Lo privado personal dentro de 15 страница



Hacia 1200, la epopeya y la novela han madurado, no sin haberse vuelto tal vez más sosas, no sin entremezclarse la una con la otra. Dispersas desde entonces en múltiples obras, tanto la materia de Francia como la de Bretaña necesitan, cada una por su parte, de una síntesis. Pues bien, es en este momento cuando, por ambas partes, hace su aparición la sucesión patrilineal, y adquiere enseguida un papel dramático central al tiempo que asume una función organizadora en estas sociedades de ficción. Arturo y Carlomagno se debilitan frente a sus barones, a la inversa de un Felipe Augusto del que toman prestadas, no obstante, su brutal ingratitud y su escasa inclinación a arriesgarse. Al margen de lo que ocurra con los individuos, es el Estado el que de todas formas ha cambiado la fisonomía; y al margen de cualquier determinismo, incluso dialéctico, es la lógica propia de esta literatura en expansión la que induce a la representación de mundos completos. Una vez hechas estas advertencias, hay que reconocer que no deja de ser sorprendente encontrar numerosas concordancias entre las fuentes tenidas por más "objetivas" y los tipos de relaciones y de actitudes introducidas en escena por la segunda edad épico novelesca.

Bertran de Bar-sur-Aube reparte a los héroes de la epopeya franca en tres grandes "gestas", o sea "razas" o "clanes" en sentido preciso: la de los reyes, la de los traidores descendientes de Doon de Mayence y la de los leales barones a los que les proporciona un antepasado mediante la creación de Garin de Montglane. Las gestas segunda y tercera se disputan la preeminencia en el reino (seignourie); ésta les interesa más que unos castillos o unos ducados particulares que no son otra cosa que piezas de un juego, con la excepción de las antiguas tierras patrimoniales con las que se hallan vinculados determinados sentimientos.

A partir de entonces, cada una de las obras del ciclo épico puede consagrarse a una de las sucesiones patrilineales más reducidas, presentada como un segmento de la gesta; el personaje principal sólo difícilmente se deja poner aparte de sus hermanos (así en Renaud de Montauban, canción conocida también con el nombre de Los cuatro hijos Aymon). En la primera generación, los cuaherederos directos de Garin de Montglane se movilizan en torno su hermano menor, Girart de Vienne (que da su nombre a la Chanson de Bertran): la reina le ha insultado, por lo que estalla una guerra privada contra el rey Carlos. Llegados con importantes contingentes de vasallos, los hermanos no le escatiman su concurso a aquél de ellos que, por ser el ofendido, representa en esta ocasión el papel de jefe. En presencia del anciano padre se celebra un consejo de "familia": asamblea en la que se escucha el parecer de cada uno. Las relaciones de linaje entre hombres maduros revisten una forma igualitaria; es una simple precedencia la que otorga su valor, alternativamente, a Hernaut, el hermano mayor, y a Girard, señor del país y chevetaigne (capitán) de la guerra. Este último sigue manteniendo una relación privilegiada, de afecto y de relativa autoridad, con su sobrino Aymeri —en detrimento de Hernaut, padre verdadero del muchacho—; así es cómo queda consagrado su papel de educador, de protector "nutricio" de un adolescente al que acaba de admitir en su casa tras haber puesto a prueba su sentido del honor del linaje: Molt traoit 1 sa geste ("era de su linaje" o "se parecía" a él "en muchas cosas").

Con ocasión del asseurement (acuerdo de seguridad mutua con vistas a la paz) que reconcilia finalmente a esta parentela con Carlos, el joven Aymeri rehúsa al principio, el único del grupo, prestar el homenaje de paz; ejerce un derecho que le reconocen las usanzas del tiempo de san Luis, para excusarse de un ritual cuyos actos ostentan en la práctica las huellas del siglo xr. Pero, no obstante, se deja convencer de su incapacidad para proseguir adelante él sólo con la guerra. En el seno de la parentela, encarna a la perfección las posturas arrogantes de la juventud: todavía sin domesticar del todo por la autoridad de los senez (ancianos), tan pronto zahiere a su abuelo en presencia de los suyos, como se adelanta a todos para defender en él, ante la corte, el honor común del grupo cuando un barón irrespetuoso le tira de la barba. Entre los Giroie se advertían cisuras de arriba abajo dentro del mismo linaje, cisuras que oponían a unas ramas contra otras; aquí se detecta otra línea de separación, horizontal en este caso, provisional desde luego y hacia la que convergen tensiones dinámicas más que fuerzas de enfrentamiento fatal, por más que no deje de ser muy real. Sólo que las fuentes latinas lo ocultaban un tanto: lo que hacían era oponer con frecuencia la impetuosidad irreflexiva de los iuvenes a la pausada sabiduría de los seniores, pero no a propósito del organismo del linaje sino de la sociedad global.

En la epopeya que lleva su nombre, Aymeri de Narbonne, el señorito se ha convertido en un anciano señor en los confines de la chochez. Un conflicto latente lo opone a los seis primeros de sus siete hijos: en virtud de un plan de expansión para su linaje trazado a escala del universo, los expulsa de la ciudad y sólo se reserva junto a sí al benjamín, muy niño aún; ello significa evitar las querellas y preservar la integridad del patrimonio, pero también equivale a frustrar a los mayores y poner en peligro una tierra que va a quedar inerme frente a los sarracenos. Al exponer semejante conflicto de generaciones, no es que el autor le esté dando la razón al viejo; simplemente, deja a su público en presencia de argumentos contradictorios de igual fuerza, ante una aporía de la razón de linaje.

En verdad, como pone de relieve Joél Grisward, el grupo de los narboneses reúne y articula las tres funciones (con sus dobles caras y sus dominios distintos) en las que los "Indo Europeos" resumían los modos de acción posibles sobre el mundo y sobre la sociedad. El Panteón de la India o el de los germanos, la historia nacional de los romanos y el linaje del feudalismo: otros tantos "campos ideológicos", según la expresión de Georges Dumézil. ¿No es el parentesco, en muchas de las sociedades "arcaicas", una de las categorías más operativas del pensamiento ordenador? Una vez abierto el campo a la imaginación, pueden introducirse en él, sin relación inmediata con el medio ambiente, las problemáticas de lo uno y lo múltiple, de la diferencia y la identidad, en términos de gemelidad y de consanguinidad; en suma, se vuelve posible interpretar el mundo, con sus contradicciones y sus ajustes.

La presente reflexión no va a aventurarse por este terreno. Me contentaré con una advertencia a propósito del trabajo mismo de los retocadores de los textos, Bertran y sus cofrades. ¿Acaso no reproduce, de hecho, el proceso mismo de invención del linaje en el seno de las sociedades reales? Lo que lleva a cabo más sutilmente, en la simultaneidad y desde dentro, es lo mismo que la historia literaria nos presenta bajo la forma de etapas sucesivas y como una operación fuera de contexto.

La misma evolución hallamos en torno a la Mesa Redonda desde Chrétien de Troyes hasta el poeta anónimo que, arropado en la autoridad de Gautier Map, terminó hacia 1230 el enorme ciclo Lancelot-Grial con el dramático relato de La mort le roi Artu. En contraste con la fecunda emulación individual que reinaba en la corte de las primeras novelas, una rivalidad entre linajes desencadena aquí las fuerzas incontrolables (le la venganza, del odio mortal, y arrastra al mundo artúrico a su ruina. Lancelot y Gauvain, amigos de predilección, se ven separados, trágicamente, por la intriga y la sangre (le tres de los hermanos del segundo.

Los dos linajes patrilineales enfrentados no son del todo homólogos. Li parentez le roi Ban reúne a los hijos (Lancelot, Héctor) y a los sobrinos (Bohort, Lionel) del epónimo difunto. La primogenitura de Lancelot en la rama mayor le vale la dirección indiscutida del grupo, la detentación del patrimonio de Bénoic y Gaunes (sobre los que sus dos primos siguen teniendo, no obstante, un derecho de sucesión) y la cualidad de señor. Su honor de amante en la aventura cortés con la reina Ginebra les concierne a ellos también y le defienden. Por más que, con vistas a la prosecución de su destino personal, se retire con su escudero y se oculte, enarbolando unos blasones prestados para quedarse por algún tiempo al margen del grupo, su corazón sigue manteniéndose transparente ante sus congéneres: hermano y primos entre los que no difieren ni el grado de afecto ni la fuerza de las obligaciones mutuas. Al frente cada uno de ellos de su importante compañía doméstica, los cuatro hombres dan pruebas de una inquebrantable cohesión, lo mismo en el torneo que en la guerra.

Esta hermosa unidad encuentra mayor dificultad para establecerse entre los cinco sobrinos —hijos de un hermano o de una hermana, no se sabe— que forman la parentela del rey Arturo y en los que éste deplora, durante su duelo, la pérdida de su carne. Desde sus respectivos ostels (residencias) en la ciudad, convergen hacia el palacio y se los encuentra reunidos allí con frecuencia en algún recinto o corredor, cuchicheando y murmurando entre ellos como en privado. Pero no comparten los mismos sentimientos, ni definen una acción común: a la envidia y la intriga de Agravain, a los crímenes de Mordret, se oponen la cortesanía de Gauvain o la lealtad de Gahériet. Puede establecerse un palmarés entre ellos: estos dos últimos son, jerárquicamente, los más vaillans (valientes). Menos homogéneo que el otro, este linaje no posee la misma organización jerárquica. De hecho, únicamente el triple luto sufrido a causa del parentesco del rey Ban hace prevalecer en Gauvain el espíritu de "familia" impulsándole a la venganza. A la manera de los héroes de las grandes sagas islandesas, contemporáneas de estas novelas francesas, habrá de mostrarse intratable en las conversaciones parajudiciales, negándose a aceptar cualquier otra compensación por la muerte de Gahériet que no sea la del propio Lancelot, luchando por la consecución de este objetivo con loca obstinación. Exhibe públicamente su "amor" por los hermanos que ha perdido —aunque el término viene a quedar, a lo largo de la obra, muy deteriorado—. No nos engañemos: lo que está en juego sobre todo es el rango del "linaje" en la sociedad global, y éste, que es real, quiere darles a sus miembros la valoración más alta.

El rasgo no tiene nada de anacrónico en el siglo Xlll: incluso sin la precisión estatutaria y monetaria que las leyes "bárbaras" de la alta Edad Media pretendía conferirles, los "precios" o "valores" del hombre, por los que los asesinos indemnizan a los familiares de sus víctimas, al rescatar la paz, se mantienen muy presentes en el espíritu de los "feudales", permitiendo y complicando a la vez la determinación de los rangos sociales. La venganza de los amigos carnales no es algo que se imponga ni a causa de un traumatismo afectivo, ni siquiera como compensación del hándicap infligido en la perspectiva de una lucha bloque contra bloque, sino porque, una y otra vez, se hallan todos interesados en un debate que cuestiona, a través del "precio" de una víctima, su índice de honorabilidad.

La actualidad sociológica de La mort le roi Artu aparece también, en mi opinión, en el contraste entre el parage de Gauvain y el frérage de Lancelot: a causa de la intrusión de una relación vasallática en el seno del linaje, el segundo constituye una novedad de los años 1200, diversamente apreciada y difundida en la aristocracia "feudal" de la Francia del norte, o lo que es lo mismo, entre el primer público de la novela.

Ésta, al igual que la canción de Giran de Vienne, se presenta, por tanto, como una sugestiva mezcla de realidad social y ficción. Tanto la canción de gesta como la novela revelan o precisan algunas actitudes —como la rivalidad de jóvenes y viejos, o la indistinción afectiva entre hermanos y primos— que las otras fuentes se olvidan de relatar o dejan en la penumbra. Se trata de actitudes que se integran en el sistema con una gran verosimilitud; tan sólo la relegación del tío materno (de la que es buen testimonio la transformación de Girart en tío paterno de Olivier, llevada a cabo por Bertran de Bar-sur-Aube) puede suscitar una cierta perplejidad —por más que siga siendo coherente con la exaltación del linaje patrilineal—. Pero en definitiva llama la atención ver hasta qué punto la relación abstracta de parentesco necesita hallarse apuntalada por alguna forma de convivialidad: cada una de ellas, a decir verdad, sirve para manipular la paz. Esta literatura de síntesis se ha dedicado a pintar al individuo en medio de su red de sociabilidad, arrancándolo así de una soledad de ensueño, de un heroico desamparo. ¿No desvela así con toda claridad todas las funciones del parentesco?

La ficción reside únicamente en la atribución indistinta de aquéllas a un solo grupo. Ahora bien, en la práctica, como ponen de relieve el reportaje de Galberto de Brujas y el monumento erigido por Orderico Vital, el linaje patrilineal no podría entenderse sin más ni más como el microcosmos en el que se contrae todo el ámbito del parentesco. Si es evidente que el patrimonio procede de él, la guerra remueve en principio cognaciones más amplias. Veracidad en los sistemas de relaciones, error o, al menos, estilización de los grupos: así es como puede calificarse la aportación de la literatura.

Honor del parentesco y estrategia del linaje

Me propongo, en efecto, utilizar la distinción entre parentesco y linaje como una clave para el análisis. Una distinción que impone la renuncia a la equivalencia de estos dos términos en antiguo francés, reservándose "parentesco" para la relación en general y "linaje" para un grupo particular, definido por la filiación unilineal. Y que permite superar la aparente contradicción entre Marc Bloch, que recomienda la prudencia a causa de la imprecisión de la zona de las obligaciones "de linaje", y Georges Duby, que introduce resueltamente en escena, en sus textos sobre el tiempo de los castillos, unos linajes combativos y conquistadores.

El saber de los juristas belgas relega a veces la sociología, hasta cuando se ha constituido con otros fines y se ha desarrollado conforme a otras exigencias. Philippe de Beaumanoir, antiguo baile del rey, emprende hacia 1283 la tarea de recordar y razonar las Coutumes du Beauvaisis: en los capítulos "De los grandes linajes" y "De la guerra" ofrece una excelente ilustración de las propiedades de la filiación indiferenciada. Cuenta los grados de parentesco según el método canónico: número de generaciones que separan a cada uno de los dos consanguíneos (o al más alejado) de su ancestro común; su pedagogía introduce, significativamente, algunos egos masculinos y determinadas relaciones patrilaterales, pero el contexto demuestra ampliamente que, para él, el parentesco pasa lo mismo por las mujeres que por los hombres. Su definición sirve a cuatro órdenes de cuestiones jurídicas: guerra, matrimonio, herencia y retirada del linaje. Examinemos el primero.

Beaumanoir se plantea el problema concreto de un juez ante cuya presencia son denunciados algunos nobles, que a veces pretenden "excusarse" de sus mefets (fechorías) invocando su participación en la "guerra" de alguno de sus parientes: ¿cuándo se les puede dar la razón? El uso medieval no vincula a este término de "guerra" el epíteto "privada" (cosa que proviene de comentaristas más recientes): semejante forma de violencia no se halla aún privada de legitimidad por el Estado, que lo que procura únicamente es restringir su aplicación: a la clase noble, a los consanguíneos hasta el tercer grado y sin tomar en consideración la relación de afinidad (parentesco por matrimonio). Los burgueses y los hommes de la poesté (lit. potestad) (el común de los sujetos del señorío) no pueden ser "jefes" de guerra; si bien se hallan implicados en la de su señor, si es que tienen uno. En torno del hombre encausado, ofensor u ofendido, la parentela se ordena de acuerdo con un principio de relatividad estructural: los contornos del grupo correspondiente varían para cada individuo. Nada de indecisión, sino por el contrario rigurosa lógica, de la que el legista se sirve como de una categoría a priori para calibrar las leyes de la guerra. Ésta en efecto no la puede llevar adelante uno solo, y no hay nada que permita alinear en uno de los campos mejor que en el otro a los hombres cuyos dos chevetaignes (jefes o adalides) son parientes del mismo grado. Por este motivo no es posible que dos hermanos se enfrenten en guerra, mientras que los hermanastros, cuyo linaje es diferente, por el lado materno, por ejemplo, sí que están en situación de enfrentarse mientras que su parentela común debe permanecer neutral. Y así sucesivamente en toda la zona de solidaridad legítima: los primos de un mismo grado no tienen que tomar las armas; si el grado de proximidad es desigual, han de intervenir del lado del más cercano.

Esto otorga todo su valor a las diferencias esenciales entre consanguinidad y vasallaje, tan próximas, no obstante, la una de la otra, a causa de las obligaciones que entrañan, que Marc Bloch califica a la segunda de parentesco de sustitución. Al margen de la ausencia de jerarquía que le caracteriza, el parentesco parece un vínculo de efectos inevitables; una vez reconocido y admitido, deja de ser negociable. En caso de conflicto de deberes vasalláticos, se puede declarar en compensación que tal o cual lazo de fidelidad es prioritario sobre tal otro y, en virtud de una sutil casuística, aquilatar su contribución militar o financiera. Entre allegados, la ayuda es ilimitada, y el primo hermano no tiene menos obligaciones que el hermano.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 74; Мы поможем в написании вашей работы!

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