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La disposición de la vivienda

 

Las habitaciones únicas de los pobres sirven para todos los usos. Pero si se pasa a las piezas múltiples se advierte que cada una tiene su propia función. Corno por lo demás en cualquier parte de Europa, en cuanto lo permite la amplitud de la vivienda, o simplemente desde el momento en que se dispone de dos piezas (característica de las viviendas urbanas y rústicas incluso modestas), una de ellas se utiliza como sala (estancia) y corno cocina, y la otra como alcoba (camera). La asociación sala-camera parece ser fundamental en todas partes, lo mismo en Florencia que en Génova o en Nápoles. Luego las habitaciones aumentan en número, con la mejora de recursos, y su función se diversifica.

En la campiña florentina, que ilustra probablemente una tendencia más general, los campesinos con medios suficientes para ampliar sus viviendas vacilan sobre las prioridades: ¿locales profesionales o pieza privada? Papino di Piero, de Certaldo, jefe de una familia de seis personas (1456), había añadido a la pareja sala-camera una segunda pieza, así como también una cella (bodega). Otra familia de cuatro miembros, emadás de la sala y la camera, dispone de una bodega y de un cuarto del pan (aun horno?). En uno y otro caso, y sobre todo en el segundo, se ha dado la prioridad a las piezas profesionales. Hay arrendatarios mejor alojados con toda seguridad. El patrono de Maso de Montalbino había puesto a su disposición, hacia 1450, una sala utilizada como cocina, una sala comedor, una alcoba matrimonial, dos habitaciones reducidas para sus dos hijos (para cada uno la suya) y la indispensable bodega. Maso vivía allí a sus anchas. Este era también el caso del granjero de los cartujos, cerca de Lodi: tenía cinco habitaciones a su disposición. ¿Era esto frecuente en tales profesiones? No lo sabemos.

En la ciudad, pasar de dos a tres habitaciones significa ganar o bien una cocina, o bien una camera suplementaria, solución ésta frecuente y fácil de llevar a cabo mediante un tabique en la camera primitiva, tabique desde luego ligero, de madera, de adobe o de una hilera de ladrillos y que no protegía demasiado la intimidad (los cuentistas no prestan atención a los tabiques).

A medida que la vivienda se hace más grande se diversifican como es natural las habitaciones. Son raras las simples casas burguesas que no cuentan con una cel a. Más adelante, las exigencias aumentan con la riqueza. Para el almace a n miento de su parte de aparcería y de sus provisiones, las gentes acomodadas disponen de vastos desahogos: una bodega, sótanos (salas abovedadas en la planta baja, utilizadas como cava o como depósito), una leñera, establos, cuartos y rincones diversos ganados sobre los descansillos o los corredores, sin desdeñar, por supuesto, las habitaciones específicas de la vida privada, las salas y las alcobas a las que se añaden, en los ambientes verdaderamente ricos y sobre todo a partir el siglo XV, los vestíbulos, las antecámaras, la sala de armas, el studio, etcétera, el patio con sus arcadas, y finalmente las loggie, loggie de la última planta donde tomar el fresco en los días de verano, esas loggie que son en los siglos XlV y XV la debilidad de los florentinos, los sieneses o los venecianos, quienes, entusiasmados con el espacio que ellos llaman hago, termanza, corteselle o altane, dan allí rienda suelta a la fantasía y multiplican sus distintas variantes sobre la laguna.

Todas estas habitaciones y comodidades se hallan repartidas por pisos y semejante reparto no se deja al azar. Como es normal, los locales de depósito y servicio están instalados en el subsuelo o en la planta baja con acceso bajo las arcadas del cortil, que desemboca en la calle por el portalón abovedado, el androne. Si la casa tiene jardín, las habitaciones del dueño pueden dar a la planta baja. Las que dan a la calle se hallan, a su vez, eventualmente dispuestas como alcobas, cuando no hay tiendas. Pero donde se despliega el espacio de la vida cotidiana es en los pisos altos. El primer piso, la planta noble, encierra las piezas más prestigiosas, el gabinete de los dueños, la antecámara, eventualmente la sala de armas, el studio, y ante todo la gran sala que llega a veces a ocupar toda la fachada sobre la calle (palacios Davanzati, Guadagni, Médicis). Pero esto no significa que la planta noble se reserve el monopolio de tales piezas ni de su disposición. La sala puede encontrarse en todos los pisos, asociada siempre a una o varias alcobas, y con una configuración a veces idéntica de un piso a otro (palacio Davanzati). Lo mismo si la casa está dividida y alquilada piso por piso que si la ocupa por entero una familia multinuclear, en cada Piso puede hallarse esbozado u organizado un ámbito privado distinto.

El confort del mobiliario es un privilegio urbano. La casa campesina, aunque sea la de un labriego acomodado, llama la atención por la pobreza de unos objetos reducidos al mínimo. El inventario de la sucesión de Zanobi, un campesino de Capannale (Muge11o) muerto en 1406, da impresión de bienestar. El difunto, propietario de las tierras que explotaba, se hallaba bien equipado en material agrícola, toneles, animales de tiro y de corral (tres cerdos); sus provisiones de trigo y de vino habrían sido suficientes hasta la próxima cosecha; no tenía ninguna deuda. Pero en la única pieza en que vivía con su familia (una mujer y tres hijos), el único mueble notable es una cama, un gran lecho de 2,90 metros de anchura con su ropa correspondiente y el cortejo de sus cofres; en lo restante, ni siquiera lo estrictamente necesario. Sí, desde luego, una artesa, un cofre para el grano, dos mesas, una de ellas pequeña y redonda, un caldero, una sartén y algunas cacerolas; pero ni una silla, ni una lámpara, ni un barreño, ni sombra de vajilla de mesa. Sin olvidar las omisiones habituales de los notarios (las escudillas, la cerámica considerada sin valor), es evidente que, en el caso de Zanobi, su prosperidad y su éxito se confunden con los de su explotación. Hacia ella se han dirigido sus desvelos, su ostentación y sus gastos. El mobiliario privado apenas si cuenta, y no faltan campesinos que reaccionan contra él, aun cuando tampoco deje de haber algunos caciques que, más sensibles a los gustos urbanos, invierten algo más de dinero en cofres, bancos, mesas, lámparas, y en suma, mayor comodidad doméstica.

Los hogares pobres (cardadores, etcétera) establecidos en la ciudad utilizan un mobiliario rudimentario también y, en su caso, con bastante frecuencia alquilado. Pero, en estos ambientes, no se trata de una decisión deliberada. La disposición de las habitaciones cuenta mucho en el medio urbano. Enriquecerse, progresar en la sociedad, significa, entre otras cosas, poner cuidado en el propio mobiliario. Como ejemplo entre otros posibles, el inventario de Antonio, pellejero florentino, profesión artesana sin brillo ninguno, ofrece, en 1393, 553 números correspondientes a los objetos repertoriados en las ocho habitaciones de su casa, cuatro de las cuales son alcobas. Aunque lo esencial esté integrado por las prendas de vestir, el mobiliario tiene también su importancia. Antonio dispone de nueve camas, cinco de las cuales al menos se hallan completamente equipadas (colchones, etcétera), de seis bancos (que suman 15 metros de longitud) y de otras cuatro sillas, de dos mesas y de un secreter (tavola da scrivere), y esto sólo por lo que respecta al mobiliario de gran tamaño (sin contar las lámparas, la vajilla y la ropa blanca, sobre las que habrá que volver). Todo ello sobrio, desde luego, pero que abarca lo esencial: camas, sillas, mesa, y todo el inundo sale ganando.

Si se sigue subiendo en la escala del éxito, comerciantes, pañeros, peleteros, mercatores, todos el os han logrado reunir un mobiliario todavía más diversificado. Disponen también de varios lechos, cada uno con su juego de ropa correspondiente, de asientos (largos bancos de dos a tres metros y medio, o escabeles, deschetti), de mesas, tableros de dos a tres metros y montados sobre caballetes. Pero el material (le estos muebles suele ser más noble y embellecedor —roble para los bancos, nogal para las mesas—, además de los restantes objetos que los completan. En primer lugar, están los cofres, bajo todas sus formas. La viuda de un peletero tiene en su cámara una buena decena de ellos, desde aquellos enormes cassapanche que rodean el lecho y cuya tapa sirve para sentarse, hasta los cassoni, cofres trabajados que encerraron su ajuar, los forzieri, reforzados con metal, los cassoncelli —otra variedad de cassone— o la simple caja pintada. Como en el caso de esta señora, los baúles, los cofres, los joyeros, todos esos receptáculos habituales de la ropa y de los objetos de valor (sólo en raras ocasiones se cita los armarios durante el siglo XlV) equipan normalmente en número suficiente las casas de los ricos. Pero al mismo tiempo se diversifican también los restantes y múltiples auxiliares del confort, y en los grandes inventarios se puede encontrar siempre los distintos utensilios del hogar, las lámparas, los recipientes en que se guardan las provisiones —carnes, granos, líquidos—, los útiles de todo tipo, la vajilla, en hierro, madera, cobre, estaño, cerámica, la de la cocina y la de la mesa, en fin, todos los objetos que acompañan desde entonces el bienestar.

Este confort mobiliario comienza a organizarse. La boga de los cofres y arcones se vincula a una necesidad más sentida, más viva, de orden. Los pobres cuelgan sus trapos de largas barras que corren a media altura a lo largo de los muros de sus alcobas. En cambio, el bienestar tiene sus cofres. Este esfuerzo de organización rige también la repartición de los muebles y objetos diversos entre las habitaciones. No todo se halla aún bien definido, en particular por lo que se refiere a las provisiones. La bodega o la volta constituyen junto con la cocina los depósitos habituales, pero algunos amos ejercen sobre sus reservas una vigilancia más estrecha. Un alguacil del municipio de Florencia había almacenado en la sala trigo y carne en salazón y había transformado su alcoba en despensa depositando en torno a las camas (había tres) cuatro sacos de harina de trigo, uno de salvado, un barril de vinagre y cuatro cántaras de aceite. Pero las distintas piezas de una casa no suelen dejar de hallarse destinadas a la función que sugiere su nombre (sala, camera, cocina) con una ventaja particular por lo que se refiere a las alcobas, manifiestamente consideradas como el corazón de la vivienda. El mobiliario de las salas está generalmente formado por una o dos mesas y algunos bancos y taburetes. A estos elementos de base que a veces faltan (hay salas absolutamente vacías) se añaden ocasionalmente algo de vajilla, provisiones y algunos objetos dispares (un tablero de juego, un libro de cuentas, un clíster); y no es raro que allí mismo se almacenen provisionalmente materiales de construcción o leña para el fuego. Sin decoración, parcamente amuebladas, a veces desnudas, muchas de estas piezas inhóspitas es seguro que sólo juegan un papel discontinuo en el mundo privado; sólo se animan en verano o para las recepciones. El aparato de los banquetes, los distintos objetos con que se las adorna entonces, les dan un aire festivo y un encanto que habitualmente les faltan. Al menos esto es lo que sucede a comienzos del siglo xv, porque Alberti ofrece de las sale, en 1434, una descripción más cálida y mucho más halagüeña. Es en ellas donde se celebran las reuniones cuyos coloquios describe con un talento sin igual.

De las alcobas se desprende la impresión contraria, la de un uso constante y múltiple, de calor y de vida. Ante todo, por supuesto, uso nocturno: la alcoba es el lugar por excelencia del sueño y del reposo. Sólo la alcoba se destina a este fin: se duerme ocasionalmente en las salas, en la antecámara, en cuartuchos reducidos (criados, esclavos, niños), pero sólo excepcionalmente se habla de camas en tales lugares. La alcoba se señala en cambio con ostentación a veces monumental.

En el campo, lo mismo que en la ciudad, el lecho es en todas partes el mueble de base, el mueble rey. No disponer más que de camastro o de un jergón es un signo de extrema pobreza. La primera inversión mobiliaria (procedente con frecuencia del padre del marido) se consagra al lecho, a un auténtico lecho familiar. Relatos, inventarios y pinturas enumeran y representan todos los elementos de este prestigioso mueble. El bastidor suele ser de madera, a veces de barro cocido y de una anchura comprendida entre 1,70 metros y 3,50, la mayoría de las veces de 2,90 (los inventarios distinguen sus variedades —lectica, lectiera, lettucio y sus modas— lectica nuova alla lombarda difíciles de identificar pero exentos de impuestos). El equipo íntegro de tal monumento comprende por lo general un somier, un colchón, cobertores, un par de sábanas, un edredón, almohadas y a veces piumacci, cojines de finalidad imprecisa, tal vez simples almohadas traveseras; todo ello completado con sábanas y edredones de repuesto ordenados al alcance de la mano.

Presidiendo así la habitación con la anchura de sus dos o tres metros, su vasta superficie agrandada además por los cofres o arcones que lo rodean y el resalte de la vivacidad de color de una colcha unas veces abigarrada (con trazos de espina de pescado o de tablero), otras roja o azul o incluso blanca corno la nieve de acuerdo con los caprichos de la moda, el lecho se impone por su carácter monumental realzado por los cortinajes. Semejante carácter conserva su discreción durante el siglo XlV. En la capilla Scrovegni, la santa Ana pintada por Giotto, que acaba de dar a luz, descansa sobre una cama muy sencilla, estrecha, desprovista de cabecero y de la habitual corona de sus cofres; el visillo que la aísla no es más que un velo de tejido barato que corre sobre el armazón rústico de cuatro barras de madera suspendido del techo (hacia 1306). Veinte años más tarde (hacia 1328), en la alcoba burguesa donde Simone Martini sitúa uno de los milagros de san Agostino Novello (san Agustín el Nuevo), el protagonista es un lecho, inmenso en este caso, y provisto a uno de sus lados de un rutilante cofre bermellón. Pero no puede verse el bastidor ni cortina alguna. Pasa una generación, y la versión del nacimiento de la Virgen, imaginada para Santa Croce por Giovanni (la Milano (1365), nos pone ante un lecho mucho mejor equipado y que viene a coincidir con las descripciones de los inventarios de finales del siglo. El largo cofre ya habitual bordea la cama en toda su extensión, lo que lleva consigo una sobreelevación del lecho propiamente dicho como si éste se hallara colocado sobre una repisa. Una ligera cortina, no desprovista de elegancia, está dispuesta en forma que puede deslizarse por un riel disimulado por un saliente. Los años siguen corriendo, y los lechos en que, hacia 1430, fra Angélico hace nacer, dormir, sufrir o morir a sus personajes conservan una parte de los caracteres más arriba descritos, ampliándolos a veces. Un arcón ininterrumpido los bordea por tres de sus costados, lo que contribuye a ampliarlos más aún así como a acentuar la sobreel evación de la parte central; la cabecera del lecho se eleva en algunas ocasiones hasta la altura de una persona. Finalmente, su anchura, y la necesidad de acceder a los cofres que los rodean, hace que en ocasiones estos lechos emigren de los ángulos de la habitación a su centro, situación que da un carácter todavía más ostentoso a su monumentalidad. Todo esto se refiere a los ambientes ricos. Con más sencillez, con mayor estrechez, con más economía (abeto o madera blanca), los lechos de las gentes modestas reflejan con frecuencia los mismos modelos: bastidor de madera ajustada, arcones periféricos, cabecera alta, cortinas (fra Angélico: predela de la Pala de san Marco).

En Venecia, a fines del siglo (1495), el lecho en que sueña la santa Úrsula de Carpaccio campea también en el centro de la alcoba, perpendicular a uno de los muros y rodeado por la tarima de su arcón. El cabecero de la cama, que hace cuerpo con la pared, se ha convertido en una obra maestra de refinamiento arquitectónico. Un ligero baldaquino, colocado muy arriba y totalmente desprovisto de cortinajes, sobrevuela el conjunto; lo sostienen unas elegantes columnas de madera, columnas ausentes por cierto del dibujo preparatorio. En otras ocasiones, en Venecia, se han hecho notar otros lechos con cortinas preciosas, dibujos, escenas de caza y toda la profusión del lujo.

La alcoba se halla también animada durante el día, lo está en innumerables circunstancias y en todo momento. Alrededor del lecho hay toda clase de muebles y de objetos que lo atestiguan. Los inventarios de los años 1380-1420 enumeran hasta 200, 300 y más. Bancos, escabeles redondos y hasta mesas, sin contar los múltiples arcones, invitan a sentarse muchos a la vez. Para charlar. Para trabajar. Para rezar también allí mismo, dirigiéndose a las imágenes y objetos de piedad frecuentemente presentes en las alcobas (pendientes de los muros o sobre los muebles), y solamente allí. Este lugar, tan estrechamente ligado a la vida de los dueños y a su vigilancia sobre el resto de la casa, se impone además como la caja fuerte, como el depósito en que se ordena, se amasa y se protege los tesoros. Esta es la razón de ser de los cofres que la pueblan y que juegan a la vez (porque en un cofre se mezclan un tanto las cosas más dispares) el papel de guardarropa para las prendas de vestir (dobladas y no colgadas), de biblioteca para los escasos libros del hogar y para los papeles personales (cartas, ricordanze) del dueño, de caja fuerte para las joyas, de armario para la mantelería y, llegado el caso, de aparador para la vajilla. Una vez las cosas así, aderezar la alcoba no significa forzosamente atestarla. Todo está guardado en su sitio, no hay objetos que anden rodando. No parece que en las alcobas del siglo XlV haya habido demasiadas figuritas de adorno con intención más o menos picante. Su moda sólo se extiende más adelante. Quedan la calidad de los tejidos, la protección de las imágenes, la presencia confortante del lecho, las conversaciones, el va y viene entre los cofres constantemente utilizados, el fasto apacible, la animación, el alma secreta que la habita, todo esto es lo que vivifica la alcoba, la alegra y la convierte en la habitación más acogedora y cálida de la casa.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 75; Мы поможем в написании вашей работы!

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