Lo privado personal dentro de 18 страница



Los "esponsales" de Rolando con la bella Aude, explícitamente llamada así por la Chanson cíe Giran de Vienne, presentan unos caracteres semejantes a los de este tipo de desposorios. Carlomagno le ha pedido la muchacha al tío "jefe" de guerra, luego al tío mayor del linaje (pero no al padre, presente, sin embargo), y la ha obtenido para su sobrino. A la salida del banquete que pone término a las hostilidades, la dama Guibourc hace salir de la cámara a Aude ricamente adornada; la encantadora aparición pasa de las manos de su tía a las de su tío y a las del rey, antes de ir a parar por fin a las de su pretendiente. Este le hace entrega del anillo litúrgico, y ella le paga en retorno con una ensegne o señal que pertenece más bien al ritual cortés. Está presente un arzobispo, que es quien testifica todo esto aunque sin intervenir directamente. Si no hubiera venido el drama de Roncesvalles a interrumpir el idilio, ¿hubiese sido el "matrimonio" otra cosa que una repetición pública de los desposorios, seguidos de las bodas que habrían instalado efectivamente a la pareja al frente de una familia?

Las actas de la práctica efectiva ofrecen numerosos ejemplos de donaciones rituales llevadas a cabo una primera vez en el domicilio de los interesados y luego reiteradas en o ante el santuario —o a la inversa—. ¿No sería susceptible la desponsatio, igual que los otros contratos, de una reduplicación semejante? La Iglesia, según eso, sólo habría realizado una proyección en el dominio público, un redoblamiento en el exterior, de los gestos llevados ya a cabo en el espacio privado donde los sacerdotes, por otra parte, penetraban con mucha frecuencia desde la época carolingia.

Las bodas mismas no pueden transferirse por completo a la plaza pública, ni reproducirse en ella: su momento cumbre es la bendición de la habitación de la pareja o, por decir mejor, de su lecho. El domicilio conyugal se definiría en efecto de modo más exacto como un "lecho" que como un hogar. La benidictio tbalami, tan bien conocida por los historiadores modernistas dedicados a resucitar la "antigua Francia", figura en algunos de los ordines de la Francia del norte durante el siglo es preciso alejar de aquél los maleficios que podrían comprometer la fecundidad de la pareja y las manchas que un adulterio femenino (¡y no las aventuras masculinas!) haría entrar en él. Los esposos ocupan su lugar en el lecho bajo la mirada de un círculo de allegados que no resulta nada fácil definir con exactitud: se contempla juntos a los esposos, y es muy posible que se los deje solos únicamente para la intimidad del acoplamiento. La bendición del sacerdote entra en las costumbres, no sin vacilación por parte de los obispos; y la del padre del esposo viene a competir con ella, en un pasaje de Lambert de Ardres correspondiente más o menos al año 1190. Más que un resto de patriarcado espiritual "de los antiguos tiempos", yo me inclinaría a ver en ello un ensayo de 'apropiación de la autoridad religiosa por el poder doméstico, una lejana prefiguración del famoso padre de Restif de La Bretonne. Porque la solemne escena del lecho nupcial, que sigue siendo o se convierte en la parte más constitutiva del matrimonio (las informaciones de los clérigos del siglo XIII lo demuestran por sí mismas), implica las funciones y los compromisos del poder en y sobre la existencia privada. Sólo a duras penas había logrado la pequeña nobleza verse libre de toda servidumbre, y la hidra del feudalismo seguía extendiendo hasta ella sus tentáculos; el mismo Lambert de Ardres sitúa hacia 1100 el infortunio de una infanzona que, cuando acababa de introducirse en el lecho con su caballero, recibió la visita imprevista del ministerial de un poderoso vecino al que correspondía percibir una tasa de colvekerla que presenta todas las desagradables trazas de una multa por matrimonio extralegal (formariage). ¡La desgraciada enrojeció de vergüenza! A buen seguro, su pudor se sintió menos ofendido que vejada su dignidad social: gracias a una intervención ante la condesa de Guines, logró más adelante que se le anulara la deuda, eficaz militancia por la causa de las mujeres de su condición.

El valor de la desponsatio a los ojos de la Iglesia emerge con toda claridad de una sentencia de Ivo de Chartres: en caso de muerte O de anulación antes de las nuptiae, ninguno de los componentes de la pareja puede casarse (de nuevo) con los hermanos o hermanas parientes del otro. 1,a sentencia emana de un prelado particularmente cuidadoso, como muchos de sus contemporáneos de la prohibición de un "incesto" cuya definición se amplía desmesuradamente: la relación de afinidad, aquí en cuestión, se halla en cuarto grado canónico, y la de consanguinidad, invocada con mayor frecuencia, obliga a controlar cualesquiera relaciones por debajo del séptimo. Como los grados referidos equivalen a las generaciones que separan a cada uno de los parientes, o al más próximo, de un ancestro cotudo, la enormidad de la zona prohibida, sobre todo si se tiene en cuenta la escala de esta sociedad, constituye para los historiadores un pequeño.) enigma. Al extenderla en semejante forma, la Iglesia "carolingia" y, después de ella, aún con mayor rigor, la Iglesia "gregoriana" (a finales del siglo Xl) complican de modo singular la conclusión de los matrimonios: ¿cómo habrían. de poder las gentes modestas, trabadas por las vinculaciones del señorío, salir fuera de su cantón para tratar de contraer matrimonio con no parientes? ¿Y cómo evitarían los bien nacidos los casamientos desiguales sin llevar sus gestiones mucho más allá de su "patria" provincial?

¿Qué es lo que quieren exactamente los clérigos? En su laconismo, las fuentes legislativas callan los motivos, limitándose a ofrecer referencias a las auctoritates que sin duda alguna hubiesen podido seleccionar también o interpretar de otra manera—. Todo se limita, por tanto, a hipótesis. Si de lo que se trata es tan sólo de obligar a los fieles a solicitar las correspondientes dispensas, y a reconocer así el poder de la Iglesia, sería desde luego algo muy maquiavélico —¿y no se toma en este caso el efecto por la causa?—. A donde se apunta evidentemente en primer lugar es a la aristocracia, feligresa directa de los obispos: prelados y monjes no pueden oponer razonablemente un obstáculo semejante a la gestión endogámica de su propio rebaño servil. Respecto de la exigencia de los reyes, pudieron aplicarse puntos de vista más inspirados, en cierto modo europeos: los monarcas del año mil, para no decaer ni volverse "incestuosos", tienen que aguardar la conversión y el ennoblecimiento de los reyezuelos eslavos o escandinavos para. enviar en busca de sus hijas a toda prisa; !a menos que se sientan capaces de aguardar, con la paciencia requerida por la complejidad de la embajada, a que se les otorgue la mano de una princesa bizantina! La cohesión del conjunto franco del siglo lX llevaba así

 

Prerrogativa del obispo: la disolución de un matrimonio, después de haber sido éste declarado inválido. (Siglo Xlll,Digesto, París, Bibl. de Santa Genoveva, ms. 394.)

 

todas las de ganar a lamezcla más diluida de las aristocracias étnicas de la alta Edad Media. ¿Y habrá de creerse que unos clérigos de la sangre más noble, que la historia de estos tiempos muestra siempre muy sensibilizados a la razón de su linaje, se hubiesen tomado muy a pecho colectivamente, en momentos de alza, hacer saltar en pedazos los patrimonios, impidiendo su reconcentración por matrimonio?

La mejor hipótesis, en lo que concierne a las intenciones, es, sin embargo, la de una "confusión": Bernard Guenée sugiere que se tomó en sentido literal un siete simbólico. Se trataba, según las autoridades bíblicas y patrísticas, de evitar cualquier parentesco reconocido, no de extender unas pesquisas especiales sobre toda la parentela efectiva hasta el grado séptimo, como recomiendan los sínodos en torno al año mil. ¿Sería muy osado sugerir una confusión paralela, no exclusiva de la primera pero situada en un terreno más etnológico? Los siete grados definían en otro tiempo, como advierte Beaumanoir, el círculo de los posibles herederos y de los camaradas de la guerra privada, como lo siguen haciendo hacia 1283 algunos derechohabientes del retracto de linaje: la cosa viene efectivamente de lejos, de la "germanidad" a la que la época carolingia quiso adaptar todas sus normas ordenadoras de medida. ¿No se habrían interpretado entonces erróneamente como grupos exógamos determinados círculos que no lo eran, sino que incluían por el contrario la zona de unión preferencial entre los grados quinto y séptimo, de acuerdo con la lógica de los sistemas de cognación? Los padres de la antropología, a su vez, no han acertado a distinguir y precisar, hasta y después de Lewis Morgan, entre endogamia y exogamia "de clan".

Así como no se ha conseguido descubrir los motivos precisos de esta extraña y terrible exigencia, tampoco se ha comprobado con claridad en qué medida se la respetaba. Los mismos reyes, modelos para el "pueblo", se casaron a veces con "primas" en quinto o sexto grado. La Iglesia, por otra parte, acabó por plegarse: al recordar en 1215, en el cuarto concilio de Letrán, la norma prohibitiva de los grados séptimo a cuarto, ¿no estaba consagrando la victoria del sistema cognático tradicional...? A menos que no lo hubiese ya destruido... Y lo más importante es que no cayó entonces en la cuenta de la contradicción en que se encontraba, y que Georges Duby ha puesto de relieve: preocupada por la indisolubilidad de las uniones, proporcionaba en realidad un fácil pretexto para su rompimiento. Como tantos padres defraudados, un Gui de Rochefort atribuye con razón a la intriga la anulación de los esponsales de su hija. La historia de aquella época abunda en maridos que descubren que son parientes de su esposa cuando lo exige su política o su humor; el conde de Anjou Foulque el Ceñudo fue, a fines del siglo Xl, un especialista experimentado en la manipulación de la genealogía con vistas al "divorcio". El argumento sirve también para salir al encuentro del juego contrario: Enrique Beauclerc, duque de Normandía y rey de Inglaterra, impide que Guillermo Cliton, el sobrino al que ha desheredado, encuentre apoyo en la alianza matrimonial angevina publicando su primazgo con la esposa solicitada. Es eyidente que la preocupación religiosa ha sido desdeñada.

Superficial y ambigua: tal parece haber sido, de hecho, la acción de la Iglesia sobre las prácticas matrimoniales de la aristocracia hasta las proximidades del año 1200. La presencia del sacerdote apenas si cambia el sentido de un ritual de "matrimonio", que no es otra cosa que la entrega al marido del poder sobre su mujer en el terreno público y la instalación de ésta como señora del dominio privado: la transferencia de los esponsales ante la Iglesia no arranca la ceremonia a la influencia y competencia de las parentelas. Al contrario incluso de lo que sucede en la Vie de Sainte Ode, el silencio virginal se erige en consentimiento tácito según el sentir de los canonistas. En fin, las garantías ofrecidas a la esposa frente a los virajes del esposo o las revocaciones de alianzas, que no dejarían de representar una aportación apreciable del humanismo cristiano, acaban por verse casi anuladas por el apego incondicional a una norma sorprendente. Incluso en el supuesto de que prevalezca el respeto por ésta, la muchacha extraña introducida en su "familia política", ¿no resultará sospechosa y, como santa Godelieva, perseguida? Las sociedades "arcaicas", de acuerdo con una fórmula que podría sin duda hacer suya la madre de Bertulfo, prefieren la prima a la extranjera...

Las mujeres, la guerra y la paz

La frecuencia de las rupturas espectaculares permite advertir, hacia 1100, una crisis del matrimonio aristocrático: coyuntura propicia evidentemente para la revelación de comportamientos fundamentales. Georges Duby la ha explotado recientemente en este sentido, en una intriga que opone las estrategias de linaje de los "guerreros" a las exigencias de los "sacerdotes": las unas y las otras tienen su propia evolución, y la separación entre ellas aumenta, disminuye o cambia de naturaleza, como por contingencia. El encarecimiento de los esponsales y las nupcias legítimas viene muy a punto para excluir los bastardos; la regla maximalista de no consanguinidad encierra un efecto más ambiguo, dando pie a una confusión de la que no es sin duda la causa primera. ¿De dónde procede semejante confusión? ¿Será la señal de un impulso individualista? Los jóvenes de ambos sexos no suelen sustraerse a una primera experiencia querida por el linaje; pero éste puede suavizar su rigor o cambiar sus razones ante la revelación de una incompatibilidad de humor o de una esterilidad. El fracaso flagrante deja paso a la protesta personal y la justifica. Pero aún nos quedaría por comprender por qué ésta se manifiesta sobre todo hacia 1100.

De hecho, sólo la nobleza justifica un diagnóstico alarmista. El síndrome de inestabilidad se aplica menos a los matrimonios que a las políticas que los gobiernan. El análisis ha de seguir aquí, por tanto, un eje distinto del de la historia religiosa. Bastan algunas razones simples para dar cuenta de la evolución de la condición femenina: no es lo mismo ser la esposa de un guerrero del siglo Xl, implicada en los golpes y contragolpes de la "anarquía feudal", que serlo de un señor del siglo Xlll integrada con él en la fire jerarquía y el imperio pacificador del "Estado monárquico". pero no hay medallas sin su reverso, y de un aparente progreso se derivan efectos no poco complejos.

Los tumultos de la guerra que hace estragos, por doquier, de castillo en castillo, alcanzan su paroxismo a fines del siglo Xl. Necesarias para la tregua entre los linajes y las facciones, las alianzas matrimoniales son tan precarias como ella. ¿Qué será de una mujer cuyo marido se encuentra enfrentado con su padre o su hermano? Los relatos de orderico Vital y de Suger presentan salidas diversas a una situación tan insostenible como ésta.

Guillermo el Conquistador, al casar a sus sobrinas y primas, se las ingenia para convertirlas en sus espías y cómplices. ;Judith denuncia la conspiración de su esposo anglosajón, el conde Waltheof; lo que no le impide presidir un aparatoso duelo tras la ejecución de este último (1075). Roberto el Jiboso se traga por azar la manzana envenenada que su mujer Adelaida había preparado para otro (1060); sólo que, por una inquietante coincidencia, ello ocurre en el momento de su rebelión contra el duque del que ella es prima. La esposa de un señor se coloca a veces a su lado a fin de excitar a la guerra a las gentes de su propia parentela, que están del otro; en un cierto sentido, reina en la fortaleza por cuenta de sus cuñados...

A pesar de todo, las mujeres toman con más frecuencia partido a favor de sus maridos: señoras y dueñas de su casa, tienen mucho que perder si regresan a su linaje de origen. La hija bastarda de Enrique Beauclerc, juliana, había sido entregada a Eustaquio de Breteuil junto con el castillo de Ivry. Juliana se mantuvo al lado de su esposo en la lucha que lo enfrentó en 1119 al duque rey, y dirigió con extremada energía la defensa de aquella plaza fuerte. Mientras tanto, Enrique no dudó en permitir que arrancaran los ojos y mutilaran (se les cortó la nariz) a sus propias Metas, detenidas como rehenes. Pero algunos meses más tarde, durante el otoño que trajo consigo la paz, se aceptó la sumisión de la pareja en nombre de la relación de parentesco: "La clemencia enterneció el corazón del rey en favor de su yerno y de su hija, y le hizo inclinarse de nuevo a la benevolencia"; ¡lo que ciertamente no devolvió su integridad a las criaturas mártires!

Con harta frecuencia, las brutalidades feudales destrozan la vida privada. Suger relata la queja desgarradora de la mujer de Gui de La Roche-Guyon a un cuñado que acaba de asesinar a su marido ante sus ojos: "¿No estabais unidos por una amistad indisoluble? ¿Qué significa esta locura?". La esposa intenta proteger con su cuerpo a su marido que se desploma; la arrancan maltrecha de su abrazo y consuman el crimen precipitando desde lo alto de los acantilados del Sena a sus dos hijos pequeños. ¡Sombrías tintas, para la "primavera de la Edad Media"!

Mediadora impotente o espectadora afligida, la dama opta a veces por refugiarse en un monasterio, bajo la protección y la autoridad del clero. La orden de Fontevraud, como hace notar Jacques Dalarun, sirve de refugio a las víctimas de la crisis del matrimonio político; y las acoge sobre todo cuando se ven irremediablemente abandonadas o la edad las ha dejado fuera de juego. Aunque también hay que representarse a la mujer de los tiempos feudales como instigadora de venganza, participando temerariamente en los conflictos que desgarran y asolan su existencia.

En efecto, los autores monásticos describen con estupor y reprobación a aquellas viragos (término que no rehúyen escribir) que desencadenan por sí mismas la guerra entre sus maridos a causa de sus enemistades mutuas. En 1090, "la condesa Helvise (de Évreux) se irritó contra Isabel de Conches (una Montfort) a causa de algunas palabras desdeñosas y trabajó con todas sus fuerzas, encolerizada, para hacer que el conde Guillermo y sus barones tomaran las armas. Fue así cómo unas simples envidias y querellas entre mujeres inflamaron los corazones de hombres valerosos"... Un escenario idéntico engendra, poco antes de 1111, un conflicto entre Enguerran de Coucy y Gérard de Quierzy: esposas de lengua viperina (y a las que se señala además por su notoria libertad de costumbres) profieren insultos e insinuaciones en privado —lo que equivale a decir con la seguridad de una amplia publicidad— las unas contra las otras. Guibert de Nogent las describe con toda precisión como auténticas víboras lúbricas. Una polemología consecuente sostendría sin duda que ellas estaban allí precisamente para provocar el estallido de los conflictos latentes entre señoríos, entre formaciones políticas objetivamente rivales; en cualquier caso, semejantes descripciones lo que prueban es el ascendiente de ciertas esposas sobre sus cónyuges, su papel de agentes activos en el juego de los enfrentamientos. La guerra feudal, precisamente porque ofrece ciertos carices "privados" y porque este dominio de lo privado se halla sometido a un poder femenino innegable (si no completo), es por ello un auténtico asunto de mujeres.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 79; Мы поможем в написании вашей работы!

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