo propio, la palabra se convirtió en término de uso ambiguo: A la nobleza del can cazador que acompañaba a su señor, se unía a principios del siglo XVI la carga semántica negativa del perro de pastores, del perro urbano abandonado, con sus enfermedades y miserias. El can era cristiano y noble, de sangre limpia y estirpe clara; el perro era moro, judío, y luego incluso hereje, animal sucio, de obscuros orígenes, y de ocupación villana. El romancero refleja esta situación:

 

A ese perro mal nacido a

quien ya mostró el turbante,

no fío yo dél secretos,

que en baxos pechos no caben.

 

 

Petardo.

Tipo aburrido y carente de atractivo. En su acepción principal: "tubo cargado de pólvora, o morterete que se hace estallar", es voz que se utiliza en castellano desde el siglo XVII. En sentido figurado es de uso muy posterior, tal vez cruzado con el significado de "estafador, mal pagador" que también tuvo el término antaño. No es descabellado, para explicar la acepción de la voz como insulto, comparar los significados de petardo y cohete. En efecto, mientras el primero se limita a estallar a ras de suelo, haciendo sólo un gran ruido, el segundo sube hasta el cielo, donde deja una estela y un dibujo de luz pirotécnica. Ser un petardo es ser algo sordo, sin brillo, estruendoso y mate, un tipo aburrido, al fin; en cambio, el otro elemento de los fuegos de artificio está cargado de notas o semas positivos.

 

 

Petimetre.

Persona que exageradamente cuida de su aspecto exterior y compostura, de acuerdo a dictados de modas. Es voz francesa, de petit-maître= señorito, introducida en España en el siglo XVIII coincidiendo con la mudanza del gusto en la Corte tras el cambio de dinastía. Mesonero Romanos documenta el término: "Por los años de 1789 visitaba yo en Madrid una casa en la calle Ancha de San Bernardo: el dueño de ella tenía una esposa joven linda, amable y petimetra".

Don Ramón de la Cruz, saca a relucir el término en sus sainetes o estampas madrileñas, haciendo que uno de los personajes del pueblo exclame exultante:

 

¡Qué chusca y qué petimetra

es la prima de don Blas...!

 

Hacia 1780, la tonadillera la Caramba había puesto de moda la siguiente canción:

 

Un señorito muy petimetre

se entró en mi casa cierta mañana

y así me dijo al primer envite:

¿Oye usted, quiere usted ser mi maja?

 

El término se debatía entre el insulto y el halago, entre la ofensa y la adulación. Dependía mucho de las situaciones y los personajes; después de la francesada las cosas cambiaron, y habiendo caído en desgracia todo lo relacionado con el pueblo gabacho, también siguieron la misma suerte los viejos gustos. El petimetre pasó a ser visto como un pisaverde, un lindo, un figurín. Hoy, aunque el término está en desuso, aún se oye en ámbitos y tertulias de gente semiculta y snob para quienes parece sinónimo de "niño pitongo."

 

 

Petulante.

Insolente, descarado; sujeto que actúa con jactancia, vanidad y osadía en su manera de conducirse con soberbia y desenvolvimiento; persona presuntuosa en extremo a quien puede el orgullo. Es término procedente del verbo latino petere = aspirar a algo. Luis de Góngora lo utiliza así, en 1621:

 

Al tronco Filis de un laurel sagrado

reclinada, el convexo de su cuello

lamía en ondas rubias el cabello,

lascivamente al aire encomendado.

Las hojas del clavel, que habíajuntado

el silencio en un labio y otro bello,

violar intentaba, y pudo hacello,

sátiro mal de hiedras coronado;

mas la envidia interpuesta de una abeja,

dulce libando púrpura, al instante

previno la dormida zagaleja.

El semidios, burlado, petulante,

en atenciones tímidas la deja

de cuanto bella, tanto vigilante.

 

 

Picaño.

Pícaro y holgazán; sujeto de muy poca vergüenza, que anda siempre andrajoso, y a la que salta. Es palabra de uso frecuente en el siglo XV, aunque se generaliza en el XVI, con el triunfo de la novela picaresca, y de los modos de vida del picaño. Tanto es así que alguien exclama, exultante: "¡Oh vida picaril; trato picaño...!". Sebastián de Horozco, (primera mitad del XVI), emplea el término en su Representación de la historia evangélica de San Juan:

 

¡Oh de la casta vellaca,

si te apaño...!

Saquéte de ser picaño,

que andavas roto y desnudo,

y dite un sayo de paño...

  

El término se utilizaba todavía en el siglo XIX, como muestran estos versos de Bretón de los Herreros:

 

Pero... aquí, para inter nos,

confiéseme usted, picaña,

que a uno de los dos engaña...,

si no es que engaña a los dos.

 

 

Pícaro, picarón, picarona.

Sujeto de bajísima condición social, falto de honra y carente de vergüenza, cuyo comportamiento es a menudo ruin y doloso; cínico con vocación de parásito, que vive rozando la legalidad, y cae a menudo en la pequeña delincuencia. Cervantes, en La ilustre fregona, al hablar de cierto muchacho que deja su casa paterna, escribe:

 

"...pasó por todos los grados de pícaro hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterre de la picaresca. ¡Oh, pícaros!, ¡oh pícaros de cocina, sucios, gordos y lucios; pobres fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover, de la plaza de Madrid, vistosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilejos de la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo deste nombre: Pícaro; bajad el toldo, amainad el brío, no os llaméis pícaros si no habéis cursado dos cursos en la academia de la pesca de los atunes".

 

Fernández de Navarrete (primer cuarto del XIX), en su Colección de viajes y descubrimientos, escribe: "...Y lo que es peor es el ver que no sólo siguen esta holgazana vida los hombres, sino que están llenas las plazas de pícaras holgazanas que con sus vicios inficionan la Corte".

Para entonces, la figura del pícaro tenía más de tres siglos de historia. El término aparece escrito en 1525, asociado al oficio principal que tuvieron estos pillos: "pícaro de cozina que es tanto como pinche". En una obra de la primera mitad del XVI, de E. de Salazar, Carta del Bachiller de Arcadia, se lee: "Cuando Dios llueve, ni más ni menos cae el agua para los ruines que para los buenos; y cuando el sol muestra su cara de oro, igualmente la muestra a los pícaros de corte que a los cortesanos".

Como los siglos de oro confundieron miseria con vicio o disipación moral, el pícaro no podía ser bueno, sino visto siempre con prevención. Era el parado de su tiempo, de difícil redención ya que carecía tanto de padrinos como de oficio. Estaba condenado a la mendicidad, a la vida pordiosera, al vagabundeo a la intemperie en pos de una faltriquera, a la caza de la pitanza diaria. Era un buscón en una época que no arrojaba desperdicios aprovechables a la basura. En cuanto a su etimología, es asunto que está por dilucidar aunque parece que debe aceptarse su derivación del verbo "picar", dado el oficio más frecuente entre ellos, el de la cocina; "picar" dió la voz pícaro, como "papar" dió el término "páparo"; el primero es sujeto avispado, que corta un pelo en el aire, pillo listo, aunque desafortunado, a quien no acompaña la suerte. El segundo, el páparo, es el hombre simplón y necio que ante cualquier pequeña cosa se asombra y admira. De estos páparos antiguos vendrían los papanatas modernos, (véanse ambos términos).

El pícaro, tipo descarado, de cuestionable actitud ante la religión y la vida, es una de las creaciones literarias de las letras españolass; pero no es personaje de ficción: la realidad de su existencia inspiró el nacimiento del género. Tan poderoso influjo dejó que Gómez de Tejada, poeta y religioso del siglo XVII, dice de ellos: "Solas dos suertes de personas hallaron con entera satisfacción paz y contentamiento: una, la de los pícaros, que nada tienen, nada desean; otra...".

El pícaro, sujeto realista, hace su propia composición de lugar, y se resigna. Es un tipo que degenera poco a poco, desde el dramatismo inicial de la absoluta miseria, al desenfado y descaro que supone aceptar su destino. Todo le da igual. Este antihéroe pasó de ser término ofensivo e insultante, a serlo de valoración positiva: el pícaro no es tonto, sino ingenioso, y ríe aunque de la sima donde ha caído no puede salir por su propio esfuerzo, y nadie le tiende una mano. Da lástima, porque el personaje es valioso; pero... ¡había tantos en aquella condición...! En cuanto a picarón, y picarona, de uso actual, conservan las notas de astucia e inclinación hacia la marrullería y el engaño. Carlos Arniches, en Las campanadas, ya en nuestro siglo, haciéndose eco de una copla popular, emplea así el término:

 

Las Animas han dado,

mi amor no viene.

Alguna picarona

me lo entretiene.

 

Los letristas de cuplé, desde finales del siglo XIX intercambian el término con voces como pillo, granuja, aprovecha(d)o, etc. En el Tango del Morrongo, de G. Giménez, estrenado en el Eslava, por María López, ( 1901 ) Guillermo Perrin y Miguel de Palacios escriben:

 

Yo tengo un minino

de cola muy larga,

de pelo muy fino.

Si le paso la mano al indino

se estira y se encoge

de gusto (...)

y le gusta pasar aquí el rato,

¡Ay arza, que toma,

qué pícaro gato...!

 

 

Pichabrava, pollabrava.

Versión masculina de la ninfómana; individuo hiperactivo en la cama, que se recupera en seguida, pudiendo llevar a cabo sucesivos coitos; individuo itifálico o tentetieso, que siempre tiene ganas de yacer con mujer; hombre lujurioso y lascivo, rijoso, que en presencia de la hembra se inquieta y alborota, poniéndose en seguida cachondo, como una moto, o a cien. Es antónimo de "pichiruche" y de "pichafría" *.

 

 

Pichafría, pollafría, pollaboba.

Hombre excesivamente flemático o tranquilo en cuanto al sexo, que mira los asuntos relacionados con esa actividad de manera distante, sin sentirse concernido; impotente, o que puede permanecer durante muchos meses ayuno de trato y actividad carnal. Es antónimo de pichabrava.

 

 

Pichiruche.

Persona insignificante y de la que se habla con menosprecio; pollafloja, que en sus relaciones con la mujer experimenta eyaculación precoz. Es insulto grueso,extendido en parte de la América hispanohablante, y de uso muy común en Chile. Sin embargo es voz de origen andaluz, formada a partir de voces como "picha", (variante familiar de "pene") y "ruga" (arruga, pliegue desordenado de la ropa). En sentido figurado, el pichiruche es una especie de impotente e incapaz, tanto en su vida social como en la privada.

 

 

Picio.

Persona de extremada fealdad, más feo que el Bu. Comparar a alguien con Picio es tanto como manifestarle desprecio y repulsa por su aspecto físico. José María Sbarbi, en su Gran Diccionario de Refranes (finales del XIX) afirma que el personaje existió. De hecho, los andaluces añaden a la primera parte de la comparación la siguiente coletilla: "Más feo que Picio, a quien le dieron la extremaunción con caña, por el susto que tenía el cura en el cuerpo de verlo". Parece que fue zapatero en un pueblo granadino, Alhendín, de donde se mudó a vivir a Granada hacia el primer cuarto del XIX. La fealdad le sobrevino tras haber sido condenado a muerte por fechorías que había llevado a cabo en Santa Fe, y hallándose en capilla recibió la noticia del indulto, lo que le causó tan fuerte impresión que perdió el pelo del cuerpo, incluidas cejas y pestañas, se le deformó la cara, llenándosele de tumores. Sbarbi asegura haber hablado con personas que conocieron personalmente a Picio y tuvieron amistad y trato con él, quienes le relataron que no pudiendo Picio sufrir el desprecio generalizado se retiró a Lanjarón, de donde también tuvo que marcharse porque nunca acudía a la iglesia por no quitarse el pañuelo con que cubría su horrorosa calva; vuelto a Granada murió al poco, datando de entonces la segunda parte del dicho, porque se negó el cura a escucharle en confesión al no ser capaz de acercársele lo suficiente como para oírle.

 

 

Piernas.

Patoso y tonto; zascandil que se compromete a cosas que no puede realizar; donnadie. También -y es acepción que da el diccionario oficial- hombre que presume de galán y bien formado, es decir: cachas, pero en sentido un tanto peyorativo. Persona sin autoridad ni relieve; títere.

 

 

Pijo.

Persona o cosa insignificante, de nula entidad; sujeto tonto y ridículo, generalmente hombre joven, niño pijo = niñato. También puede aplicarse a individuos del sexo femenino; en este sentido emplea el término Juan Marsé, en Ultimas tardes con Teresa, donde hace exclamar al muchacho: "¡Niña-pijo, qué buena estás...!". Hoy se emplea como calificativo que acompaña al pollo pera o pollo bien, hijo de papá que no tiene en la vida otro problema que el de pasar el tiempo. Detrás de todas estas acepciones subyace la base semántica del término, o su primera acepción: miembro viril, que contamina su ámbito significativo con matices peyorativos, despectivos y altamente insultante.

 

 

Pijotero.

Quisquilloso, antojadizo, pejiguera; que se fija en detalles tontos y hace observaciones meticulosas de cosas de poca entidad e importancia, mostrándose cuidadoso y pesado en cosas nimias. También se dice de quien es mezquino y cicatero, miserable y ruin.

 

 

Pillo, pillete, pillín, pilluelo, pillastre, pillabán.

Pillo es tanto como pícaro, sujeto sin crianza, que carece de modales; individuo desvergonzado, sagaz y astuto. Deriva del verbo "pillar" en la acepción de coger, hurtar, robar, a través del italiano pigliare. Se documenta en el Diccionario... de E. de Terreros, (finales del XVIII). En cuanto a "pillín, pillete, pilluelo", son voces que introduce el Diccionario de la Academia un siglo después. "Pillastre" procede del valenciano, y tiene su propia historia; y en cuanto a "pillabán", es término usado en Asturias y León con el valor de "granuja, golfillo". El poeta romántico J. Espronceda, (primera mitad del siglo XIX), registra así el término "pillo":

 

...ora forman en torno de él corrillos,

ora le sigue multitud de pillos.

 

El término ganó en popularidad a partir de finales del siglo pasado. En 1905 aparece en las letras de cuplés como La gatita blanca, que cantaba Julia Fons, con música del maestro Amadeo Vives y letra de Jacinto Capella:

 

Un gatito madrileño,

que es un pillo de una vez,

me propuso que al tejado

me saliera yo con él.

 

 

Piltrafa, piltraca.

Hombre acabado, vencido por el vicio y la mala vida; alcóholico impenitente sin fuerza ni voluntad para redimirse. También se dice de la mujer pública de ínfima categoría entre las de su gremio; putón rastrero, pendón y zorrón muy bajo. Lope de Rueda, al comienzo de su paso El rufián cobarde, (primera mitad del siglo XVI) pone en boca del lacayo Sigüenza las siguientes palabras: "Pase delante, señora Sebastiana, y cuéntame por extenso, sin poner ni quitar tilde, del arte que te pasó con esa piltraca disoluta, amiga dese antuviador de Estepa, que yo te la pondré de suerte que tengan que contar nacidos y por nacer de lo que en la venganza por tu servicio hiciere...".

Es voz de germanía, que deriva de piltra = cama, en esa misma jerigonza, toda vez que la cama es el taller u obrador de putaraçanas y pilinguis, por usar dos sinónimos separados por medio milenio de distancia léxica.

 

 

Pinchabombillas.

Desgraciado; mierdecilla. Persona sumamente irrelevante, de ninguna consideración social, y carente en modo extremo de recursos. También se le llama "pinchaglobos", para dar a entender de forma despectiva lo poco valioso de su tiempo u ocupación. Es voz compuesta, siendo de interés el término primero de la composición: pinchar. (Véase también "pinchauvas").

 

 

Pinchauvas.

Sujeto sin importancia, que carece de posición económica y social. Colga(d)o. Es voz expresiva de creación paralela a pinchabombillas, tomando, ambos términos compuestos, su parte significativa principal de la voz "pinchar", que por sexualización del sentido equivale a copular. Pinchar a una mujer es eufemismo por poseerla. El pinchauvas llega tan lejos en su insignificancia que ni siquiera tiene compañera con la que yacer.

 

 

Pindonga, pingo, pingajo.

Pindonga, mujer despreciable. Es de uso figurado, del latín pendere = colgar. Fernández de Moratín, en La escuela de los maridos, (primer tercio del XIX), utiliza así el término: "Pero, ¿cuál es más admirable, el descaro de la pindonga o la frescura de este insensato?".

Posteriormente, Emilia Pardo Bazán, escribe: "¿Hase visto hato de pindongas...? ¡No dejarán comer en paz a las personas decentes...!".

De pindonga se dijo pindonguear: deambular ocioso, callejear sin rumbo ni propósito. Y de pingo se dijo "poner el pingo", en el sentido de dar la nota, ponerse en ridículo, darse alguien a conocer de forma desvergonzada y grosera. Bretón de los Herreros, inscribe el término en el siguiente contexto: "¡Es mucho cuento, el río de Madrid! Sobran puentes, sobran pingajos, sobran lavanderas, sobran meriendas, sobran bodegones, sobran garrotazos...: Sólo falta allí una bagatela..., ¡el puente!".

 

 

Pinta (tener mala, ser un).

Rastro o huella que el hecho de llevar mala vida, física o moralmente, deja en algunas personas; aspecto o facha por donde se conoce la calidad buena o mala de una persona o cosa. Con este significado empieza a utilizarse el término en el siglo XVI. Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache (1599) lo emplea para hablar del aspecto de personas o cosas, y Cervantes hace intercambiables pinta y fisonomía o aspecto de la cara. Hoy se emplea peyorativamente, de modo que no se usa tanto para aludir a quienes tienen buena imagen, o pinta, como a los que la tienen mala y deleznable; de ese uso deriva el hecho de que a menudo "pinta" equivalga a insulto. Fue uso extendido a partir de los siglos XVIII y XIX. El dramaturgo Hartzenbusch, dice de cierto individuo de mala catadura moral: "...es un sujeto cuya pinta no ofrece grandes garantías..”. Un siglo antes, el Padre Isla, en su Fray Gerundio de Campazas, al referirse a una mesonera insinúa que "tenía pinta de ser una buena pieza, que sabía vender bien sus agujetas...". Buena pieza, y "pinta" son voces ambiguas cuyo sentido final depende de elementos suprasegmentales, de la voluntad y ánimo del hablante, de sus tics y del énfasis que ponga al pronunciar la palabra, y guiños de que la acompañe.

 

 

Piojoso.

Persona miserable y mezquina. Es el sentido que ha tenido el término literariamente desde finales del siglo XV. Bretón lo utiliza así, en el XIX: "¿Cómo se entiende? ¡Piojosa!, la intrusa eres tú, que vienes a comer la sopa boba a título de cuñada de un primo tercero".

Covarrubias afirma en su Tesoro de la Lengua (1611), que llamamos piojoso "al que es muy malaventurado y escaso (...) y al entremetido, que es como piojo en costura". En el Calila e Dimna, (s. XIII) aparece por primera vez en castellano el término: Fábula del piojo y la pulga. Desde la Antigüedad, hasta tiempo reciente, ser piojoso era desgracia que daba lugar a la pthiriasis: el cuerpo se llenaba de costras purulentas. En una persona afectada, la puesta de un piojo podía llegar a los dieciocho mil huevecillos a lo largo de la vida del insecto. El médico portugués del siglo XVI, Amato Lusitano, cuenta el caso de un enfermo que puso a todos sus criados en la tarea de despiojarle y no daban a basto. Ser tildado de piojoso era insulto grave por el ámbito terrorífico que evocaba. Hoy el término ha perdido virulencia como insulto, pero sigue siendo ofensivo, por lo que denota de despreciativo y humillante.

 

 

Pipiolo.

Inexperto y novato; tontito. Término seguramente derivado del verbo "pipiar": dar voces las aves cuando aún están en el nido, y el substantivo familiar y ñoño para aludir a la orina del niño: "pipi", procedente del italiano, en cuya lengua significa bebé, (de pipiu: órganos genitales del bambino). La terminación de diminutivo en "-ulus, -ulo" incide sobre la palabra para acentuar su significado. Es término que la Academia incorporó hacia 1880 al diccionario oficial, y en la actualidad ha experimentado una rehabilitación en cuanto a su uso. También cabe pensar en un diminutivo en "-olus" de "pipí, repipi"*.

 

 

Pira, pirante.

Golfo, ladrón y sinvergüenza. Son voces jergales, gitanismos cuyo uso va en declive, Su significado básico se da en la frase hecha "darse el piro, pirarse", cuyo sujeto es el pirante, pira o pirao. También tiene connotación de estar alguien loco, "pirao de la cabeza", sujeto cuyo cerebro se ha dado el piro y no rige la cabeza. (Véase "pirado").

 

 

Pirado, pirao.

Seguramente del caló pira, pirarse, pirar = salir huyendo, escapar. Es voz gitana tomada del sánscrito phirna. El término lo documenta en castellano E. de Arriaga en su Lexicón etimológico, naturalista y popular del bilbaino neto, a finales del pasado siglo: "Anda pirao de casa". Al principio de su vida semántica fue sinónimo de pillo y pillete. Su significado básico es hoy el de persona un tanto chalada, pirada de la cabeza, ida del seso, que tiene desalquilado el último piso, o desocupada la azotea..., sentido figurado para aludir a la vacuidad de su cerebro. Cabeza hueca, y también de chorlito.

 

 

Pirantón, pirandón.

 Del caló "pira" (Véase la voz "pirado"). Su contenido semántico emana de otra acepción de "pira": huelga. Se dice del individuo que gusta ir a huelgas, mítines, manifestaciones y algaradas, en parte porque así evita tener que trabajar o "dar el callo". Está relacionado con la expresión catalana familiar: "tocar el pirandó", largarse, no querer saber nada. En Andalucía tiene también el significado de mujeriego y juerguista, persona muy corrida y sinvergüenza. El novelista Arturo Reyes, en El lagar de la viñuela, obra de ambiente sevillano, escribe: "Gran pirandón en que Dios puso tanta vista, tanto olfato y tanta gramática parda...".

Y los hermanos Álvarez Quintero, en su delicioso juguete escénico Los marchosos, utilizan así el término, refiriéndose a cierto individuo: "Pirandón y calavera es como no hay en Sevilla cuatro. Un trueno, una bala perdía".

 

 

Pirujo.

Persona de poca monta y escasa consideración social, que dice tonterías, y anda esparciendo embustes y patrañas; sandio. Suele acompañarse, para reforzar el sentido, de la voz "tío, tía", y es de uso mayoritario en Andalucía y Murcia.

 

 

Pisaverde.

Persona presumida y algo afeminada, que se ocupa sólo de su imagen física, de acicalarse, perfumarse y reinar en el ocio, deambulando todo el día por la ciudad en busca de galanteos. Hombre vano, que hace afectación de elegancia, y que a menudo carece de fortuna. Es término que empieza a utilizarse muy a finales del siglo XVI. Cervantes lo hace así: "Este su grande retraimiento (el de Isabela), tenía abrasados y encendidos los deseos no sólo de los pisaverdes del barrio, sino de todos aquellos que una vez la hubiesen visto".

Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611), pone una nota simpática al abordar el término: "Este nombre suelen dar al moço galán, de poco seso, que va pisando de puntillas por no rebentar (...) La metáfora está toma da del que atraviesa en algúnjardín (...) que por no hollar los lazos va pisando de puntillas".

 

 

Pitañoso, pitarroso.

Legañoso (véase). En cuanto a su etimología, derivan de la voz pistanna = pestaña, emparentada con el vascuence pitar = legaña, de donde las voces castellanas, utilizadas ya por Alfonso el Sabio en el siglo XIII, "pitarra, pitaña", y de ahí: pitañoso, pitarroso, que tiene las pestañas afectadas por un acúmulo de legañas, entorpeciendo así la visión, dando a los ojos aspecto enfermizo, ya que corre por ellos un humor blando. Son voces de uso corriente a lo largo de los siglos de oro, con matiz ligeramente insultante, aunque descriptivos de la realidad.

 

 

Pitongo, niño.

Pollopera, niñato; joven redicho y remilgado de familia bien, hijo de papá, presuntuoso y un tanto gilipollas. También se dice "bitongo", en cuyo caso equivale a niño zangolotino, que siendo ya crecidito y apuntándole sobre el labio superior el bozo se quiere hacer pasar por niño. En algunas partes de Andalucía, aplicado a muchachas, tiene un matiz positivo; en ese sentido utiliza el término González Anaya, en La oración de la tarde, hacia el primer cuarto del siglo. "Mira, aquí, en este carmen tan bonito, floreció la niña bitonga a quien tú quieres".

 

 

Plasta.

Coñazo; pejiguera, sujeto sumamente pesado; persona muy latosa, que con su insistencia saca de quicio. Tiene alguna relación semántica o de sentido con la acepción principal que da al término el diccionario oficial: "masa blanda; cosa aplastada, imperfecta y sin proporción". En sentido figurado de la definición anterior se creó paralelamente el significado de "coñazo, pelma, latazo", que no recoge la Academia ni los diccionarios al uso. Es voz reciente, que se escucha mayoritariamente entre hablantes en edad escolar.

 

 

Plepa.

Persona o cosa cargada de defectos, tanto en lo físico como en lo moral. Corominas, en su Diccionario Crítico... cree inverosímil la etimología aportada por García Soriano en su Vocabulario del dialecto murciano, (primer tercio de siglo). Sin embargo es digna de crédito, si se tiene en cuenta que la primera documentación escrita del término, en el teatro de Bretón de los Herreros, es bastante posterior a la francesada, momento histórico en el que empieza su uso. Parece que, en efecto, surge del compuesto francés plait pas. A principios del XIX hubo en Sevilla un intendente francés encargado de comprar caballos para el ejército de ocupación, a quien la gente le llevaba sus animales. El francés los examinaba cuidadosamente, aceptando unos y rechazando otros. Respecto a éstos últimos, los descartaba con un lacónico y enigmático plait pas, que en castellano significa "no me gusta". Así, la voz "plepa" se introdujo en castellano con el significado negativo de "caballo defectuoso", que luego se hizo extensivo a personas y cosas.

 

 

Plomo, plomazo.

Atendiendo a la naturaleza de este mineral, y en sentido figurado y familiar, se dice de quien es muy pesado y molesto, pelmazo y pejiguera o plasta. Como insulto leve, se documenta en el teatro de los siglos XVIII y XIX. Bretón de los Herreros hace exclamar a uno de los personajes harto de soportar la prolijidad pesada de su compañero:

 

¡Oh Dios mío...! ¡Qué plomo!

Hay bastante..., ¡Vamos!

 

 

Pollo bien.

Joven presumido, atildado, pollopera, currutaco y moderno, de familia con dinero y estudios. Es versión contemporánea del petimetre del XVIII, del pisaverde del XIX, del elegante de tiempos de nuestros abuelos y del niño pitongo de nuestros padres. Aunque se dice con ánimo de insulto, quien lo recibe no se siente ofendido, sino halagado en el fondo, pues queda en el ánimo de uno y otro el hecho de que serlo no está nada mal. (Véase también "pollopera").

 

 

Pollopera.

Niñato, pollo bien. Palabra compuesta; en cuanto a la primera, "pollo", es el mozo de pocos años, bien parecido y formado. Una damisela se expresa así, en cierta obra dramática del siglo XIX, perpleja ante la cantidad de jóvenes bien puestos entre los que escoger:

 

Cierto es que en este Madrid

hay mil riesgos, mil escollos,

y es muy desigual la lid,

con una legión de pollos.

 

Respecto de la segunda parte del vocablo: "pera" es la renta vitalicia, el destino o la posición aventajada y lucrativa que permiten una vida descansada. Un pollo pera es, pues, un joven con el futuro solucionado: una perita en dulce, a decir de nuestras abuelas. Esa seguridad ante el destino que le da al joven tanta confianza en sí mismo, caracteriza al personaje, haciendo del sujeto en cuestión un individuo indolente, que tiende a la vagancia y al dulce ocio, convirtiéndose en un paseante en corte en busca de aventuras. El pollopera con poco talento no tarda en convertirse en niño pitongo, última parada para llegar a la condición de perfecto gilipollas en forma de mozalbete educado y bien vestido. Como en el caso del "pollo bien", un pollopera se siente envidiado, a pesar de que se le dirige el calificativo en son de ofensa.

 

 

Porcaz.

En Asturias, se dice de la persona sucia, grosera y descortés. El término habla de suciedad física y evoca tachas morales, suciedades que afectan al cuerpo y al espíritu, pues la persona a quien conviene el calificativo es de aspecto sucio, y a la vez de espíritu ramplón y conducta descortés. Hay cruce con el adjetivo "procaz".

 

 

Portera.

Sujeto chismoso, un tanto enredador, especie de cocinilla social que mete sus narices en asuntos que no son de su incumbencia; persona zafia, de gustos ramplones y groseros, de ningún interés. Es término que emplea a menudo Pío Baroja, junto con el de "hortera", con el que existe cruce semántico evidente. La frase de Miguel Boyer -ex ministro de Economía con el primer gobierno socialista-: "España es un país de porteras", documenta el término, y lo pone en su acepción insultante moderna.

 

 

Presumido, presuntuoso.

Persona jactanciosa y vana, que presume tanto con motivo fundado como sin causa. Sujeto afectado, remirado, que tiene de sí mismo una idea exagerada. Tiene puntos de contacto con el pagado de sí mismo, orgulloso y soberbio, que mira por encima del hombro a cuantos con él conviven o se relacionan. Ruiz de Alarcón, mediado el siglo XVII, pone en boca de una dama estos versos:

 

Conócete, presumido

confiado, vuelve en tí;

que el seguirte yo hasta aquí,

no Amor, sino fuerza ha sido.

 

Leandro Fernández de Moratín, muy a finales del siglo XVIII, tiene esto que decir, a cierto petimetre pedante: "Usted es un erudito a la violeta, presumido y fastidioso hasta no más". En cuanto al "presuntuoso", es un presumido en grado patológico, a quien le puede el orgullo y la soberbia.

 

 

Primavera.

En medios achulados, se dice del ingenuo, cándido e iluso; persona sin malicia a la que resulta fácil engañar por su falta de viveza o ingenio; primo. Es voz seguramente formada a partir de esta palabra última: de primo, primavera, en construcción paralela a "rarera, sosera", creados a partir del positivo "raro, soso, primo", con ánimo despectivo.

 

 

Primo.

Inocente a quien se engaña con facilidad; persona incauta que se deja explotar. Por lo general se utiliza dentro de la frase "hacer el primo", donde equivale a dejarse embaucar. Es sinónimo de términos jergales modernos como "pringao, primavera". Dada la cantidad y modalidad o diversidad de tontos y bobos en circulación, el número de primos y voces similares para describir a estos infelices, es enorme. Joaquín de Entrambasaguas, en Estudios dedicados a don Ramón Menéndez Pidal, dice que el término, en su acepción de "incauto", viene en una obra de Bretón de los Herreros ya con el significado que la Academia dio a esta voz en 1852: "hombre simplón y poco cauto". Y en cuanto a la frase "hacer el primo", asegura que es anterior, por encontrarse en la correspondencia epistolar entre el infante don Antonio, el presidente de la Junta de Gobierno, y el general francés Joaquín Murat con ambos representantes de la autoridad en tiempos de la francesada. El general encabezaba así las cartas al infante: "Señor primo, señores miembros de la Junta.. ", para a continuación lanzar amenazas y exigencias de obligado cumplimiento...., terminando las cartas con esta tranquilizadora despedida: "Mi primo; señores de la Junta: pido a Dios que os tenga santa y digna gracia". En Madrid no tardaron en conocerse estos formulismos, y en hablar la gente de que el infante y la Junta hacían el primo con el general francés. Parece razonablemente documentada la explicación de Entrambasaguas, que aceptamos. El término, en el sentido de persona incauta y simplona, versión décimononica del pringao de nuestros días, se documenta, como Entrambasaguas apuntaba, en este pasaje cómico de Bretón de los Herreros:

 

A las mesas no me arrimo

donde robando se juega.

Ni la codicia me ciega,

ni me gusta hacer el primo.

 

 

Pringa(d)o.

Implicado a su pesar en algún asunto sucio; persona un tanto simple, aunque no carente de malicia, que se ve envuelta en fregados por no haber tomado precauciones; individuo un tanto memo, al que involucran en un asunto feo, que termina por pagar el pato, y salir imputado. Es participio pasivo del reflexivo "pringarse": verse envuelto indebidamente en un negocio turbio. Fernández de Moratín, a horcajadas entre los siglos XVIII y XIX, hace este uso del término:

 

-¿Y está todo...?- Lo que falta

don Claudio os lo pagará,

que yo no me pringo en nada.

 

Algunas décadas después, Bretón de los Herreros escribe:

 

Y cuidado con pringarte,

como Simón, si no quieres

ir al infierno a buscarle.

 

 

Prostituta.

Mujer que se prostituye para vivir de su cuerpo; puta, ramera. Es participio pasivo del verbo latino prostituere: exponer o abandonar a una mujer a la pública deshonra, corromperla y abajarla. La palabra "prostituta" aparece como tal en el Universal Vocabulario de Alonso de Palencia, (1490), donde se lee: "Prosedas, quiere Plauto que sean las mundanarias que están sentadas ante sus boticas para yazer con quien a ellas veniere; dizense prostíbulas, o prostitutas".

Siempre se mantuvo como término culto, ajeno al vocabulario popular, no siendo recogido por el diccionario oficial hasta principios del siglo XIX. De los numerosos términos que tiene el castellano para nombrar a las mujeres que comercian con su cuerpo, "prostituta" es seguramente el más aséptico y menos hiriente, porque al remitir a la profesión u oficio se tiene de quien la practica la idea de una profesional o trabajadora del amor. Los otros términos son ofensivos por incidir más en la persona que en el tipo de negocio que desempeña o trae entre manos. Son legión, de la "a" a la "z", los vocablos que se ocupan de la prostitución.

 

 

Puerco.

Cochino, persona desaliñada y sucia; hombre grosero, ruin y venal, que carece de cortesía y crianza. Del término latino porcus. Es una de las palabras más antiguas, (primera mitad del siglo XI), siendo desde entonces hasta el XVII término generalizado para designar al cerdo. Covarrubias (1611) tiene estas cosas que decir, acerca del animal en cuestión:

 

Del puerco no tenemos ningún provecho en toda su vida, sino mucho gasto y ruido, y sólo da buen día aquel en que le matamos. Muy semejante a este animal es el avariento, porque hasta el día de su muerte no es de provecho. El puerco dizen a ver nacido para satisfazer la gula, por los muchos bocadillos golosos que tiene. Unos son domésticos, que llamamos puercos o lechones; otros salvajes, dichos puercos monteses o javalíes.

 

Que el puerco era insoportable en la cochiquera, zahurda o pocilga adjunta a la casa, era cosa que andaba en cientos de refranes: "Casa sin ruidos: puerco en el ejido"; "puercos con frío y hombres con vino, hacen gran ruido". A partir de la fecha citada, el uso en sentido figurado de "puerco" para designar a la persona desaseada y sucia, forzó la creación de un substituto, incorporándose así al léxico la palabra "cerdo", quedando la voz "puerco" relegada a ámbitos marginales. Como insulto, esta voz ha dado infinidad de derivados: "porcachón, porcallón y porcal", formadas a partir del substantivo latino porcellus = lechón, de donde arranca el ilustre apellido de los Porcel de Murcia, y otros muchos. Torres Naharro, en su Comedia Himenea (primeros años del siglo XVI), pone en boca de un criado, dirigidas a una criada, las siguientes palabras:

 

Pues si alcanzarte pudiera,

por eso que agora dices

te cortara las narices,

¡doña puerca escopetera!

 

Y en el Galateo Español, manual de buenas costumbres escrito en 1582, de Gracián Dantisco, un caballero dice a cierto hombre que regoldaba mucho en público, preciándose de ser ello costumbre sana: "Señor mío, vuesa merced vivirá sano, pero no dejará de ser un puerco".

 

 

Puñetero.

Individuo de trato difícil y aviesas intenciones; sujeto torvo y de ruin condición, que en cualquier momento puede asestar su golpe, bien de hecho o bien de palabra. A pesar de lo extendido de su uso no ha sido recogido el término por los diccionarios al uso. En un inventario aragonés de principios del XV, entre las cosas que se mencionan hay "hunos punyetes de oro bermellos, con rivés de oro en el cerco". El encargado de hacer tan trabajosa y concienzuda labor era ciertamente un "puñetero". Sin embargo, no parece que el término ofensivo homófono tenga esa etimología. En el Universal Vocabulario, en Latín y en Romance, de Alonso de Palencia, (finales del siglo XV), "puñeta" significa "masturbación", y el puñetero, persona que se entregaba a este vicio o servía a otros en tan ruín menester. En su Arte de las putas, Nicolás Fernández de Moratín, incluye los siguientes versos:

 

No me olvido de ti, pulida Fausta,

que apenas a Madrid recien venida

te pegaron espesas purgaciones

y escarmentada evitas los varones

siendo, cual vieja o fea, puñetera.

 

Aparte de éste, tuvo también otro uso léxico, ya que se llamaba así al cargante y pesado que andaba siempre fastidiando y aburriendo a los demás, es decir: "haciendo la puñeta, o puñeteando". El mismo autor citado hace este otro uso del vocablo:

 

¿Ves aquellos que andan cabizbajos y lentos,

que murmuran de todos, sean malos o buenos,

y que hacen lo contrario que nosotros hacemos?.

Pues esos, no lo dudes, todos son puñeteros.

 

Este significado de persona incordiante es el que ha tenido mayoritariamente, y sigue teniendo, en España. Finalmente, creen otros que se llamó "puñetero" a quien siempre andaba jurando y lanzando baladronadas, toda vez que "¡puñeta"! fue antaño imprecación grosera, utilizada en la calle como exclamación de disgusto.

 

 

Puta.

Mujer que comercia con su cuerpo, haciendo de la cópula carnal un modo de vida. Como tal oficio siempre existió y tuvo pingües beneficios; pero no siempre estuvo igualmente denostado. El mundo antiguo en general no concedió excesiva carga negativa al arte de fornicar por interés, aunque ello dependía de la puta misma: en el medio griego clásico no era lo mismo una hetaira, cortesana de cultura, porte y belleza, que una auletride o tocadora de flauta en los banquetes o simposya, a la que se le podía pasar la mano por el cuerpo mientras ejercía. Es voz muy antigua en castellano. En un manuscrito del siglo XIII, aparece el término en el siguiente consejo o mandato bíblico: "No tomarás mujer puta". El término, de origen latino, ya tenía las connotaciones ofensivas de hoy: "ramera, meretriz", y en lo posible se evitaba pronunciar tal palabra, que se rehuía por malsonante e hiriente a los oídos; sin embargo, Gonzalo de Berceo, en los Milagros de Nuestra Señora, (primer tercio del siglo XIII), utiliza la forma popular "putanna" = putaña:

 

Fue durament movido el obispo a sanna,

diçié: nunqua de preste oí atal hasanna.

Disso: diçít al fijo de la mala putanna

que venga ante mí, non lo pare por manna.

 

Antón de Montoro, en una copla que hizo a cierta mujer que era gran bebedora, se expresa así a mediados del siglo XV, sin pelos en la lengua, como se acostumbraba antaño:

 

Puta vieja, beoda y loca,

que hazéis los tiempos caros,

esso (lo mismo) me da besaros

en el culo que en la boca.

 

El siglo de oro de las putas parece que fue desde 1450 a 1550, al menos en la vida literaria española. Dos grandes obras de nuestra literatura las consagran: La Celestina, de Fernando de Rojas, a escala popular, en la ciudad de Toledo; y La Lozana Andaluza, de Francisco Delicado, a escala más refinada, en el medio cortesano y curial de la Roma del Renacimiento. De esta obra extraemos el siguiente catálogo de maneras de llamar a las putas:

 

Pues déjáme acabar, que quizá en Roma no podríades encontrar con hombre que mejor sepa el modo de cuantas putas hay, con manta o sin manta. Mira, hay putas graciosas más que hermosas, y putas que son putas antes que mochachas. Hay putas apasionadas, putas estregadas, afeitadas, putas esclarecidas, putas reputadas, reprobadas. Hay putas mozárabes de Zocodover, putas carcaveras. Hay putas de cabo de ronda, putas ursinas, putas güelfas, gibelinas, putas de simiente, putas de botón griñimón, nocturnas, diurnas, putas de cintura y de marca mayor. Hay putas orilladas, bigarradas, putas combatidas, vencidas y no acabadas, putas devotas y reprochadas de Oriente a Poniente y Setentrión; putas convertidas, repentidas, putas viejas, lavanderas porfiadas que siempre han quince años como Elena; putas meridianas, occidentales, putas máscaras enmascaradas, putas trincadas, putas calladas, putas antes de su madre y después de su tía, putas de subientes e descendientes, putas con virgo,

putas sin virgo, putas el día del domingo, putas que guardan el sábado hasta que han jabonado, putas feriales, putas a la candela, putas reformadas, putas jaqueadas, travestidas, formadas, estrionas de Tesalia. Putas abispadas, putas terceronas, aseadas, apuradas, gloriosas, putas buenas y putas malas, y malas putas. Putas enteresales, putas secretas y públicas, putas jubiladas, putas casadas, reputadas, putas beatas y beatas putas, putas mozas, putas viejas y viejas putas de trintín y botín...

 

Ya en XVI, el toledano Sebastián de Horozco, en el Cancionero de amor y de risa, hace el siguiente alegato Contra la multitud de las malas mujeres que hay en el mundo, en la más clara tradición misógina:

 

Putas son luego en naciendo,

putas después de crecidas,

putas comiendo y bebiendo,

putas velando y durmiendo...

 

Covarrubias, (1611) se despacha diciendo que es puta "la ramera o ruín muger. Díxose quasi putida, porque está siempre escalentada y de mal olor (...)." Etimología equivocada, desconociéndose de dónde proceda el término a no ser que se trate de una abreviación de la voz latina "reputata" = tenida por, de donde la frase "ser mujer reputada o tenida por ramera".

Siempre fue ofensa grave, sobre todo desde finales del XV a finales del XVII. Recuérdese que los asuntos del honor llenaron de sangre la vida española, y dotaron de mil argumentos a los autores teatrales. El honor se centra, en la época, en la conducta de la mujer, especie de depositaria de la honra familiar. Moreto, el dramaturgo toledano de mediados del siglo XVII, tacha a alguien de hijo de puta mediante metáforas en las que pescar = tener un hijo, y el anzuelo = pene con el que se engendra. El aludido se defiende devolviendo el insulto de manera directa; véase el pasaje:

 

-¿Hubo ruegos hacia el padre

que te pescó sin anzuelo?

-Hubo el ladrón de tu abuelo

y la puta de tu madre.

 

En el siglo XVIII se vió todo con mayor amplitud de miras. También el Refranero abordó el personaje de forma desenfadada, sin el hierro que la literatura moralista puso en el asunto. Así, son numerosos los refranes que comprenden o salvan a la puta, o ramera: "Veinte años puta, y uno santera: tan buena soy como cualquiera"; "Puta a la primería: beata a la derrería"; "Puta temprana: beata tardana"; "Veinte años de puta, y dos de beata: cátala santa"; "A la mocedad, ramera; a la vejez, candelera"..., y así ad infinitum. Pero no historiamos aquí el viejo arte de Afrodita, diosa que llevó a las putas al templo para que se prostituyeran en su divino beneficio; ni siquiera hacemos un recorrido por toda nuestra literatura. Sólo queremos dar una idea ligera de la carga peyorativa que el término llevaba consigo, y lo que de ofensivo, injurioso e insultante tenía el improperio en cuestión. De hecho, "puta" se encuentra entre las cinco palabras mayores, así llamadas antaño las más injuriosas, ofensivas e insultantes, siendo las otras: sodomita, renegado, ladrón y cornudo. Tres de ellas tienen que ver con el sexo, tabú con el que siempre anduvimos a vueltas.

 

 

Puto.

Bardaje o sodomita paciente. El término se emplea en las Coplas del Provincial (siglo XV). Su acepción principal es la de "individuo o sujeto de quien abusan libertinos y degenerados, gozando con esa indignidad como goza hombre con mujer". Sebastián de Horozco, en el Entremés que hizo a ruego de una monja parienta suya, hace el siguiente uso del término, (primera mitad del siglo XVI):

 

Mas yo te juro a San Bras,

nunca me pagué jamás

de ser puto ni ser lladre,

porque me eché con tu madre.

 

Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, dirige el calificativo a los indios bujarrones y putos, dados a este pecado nefando; y Juan de Arguijo, en sus Cuentos (finales del XVI), relata la siguiente historieta: "Un cura de una aldea enojado con un villano del lugar, díjole con cólera, entre otros baldones: "Sóis un puto". Dió voces el aldeano: "¡Séanme testigos que me descubre la confesión".

Cursa con maricón, como dejan ver los versos del poeta murciano del siglo XVII, Polo de Medina:

 

A puto el postrer, Apolo le seguía,

y a voces le decía:

Detente, fugitiva de mis ojos,

mira que vas descalza y hay abrojos.

 

Fue antaño insulto grave, altamente ofensivo; hoy está en desuso, confundido a veces con el putero, elemento que está en las antípodas del maricón.

 

 

Q

uedón, quedona.

Guasón y bromista pesado que a menudo se pasa de rosca. Se dice también de quien la toma con alguien -con quien "se queda"- y no lo deja tranquilo. Puede cursar con chulo o valentón. Es voz moderna, de uso suburbial, preferentemente empleado en ambientes juveniles. Se dice, en femenino, de la muchacha ligona, que fácilmente acepta las relaciones de cama; antónimo de "estrecha".

 

 

Quejica.

Individuo molesto de carácter flojo, a quien cualquier pequeña cosa enfada o agobia, y que de todo se queja de manera afectada y melindrosa. Pejiguera que murmura y habla mal de cuanto le rodea. (Véase también "melindres" y "llorica”). Es de uso en ámbitos de la familia y la amistad. También: mierdecilla que sale llorón.

 

 


Дата добавления: 2019-02-12; просмотров: 190; Мы поможем в написании вашей работы!

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