La intimidad privada frente al mundo exterior 2 страница



Llega por fin el momento del matrimonio, con todo su ceremonial. La complicación de un ritual elaborado en el curso de los siglos pone de relieve, una vez más, la importancia de lo que arriesgan los dos medios privados que acaban de encontrarse. El comerciante Gregorio Dati anota en su diario, el año 1393: "El 31 de marzo de 1393 he consentido y me he comprometido bajo juramento a tomar por esposa a Isabetta. El día 7 de abril, lunes de Pascua, le he hecho entrega del anillo, en presencia de ser Luca, notario. El 22 de junio, un domingo, después de la hora nona, se ha instalado en mi casa, que es la de su marido, en nombre de Dios y de la buena fortuna". Sin romanticismo superfluo, y por supuesto con el ademán impersonal del comerciante, este recién casado registra con toda fidelidad las tres etapas habituales de los inicios de un matrimonio en la Toscana de la época. Así pues, dieron resultado las conversaciones entre las dos familias. El primer contrato sanciona oficialmente el compromiso mutuo de estos dos grupos de gentes. En los días (en este caso), las semanas, los meses y los años que siguen vendrán los esponsales propiamente dichos. El novio firma ante notario el recibo de la dote (formalidad no mencionada por Gregorio), y a continuación el mismo hombre de leyes recibe los consentimientos y preside el intercambio de los anil os: ni sombra de sacerdote. A su pregunta: "¿Queréis... ? ", responde cada uno de los novios: "Sí", o "Sí, señor" (Meseer si, Poppi, Casentino, 1388); y luego el novio introduce un anillo de oro —o de plata dorada— en el anular derecho de su prometida, y otro semejante en su propio anular (aunque el intercambio puede ser mutuo). Caballeros y doctores tienen derecho, en Bolonia, a dos anillos, y Leopoldo de Austria desposó en Milán, en 1350, a Verde Visconti con tres anillos de oro. El venerable pater familias ro su hijo mayor si él ha fallecido—, que cuenta en adelante con un yerno, le cede entonces oficialmente la autoridad sobre su hija. Como contrapunto burlesco de la ceremonia, sucede a veces que en el momento del "sí" uno de los presentes aseste sobre la espalda del novio un vigoroso porrazo (frecuentemente reproducido en los frescos consagrados al matrimonio de la Virgen) destinado a poner de manifiesto el despecho de la gente masculina local. Y aún queda la etapa número tres, la instalación en el domicilio del marido, el estreno de la vida común. Este bendito momento se retrasa por desgracia con cierta frecuencia, a veces durante meses, o durante años enteros (en no raras ocasiones por cuestiones de dineros nada despreciables), y hay familias en las que abundan las muchachas maritate pero no ite (no conducidas hasta su marido), a causa de que sus padres no han podido reunir la dote convenida. Gracias a Dios, semejantes contratiempos acaban finalmente por resolverse; se forma así una nueva célula privada, que se desprende de las células originarias y se pone a vivir por su cuenta.

Las evasiones clandestinas fuera del ámbito privado familiar

No siempre los amoríos conducen al matrimonio, y es incluso excepcional que ello suceda: el galán es siempre uno de la misma edad, el marido en cambio es mayor. Pero sí que acontece que lleven a otra cosa. Los matrimonios, por su parte, no siempre son ni dichosos ni fieles. Escapar al ámbito privado doméstico es algo que se lleva a cabo frecuentemente con discreción y sin coplas. Pero en este vasto dominio de los amores clandestinos, tan trillado por los cuentistas, tan ocultado por sus usuarios, nada hay que permita contabilizar sus secretos, funestos o no. Sin embargo, son amores que existen en la vida cotidiana, todo el mundo lo repite, ríe o se lamenta de ellos, y tales amores representan para muchos una de las opciones fundamentales de una existencia privada que pugna por afirmarse.

Las sirvientas y las esclavas, frescas y jóvenes como suelen serlo, ofrecen en su propia casa a los hombres una distracción que frena otras escapadas exteriores. Leer las ricordanze burguesas equivale a toparse con sartas enteras de bastardos domésticos. Margarita Datini se queja de sus criadas (1390) y el banquero Lippo del Sega festeja sus setenta años violando a su criada (Florencia, 1363). Esto por lo que hace al fondo del cuadro. En la propia casa, la presencia de primas y de sobrinas puede resultar también perturbadora, sobre todo cuando se comparte la misma alcoba. Ante los tribunales se juzgan con cierta frecuencia procesos por incesto (una prima, una sobrina, contado de Pisa, 1413), y probablemente se trata de una desviación más difundida de lo que se piensa.

Tanto las aventuras pasajeras o repetidas como las relaciones habituales, y los emparejamientos estables se anudan la mayoría de las veces fuera del hogar. Todas las ciudades, y hasta las aldeas (en Liguria), tienen sus prostitutas. Su presencia desafía los siglos, a pesar de los obstáculos puestos por los municipios a su oficio (vestimenta, domicilio, salidas, impuestos). Porque estos mismos obstáculos tienden a relajarse. Se crean burdeles (Florencia, 1325, 1415; Génova, antes de 1336), y sucede que se estimula este comercio como un mal menor, para frenar otros, comenzando por la homosexualidad (Florencia, 1403). La presencia indefectible de las prostitutas, su sorprendente número, sobre todo en Venecia (más de once mil en el siglo XVl), en Roma y en Nápoles, el rango, la riqueza y la reputación mundana de algunas de ellas a fínes del siglo xv en las sociedades romana y veneciana, todo ello demuestra el éxito general de estas damas y su papel en la apertura furtiva —u ostentosa—, a todos los niveles sociales, de las barreras de lo privado estricto.

La homosexualidad de encuentro tiene los mismos efectos, a pesar de crear a veces, entre sus componentes, una intimidad privada más duradera. Los homosexuales aparecen por todas partes — Nápoles, Bolonia, Venecia, Génova—, pero las exclamaciones de los mejores predicadores toscanos (Giordano da Pisa, hacia 1310; Bernardino de Siena, hacia 1420), las flechas de Dante (Infierno, XV, XVI), las discusiones alarmadas de las autoridades y sus severísimas medidas (comienzos del siglo XlV y del XV), todo hace pensar que las ciudades toscanas —Siena, y especialmente Florencia— constituys en sus principales focos (en alemán, Florenzer designaba al homosexual). Dadas las circunstancias, las diatribas de estos mismos predicadores, que ponen los puntos sobre las íes, nos revelan que se trata sobre todo de una pederastia, extendida entre gentes de ocho a treinta años, todos o casi todos ellos célibes. Semejantes prácticas constituirían no tanto una alternativa al ámbito privado conyugal, cuanto una muestra de esas tentativas desordenadas inventadas por los "jóvenes" —forzados a un matrímonio tardío— para forjarse una identidad y una existencia privada personales. Aunque por ello no deja de ser una desviación muy pronunciada con respecto a las normas convenidas de la moral elaborada en torno a lo privado, y su boga plantea un problema. Sin pasar revista a todas sus causas, subrayemos la observación de san Antonino que incrimina la excesiva permisividad de los padres de una indulgencia culpable con respecto a esos "juegos de niños", observación que pondría en relación la pederastia con los cambios del mundo privado familiar. Es en efecto posible que, en una sociedad donde las opciones tradicionalmente masculinas (lucha política, guerra) han perdido bastante de su prestigio, los valores de dulzura, de educación, de afecto, valores entendidos como femeninos, hayan marcado mucho más a la gente moza, al mismo tiempo que se desdibujaba la autoridad de un padre ausente con frecuencia, viejo (o difunto) sobre jóvenes ya embarcados en la vida profesional.

Quedan por fin las innumerables escenas de los auténticos amores clandestinos, vasto teatro cuyos actores nos son proporcionados por las parejas conyugales y en el que encontramos, frente a los varones, a nuestras muchachitas y a nuestras presumidas ya granadas. Todavía célibes, ensayan su independencia; y una vez casadas pretenden asumirla, forjándose, del mismo modo que los hombres, una existencia privada paralela al margen de su vida privada doméstica habitual. Los cuentistas son inagotables al relatarnos todas las posibles circunstancias de la aventura, desde el primer ímpetu de los corazones hasta el éxtasis final. Se intercambian regalos, hay entremetidas (con frecuencia la criada de la señora) que hacen de correveidiles, se planean entrevistas —en la casa, en el jardín, en los baños—, se frustran las artimañas grotescas del celoso, ¡y viva el amor! Y no es raro que los meandros de la intriga conduzcan a la formación de parejas trocadas (Boccaccio, VIII, 8) o a la bigamia. Las leyes que reprimen esta última práctica --en Venecia (1288), en Génova (siglo Xlll), en Bolonia (1498)—nos la dan también a conocer, aunque sin el detalle de situaciones concretas. Hay otras ocasiones en que las cosas acaban mal; por ejemplo, cuando los amantes hacen desaparecer al cónyuge que estorba. La farsa desemboca en drama. Cuando los archivos de la justicia nos restituyen uno de estos episodios, con las minutas de los interrogatorios de los asesinos y de sus cómplices, se asiste a veces, con el corazón en un puño, a la progresión de una tragedia realmente estremecedora. El itinerario que aleja a los jóvenes, y luego a las muchachas, y luego a las parejas, del corazón de su ámbito privado doméstico llega en estos casos, en estos amores adúlteros, a su término. En contra de las frivolidades de los cuentistas (que a veces se muestran también muy reservados) no siempre es ni despreocupado ni dichoso.

La ostentación pública de lo privado

En algunas ocasiones, regidas la mayoría de las veces por la costumbre, la familia, tanto la restringida como la amplia, abre deliberadamente al público su intimidad y sus asuntos privados. Se trata, lo mismo en Italia que en cualquier otra parte, de esos grandes momentos familiares en que los acontecimientos privados suscitan necesariamente la atención del público como testigo o como participante: bodas, entierros, bautizos, reencuentros, momento de armar caballero a un hijo, etcétera. En todos los medios sociales se da a estas ceremonias una publicidad particular, y la muchedumbre que se agolpa sobrepasa con mucho los límites de la familia y del medio privado. El prolongado desenvolvimiento de la alianza matrimonial es parcialmente privado (promesa, envío del anillo), pero los ritos últimos —estreno de la cohabitación, visita a la casa paterna (ocho días después en Chioggia, finales del siglo Xlll)— se celebran en público con ostentación, sobre todo en el popolo grasso. Invitados, conocimientos, clientes, mirones, centenares de personas participan cada día alegremente en las fiestas ofrecidas por Giovanni Rucellai, en junio de 1466, con ocasión de las bodas de su hijo Bernardo con Nannina de Médicis, nieta de Cosme. Caballetes, cuadras y bodegas rebosan de regalos (sobre todo de vino), enviados por aldeas enteras, por monasterios, por campesinos anónimos, lo mismo que por parientes.

La "conducción al marido" (ductio ad maritum) es tradicionalmente un hecho tan público que en muchos sitios (Piamonte, Lombardía, Toscana) la costumbre autoriza en ella, desde el siglo XlV, la intervención espontánea de la comunidad local. Las segundas nupcias, sobre todo durante el siglo XV, constituyen muy especialmente objeto de burla, y las asociaciones de jóvenes, o el público mismo, desencadenan al paso del cortejo escándalos memorables (cencerradas, mattinate) en los que se mezclan bromas, cacofonías estrafalarias, apóstrofes obscenos, y que concluyen con un riego general de monedas o de vino.

Los fallecimientos, y no sólo los de los grandes, movilizan al público alertado a lo largo de la ronda por los gritos desgarradores de las mujeres. La gente femenina se reúne en torno al cadáver expuesto en la iglesia; y los grupos de hombresse estacionan fuera (Florencia, siglo XlV).

Finalmente, los regresos, los reencuentros o las reconciliaciones entre linajes (suceso considerable en Italia) suscitan fiestas a las que se asocia el público.

Ceremonias como éstas, sean las que sean, ponen en juego el honor de la familia. No se puede quedar mal ante todos esos extraños. Todo un decoro consuetudinario acaba por rodear estas celebraciones y por regirlas, decoro destinado a evitar situaciones desairadas, a exaltar la preeminencia familiar mediante una ostentación bien llevada, a enmascarar bajo una fachada resplandeciente los pequeños secretos privados.

Recibir a la gente como es debido significa naturalmente dar de comer y de beber con profusión. Los banquetes, aquí como en todas partes, son la pieza maestra de la hospitalidad ostentosa. Para las bodas de Bernardo, Giovanni Rucellai había hecho levantar en un ensanche de la calle un estrado de 180 metros cuadrados cubierto de mesas donde durante ocho días las festejaron hasta quinientas personas cada día, mientras en una cocina montada con todos los requisitos cerca de allí se afanaban cincuenta cocineros y marmitones. Los platos se suceden unos a otros. Sin llegar a tales extremos, el negocio más insignificante o cualquier encuentro feliz concluye con un banquete. La decoración ha de ser tan excelente como la comida. Rucellai, que es toda una eminente personalidad, ha tenido buen cuidado en adornar con tapicerías, colgaduras y hermosos y preciosos muebles el podium de su festín. Para proteger a los comensales de la intemperie se tendió un inmenso toldo de tela azul claro, recamado y festoneado con guirnaldas de follaje salpicado de rosas. Sobre el estrado campeaba un aparador de plata cincelada. En los medios más modestos se siembra de verdor el suelo de la sala y se sacan de los cofres las tapicerías, los tejidos valiosos o los simples lienzos para colgarlos de los muros o decorar con ellos las ventanas.

Pero la ostentación más general y la más febrilmente preparada es ante todo la de la apariencia personal, la del maquillaje, y muy particularmente, la de la vestimenta. Vestirse es de rigor para exhibirse fuera del espacio privado. Las grandes ceremonias familiares, comenzando por las bodas, llevan consigo en la burguesía impresionantes gastos vestimentarios. En medio de una enorme cantidad de otros objetos y adornos, Marco Parenti obsequió a su joven prometida con dos vestidos de boda ultrasuntuosos (giornea y cotta) y un tocado de colas de pavo real que le costaron 1.000 liras, sólo los tres regalos, o sea cuatro o cinco años de trabajo de un buen albañil. Y todo lo demás en proporción. Las visitas más informales que se hacen a las recién paridas (de la buena sociedad) exigen también arreglarse. Para honrar a la gran dama que representa a santa Isabel —en los frescos de Santa María Novella—, Lucrezia Tornabuoni ha escogido una magnífíca guarnacca de seda color rosa viejo sembrada de estrellas de oro, puesta a su vez sobre una gamurra de seda blanca, bordada de granadas y de flores, cuyas mangas acuchilladas dejan ahuecarse el tejido de una camisa. Así adornada es como ha posado ante Ghirlandaio.

La variedad y la suntuosidad de los tocados de solemnidad, los de las mujeres principalmente, no cesan de crecer al hilo de las generaciones; la calidad de los tejidos se afina con el uso más habitual de la seda, una seda más rica; los guardarropas son más variados, se desarrolla el gusto por los accesorios preciosos. Un documento boloñés que describe, en 1401, cerca de doscientos tocados femeninos permite inventariar veinticuatro adornados con plata, sesenta y ocho con oro (franjas, ornamentos bordados, brocados) y cuarenta y ocho guarnecidos de piel. Prevalece la impresión, fortalecida por los inventarios familiares que nos quedan, de que las mujeres de la aristocracia están cada vez más interesadas, en el siglo XV, en subrayar su rango mediante su modo de vestir. Así como que lo hacen sin referencia explícita a su clan, ni a su familia, con el propósito predominante —por medio del arreglo de su tocado, de su maquillaje y de un peinado ligero que hace destacar sus rasgos— de acentuar su presencia personal y de distinguirse unas de otras. La ostentación del vestido femenino exalta en público la categoría social de la familia, del medio privado, aunque no precise su identidad. Al subrayar hasta tal punto el valor de la persona que lo lleva con sus rasgos particulares, el tocado femenino de solemnidad constituye para las mujeres una valoración a la vez que una revancha por su sujeción privada.

Intervención de las autoridades

 


En la vida privada

El puesto determinante de las ocupaciones y de los valores privados —los de la familia en primer lugar— en la vida de las gentes y en la de las comunidades hace que se fije en ellas necesariamente la atención de las autoridades y que su intervención se ponga en movimiento.

La legislación de las comunas

Las comunas levantan acta muy pronto de la existencia de los grupos privados. Las palabras consortes, familia, descendencia, hermanos, aparecen a veces en los documentos oficiales como una realidad humana, social, y ante todo política, con la que hay que contar. Y no sin desconfianza. Estos grupos privados se vuelven en efecto invasores a lo largo del siglo XIII en las ciudades, aún frágiles políticamente. Las ambiciones familiares rivales se desencadenan en ellas. Todo el mundo trata de hacer prevalecer sus intereses privados. Contra semejantes poderosos (magnati, dicen los contemporáneos), las comunas levantan el baluarte de la ley. Tal es la primera legislación comunal a propósito de los grupos privados: defensiva, con la intención de imponer la paz.

Desconfiada o no (los equipos en el poder favorecen a las familias que les son adictas), tal legislación apenas tendría efectos sobre el desenvolvimiento de la vida privada si no se propusiera al mismo tiempo regir también su contenido. El derecho romano codifíca lo privado lo mismo que lo público, y más arriba se ha evocado ya la importante producción de los glosadores boloñeses de los siglos XII y XIII sobre los derechos y el papel del pater familias, etcétera. A ejemplo suyo, las comunas apuntan constantemente al contenido mismo de la vida privada, y los estatutos que se otorgan a sí mismas a lo largo de los siglos Xlll y XlV hablan todos ellos del particular con cualquier pretexto. Se ve ya cómo hay municipalidades que legislan sobre las casas privadas, cómo definen su altura, sus materiales, o su alineación (Siena, siglo XIV); o que incluso establecen una tasa sobre los saledizos, limitan la altitud de las torres, etcétera. Son también muchas las que exigen comunicación de los patrimonios para mejor tasarlos dos primeros catastros están atestiguados durante los siglos Xlll-XV en Verona, Venecia, Perusa y Florencia) al tiempo que reglamentan su gestión (responsabilidad, sucesión, dote). Y más adelante intervienen todas ellas en la intimidad privada a fin de definir y reglamentar la autoridad marital, los derechos de la mujer, los de los hijos, las emancipaciones, las mayorías de edad o los matrimonios (prohibición a los güelfos de casarse con alguien del partido gibelino, Parma, 1266); como también para reprimir las desviaciones más graves, incestos, bigamia, y sobre todo homosexualidad.


Дата добавления: 2021-01-21; просмотров: 72; Мы поможем в написании вашей работы!

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