Chiquilicuatro, chiquilicuatre. 3 страница



 

La invención de la palabra "cursi" complica horriblemente la vida. Antes existía lo bueno, lo malo, lo divertido y lo aburrido, y a ello se ajustaba nuestra conducta. Ahora existe lo cursi, que no es lo bueno, ni lo malo, ni lo que divierte, ni lo que aburre; es una negación: lo contrario de lo distinguido.

 

Seguramente sea la mejor definición de esta palabra inventada.

 

 

Cutre.

Persona o cosa de mal gusto y apariencia tosca; miserable, cutrón. También se predica o afirma de quien es ruín y tacaño hasta extremos ridículos. Con este significado entró en el DRAE hacia 1843. En cuanto a su origen, nada hay definitivo. Parece que puede proceder de una variante del término asturiano "cotra" = mugre, voz que a su vez proviene del término cuitu = estiércol que se guardaba celosamente para abono. Juan Ruiz, en su Libro de Buen Amor (primer tercio del siglo XIV), emplea así la voz "cutral", derivada de un término antiguo: cuitre, seguramente emparentada con "cutre":

 

Començó su escanto essa vieja coitral:

Quando el que aya buen siglo seyé en este portal

dava sombra a las casas e reluzié la cal:

mas do non mora omne la casa poco val.

 

El valor semántico predominante en la voz "cutral" es el de buey o vaca vieja y decrépita que sólo sirve para convertirla en carne. Así, tiene puntos de contacto con "cutre": miserable y de poco valer.

 

 

D

Esastre.

Calamidad; individuo infausto, que trae consigo desgracias e infortunio; gafe de la peor especie que acarrea sobre quienes se relacionan con él sucesos infelices y lamentables. Es de etimología latina, de las voces dis- + astrum = sin estrella, nacido bajo un mal signo. (Véase "astroso"). También se dice de quien va hecho un fantoche, desaliñado y andrajoso, sucio y malparado; persona rota y desaseada, desastrado*.

 

 

Descarado.

Sujeto que habla u obra con desvergüenza y frescura, sin pudor ni respeto, y de manera muy descortés. En el Tesoro de la Lengua, (1611) Covarrubias emplea el término en el sentido que hemos apuntado: El atrevido que sin empacho y a la cara habla mal de alguien. El poco conocido, pero gran escritor de mediados del siglo XVII, fray Damián Cornejo, escribe: "Púsose como una víbora, y a muy altas voces empezó a maltratarla llamándole embusterilla descarada".

Hoy se tiende a emplear la perífrasis "tener descaro, mostrar descaro", y cuando se usa el adjetivo se hace apeando la "d" propia del participio: "descara(d)o".

 

 

Descerebrado.

Que carece de cerebro o ha perdido el juicio; individuo precipitado y loco; tonto. Es acepción moderna, ya que hasta finales del siglo XIX se entendía por tal la persona a quien se le había descalabrado la cabeza de un golpe o una pedrada.

 

 

Desgraciado.

Que carece de gracia física. Persona desagradable. Se dice también del individuo vil, capaz de cualquier fechoría, que llevado de su inconsciencia suele meterse en líos y problemas incomprensibles y complejos. También se emplea para calificar a quien nunca tiene suerte, e invariablemente tiene mal suceso en todo lo que emprende. Una copla del siglo pasado dice así:

 

Pensando en ti me dormí,

hermoso cielo estrellado;

desperté y me hallé sin ti...

¡Qué sueño tan desgraciado!

 

 

Deslenguado.

Desvergonzado y mal hablado; también se dice a los tales "lenguas de hacha, lenguas de víbora, malas lenguas", por lo cortante y áspero de su vocabulario e intención. Fray Luis de León, en pleno siglo XVI, emplea así el término: "...Cual es la subida arenosa para los pies ancianos, tal es para el modesto la mujer deslenguada".

En su tiempo, la definición de este tipo de "fresco" era la que da Covarrubias en su Tesoro: "El que tiene mala lengua y de todos habla mal". Hoy tildamos de deslenguado a quien es procaz y de lengua excesivamente libre, más desenvuelta de lo que conviene al trato y costumbres.

 

 

Déspota.

Persona que trata a los demás con dureza, abusando de su poder, de manera tiránica, particularmente a subordinados y miembros de su entorno más próximo. Procedente del griego despotes = amo, dueño, señor, es término que empieza a utilizarse en España hacia mediados del siglo XVI, en obras del historiador Gonzalo de Illescas, aunque bajo la forma "déspoto": "Esta liga y confederación dio causa de gran temor a muchos de los vasallos de Andrónico, y entre otros al rey o déspoto de Rusia".

Con el sentido peyorativo actual su uso es tardío, la primera mitad del siglo XIX, en que la Academia incorpora esa acepción. El poeta Quintana, lo emplea así:

 

Al furor de vuestros brazos

caiga rota en pedazos

la soberbia del déspota insolente

que a todos amenaza.

 

 

Desvergonzado.

Que ha perdido la vergüenza. Se diferencia del "sinvergüenza" en que éste no la ha tenido nunca, y el desvergonzado, sí. Es voz de más antiguo uso que aquélla. Covarrubias (1611), escribe:

 

Ay algunos desvergonçados que con mucha libertad piden lo que se les antoja a los hombres honrados y vergonçosos, los quales muchas vezes no osan negar lo que estos tales les piden; y es lo mesmo que salir a saltear un camino, porque aunque lo pidan prestado no tienen ánimo de bolverlo. (...) quien vergüença no tiene, toda la villa es suya.

 

Es voz de censura y vituperio que se dirige sobre todo a la juventud, al menos antaño. Cervantes, en el Quijote, echa a menudo mano del término: "Andad (...) churrillera, desvergonzada y embaidora..:". En su libro Filosofía cortesana moralizada, Alonso de Barros escribe, mediado el siglo XVI, a modo de sentencia: "No hay mozo desvergonzado que en el hablar mucho dude". Y un siglo después, el malagueño F. de Leiva Ramírez de Arellano, utiliza el término en el sentido actual:

 

Muy largo y mal predicó

cierto religioso un día,

y a una mujer que le oía

mal de corazón le dió (...)

"Pues ¿de qué, (con impaciencia

dijo el padre) aquí le dió?"

y el bellaco respondió:

"De oír a su reverencia".

"Pues ¿cómo el desvergonzado,

(dijo el padre enfurecido)

sabe que es de haberme oido,

aqueste mal que le ha dado?"

A lo cual el hombre así

le respondió en un momento:

"Yo lo sé porque ya siento

que me quiere dar a mí".

 

 

Dompedro.

Orinal o bacín para debajo de la cama, donde se hacían los excrementos mayores. Por extensión, pobre diablo; donnadie.

 

 

Dompereciendo.

Pobre diablo, zascandil que hace ostentación de grandes riquezas siendo un pobretón. (Véase también "don", como insulto).

 

 

Don, doña.

Es fórmula del tratamiento cuyo uso antifrástico, o empleo en sentido irónico refuerza el insulto. Con retintín empezó a darse este tratamiento de respeto a quien a todas luces no lo merecía, con la intención de hacer mofa. Este uso se documenta en la literatura medieval. Gonzalo de Berceo en la Vida de Santo Domingo de Silos, o en los Milagros de Nuestra Señora trata de "don" tanto a un fraile como al diablo para zaherirlo y hacerle burla:

 

Dijo y Santiago: don traidor palabrero,

non vos puet vuestra parla valer un mal dinero.

 

Y en El Conde Lucanor, Don Juan Manuel pone en boca de un moro recien casado las siguientes palabras dirigidas a su caballo: "¿Cómo, don Caballo, cuidades que porque non he otro caballo, que por eso vos dejaré, si non ficiéredes lo que vos mandase?".

El mismo uso se hace del "doña" en las Coplas del huevo, de Rodrigo de Reinosa (siglo XV):

 

Para esta doña bellaca,

doña puta reputada,

mala hembra, almatraca,

mal hecha como patraca...

 

En el paso de Lope de Rueda Los engaños, un personaje le dice a otro: "Aguardad, don asno"; y en el El rufián cobarde, se lee: "Dejémonos de gracias, don bruto, andrajo de paramento; y vos, don ladrón, tomad vuestra espada...".

En El Corbacho, del Arcipreste de Talavera (siglo XV), Fortuna llama a Pobreza "doña villana"; y Pobreza trata a Fortuna de "doña loca engrasada", y tras una pelea, en la que vence Pobreza, ésta añade: "Doña traidora, no es todo delicados manjares tragar... doña falsa mala, no es todo en cama delicada folgar...".

Se llegó a tal grado de abuso del "don" que en el Tratado de Nobleza del religioso P. Guardiola, (siglo XVII) se constata esta práctica en chulos de mancebía y fulanas de burdel. En el Quijote, el Barbero llama a Sancho "don Ladrón"; Don Quijote se dirige al leonero llamándole "don Bellaco". Es uso propio de las novelas de caballerías. El Renacimiento había puesto en el ánimo de la gente un deseo de superación que a menudo se quedaba en estos usos esperpénticos. Quien podía se compraba la merced de poder llevar "don". En 1644 costaba este privilegio doscientos reales, y el doble si se quería que el hijo lo heredase. No sorprende que Quevedo, en La visita de los chistes, escriba: "...en todos los oficios, artes y estados se ha introducido el don en hidalgos y en villanos. Yo he visto sastres y albañiles con don".

Se llegó a tal extremo en el uso de los tratamientos que se devaluaron. Desde Berceo al siglo XX se ha dado el título a lavanderas y dioses; a reyes y santos; a los meses del año y a las fiestas; a alimentos y monedas; a moros y judíos. A una monja vieja que atendía el torno en un convento de Madrid, llamaba un familiar mío "sor doña Consuelo del Santísimo Coñazo". Tal ha sido la profusión y abuso que lo que nació para distinguir acabó siendo insultante.

 

 

Dondiego.

Cualquiera; donnadie. Pudo haberse dicho por el nombre de la planta de jardín que abre sus flores al anochecer y las cierra al salir el sol. El dondiego, presume y fanfarronea cuando nadie puede comprobar la verdad de sus fantasmadas, y guarda silencio cuando alguien en la concurrencia puede descubrirlo.

 

 

Donillero.

Fullero; tramposo en el juego. Procede del diminutivo de "don": regalo, dádiva, donillo. Vicente Espinel, en su Vida del escudero Marcos de Obregón (primer tercio del siglo XVII) utiliza así el término: "Eran de un género de fulleros, que entre ellos llaman donilleros". Para embaucar a las víctimas las agasajaban primero, ganaban su confianza, y una vez en casa, bien bebidos y entretenidos todos, los desplumaban haciéndoles mil trampas. Llamar a alguien así fue insulto grave en su momento, ya que equivalía a tramposo, bellaco y ladrón. Ante ofensa de ese pelaje se sacaba raudo las espadas. Hoy es voz desusada. Su equivalente sería "trilero", pero éstos no utilizan naipes, sino el trampantojo de los cubiletes.

 

 

Donnadie.

"Mal se aviene el don con el Turuleque" era expresión que solía añadirse al calificativo humillante de donnadie, por no decir bien en gente de poca calidad el uso de títulos, o presumir de dignidades, pues mal se lleva el "don" sin el "din". (Véase también la voz "don").

 

 

Dundo.

Tonto; sonado; tontonazo. Es voz muy extendida en Colombia y América central. Su uso en España lo fue como sinónimo de tullido y loco: "dondo".

 

 

E

Chacantos.

Sujeto vil y despreciable; persona miserable y ruín; donnadie con ribetes de loco. Quevedo la hace sinónimo de "tirapiedras": persona que no pinta nada en la vida, a quien hoy llamaríamos "mierdecilla".

 

 

Echacuervos.

Alcahuete, tercero, rufián de mancebía o chulo de putas; sujeto embustero y despreciable; también se llamó de esta manera despectiva a los bulderos o cuestores que predicaban y vendían las bulas de la Cruzada, pero las falsas, no las verdaderas. Se llamó también así al charlatán y embaucador que andaba como buhonero de lugar en aldea vendiendo productos pretendidamente maravillosos, prometiendo curaciones rápidas y prodigiosas; así mismo trataba de convencer a los campesinos de que con sus fórmulas los cuervos no volverían nunca a sus campos. Gil Vicente había utilizado el término, y también Sebastián de Horozco, (primer tercio siglo XVI), lo emplea con la acepción de buldero; mientras Juan de Torres, en el XVII, lo usa en su primera acepción de charlatán enredador: "Es oficio de echacuervos, vagabundos y gente que por un pedazo de pan mienten muy largo".

Antes, Lucas Fernández, en su Egloga o Farsa del Nascimiento, (principios del siglo XVI), había utilizado el término en el siguiente contexto:

 

¿Andáys a torreznear?

¿o quiçá a gallafear

por aquestos despoblados?

(...) ¿Sóys echacuerbo, o buldero

de cruzada...?

 

Cervantes pone en boca de Don Quijote las siguientes palabras: "¿... pensarán que soy yo algún echacuervos, o algún caballero de mohatra...?".

Es voz olvidada, usada en los años 1950 en algunos ámbitos rurales castellanos como sinónimo de espantapájaros.

 

 

Elemento.

Sujeto de cortos alcances, algo tonto y necio, babieca; también se usa para aludir a alguien cuyo nombre se omite por carecer de importancia, en cuyo caso funciona significativamente como las voces "fulano, individuo". Pudo haberse dicho de la acepción de la voz "elemento" como sinónimo de cuerpo simple, en el lenguaje de la Física, aunque tal vez sea hilar demasiado fino equiparar simplicidad material con simpleza espiritual del necio. Parece que empezó a utilizarse en la América de habla hispana. (Véase también "quidam").

 

 

Embrollón.

Liante, embrollador; que a propósito confunde y hace que otros se confundan; persona que todo lo enreda para salirse al final con la suya. Cree Corominas que es galicismo, derivado de brouiller = mezclar, aunque también puede ser voz derivada del vocablo latino brollium = bosque, por lo intrincado de éste. Es término de uso frecuente a finales del siglo XVI. Lo documenta César Oudin en su Tesoro de las dos lenguas francesa y española, (primeros años del siglo XVII). Hartzenbusch recoge así el término, en el XIX:

 

Llevaban a enterrar dos granaderos

al soldado andaluz Fermín Trigueros,

embrollón sin igual, que de un balazo

cayó sin menear ni pie ni brazo.

 

 

Enano.

Se dice de aquello que es excesivamente pequeño en su especie. Por extensión, persona de aspecto ridículo y deforme. Desde la Antigüedad han formado parte del séquito de los poderosos, jugando papel importante en las novelas de caballerías. Así, en el Amadís de Grecia, se lee: "Venían con la doncella dos enanos tan feos que ponían espanto...". Era señal de ostentación propia de las casas nobles tener no sólo albardanes o bufones, sino también enanos, mientras más deformes y pequeños, mejor. El Padre Eusebio Nieremberg, en su Curiosa Filosofía, (primera mitad del XVII) escribe al respecto del famoso enano Bonamí, que él vió en la Corte:

 

Así se llamaba un hombrecillo que por la prodigiosidad de su pequeñez fue traído a la Majestad de Felipe III para grandeza de su palacio. Para los que no le vieron se exagera su pequeñez y delicadeza con lo que le pasó a un caballero de esta corte, que en un tapiz le dejó colgado con un alfiler.

 

En su obra El Pasajero, Suárez de Figueroa, (primer tercio del XVII), describe así al mencionado Bonamí: "...átomo de criatura, vislumbre de niño, príncipe de enanos, pensamiento visible, burla del sexo viril, melindrillo de naturaleza".

Antonio de Solís, en una relación de individuos cómicos y bufonescos de la Corte de mediados del siglo XVII, dice: "En cuyo número se contaban los monstruos, los enanos, los corcovados, y otros errores de la naturaleza".

Covarrubias, abundando en el aspecto monstruoso del enano en su Tesoro de la Lengua (1611):

 

Porque naturaleza quiso hazer en ellos un juguete de burlas, como en los demás monstruos, en el espinazo les dio un ñudo, torcióles un arco las piernas y los braços y de todo el cuerpo hizo una reversada abreviatura, reservando tan solamente el celebro, formando la cabeça en su devida proporción. (...) En fin, tienen dicha con los príncipes estos monstruos, como todos los demás que crían por curiosidad y para su recreación, siendo en realidad de verdad cosa asquerosa y abominable a qualquiera hombre de entendimiento.


Дата добавления: 2019-02-12; просмотров: 215; Мы поможем в написании вашей работы!

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