Lo privado personal dentro de 21 страница



En cambio, cabe resaltar los caracteres originales del medio aristocrático, minoría dominante y con posibilidades de despliegue específico a fin de establecer y reproducir, sin dejar de integrar la validades internas, dinámica de risu ascendiente sin rival sobre el resto de la sociedad. La parentela noble, por este solo hecho, es más sensible a la historia, por término medio, que la "familia" campesina: lo demuestra el efecto que tuvieron sobre ella los dos grandes cambios de las formas del poder y del intercambio, a menos que no fuese ella misma la que los determinase, en virtud de su propia evolución.

El primero se llevó a cabo, hacia el año mil, con el desencadenamiento de la guerra, con una violencia nueva, en el corazón de las sociedades locales postcarolingias: fenómeno provocado y atestiguado por el surgimiento espectacular de una multitud de fortalezas y motas. El encastillamiento de la aristocracia se vio acompañado de lo que hay que denominar, con una torpeza muy apropiada, su "enlinajenamiento". La nobleza sobreactiva la función parentesco hasta el punto de hacer cristalizar grupos sustanciales fuertemente estructurados, los patrilinajes. Estos se destacan sobre el fondo inarticulado de las redes cognáticas y llegan a amenazar, en un momento determinado, con triturar las "familias conyugales": se trata de un verdadero paroxismo de tensiones que ponen de relieve las llamativas descripciones de los cronistas monásticos exorbitados. En el terreno político, lasegmentación se impone al centralismo; y el parentesco de linaje puede adquirir o recuperar funciones predominantes, proporcionándole a la nobleza la apariencia de una pequeña sociedad arcaica, resurgida de golpe, y muy pronto enquistada. Porque todo ello no es más que una suerte de paréntesis histórico.

Hacia 1180, en toda la Francia del norte, tiene lugar una segunda mutación, de aspecto más progresista. Ofrece ante todo un aspecto socioeconómico: el auge del uso de la moneda, la nueva movilización de los haberes, son el resultado del fuerte crecimiento que llena este siglo y, por uno y otro extremo, desborda de él; como clase consumidora, la aristocracia es la gran derrochadora, y las transacciones desastrosas de "parientes" irresponsables amenazan con precipitarla, por familias enteras, en la ruina material. La prodigalidad culpable de la gente de linaje: leitmotiv de la literatura épico-novelesca (Garin le Loheren, y otras muchas obras de finales del siglo ml), con ecos en Lambert de Ardres y que confirman los legajos de archivos hinchados de la noche a la mañana por el uso multiplicado de la escritura. El derecho de retracto es un buen invento,pero es imprescindible que sus titulares puedan ofrecer al pariente liquidador el mismo precio queel comprador potencial; la rápida desaparición de la laudatio parentum no demuestra en realidad la victoria de la pareja, sino que anuncia el declive del linaje. A éste contribuye sobre todo el segundo aspecto de la mutación: el advenimiento del orden feudal clásico tardío, puesto que hay que hacer retroceder en más de un siglo la cisura entre "primera" y "segunda edad" establecida por Marc Bloch, transfiriéndola de 1050 a 1150-1200. Fijar el derecho de las hijas a la transmisión de los feudos y el de los hermanos menores a obtener el suyo directamente del señor de su padre (frente al de los padres y de los hermanos), y en particular del rey, como hizo Felipe Augusto en el "dominio real", equivalía a concederse medios de acción fatales para el futuro del patrilinaje. La economía y la legislación, conspirando por la ruina de los "feudales" de la primera edad, se vengaron juntas.

Los mundos imaginarios que gravitan en torno de Artur y de o Carlomagno se ordenan entonces, ellos solos, en grandes "gestas" o "parentelas" cuya cohesión sólo se pone de relieve indudablemente (¿mediante la condena o la exaltación?, eso es algo que Puede debatirse) por contraste con una realidad menos pendiente del linaje, y más feudal. Esta literatura abastece a la aristocracia de nostalgias, de sueños de compensación, de argumentos-límite, no de modelos efectivos —como por lo demás parueba suficientemente la condición de la dama—. Pero los linajes de la ficción se atienen a las reglas de la sociología verídica: lo que nos dicen los trovadores sobre la cuota de honor realzada por un matrimonio ventajoso, sobre los deberes imprescriptibles de hospitalidad protectora y sustentadora con respecto a cualquier pariente, sobre la fuerza recurrente, aunque no "instintiva" ni "primitiva", de los lazos de amistad carnal, ha de tomarse al pie de la letra. Semejantes fórmulas encubren una verdad más inmediata, menos embarullada por la dialéctica del derecho y de la práctica social que la de las actas, ya que éstas se ocupan de poner en regla los problemas concretos de una sociedad cuyos gravámenes más reales no nos señalan más que alusivamente: no se sabe si siguen o preceden, si acompañan o contrarrestan su evolución.

Aceptar el desafío de una coyuntura haciéndola cristalizar en forma de linaje antes de dejar que se deshaga no es una posibilidad exclusivamente reservada a la aristocracia: para la seguridad o para la roturación de grandes explotaciones pioneras cabe la posibilidad de que haya linajes campesinos vigorosamente constituidos (por más que carezcamos de fuentes que nos lo atestigüen), pero las comunidades aldeanas y los apremios del señorío vuelven inútiles o imposibles, probablemente, unas coalescencias semejantes en los lugares y los momentos que nos han ocupado. Por otra parte, no han faltado otras épocas que también han conocido el linaje noble, bajo una forma cercana a la que estamos considerando: durante mucho tiempo, los patriciados en expansión esbozarán, como los Érembaud, y con mejor resultado, los contornos de un genus mientras que algunos antiguos aristócratas resueltos a no verse arrastrados por el declive social se empeñarán en reafirmar, al mismo tiempo que su clientela, los sentimientos y las prácticas del linaje en su núcleo sustancial.

Mejor que dejar al lector, in fine, en presencia de las seducciones superficiales del escorzo macrohistórico, sería llamarle una vez más la atención sobre las lagunas de nuestras observaciones y la dificultad casi irremediable, si se tiene en cuenta la lejanía, de apreciar un conjunto de "vivencias" en relación con el linaje o con la auténtica realidad conyugal. Sin embargo, si las redes del parentesco nos dejan la imagen de un mundo extraño, las raras e indirectas confidencias de los "feudales", sus gritos y sus silencios igualmente significativos no nos los hacen sentir tan distantes.

D . B .

La vida privada de los

Notables toscanos en el

 


Umbral del Renacimiento

Lo mismo que el precedente, este cuadro pone principalmente en escena a la clase dominante. Pero es incomparablemente más preciso. En efecto, en tres siglos, el material documental de que dispone el historiador ha aumentado muy considerablemente. A los abundantes vestigios que se conservan de la civilización material, a lo que los pintores nos hacen ver, a los inventarios de los que rebosan los archivos notariales, se añaden en particular, en esta región enormemente avanzada, la región florentina, que hemos escogido como primer testigo, los diarios domésticos, las memorias y, en fin, las reflexiones de los moralistas, profesionales o aficionados, que prestan una atención inédita a los problemas de la vida privada. Para en adelante, la vida privada ha salido definitivamente, en Europa, de la penumbra de su protohistoria.

G . D .

Los medios privados, inventario y descripción

El ser humano no está hecho para vivir solo —salvo particular vocación, de eremita o de bandolero—, es un animal social o, por emplear a este propósito la opinión aquí resumida del franciscano veneciano fra Paolino (1314): Fagli mestiere a vivere con molti. Con molti, con muchos otros, pero sin desorden. Vivir en sociedad quiere decir participar, sigue diciendo Paolino, en tres medios ensamblados entre sí: la gran comunidad política, ciudad o reino (u otro distrito), el grupo de vecindad (vicinato) y la casa. Desde esta óptica, ampliamente compartida, los grupos particulares se delimitan dentro (le la esfera pública (ciudad o reino), grupos dotados de autonomía y que cabe calificar de privados. La casa (casa, ostau, etcétera) representa su corazón, pero no encierra la totalidad de la vida privada. Esta desborda de la familia y la vivienda, e impregna un medio más abierto, el vicinato de nuestro franciscano. Hablar de vecindad equivale a insistir en la solidaridad de los vecinos, de las gentes destinadas a codearse cada día, si bien las antenas privadas que prolongan la simple existencia doméstica prosiguen más allá su despliegue y de manera más multiforme en la vasta comunidad (ciudad, cantón) que alberga a cada uno. Antes de franquear el umbral de lo privado habrá que empezar por averiguar dónde se encuentra.

La familia

Vivir en privado es ante todo vivir en su propia casa, en familia. La familia constituye el corazón de lo privado: es un convencimiento unánime. La casa, el hogar, su privacidad, lo más indispensable y lo más cálido, se percibe a veces como un ámbito estrecho. Siempre de acuerdo con Paolino, ha de comprender al marido, a su esposa, a sus hijos, y nada más, salvo una criada para servirlos, cosa a sus ojos notoriamente indispensable. Ciento veinte años más tarde, L. B. Alberti presenta de la familia la misma versión reducida. El marido, los hijos, la esposa, criadas y sirvientes, "esto es lo que se llama una familia". De creer a estos moralistas, la primera célula privada, el verdadero hogar se halla desde luego representado por la pareja. ¿Es esto cierto? ¿Habían adquirido las parejas su autonomía en la Italia de esta época?

Gracias a las declaraciones establecidas para cada contribuyente, se puede entrever la composición del hogar italiano a partir del siglo XlV. Sucede efectivamente, y se convierte incluso en regla después de 1348, que la dimensión media de cada hogar resulta escasamente superior a cuatro personas (Bolonia, 1395: 4,30; Toscana, 1427: 4,42; Siena, 1453: 4,28), y a veces incluso inferior (Florencia-ciudad, 1427: 3,80. Lucca, 1411: 3,91), cifras reducidas que parecen aplicables a hogares estrictamente conyugales: padre, madre y dos hijos.

Pero se trata desde luego de medias rebajadas, en razón concretamente de las pestes tan trágicamente presentes después de 1348. Los hogares que vivían a principios del Trecento ofrecían probablemente mejor cariz, y todavía a comienzos del siglo XV hay can-

 Andrea Mantegna,Cámara de los esposos (detalle de la pared norte), h. 1474. Retrato de familia de los Gonzaga, señores de Mantua. (Mantua, palacio ducal.)

tones en los que la gente se amontona codo con codo. Concretamente, es el caso de San Gimignano,donde los campesinos viven a un promedio de seis personas por hogar en 1290 y de más de siete en 1428. Cifras elevadas que hacen pensar que los hogares no se limitan a una sola familia conyugal, hipótesis que se confirma cuando se revisan estos hogares uno por uno; tanto los de media más alta (siete o más personas) como los otros (cuatro o cinco) reagrupan familias de aspecto muy diferente. Los notables trabajos de Christiane Klapisch y de David Herlihy han puesto de manifiesto que en Toscana, donde la media por hogar era de 3,80 en 1427, éstos se repartían en un amplio abanico de muy diversas configuraciones: personas aisladas (viudos y viudas, célibes); simples familias conyugales (con o sin hijos), familias conyugales ampliadas (que albergan un ascendiente en línea directa o no, o un descendiente, un hermano o un primo); y familias conyugales múltiples (matrimonios de padres y matrimonios de hijos, de hermanos, etcétera). El modelo reducido antes definido, la familia conyugal simple, aun cuando predomine (54,8% de los hogares) no acapara toda la realidad, ni mucho menos: hay gente que vive sola (13,5%) y, a la inversa, los hogares no se aíslan forzosamente una vez formados.

 

La atracción de las parejas toscanas del Quattrocento por una existencia ampliamente común es poco intensa en las ciudades (las familias conyugales múltiples sólo representan en ellas el 12%), pero en cambio se manifiesta con fuerza en los medios rurales, sobre todo entre familias ricas: un hogar campesino de cada cinco está formado por matrimonios múltiples, y la proporción se eleva a uno de cada dos entre los mandamás. Podría creerse, ante el descubrimiento de estos hogares patriarcales, que se está ante el primitivo modelo familiar del que al término de un desmembramiento acabaría de surgir el hogar conyugal. Pero esto no es cierto en absoluto. En los siglos la familia rural, por ejemplo en Romaña, aparece formada por pocos miembros, y los hogares superiores a siete componentes son allí excepcionales en las aldeas accesibles a la observación. Pero en cualquier caso, esta forma de cohabitación de los matrimonios se nos revela como ampliamente practicada en las campiñas italianas durante esta época. Lo es en torno de Bolonia (22% de los hogares en 1392, y hasta un 36% en 1451 en la llanura), de Lucca (18% en 1411-1413), y en la Polesina de Ferrara (30% en 1481). Si las condiciones de la vida urbana frenan la formación en la ciudad de hogares múltiples (o multin luceares), estos hándicaps constituyen un obstáculo menor para las gentes acomodadas. Entre los hogares florentinos ricos con rentas de más de 800 florines, alrededor del 15 % comprenden varios matrimonios en 1427. La práctica de esta cohabitación varía en los medios urbanos de un linaje a otro, y de una a otra generación: entre los hogares Rucellai, ilustre linaje florentino, sólo dos de veintiséis (7,7%) están formados por varios núcleos conyugales en 1427, frente a siete de entre veintiocho (25%) en 1480. Entre los Cap-poni, otra dinastía florentina también muy conocida, los hogares múltiples representan el 8% de las familias en 1427, mientras que en 1469 son el 54%. No hay regla fija. Son las circunstancias las que deciden. En estos ambientes, es corriente ver transformarse un hogar de la forma más completa al hilo de las generaciones. Las primeras declaraciones fiscales nos presentan al principio a una joven pareja y a hijos: sus quince años más tarde, los padres han desaparecido pero los hijos, para entonces gentes jóvenes, han permanecido juntos; pasan otros diez años, y nos volvemos a encontrar, todavía unido, el falans terio de las familias que han formado cada uno de ellos; luego se shace de la comunidad fraterna, y es el hermano que se ha quedado en el viejo hogar, un patriarca ya anciano, quien redacta para uso de las distintas familias de sus hijos la última descripción de la parentela.

La existencia de estos hogares múltiples, originarios a su vez de las situaciones intermedias más arriba evocadas (hogares de hermanos huérfanos y de célibes), la suavidad del tránsito de una situación a otra, hacen que la familia numerosa, en virtud de unos u otros de sus avatares —ampliación (parejas, hijos y ascendientes) o multiplicidad— constituya finalmente una experiencia corriente, en uno u otro momento, en la existencia de no pocos toscanos, sobre todo si viven en campo el o pertenecen a la burguesía. Haber vivido así —por algún tiempo al menos— con un abuelo, primos y hermanos casados, tuvo necesariamente como resultado en muchos casos un sentido de la familia estricta y de la privacidad familiar más complejo y más flexible que lo que sugieren los puntos de vista de los moralistas. Las memorias privadas (ricor-danze), redactadas en el siglo XV por los burgueses florentinos, abundan en testimonios sobre el apego de sus autores a aquel tipo de amplia cohabitación. L. B. Alberti, entre otros, ha dejado constancia en repetidas ocasiones, por boca del viejo Giannozzo, de su disgusto al ver a "las familias separarse, entrar y salir por puertas distintas; y nunca he podido sufrir (sigue siendo Giannozzo el que habla) que mi hermano Antonio habite lejos de mí bajo otro techo". Esta concepción generosa es tan corriente que llega a encontrársela a veces registrada y ratificada por las leyes y ordenanzas relativas a la familia y por los mismos moralistas. Un estatuto boloñés de 1287 define la familia como conjunto constituido por padre, madre, hermanos, hermanas y nueras (la familia patriarcal).

Todos estos hogares, por acogedores, abiertos y numerosos que sean, sólo agrupan normalmente a parientes por vía masculina. Los allegados y parientes por vía femenina, incluso los muy próximos o muy desamparados (huérfanos o incluso bastardos), sólo se ven aceptados con reticencia (si bien se los trate, una vez admitidos en el hogar, con hospitalidad y afecto). En cuanto a la servidumbre doméstica, señalada con insistencia por Alberti como normal componente del hogar, se la encuentra como es de suponer sólo entre gente acomodada, donde a veces es numerosa (un criado, cinco sirvientas y una doncella en casa del mercader florentino Bene Bencivenni en 1290; dos criados, dos sirvientas y un esclavo en 1393 en la de Francesco di Marco Datini, el famoso mercader de Prato). Pero no es ésta la norma, y los artesanos sólo tienen servidumbre en algún que otro caso. Los criados no invadirán la vida hasta el siglo XVI.

El umbral del grupo privado no coincide sin más ni más con el del hogar. En la ciudad, como en el campo, todo el mundo tiene tíos, primos, y toda una parentela susceptible de compartir a su manera la intimidad propia de los miembros de un mismo hogar.

Además, la parentela sigue siendo ante todo el linaje, el conjunto de los individuos que descienden de un mismo ancestro por línea masculina, y que además son conscientes de este origen común. Entre los linajes (consorterie, casate o incluso famiglie), que existen, por supuesto en Italia, durante los siglos XIV y XV, pero también por doquier, los más antiguos o los más notorios se habían dado desde hacía tiempo un nombre, testimonio de su conciencia de tales. Semejante conciencia es lo suficientemente fuerte y se halla lo suficientemente divulgada en Florencia, en 1427, como para que un contribuyente de cada tres ostente ya un nombre de familia. La proporción es menor en las restantes ciudades toscanas (20%), y menor aún en el campo (9%), pero se advierte llegado el momento cómo se manifiesta un agudo sentido del linaje entre campesinos carentes de nombre familiar (que conocen a sus primos lejanos y saben que forman parte de la misma consorteria), y esta solidaridad sin ostentación es ciertamente muy frecuente en todos los medios. Sucede además que hay linajes que se han vinculado entre sí por un tratado en un consorzio famigliare con sus órganos, sus jefes y sus estatutos, con lo que a las dos primeras dimensiones (hogar, linaje) viene a añadirse una tercera dimensión suplementaria de lo privado.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 85; Мы поможем в написании вашей работы!

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