Majareta, majarete, majaderete, majagranzas.



De estos cuatro, el más grave es el primero, pues el majareta tiene perturbadas sus facultades mentales. Más que serlo se está, o lo vuelven a uno, puesto que "majar" es verbo entre cuyas acepciones está la de molestar, cansar, importunar. Fernández de Moratín, lo emplea de esta manera: "Entre los dos me majaban a sermones". En cuanto a "majarete", parece contracción de "majaderete", galanteador almibarado y cursi, amigo de decir lindezas a pesar de andar escaso de ingenio. Es un tipo simpático, pero a quien faltan diez minutos para caer en la ridiculez. Suele ir en compañía de otro para hacerse y reírse ambos las gracias, por lo que se dijo que no se verá nunca "al majaderete sin su compañerete". Salían a galantear pasada la siesta, o a ligar, como diríamos hoy. Este especimen abundó en el Madrid del Barroco. Del "majagranzas" cabe decir que es tipo antiguo en la literatura española. Muchos autores renacentistas, como Juan de Valdés, citan el refrán famoso que dice: "Mientras descansas, maja esas granzas". Dicho que también usa Cervantes. Al majagranzas, hombre necio que siempre está donde no debe, molestando e importunando, no hay que darle descanso, sino tenerlo ocupado para que no incordie. Por eso, incluso cuando descansa hay que ponerlo a majar granzas, es decir: granos de trigo sin descascarillar, porque cuando el diablo no tiene que hacer, con el rabo mata moscas.

 

 

Malaleche.

Persona de permanente mal humor; sujeto mal intencionado y avieso; individuo de mala índole, que siempre anda buscando las vueltas a las personas o a las cosas. Se alude con este vocablo compuesto a la calidad de la leche que mamó de su madre el sujeto en cuestión...., y no a acepción más gruesa del término "leche". En su Cancionero, de 1496, Juan del Encina pone en boca del pastor Mateo la siguiente estrofa:

 

Yo te juro a San Pelayo

que cualquiera te deseche,

que nunca de buena leche

has mamado sólo un rayo.

 

Tener mala leche es tanto como tener mala índole, condición torcida, raíz borde desde el principio, adquirida con la leche que mamaron; antaño se dijo "leche" a la estirpe o ralea de la que uno desciende, siendo sinónimo de raza. En este sentido utilizó el término el poeta oriolano Miguel Hernández:

 

.. pueblo de mi misma leche,

árbol que con tus raíces

encarcelado me tienes,

que aquí estoy yo para amarte

y estoy para defenderte

con la sangre y con la boca

como dos fusiles fieles...

 

Amén de lo anteriormente expuesto, en algunos lugares de España, como Navarra, tener buena o mala leche es tanto como tener la suerte de cara, o propicia; o tenerla de espaldas o adversa. Un individuo con mala leche es tanto como alguien con mala estrella, a quien por no salirle nunca las cosas como él quisiera se muestra huraño y malhumorado.

 

 

Malandrín.

Voz tomada del término italiano malandrino, a través del catalán del siglo XIV malandrí = bellaco, rufián. Su acepción primitiva, antes de adoptar el castellano el término, parece que fue la de "leproso", ya que malandria es término del bajo latín, tomado del griego melandrion, para significar una de las formas de esa enfermedad temible. Desde el siglo XVII ha mantenido el mismo significado de "persona perversa, maligna, dispuesta a hacer cualquier fechoría; bellaco". Ese uso tiene en el teatro menor, entremeses, pasos, sainetes, etc. Bretón, siempre al día de los insultos más populares de su tiempo -mediados del siglo XIX-, echa mano del término:

 

-¡Pobre Froilán!...

¡Funesta guerra civil!

-Le está muy bien empleado.

-Lo merece el malandrín.

 

 

Mala(n)ge(l).

Esaborío, desabrido y sin gracia; malasombra; persona pesada y fastidiosa. Es término compuesto, en el que la voz "angel", segunda parte del vocablo, soporta la carga semántica: tener mal ángel es tanto como no tenerlo bueno, es decir, estar dejado del de la guardia, y haber caído en manos del demonio. Ese fue su significado primitivo; luego, perdido el hierro teológico, pasó a ser término de uso popular con el que se aludía al desgraciado, en sentido paralelo al que tiene mala estrella o mala ventura, y cuya compañía se consideraba nociva, por ser maleficio contagiable: de ahí su equiparación con gafes y malajes. Con el significado amplio de patoso, desmañado, antipático y desabrido se ha utilizado siempre en Andalucía, de donde irradió al resto del mundo hispanoparlante. Serafín y Joaquín Alvarez Quintero, en El traje de luces, hacen el siguiente uso del término:

 

 Sombrón, aratoso,

granuja, malange(l),

te engañas si piensas

que vas a librarte.

 

Rico Cejudo, en su novelita María del Carmen, de principios de siglo, usa así el término, en el medio de la familia y la amistad: "Ese y na más que ése es er que a ti te conviene, malange..., afirmó señá Salú, la Garbansera".

 

 

Malapata.

Malasombra; patoso y sin gracia; individuo desangelado y un poquito gafe. El cojo, por quien se dijo lo de malapata, tuvo antaño reputación de persona enfadosa, que por no estar a gusto consigo hace lo posible por que no lo estén los demás. De esa circunstancia surgieron, ya en la antigüedad clásica, dichos y sentencias en los que el cojo es protagonista negativo. El Refranero hace del cojo malapata un tipo astuto y ladino que emplea su ciencia y saber en incordiar y hacer daño. El humanista extremeño Gonzalo Correas, en su Vocabulario de refranes, (primeros lustros del siglo XVII) afirma que un diablo cojo sabe más que otro que no lo sea, porque si bien la cojera y mala pata no permiten andar largos trechos con los pies, si lo hacen con el pensamiento, que estando el cojo con el carácter agriado emplea para zaherir e importunar. Y Pedro Vallés, en su Libro de refranes copilado por el orden del a,b,c, (primera mitad del siglo XVI), dice del malapata o cojo, que quien es "cojo, y no de espina, no hay maldad que no imagina". Esta reputación no remitió con los tiempos; recuerdo haber escuchado a mi abuela Isabel Reyes, gaditana, decir siendo yo niño: "Dios nos libre del malapata cojo, del rojo y de uno que le falta un ojo", refiriéndose a un tío mío no bien quisto por ella, pero aludiendo al refrán. Y Alcalá Venceslada, en su relato Instinto animal, (cito por su Vocabulario Andaluz), hace este uso del término, que él adscribe a su tierra andaluza:

 

El animal más vivo

yo declaro y pregono que es ¡er chivo!,

que se deja la barba por entero

para no ser esclavo ni cautivo

de ningún malapata de barbero.

 

En otro orden de cosas, mala o buena pata son expresiones que en Andalucía, Extremadura y el reino de Murcia tuvieron y tienen la connotación de malfario o buenaventura, respectivamente. Debido a ello, el cojo barruntaba desgracia, lo mismo que un tuerto. Pero independientemente de la tara física, la palabra "pata" ha significado en el uso irónico del término, "gracia, salero"; era palabra que se empleaba para conjurar el mal de ojo. En esa dirección va la frase, que emplea López Pinillos en su obra de pricipios de siglo Las águilas: "Un entierro, la bicha y ahora un gachó con el ojo más chindigo que hay en er mundo: ¡Pata, pata y pata!".

 

 

Malasangre.

Individuo avieso. Persona que por su mala estirpe o ralea disfruta haciendo daño; sujeto de malos sentimientos. Castro, en su cuento o novela corta El mujeriego, (1930) sitúa el término en un contexto rural andaluz: "¿Que te parece a ti lo que ha dicho el capataz? ¿Verdad que el capataz es un malasangre...?".

 

 

Malasombra.

Patoso. Que pretende ser gracioso, sin serlo. Pelmazo que gasta bromas pesadas. Se dice también de quien tiene malas intenciones, y es capaz de hacer daño de manera gratuita sin que ello le reporte ganancia. Lope de Vega utiliza el término en el sentido siguiente: "Suelen decir por encarecimiento de desdichados: Fulano tiene mala sombra". Con lo que se daba a entender que era persona antipática y desagradable, de difícil trato. La voz "sombra" se utilizó antaño como sinónimo de apariencia o aspecto, de ahí la costumbre soez de mostrar el enfado, en medios bajos y viles, diciendo a alguien: "Me cago en tu sombra"; llegó a ser intercambiable con "persona", existiendo diversas creencias y teorías absurdas al respecto de su significado y trascendencia. Entre ellas, la peregrina idea de que a quien iba a morir en breve le abandonaba su sombra, o ésta no le obedecía y se tornaba mala. Es sabido que hasta tiempos relativamente cercanos se pensaba que los reos condenados a muerte, llevados al patíbulo, no proyectaban sombra sobre el suelo. Rafael Salillas, en el libro publicado a finales del pasado siglo, Hampa, atribuye el concepto de "buena o mala sombra" a la cultura gitana. El Padre Luis Coloma, en su novela Caín, emplea así el término: "¡Calla, calla esa boca, que merece picarse para los perros la lengua que tal dice de su padre...! ¡Te enseña eso el malasombra que te lleva a los clubs, que han de ser tu perdición y la mía!".

Malasombra, en nuestra opinión, podría ser creencia relacionada con el mundo del aojamiento y el entorno de los gafes. Se sabe que existen árboles cuya sombra puede matar a quien duerme bajo sus ramas, como cierta modalidad de olivo, de donde se pudo haber dicho lo de los gafes manzanillo, Que es como llaman en Andalucía al árbol citado.

 

 

Malauva.

Persona de mala condición, de malas entrañas; malasangre; se predica también de quien tiene malas pulgas, y es de trato difícil; persona de la que, familiarmente, se dice que tiene sus días. Seguramente es un eufemismo que evita el término malsonante "mala leche". Álvarez Quintero, en La suerte, escribe: "...ahora, por sierto, la corteja un malange que ha venío a la feria, que no se la merese. Ladrón, antipático, malauva".

También pudo decirse de quien al emborracharse tiene un comportamiento patoso, vil y miserable; sujeto que no tiene buen beber. "Hazerse alguien una uva" era tanto como emborracharse, ya en tiempos cervantinos.

 

 

Malcarado.

Sujeto de aspecto repulsivo; mal encarado, sayón; persona que infunde temor por su apariencia. El poeta madrileño Juan Bautista Arriaza, a finales del siglo XVIll, usa así el término:

 

En esto, con su capa colorada

sale a la plaza un malcarado pillo,

puesto en jarras, la vista atravesada,

y escupiendo al través por el colmillo.

 

 

Malcontento.

Bulle-bulle; persona inquieta y revoltosa, amiga de broncas y alboroto, que por todo muestra disgusto y a todo pone malas caras, siendo de difícil trato y contentamiento. Jerónimo Cáncer, en una comedia suya de la primera mitad del siglo XVII, escribe:

 

De vos estoy mal pagado;

y aunque quejoso me muestro,

no imaginéis, gran Señor,

que soy de los malcontentos.

 

Y a finales del XVIII, Jovellanos emplea las formas "malcontentadizo" y "malcontento" en contextos similares: "En aquel teatro, sobre estar lleno de gentes melindrosas y malcontentadizas, hay muchos figurones y envidiosos".

En cuanto a "malcontento, descontento", el mismo autor escribe: "Tendremos el gusto de hacer muchas cosas útiles y buenas en beneficio de ese hermoso país, a pesar de los envidiosos y malcontentos".

 

 

Malcriado.

Maleducado; que carece de educación adecuada; descortés e incivil, que no ha aprendido a comportarse en público, mostrándose antojadizo, caprichoso, arbitrario e insolidario. Se dice normalmente de niños y muchachos consentidos, de mala crianza. El jesuita del siglo XVII, Juan Martínez de la Parra, en su Luz de verdades, describe así a dos individuos de pésima conducta pública: "Tan adelantados, por no decir tan atrevidos; tan iguales en todo, por no decir tan malcriados; tan llanos, por no decir tan groseros que apenas se podrá distinguir cuál es el padre y cuál el hijo".

 

 

Maldiciente.

Malandrín que tiene por costumbre maldecir de todo; persona crónicamente descontenta y aviesa que anda buscando motivos de queja, blasfemando y jurando de continuo, sin encontrar cosa que sea de su agrado. Lucas Gracián Dantisco, en su Galateo Español (1582), hace la siguiente consideración al respecto de los maldicientes: "No se debe decir (...) mal de nadie, pues al fin cada uno se guarda del caballo que tira coces. Por esto, las personas cuerdas huyen de las lenguas de los maldicientes".

También se dice del detractor, del malsín, de quien acusa por hábito. Lope de Vega emplea así el término:

 

Cuánto les debo, me acuerdo,

puesto que conozco yo

que algún maldiciente habrá

que no me tenga por cuerdo.

 

En la segunda mitad del siglo XVII, el Padre Juan Martínez de la Parra, en su Luz de verdades, verdadero best-seller de su tiempo, escribe: "¿Saben quién son estos áspides? Pues son los maldicientes (...), son los que, y las que, teniendo todo el día la boca llena de maldiciones, es boca del infierno la suya".

Ha sido término muy empleado antaño con intención crítica, de censura e insulto. Con ese ánimo lo utiliza Bretón de los Herreros mediado el siglo XIX:

 

Que hable y murmure un barbero,

eso es moneda corriente;

pero... ¡ser tan maldiciente

un ilustre caballero...!

 

Hoy es vocablo más literario que popular, fuera de uso como voz insultante.

 

 

 

Maldito.

Persona de mala raíz, de condición miserable y ruín. Sujeto perverso, de intenciones dañinas y costumbres degeneradas. Es voz de muy antiguo uso en castellano, hallándose documentada en el Libro de Alexandre, extenso poema de 1240, atribuido a Juan Lorenzo Segura de Astorga, donde se lee:

 

La bestia maldita tanto pudo bollir,

que basteció tal cosa onde ovo a reir...

 

Y en el XVI, Sebastián de Horozco, en su Representación de la historia evangélica de San Juan, pone en boca de Isaac, el siguiente reproche:

 

Anda, maldito, de ahí,

que eres un engañador,

gran mentiroso y traidor.

 

Dos siglos más tarde el término seguía en vigor, con valor semántico similar. El canario Tomás de Iriarte, en las Fábulas literarias, usa así el término: "¿Desea usted vivir en una paz octaviana y aplacar a sus émulos? En manos de usted está. Deles el gusto de aburrirse; tiéndase a la larga; abjure de la maldita secta poética...".

En tono menos hiriente, más familiar, sin el hierro que la palabra tiene, ni su veneno, se empleó la frase "maldito de cocer": individuo enfadoso y liante, terco y apicarado, que pugna por salirse con la suya a sabiendas de que no le asiste la razón. También se empleó en tono de desprecio, expresión del enojo y el enfado que se siente por alguien. En ese sentido lo emplea Bretón, en la segunda mitad del siglo pasado:

 

-¡Ah, maldito de cocer!;

no me quiere para yerno

porque yo no soy marqués,

ni hacendado ni intendente...

 

 

Maleante.

Persona pervertida y ruín, que se dedica a la mala vida, a malearse y malear a los demás. Vicente Espinel, en su Vida del escudero Marcos de Obregón, (primer cuarto del siglo XVII), escribe: "Llegóse cerca de mí un gran maleante, que los hay en Córdoba muy finos...".

En el Vocabulario de Germanía, de Juan Hidalgo, (1609) el término tiene el valor semántico de burlador, persona fementida y perjudicial, que engaña y miente para reportarse ganancia a expensas de otro que es bobo.

 

 

Maleta, maletón.

Como voz insultante tiene los siguientes significados procedentes del mundo de germanías: ramera que va acompañada en todo momento de su chulo o rufián; ladrón que para robar se hace encerrar previamente en un baúl o cofre, del que sale cuando el campo está despejado. En lenguaje figurado: chapucero, individuo que no desempeña bien su trabajo, generalmente referido a los malos toreros. A este uso último se refiere el cuplé de principios de siglo, creación de La Goya, letra de Tecglen y música del maestro Yust:

 

Me ha pretendido un maleta

y yo le he dicho que no;

que un hombre que no se arrima

para qué lo quiero yo.

 

El aumentativo sólo es aplicable a este último significado. En cuanto al origen de estos empleos significativos, debemos decir que se trata de usos metafóricos, caprichos del idioma o floreos verbales que nada tienen que ver con la etimología ni el valor semántico principal de esta voz.

 

 

Malfario.

Gafe; malasombra, persona malhadada que trae desgracias, mala suerte e infortunio sobre los demás. En el sentido descrito emplea el término Serrano Anguita en La Petenera:

 

Sigue, Paco, tu camino,

porque contigo va ya

er veneno de mi sino:

¡Era mi fario verdá!

 

Rodríguez Moñino recoge en sus Cantos populares, las siguientes coplas:

 

Corre y merca un insensario,

y sajúmale ese cuerpo:

Mira que tienes mar fario.

 

Y en el sentido de malasombra, recoge el mismo autor esta otra copla:

 

Anda, que tienes mar fario:

que te fuiste con el otro

porque te subió el salario.

 

Según algunos, es voz de origen gitano, del caló fario = desdicha; según otros, es palabra flamenca, que se corresponde con "malasombra"; pero pudo derivar del término latino fatum = destino, voz de la que procede "malfadado o malhadado, malsinado; de mal sino", persona de mala estrella, nacida en mala hora o momento según los estrelleros horoscopistas renacentistas, bajo un signo (sino) adverso. Es voz ofensiva, temida en ciertos medios afines al mundo gitano y de los bajos fondos, donde el malfario se teme tanto como al mal de ojo. Por otra parte, el término pudo haber derivado por metátesis de farmalio, de donde "malfario", compuesto latino de malum facere = hacer daño, cuya forma primitiva aún se conserva en el habla andaluza, donde es común escuchar los compuestos "mar fario" y "güen fario" con el valor semántico de mala o buena suerte. En documentos latinos medievales aparece así el término: "Mulier si fecerit malfairo viro suo cum homine altero cremetur cum igne...", es decir, que la mujer que hiciera malfario a su marido con otro hombre debe arder en el fuego; en el caso citado malfario es sinónimo de adulterio, pero el adulterio no trae malfario a quien lo comete, sino a quien es víctima de esa villanía.

 

 

Malmirado.

Individuo descortés, de trato tosco y zafio, falto de urbanidad y carente de modales, que pone en ridículo a quienes se relacionan con él; persona desagradecida, que no mira ni repara en lo que debe. Covarrubias (1611) despacha el término diciendo que malmirado es tanto como poco advertido, o persona desconsiderada, que no tiene miramiento para con las cosas o personas. Agustín Moreto, en una de sus comedias, tiene esto que decir acerca del personaje, en el primer tercio del siglo XVII:

 

Cierto que es un malmirado,

viendo que somos aquí

huéspedes, y que por mí

le reciben por donado...

 

Como sinónimo de ingrato, que olvida los favores recibidos, funciona todavía en Andalucía y Castilla; el valenciano malmirat es heredero de este término, muy ofensivo antaño.

 

 

Malnacido.

Indeseable; mala persona; sujeto desaprensivo e ingrato. Se dice también de quien traiciona a los de su círculo más íntimo: la familia y los amigos, desnaturalizándose y yendo contra su gente. Fue y es voz muy ofensiva, que no admite paliativos ni gracias, sino que se dice siempre con gran carga despectiva, de injuria fuerte. En algunos casos y contextos: hijo (de) puta.

 

 

Malqueda.

Persona despreocupada, que queda mal por no poner diligencia en hacer honor a su palabra; sujeto informal que no cumple debidamente con los demás la cortesía que exige la vida en sociedad y las reglas de urbanidad.

 

 

Malquisto.

Aborrecible y odioso; persona que por su aspereza o maledicencia no es aceptada o admitida por nadie en su compañía o círculo de amistad porque no la sufren junto a sí, ni soportan. En cuanto a su etimología, se trata del antiguo participio pasivo del verbo "querer", empleado antaño sin la compañía del adverbio: "No hay cosa tan quista commo la humillddança", escribe en la primera mitad del siglo XIV rabí Sem Tob de Carrión, quien también derivó un substantivo: "malquista" = antipatía. A finales del XV Nebrija emplea la forma con adverbio: "bienquisto y malquisto", con el significado de "bien amado o mal amado, bien visto o mal visto, bien reputado o mal reputado". En tiempos de Cervantes, "malquistar" era tanto como enemistar o mirar a alguien con malos ojos. Rodríguez del Padrón, en su obrita Siervo libre de amor, de mediados del siglo XV, utiliza así el término:

 

Alegre del que vos viese

vn día tan plazentera,

e que dezir vos oyese:

¿Ay alguno que me quiera?

Y ninguno vos quisiese.

Malquisto de vos en quanto

paso la desierta vía,

amadores con espanto

fuyen de mi compañía...

 

Gabriel del Corral, en La Cinthia, obra del siglo XVII, emplea el término como ofensa, incluyéndolo entre otros insultos:

 

 Tu deidad desacreditan,

 Amor, tan baxos respetos,

malquisto con humildades,

y cobarde con desprecios.

 

Santa Teresa de Jesús cuenta en su Vida que al principio era muy "malquista" de las demás monjas. Y Cervantes pone esto en boca de Don Quijote: "Volviéndose Don Quijote a Sancho, le dijo: ¿Qué te parece cuán malquisto soy de encantadores?".

 

 

Malsín.

Chismoso y mal intencionado, que intenta perder a otros con tal de ganar él con ello. Delator, espía y calumniador, que se gana la confianza de los demás para conocer sus faltas y denunciarlas luego. Juan del Encina, a finales del siglo XV en su Cancionero, usa así el término:

 

¡Calla, calla ya, malsín,

que nunca faltas de ruyn...

 

Cristóbal de Fonseca, en su Tratado del amor de Dios, a principios del XVII, escribe: "Conviene defender nuestras orejas de las lenguas de los malsines y aduladores".

Es voz hebrea, de malsín = denunciador, derivada a su vez de lashon = lengua, pues el malsín se va de ella y cuenta cuanto a otro no conviene que se sepa. Se documenta la palabra en Nebrija. Hoy es de uso frecuente entre los judíos de origen turco o griego que habitan en Jerusalén, en cuyas calles hemos podido escucharla de labios de sefardíes, judíos descendientes de españoles arribados al Mediterráneo oriental a finales del siglo XV, tras la expulsión. Fue de uso muy frecuente en la España de los siglos de oro, seguramente por estar al día las denuncias de elementos conversos al tribunal de la Inquisición, donde se dirimían estos asuntos político-religiosos. Era insulto grave, y afrenta que solía exigir reparación.

 

 

Mamahuevos, remamahuevos.

Soplapollas; mamón que lo chupa todo. Es voz formada a partir de "mamar": realizar la felación; y "huevo": cojón. No conocemos documentación escrita del término, por ser vocablo de creación reciente. En cuanto a los elementos del compuesto, la voz "huevo" la emplea en el siguiente contexto erotizado Ventura de la Vega, en Retaguardia, mediados del siglo XIX:

 

La mujer de culo en popa

dos agujeros presenta

para que elija el cipote

el que mejor le parezca.

Como nadie de los huevos

una linterna se cuelga,

fácil es equivocarse; pero sale igual la cuenta.

 

(Véase también el término "mamón").

 

 

Mamarracho.

Llamamos así a las personas informales e indignas de aprecio. Es forma en vigor desde finales del siglo XVIII. La forma antigua del término es "momarracho, moharrache", del árabe muharrag = bufón, persona que anda siempre embromando; esta etimología se cruza con la de Momo, figura mitológica relacionada con el escarnio, la risa y la mofa. De esta última condición procede su vinculación con el mundo del carnaval, del disfraz y de la máscara. Aparte de ser insulto que afecta a la condición moral de la persona, también tiene vertiente ofensiva en lo que respecta al físico. Se llamó antaño momarrache a hombres o mujeres de figura deforme o ridícula. Covarrubias recoge así el término, en su Tesoro de la Lengua (1611): "El que se disfraza en tiempo de fiesta con hábito y talle de zaharrón; y por la libertad que en un tiempo tenían de decir gracias, y a veces lástimas, les dixeron momarraches".

 

 

Mameluco.

Necio, insensato y bobo. También se dice del individuo de aspecto feroz, que no razona, sino que entra por las bravas, sin tratar de explicarse, ni dejar que se expliquen los demás. En La picara Justina, de Francisco López de Úbeda (1605), la protagonista se encara con cierto individuo, a quien dice: "Dígame, mameluco, ¿cómo se ha atrevido a venir a mi casa, que nacen Roldanes de la noche a la mañana...?".

Poco tiene que ver este mameluco con el soldado que servía en los ejércitos de los sultanes egipcios. Sólo guarda de él el nombre: estos guerreros dejaron un recuerdo de fiereza y brutalidad grandes, pero también de gente desprovista de voluntad, como su etimología, "esclavos", ponía de manifiesto. En este sentido recogen el término los escritores del siglo XIX. Bretón lo emplea así, en su teatro:

 

¡Persiga Capricornio al mameluco

que sin pasiones vegetar te manda

cual si fueras de mármol o de estuco!

 

Era insulto frecuente en tiempos de nuestros abuelos; en parte por guardar relación con el término y concepto de "eunuco", o guardián castrado de los harenes turcos.

 

 

Mamerto.

Idiota o imbécil. Es insulto de uso moderno. También se dice del gorrón que mama de continuo, en el sentido de que vive de prestado o de mogollón; mamalón. No parece atinada la teoría según la cual derivaría de los pueri mamerti, o mamertinos, que en tiempos preclásicos eran dedicados al dios de la guerra, Mameros, por las tribus sabelias de Italia central, a los que cumplidos los veinte años se condenaba al destierro..., "conducta estúpida propia de idiotas e imbéciles", ya que a esa edad es cuando podían dedicarse al dios de la guerra de manera efectiva. Sea como fuere, los diccionarios al uso no incluyen el término siquiera.

 

 

Mamón.

Sujeto indeseable y despreciable. Es voz procedente del latín mammare, pero con sexualización del sentido y corrupción del significado. Montado ejemplifica el uso al que aludimos, en su Parodia cachonda de El Diablo Mundo (cito por Cela, Diccionario del Erotismo): "¿Quién es Jove? ¿Do está? ¿Quién se la mama?"; quien lo hace es el mamón, o chupón. A pesar de lo grueso del insulto, "mamón" por inversión de sentido, se utiliza en plan afectivo y cariñoso en ámbitos de la amistad, en cuyos contextos pierde toda fiereza, y equivale incluso a lo contrario: "machote, tío grande", etc. Es lo mismo que sucede con "hijo (de) puta".

 

 

Mamporrero.

Inútil, tonto, maricón. Es término que al insulto une el ridículo del individuo de quien se dice o predica. La acepción principal del término es la de persona que dirige el pene del caballo cuando éste va a montar a la yegua, ayudándole así a encontrar con facilidad el órgano reproductor de ésta para copular. De la bajeza de esta ocupación nació su semantismo negativo, ya que no se necesitan muchas luces ni entendimiento para llevar a cabo una operación que el animal mismo puede desempeñar sin dificultad. Lo de "maricón" vino por el contexto, manipular con la mano la porra u órgano del macho. La etimología es obvia: palabra compuesta de mano y porra. La primera no tiene dificultad de entendimiento, y en cuanto a la segunda, está empleada en sentido metafórico: la porra es el órgano que para la generación tiene el macho. Véase un uso festivo de la palabra en cuestión, en el siguiente Epitafio a una dueña, que se ha atribuido a Quevedo, como tantas obras y opúsculos de cariz semejante:

 

Aquí descansa en eternal modorra,

cumplido de su vida el postrer plazo,

la astuta cazadora cuyo lazo

jamás pudo evitar humana zorra.

Murió de un fuerte golpe que en la morra

le dio furioso un atrevido abrazo,

que era justo muriese de un porrazo

quien vivió de dar gusto a la porra.

 

 

Mandria.

Tonto, haragán, egoísta y cobardón; sujeto pusilánime, apocado y tímido. El término llegó procedente de Italia, donde significa "rebaño", siendo su primera documentación esta estrofa de uno de los Romances de Germanía publicados por Juan Hidalgo (último tercio del siglo XVI):

 

No es posible a tal hombre

quererle mujer del hampa,

porque, ¡vive el alto Coime!,

que me pareze una mandria.

 

El personaje en cuestión no era merecedor del interés de la mujer citada, por ser él un cobarde notorio, de nula presencia de ánimo, incapaz de hacerse valer o respetar por otro: una mandria. De éstos hay un millón en la literatura picaresca española, y en los medios hampescos de los siglos áureos. En cuanto a su etimología, es probable su procedencia del griego mandra= redil o establo. Lo ofensivo del calificativo estriba en que asimila a quien se le aplica con gente borreguil, sin personalidad ni carácter, que se limita a cumplir órdenes y a seguir a los demás, como el Vicente del dicho: que va donde va la gente. Un mandria es un don nadie, una especie de gilipuertas rezagado, y si se nos disculpa: un mierda.

 

 

Manfla, manflota.

Fulana; barragana o manceba; querindonga o mantenida con la que se tiene trato ilícito frecuente. Es voz de germanía que también se empleó para denominar el lugar donde se reúnen para su oficio las rameras. Recoge el término Juan Hidalgo, en su Vocabulario de Germanía, publicado en Barcelona, en 1609, pero que incluyen romances anteriores a esa fecha:

 

Que con la ganancia

desta manflota

compraré a mi rufo

espada y cota.

Con la ganancia

deste burdel

mercaré a mi rufo

espada y broquel.

En esta manflota

no se gana un pan:

mal para la puta,

peor para el rufián.

 

Polo de Medina, en sus Ocios del Jardín, mediado el siglo XVII, escribe:

 

Serás, oh Venus, mi manfla;

yo seré, Venus, tu cuyo:

serás deste Marte, marta

que le abrigues aun porjulio.

 

En cuanto a la etimología, Corominas parece desechar la voz del caló, procedente del sánscrito, manapá = bella y seductora; a finales del siglo XVI los gitanos ya dominaban en buena parte el mundo hampón, como atestigua Cervantes, y su jerga podía haber sido utilizada por la jerigonza agermanada que constituía la lengua de los pícaros, los rufianes y las putas del momento.

 

 


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