Chiquilicuatro, chiquilicuatre. 10 страница



 

Maravillado estoy, señora, y no sin mucha causa, de que una mujer tan principal, tan honrada y tan rica como vues tra merced, se haya enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como fulano...

 

En su acepción médico-científica, equivale a cretino, atrasado o débil mental, sentido en el que utiliza el término Pedro Felipe Monlau mediado el siglo pasado:

 

Si son fecundos los matrimonios interconsanguíneos, exponen gravemente la prole a la debilitación física(...) a la idiotez y a la enajenación mental.

 

 

Iluso.

Ingenuo; persona fácil de persuadir, a la que es posible convencer de cualquier cosa; indidivuo simple y un tanto bobalicón, que da crédito a cuanto se le dice con firmeza, aunque se trate de una patraña; simplón que cae en toda suerte de timos, carne de pringa(d)o. Es voz de etimología latina, del término illudere = burlar, engañar. Su uso en castellano data de finales del siglo XVI, en que lo utiliza el místico carmelita Jerónimo Gracián en la primera redacción del Dilucidario del verdadero espíritu. El poeta neoclásico de la segunda mitad del siglo XVIII, Meléndez Valdés, usa así el término:

 

¡Oh! ¡ Cómo iluso en juvenil locura

el mundo ante mis ojos parecía

risueño, y de la vida el aura pura!

 

 

Imbécil.

Al alelado y débil mental, al escaso de razón, llamamos imbécil. Es uno de los insultos más corrientes, cuando se dirige a alguien sensu non stricto, esto es: en sentido figurado. Es palabra latina, en cuya lengua imbecillis significa "débil en sumo grado"..., flojo y escaso de cabeza, de la facultad de pensar. El Diccionario de Autoridades, (primer tercio del siglo XVIII), acentuaba la palabra en la silaba última: "imbecil", y no le daba otro significado que el que tenía en latín. Con el significado actual empieza a utilizarse en la primera mitad del XIX, en que la Real Academia introduce esa acepción en su diccionario. Unamuno, en un artículo publicado en 1923, Caras y caretas, tiene esto que decir, en cuanto a la etimología: "Imbecillis, el que no tiene bacillus o bastón donde apoyarse, el débil, el inerme, el flaco".

No fue utilizada como insulto hasta mediados del siglo pasado, por contaminación semántica del término en francés, en cuya lengua la palabra tiene las connotaciones modernas. Por lo general, el término tuvo siempre connotaciones médicas, equivaliendo a cretino e idiota en sus acepciones clínicas. En el sentido de "persona floja de carácter, débil de voluntad" utiliza el término, refiriéndose a las insidias del diablo, Palacios Rubios en el siglo XVI: "Algunas veces a los más osados y más fuertes acomete y vence, y a los más imbéciles y flacos deja".

 

 

Imberbe.

Se dice de quien teniendo edad para ello, carece de barba, adquiriendo su cara aspecto poco serio, y desmereciendo ante las personas hechas y de valía; barbilampiño o lampiño. La carencia de barba conllevó antaño cierto menosprecio social que recoge el Refranero: "A poca barba, poca vergüença", se decía en tiempos de Cervantes. Jovellanos, a principios del siglo XIX, usa así el término:

 

Imberbe aún, y falto

de inspiración y fuego,

tenté del sabio Apolo

subir al trono excelso.

 

Suele acompañarse del substantivo "joven", con lo que se muestra desconsideración hacia aquél de quien se dice o predica.

 

 

Impertinente.

Persona importuna y enfadosa que molesta de palabra o de obra, o que se comporta y conduce de forma que no viene a cuento; sujeto desentonado, que sale con caprichos o planes impropios del momento, o plantea asuntos que no hacen al caso. Covarrubias en su Tesoro de la Lengua, (1611) lo define como "hombre sin sustancia y sin modo (...) fuera de propósito". Poco después, Tirso de Molina emplea la palabra en el sentido descrito:

 

-¿Qué dices, necio?. Responde:

vienes aquí a ver si hay gente,

y estarte aquí, impertinente...

 

Uso que también le da, en el siglo XIX, Bretón de los Herreros: "¿Cómo, ella es la impertinente, y atrevida, y mala hembra...?". Fue término menos ofensivo antaño que hoy; en nuestro tiempo ha ganado en significado negativo, tal vez por confundirse a menudo con insolente.

 

 

Impresentable.

Indigno de ser presentado ante nadie, o de presentarse él mismo; sujeto a quien le precede su mala reputación y fama; individuo poco formal. Es forma adjetiva de la frase "no ser alguien o algo de recibo", y voz de uso relativamente reciente, tomada de una de las acepciones del verbo presentar, utilizada antaño en el medio eclesiástico y legal: "Proponer a alguien para una dignidad, oficio, cargo o beneficio". Para ello, era imprescindible reunir una serie de cualidades, como seriedad, preparación, sensatez y ciencia que, obviamente, el impresentable no tiene.

 

 

Incapaz.

Falto de toda aptitud y talento; ignorante rayano en la estupidez; tonto al que se ha puesto al frente de responsabilidades y cometidos que por su ignorancia y nula preparación no puede llevar a cabo. Benito Jerónimo Feijóo (primera mitad del siglo XVIII), utiliza así el término, en uno de los primeros textos antimachistas: "...aquella propasada estimación de nuestro sexo, que tal vez ha preferido para el régimen un niño incapaz a una mujer hecha...".

 

 

Incordio.

Sujeto sumamente agobiante y molesto. Se dice en sentido figurado de su acepción principal: tumor, buba o grano, a menudo de naturaleza venérea, que se forma en ingles y sobacos, dificultando el uso de pies y manos. Fue término frecuente en los siglos de oro, aunque no como calificativo o insulto. Es de etimología latina, de anticor = en el pecho, ante el corazón. En castellano medieval se dijo "encordio"; y en el siglo XVI Juan de Timoneda, en El Patrañuelo, utilizó ya la forma definitiva.

 

 

Inepto.

Incapaz de llevar a cabo aquello para lo que ha sido entrenado o educado. Necio; no apto para cosa alguna que exija la más mínima dificultad. El dramaturgo y erudito riojano de la primera mitad del siglo XIX, Bretón de los Herreros, emplea el término en el siguiente diálogo:

 

-Pero, en fin..., esos papeles

¿qué contienen...? ¡Acabemos!

-¿Qué? Su licencia absoluta

por vicioso y por inepto.

 

 

Infame.

Sujeto indigno, vil y despreciable, que carece de honra y no merece respeto de nadie. Covarrubias dice en su Tesoro de la Lengua, (1611) que es infame "el notado de ruín fama". Es voz que empieza a sonar a finales del siglo XV, aunque la mayoría de las que participan de su raíz son de uso más antiguo. Fue insulto gravísimo, equiparable a ser motejado de "cobarde, felón, traidor y hereje", por carecer el infame de honra, crédito y estimación. Juan de Mariana, historiador del siglo XVI, que se la tenía jurada a los cómicos, escribe: "Los farsantes que salen a representar deben ser contados entre las personas infames".

Coetáneamente, Cervantes, en su Rinconete y Cortadillo, usa así el término: "Se deja para otra ocasión contar su vida y milagros, con los de su maestro Monipodio, y otros sucesos de aquellos de la infame academia".

Lope de Vega, escribe:

 

Luego que suelta del infame lazo

Filomena se vio, corrió a la espada,

pero cayó con más seguro abrazo

en los tiranos brazos desmayada...

 

 

Infeliz.

Persona apocada, bonachona y condescendiente que por su afabilidad excesiva y cortés trato peca de tonta; individuo ingenuo y bienintencionado, de quien se abusa, y a quien todos toman el pelo. Gonzalo de Céspedes y Meneses, en sus Historias peregrinas y ejemplares, (mediados del siglo XVII), usa así el término:

 

...no había en toda aquella poderosa ciudad (de Sevilla) caballero o ciudadano, mercader o plebeyo (...) que no acudiese al aumento y regalo de don Sancho, que este era el nombre del infeliz caballero...

 

Espronceda (primera mitad del siglo XIX) continúa este valor semántico dos siglos después:

 

Estos, por lo común, son buena gente;

son a los que llamamos infelices.

 

En contextos ligeramente despectivos, denotando conmiseración y lástima hacia la persona a quien se dirige, se usa como sinónimo de ingenuo que se cree importante no siéndolo. Suele ir acompañado del adjetivo "pobre". Ejemplo de infeliz fue cierto paisano del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, de quien se cuenta que cuando llegaron a Torrelaguna las nuevas de su elección como arzobispo de Toledo en 1495, decía en la plaza: "Me alegro por él y por mí...". Quiso el cura del pueblo saber por qué se alegraba por sí mismo, y le contestó: "Porque yo fui su maestro". Queriendo saber cómo un pobre infeliz como él, que no sabía leer, podía llamarse maestro del Cardenal Cisneros, repuso: "Sepa su merced que yo enseñé a fray Francisco Jiménez de Cisneros a silbar...".

 

 

Ingrato.

Desagradecido, que olvida el favor recibido; también, persona o cosa que tiene rudeza o mal trato; sujeto áspero y desagradable, desabrido y molesto. Juan de Zabaleta, en la dedicatoria de su obra El dia defiesta por la tarde, mediados el siglo XVII, agradeciendo viejos apoyos a un su amigo, dice:

 

No sé cómo hay ingratos. La cosa más fácil que hazen los mortales es agradecer. Al que tiene con qué, ¿qué le cuesta...?. Y al que no tiene, ¿qué le cuesta desear tenerlo...?

 

Lope de Vega aseguraba que nada hay en la vida tan despreciable, ni vicio más detestable, que la ingratitud. A lo largo de los dos siglos de oro (XVI-XVII), la escena española bulle con el asunto del olvido o desconocimiento del bien recibido. Calderón de la Barca, en la loa de su auto PsiQuis y Cupido, ve así al sujeto aquejado de esta maldad:

 

Quien usa beneficios

con un ingrato,

lo que siembra en linezas

coge en agravios.

 

Y a finales del XVIII, Jovellanos usa así el término:

 

Ingrato, injusto, bárbaro y despiadado será el hombre que a vista de tan noble y prudente conducta pueda abrigar en su corazón la más liviana sospecha contra nuestra fidelidad.

 

Fue antaño, cuando se valoraba la lealtad por encima de cualquier otra obligación del hombre bien nacido, insulto u ofensa grave. El refrán: "No es de bien nacido el no ser agradecido", está entre los de uso más antiguo.

 

 

Insensato.

Persona fatua y carente de sentido. Zabaleta, en su deliciosa obra de costumbres, El día de fiesta por la tarde, (mediados del siglo XVII), emplea así el término:

 

Otro bulle incansablemente, como si por dentro estuviera hecho de llamas.

Otro suena a entendido, y es un insensato. Otro huele a muchas cosas buenas, pero no tiene de ellas mas que el olor.

 

Un siglo más tarde, el autor de las Fábulas morales, Samaniego, de la (segunda mitad del siglo XVIII), advierte así al joven que dormía sobre el brocal de un pozo, haciéndole ver lo insensato de su conducta:

 

Gritóle la Fortuna:

¡Insensato, despierta!

¿No ves que ahogarte puedes

a poco que te muevas...?

 

 

Insolente.

Descarado, orgulloso, soberbio y desvergonzado; individuo que se comporta sin el debido respeto, como no suele hacer quien es educado, careciendo del comedimiento que la situación o el caso requieren. Covarrubias dice en el Tesoro de la Lengua (1611):

 

El sobervio y arrojado, desvanecido; del nombre latino insolens (...) porque las cosas que éste haze no las hazen los demás ni acostumbran tal modo de proceder.

 

Cervantes se ocupa así de estos sujetos:

 

Porque vean vuestras mercedes cuán de importancia es haber caballeros andantes en el mundo, que desfagan los tuertos que en él se hacen por los insolentes y malos hombres.

 

Diego de Saavedra Fajardo, en su diálogo satírico Locuras de España, mediado el siglo XVII, expresa esta sentencia: "Si un mismo premio se da al vicio y a la virtud, queda ésta agraviada, y aquél insolente". Es voz ofensiva y agravio que, dirigida a quien lo merece, no surte efecto, dada su desvergüenza. Hoy sigue en vigor, aunque en ámbitos de cierta educación y cultura.

 

 

Inútil.

Persona que no sirve para cosa alguna; nulidad. El término parece que lo empieza a utilizar en el siglo XVI el historiador cordobés Ambrosio de Morales en su obra Antigüedades de las ciudades de España. Es voz de etimología latina, de uti = usar, empleando el sentido contrario mediante el prefino "in-": persona o cosa que no tiene uso, que no sirve.

 

 

J

Aque.

Valentón y fanfarrón que presume de bravura y guapeza. Es voz de germanía, en cuyajerga equivale a "rufián". Procede, en primera instancia, del árabe sah = rey en el juego de ajedrez; bajo esa acepción se encuentra en el Libro del Ajedrez mandado escribir por Alfonso X el Sabio (segunda mitad del siglo XIII). Con ese valor semántico se ha utilizado siempre. Como voz ofensiva, es uso figurado de la acepción anterior, pues el dar jaque era actitud un tanto fanfanona y retadora dentro del juego, engolando la voz quien lo daba, y mostrando ufanía y suficiencia, lo mismo que el "jaque" pretendía meter en un puño a los demás aparentando fuerza y bravura, y amilanando así a quienes escuchaban sus baladronadas. Con esa acepción aparece a principios del siglo XVII. Francisco de Rojas (primera mitad del mencionado siglo) lo pone en labios de cierta dama:

 

He dado en pensar que es

desgarrado y algo jaque,

y los bravos solamente

son los que me satisfacen.

 

Dos siglos más tarde, Bretón de los Herreros, también en la escena, echa así mano del término:

 

-Sí: ¡pues bonito soy yo!

no hay en la provincia un jaque

que tosa donde yo toso.

 

 

Jaquetón.

Aumentativo de jaque, que a diferencia de aquella voz, también tiene forma femenina. Sujeto bravucón y perdonavidas que a la hora de la verdad resulta ser cobarde; guapo de taberna que piensa que trae a las mujeres de calle. Bocazas y fantasmón, que cuando ve que tiene las de perder toda la calle le parece camino corto para poner pies en polvorosa. De este fulano dice la frase: "Como el jaquetón de Jadraque, que al acostarse mataba el candil de un trabucazo". Pero no era capaz de matar nada más que eso.

 

 

Jesuita.

Calificativo que el vulgo suele dar a quien es hipócrita y falso; sujeto que manifiesta doblez; persona solapada y ladina que tiene una particular astucia para manejar los negocios, llevando siempre el agua a su molino, o arrimando el ascua a su sardina. Un dicho lo pone de manifiesto de esta gráfica manera: "Cuando el jesuita se ahoga o se ahorca, su cuenta le tendrá...". Es acepción derivada del individuo de esa orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola en el siglo XVI, visión negativa de estos religiosos, parte de la campaña de desprestigio que contra los Padres de la Compañía de Jesús, e indirectamente contra España, emprendió primero la Leyenda Negra y luego los francmasones ingleses y los franceses de la Ilustración, y a la que tantos papanatas hispánicos se adscribieron.

 

 

Jeta (ser un).

Hocico del cerdo; morro. En sentido figurado, caradura y aprovechado; persona abusona y atrevida, con más cara que espaldas. Equivale a "morro" (véase "tener mucho morro", "caradura"). El término se utilizó antaño en la frase hecha "estar uno con jeta", con el valor semántico de "mostrar alguien malhumor, enfado o enojo en el semblante". Hoy se emplea como sinónimo de descarado. También se emplean el aumentativo "jetón" y el substantivo mostrenco jetamen, referido a la capacidad de frescura y desvergüenza que tiene alguien.

 

 

Jodido.

Stricto sensu, fodidencul*, porculizado. En sentido figurado sujeto ruín y malintencionado; persona miserable y dañina. A menudo, al menos en el uso que le dan los autores renacentistas, es refuerzo peyorativo de "puto", así lo hace Bartolomé de Torres Naharro en su Comedia Soldadesca:

 

Mal año y negra vejez

meresce el puto hodido...

 

Coetáneamente, Lucas Fernández, en su Farsa del Nacimiento, pone en boca de un pastor el término "hodido", en un momento en el que también se emplean las formas "jodíu" y otras con el valor semántico de "ruín y molesto", acepción asexuada del término, que se dice a quien es enfadoso y pesado. Su capacidad ofensiva no radica tanto en la carga semántica como en factores suprasegmentales dependientes de la voluntad del hablante, cobrando entonces el término toda clase de significados y matices. Entre los más frecuentes está su uso como sinónimo de "persona muy fastidiada, física o moralmente hecha polvo". Rafael Alberti da el siguiente empleo al término, en Roma, peligro para caminantes:


Дата добавления: 2019-02-12; просмотров: 207; Мы поможем в написании вашей работы!

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