Lo privado personal dentro de 16 страница



El argumento del afecto familiar no se acepta ante el tribunal del baile. A pesar de lo cual Beaumanoir lo evoca a propósito de los bastardos (semipari entes, a decir verdad, puesto que no tienen derecho a la herencia, por más que evidentemente les conciernan los impedimentos de matrimonio); hay un amor natural (iy una comunidad de intereses!) que los aproxima a sus semihermanos. De hecho, si bien es cierto que el rigor de los lazos de amistad carnal clarifica el debate, no le hace olvidar al legista la movilización de otras fuerzas. Y éste ha de evitar a su vez caer en la trampa que consistiría en hacer pasar por obligatoria —con menoscabo de una paz pública que aspira por el contrario a reforzar— la ayuda entre allegados: los individuos a los que ésta concierne pueden en todo momento desolidarizarse explícitamente de la guerra, hurtándose a sus peligros, pero también, si se trata de vengadores, renunciando a negociar con la paz. En contrapartida, tienen el derecho de rehusar la garantía en contra del chevetaigne (capitán), a pesar de ser el principal interesado: fuerza del sentimiento del honor parentelar y/o situación paralela a la de la laudatio parentum, cuando la invocación del derecho colectivo cubre tratos personalizados. Formado en virtud de situaciones circunstanciales, el grupo que lleva adelante la guerra no representa ni una verdadera articulación jerárquica ni una firme estructura de autoridad.

La filiación indiferenciada está de acuerdo con la teoría de la guerra privada, al menos en abstracto. Pero nada impide pensar que se acomoda a una práctica preferencial del primazgo patrilateral (lado paterno) lo mismo justamente que la laudatio. ¿Está el Beauvaisis tan lejos de la imaginaria Cornouaille? Entre la regla que preside el razonamiento jurídico y el modelo que domina la ideología caballeresca media una gran distancia, pero las fuentes narrativas y diplomáticas proporcionan la transición. Ahora es el momento de concluir con la caracterización del juego establecido en los hechos entre la función-parentesco (1.°) y la estructuralinaje (2."). 1.° La primera, reducida aquí provisionalmente al caso de la filiación (la alianza por matrimonio se analiza más adelante), es una función, en el sentido cuasi matemático del término. Induce entre los hombres unas relaciones igualitarias (todos tienen el mismo honor), indistintas (se le debe la misma ayuda y afecto a un primo que a un hermano) y marcadas, en el plano de los intercambios por una reciprocidad no tasada. El honor es un capital social que se mantiene y se hace fructificar entre todos, pero cada situación de evaluación (en una cuestión de homicidio o en una alianza matrimonial) vuelve a poner en cuestión tanto el rango como los mismos contornos del grupo solidario. La sociedad llamada feudal reconoce la virtualidad de tales relaciones entre amigos carnales, en todas las líneas, y las actualiza con frecuencia. El excelente matrimonio de Guillermo de Grandmesnil se traduce "en un gran honor para su parentela" (in magno honore consang-uin itatis sue). La muerte en la horca, en tierra de Nesle, de un caballero-bandido afrenta a sus primos: aunque ajenos a sus fechorías y poco sensibles a su suplicio, no por ello dejan de querellarse, aunque en vano, ante san Luis (Guillermo de Saint-Pathus). Estas solidaridades tan amplias, en contra de lo que imagina, con otros Marc Bloch, no comprometen, en absoluto, al individuo. muchos, Le ofrecen, por el contrario, la ocasión de retirarse a tiempo, de extorsionar mediante contrapartidas a los establecimientos religiosos, de invitarse como parásitos en casa de los primos lejanos y de partir "en plan de guerra" con las alegrías del deporte y la esperanza del botín. Y son la garantía de la libertad del noble, el criterio de su rango, el trampolín de su carrera: representan la posibilidad del éxito en su vida pública.

Merece, por tanto, la pena conservar un recuerdo preciso de todos los antepasados conocidos. La conciencia "familiar" de estos hombres, cuando se nos ha transmitido en estado puro, en el grado cero, se revela tan cognaticia corno la nuestra: o sea vinculada a los parentescos por todas las líneas, lo mismo por las mujeres que por los hombres. Así, por ejemplo, a propósito de la de un canónigo de Saint-Aubert de Cambrai, Lambert dice que es "de Wattrelos"; nacido en 1108, su genealogía se redacta en 11.52; una genealogía virgen (le cualquier manipulación consciente, porque emana de un clérigo relativamente liberado por su condición de su linaje de Origen, un linaje de la pequeña o de la mediana aristocracia. Siente idéntico interés por sus dos ascendencias, paterna y materna: se cita de cada lado el mismo número de parientes. Y se encuentra tanto menos dispuesto a desdeñar la segunda cuanto que ésta parece ser algo más honorable —fecunda cuando menos en eclesiásticos que le han abierto el camino del claustro a nuestro joven—. Diseminadas en su autobiografía (de hacia 1115), las alusiones de Guibert de Nogent a los suyos, a sus consanguinci, dejan entrever un tesoro memorial del mismo tipo.

2.° El orden de exposición adoptado por Nogent da, sin embargo, prioridad a los hombres sobre las mujeres, a los mayores sobre los más jóvenes. "En su ánimo", comenta Georges Duby, "su familia paterna se ordena como una 'casa', como un linaje de guerreros, en el que cuenta enormemente el mayorazgo". La operación que consiste en destacar, sobre el fondo de este cuadro de parentesco indiferenciado, la imagen de un patrilinaje resultaría muy fácil; haría aparecer una formación concreta, construida sobre y trabajada por las oposiciones hombres/mujeres, mayores/menores, subyacentes en todo lo expuesto. De un grupo así, que las sutiles selecciones de la memoria revelan perfectamente, la casa de Wattrelos vendría a ser ciertamente el núcleo de cristalización; si Lambert no llega a darle todo su valor, ello se debe a que, a diferencia de los genealogistas domésticos, no es un miembro de la propia familia, sino uno de aquellos hijos que salieron de ella para establecerse al margen.

El linaje se asemeja a una estructura política elemental sin serlo del todo. Lleva a cabo la unidad de sus miembros de cara al exterior, utilizando para este fin las propiedades de la funciónparentesco. Pero también, y sobre todo, mantiene y hace aceptar entre ellos disparidades en cuestión de beneficios: asimetrías en el reparto de la herencia, rigor drástico en el de los papeles sociales, en particular en lo tocante a las trabas para el matrimonio de los segundones. Al tiempo que oculta los enfrentamientos internos (que no dejan de ser factores de dinamismo), la genealogía legitima su resultado; y, por otra parte, se pone al servicio del compromiso del grupo en la competición pública.

Por este lado es por donde hay que buscar las coacciones efectivas ejercidas sobre el individuo; coacciones que son la expresión de una estrategia, no la emanación de una mentalidad. El sacrificio de los más jóvenes constituye, en la Francia del norte, una maldición propia de la aristocracia. El linaje suscita la prevención de sus hijos clérigos, suspicaces con respecto a los lazos de la carne e impotentes, no obstante, para desentenderse de ella por completo; compromete (como se verá más tarde) el equilibrio (le las parejas formadas o rotas por su política; y les discute al hombre y a la mujer nobles sus momentos y sus espacios de vida privada.

Los infortunios de la pareja

El patrilinaje tiene que ver necesariamente con una pareja, dueña de una familia y procreadora de hijos; a ella le debe su sustancia. Aun cuando no se la nombre en el lenguaje corriente, ¿acaso no se halla situada en el corazón de la "familia", a pesar de lo que pretenda Marc Bloch? El grupo de parentesco "feudal" más activo y típico es una comunidad amplia, de intereses y de afecto a falta de una corresidencia permanente, entre hermanos y primos ya adultos. Las miradas convergen sobre una casa grande, situada en el corazón del patrimonio ancestral, erigida en santuario del prestigio del linaje, y cuya dirección pasa desde los abuelos al hijo mayor ryasu esposa. El señor y la señora que reinan conjuntamente en el castillo —al menos en la parte residencial de la planta alta— pertenecen totalmente a la historia de esta época.

A pesar de lo cual, la pareja no es el marco que conviene al estudio de la condición femenina y de las relaciones entre esposos; como tampoco lo es el triángulo formado por la asociación maliciosa del amante cortés... Algunos mediocres polígrafos, que no tienen de científico ni la voluntad ni la práctica y que hacen pasar por divulgación la simple ostentación de su vulgaridad, divagan a placer y sin talento sobre los tenias entrelazados de la dama adulada, fascinante y altiva, y de la mujer víctima, encerrada y sumisa: ¡tristes tópicos! La mujer no constituye por sí misma un buen tema, ni "en el tiempo de las catedrales" ni en otra época cualquiera: la diversidad de las clases sociales y de las sucesivas o simultáneas situaciones (esposas, hermanas, madres) de las interesadas tendría que imponer un plural; pero sólo deberían considerarse las relaciones entre grupos, masculinos, femeninos o mixtos. Le donjon et les beaux-fréres ("La fortaleza y los cuñados"): ¡lo que haría un título!

Es preciso, en efecto, dejar a marido y mujer en su frente a frente ambiguo y secreto e interesarse con prioridad por el grado de integración de la esposa, y luego (le la madre, en el linaje que la ha acogido, así como por la naturaleza de los lazos que conserva con el que la ha entregado. La época "feudal" no es evidentemente la única en que se imponen estos temas, tan justamente bosquejados por Marc Bloch, pero la sumisión de muchos matrimonios aristocráticos a imperativos políticos les proporciona aquí una importancia particular. ¿Rehén de los unos o instrumento de los otros? He aquí un verdadero problema, para una historia de la dama en el tiempo de los castillos. Sin creer en su ilimitado alcance, me propongo examinar en estas páginas en todos los casos las determinaciones sociológicas, antes de intentar la restitución de algunas "escenas de la vida conyugal" o de plantear los problemas del margen de maniobra individual.

La elección del consorte

Para analizar un sistema de parentesco hay que describir la manera con que los hombres intercambian mujeres. Brutal en apariencia, esta fórmula de Lévi-Strauss no tiene por qué producir la impresión de que éstas sean objetos puramente pasivos; sólo ha de aplicarse a un cierto nivel de inteligibilidad o de artificio y no prejuzga comportamientos ni relaciones de poderes efectivos. Un padre "entrega" su hija a un yerno que la "toma" como mujer: las expresiones medievales se mantenían aún en uso no hace tanto tiempo.

Las sociedades "primitivas" y "arcaicas" reglamentan concienzudamente los matrimonios: prohiben el "incesto" con las parientes próximas o las uniones con mujeres de una determinada línea (paralela) y prescriben la unión legítima con esta o aquella prima más lejana o "cruzada".

El sistema de intercambio generalizado de la alta Edad Media es uno de los más complejos entre los que parecen lógicamente posibles y están históricamente comprobados. Se lo denomina, en etnología, cognático, porque toma en cuenta una filiación indiferenciada: mediante la exclusión de las primas de todas las líneas hasta un grado determinado, generalmente el cuarto. Modificar el número o el método de cómputo de estos grados no cambia necesariamente la marcha del sistema: de cualquier modo, obliga a los grupos interesados en el intercambio a hacer su red de alianzas a la vez más extensa y más floja; abriendo así la posibilidad al juego sociopolítico. Es algo así como una transición entre las sociedades "arcaicas", que indican con toda precisión a cada uno cuál habrá de ser su cada una, y nuestras sociedades "modernas" que los sitúan a ambos, así como a su parentela, en presencia de un número elevado de posibles cónyuges, ofreciéndoles a la vez la posibilidad y la perplejidad de la elección.

Sin embargo, el estudio de Françoise Héritier sobre los sistemas cognáticos muestra la tendencia, apoyada en una necesidad sociológica, a la elección de esposa justamente en los primeros grados de consanguinidad permitidos. Esta práctica preferencial permite ciclos regulares de intercambio; y conserva en favor de la función-alianza toda la importancia que tiene para la cohesión de conjunto de un grupo de dimensión limitada. ¿Se la puede descubrir en la aristocracia de la Francia del norte, durante los siglos Xl y XII? Faltan trabajos de investigación sobre este punto, porque faltan también fuentes adecuadas; ni siquiera se sabe si la ampliación de la zona prohibida por la Iglesia, desde el cuarto grado canónico al séptimo, se tomó seriamente en consideración. A falta de cuadros de parentesco, Françoise Héritier señala un párrafo interesante del cardenal pregregoriano Pedro Damiano, al que cabría añadir el preámbulo de una carta laonesa de 1177: ambos textos indican claramente la oportunidad, cuando se alarga la línea de parentesco entre dos grupos, de reavivar la caritas mediante una nueva alianza. ¡Los clérigos medievales hacen algunas veces antropología sin saberlo!

La especialista de El ejercicio del parentesco les ruega por lo demás a los medievalistas que afinen la definición de los grupos interesados en el intercambio. Como ya había visto Marc Bloch, la filiación indiferenciada no permite fijar los contornos de grupos permanentes; cada matrimonio remodela la familia. Pero si el linaje patrilineal, enraizado en una casa dominante y en un patrimonio a salvo, mantiene efectivamente el juego, sobre un fondo de amistad carnal cognática, entonces habrá de considerársele como el verdadero compañero del intercambio matrimonial, con sus homólogos. Será el que intervenga concretamente para ofrecer sus hijas y aceptar a la esposa de su jefe. Que un príncipe decida algunos grandes matrimonios aristocráticos, como lo hace a veces el monarca anglonormando, no lo convierte en un agente de intercambios o casamentero, lo único que pone de relieve es su aptitud para regular las relaciones entre linajes, para adoptar, cuando menos, la postura del regulador.

Algunos grupos de filiación unilineal practicarían, por tanto, la alianza de acuerdo con los principios de la filiación indiferenciada: de donde la posibilidad de un cierto juego, de un margen de indeterminación que permite verdaderas estrategias. Los historiadores comienzan a conocerlas mejor. En busca de prestigio, los linajes tratan de encontrar para el primogénito una esposa de rango superior o igual al suyo, prefiriendo aguardar un cierto tiempo mejor que contentarse con alianzas inferiores. Cuando se confeccionan cuadros genealógicos completos de "familias" de señoras o de caballeros de castillos sorprende la constancia de semejante preocupación. Las hipergamias masculinas, menos frecuentes sin duda que las simples isogamias, pero mucho más cotizadas que éstas, permiten la irrigación de los patrilinajes por la sangre de los reyes, de los príncipes y los condes, en un flujo periódico que reaviva su nobleza y asegura la cohesión de la clase dominante. Un buen matrimonio realza el rango del marido y de los de su linaje: esto es algo cuya huella se conserva corno algo precioso en las genealogías "domésticas". En cambio, se olvida con mucha más facilidad a las jóvenes cedidas en matrimonio: al hacerlo así, ¿no se ha comprometido el linaje con algo menos honorable que él? Y, sin embargo, la donación de una esposa no es nunca un puro favor; forma parte del número de los "obsequiosqueobligan", de acuerdo con la expresión de Jean-Pierre Poly y Eric Bournazel para designar los feudos. La circulación de mujeres de arriba a abajo de la escala entraña el alza compensadora de prestaciones de servicios. Hay auténticas cadenas de obligaciones, a veces relacionadas con las del vasallaje, que anudan también los diferentes estratos de la aristocracia. Pero hay que andarse con precauciones: la superioridad de quienes se hallan en situación de poder ceder mujeres no es un dato universal; la sociología comparada pone de manifiesto que aquélla se deriva de un a priori cultural y sugiere que tiene que ver con la forma "feudal" o "parafeudal" del sistema político.

El ejemplo de los Giroie ilustra con claridad las prácticas de las alianzas de matrimonio: se tiene interés en casar a todas las jóvenes puesto que significan para el grupo otros tantos aliados, incluso deudores, y en cambio en restringir las uniones legítimas de los muchachos, origen de una enfadosa proliferación de herederos, puesto que en materia patrimonial es la agnación la que prevalece netamente. La relegación al convento de las dos hijas de Ernaud d'Échauffour es el signo de una exclusión del juego político normando, el estigma de una declinación de esta rama.

En esta sociedad, hay mujeres que conquistar: a través de ellas llega con más frecuencia el prestigio que no la herencia tangible de un castillo, pero ello es suficiente para desencadenar una viva competición. Aunque el ascenso social del miles dichoso en amor no represente, a decir verdad, más que un afianzamiento en su clase. Georges Duby ha analizado cuidadosamente la nobleza/caballería del Máconnais en torno al año 1100: por más que todos sus miembros tengan en el fondo el mismo origen, en la vieja aristocracia (la "de siempre", se siente la tentación de decir, anterior a buen seguro al año mil), ésta se descompone en numerosos estratos porque los albures de la lucha por los castillos y las desigualdades en el orden de nacimiento han operado la diferenciación. La escasez de los honores provoca permanentemente el desclasamiento de las ramas desfavorecidas o excluidas; la hipergamia masculina provoca o consagra una recuperación provisional de categoría. En un contexto así es donde resultaría interesante observar determinados ciclos de alianzas matrimoniales. ¿No habría que verlos como proceso de reinserción?


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 76; Мы поможем в написании вашей работы!

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