Chiquilicuatro, chiquilicuatre. 2 страница



 

 

Coñazo.

Se dice de quien es insoportablemente pesado y pelma. Dar el coñazo es tanto como dar la tabarra de forma machacona y constante. El coñazo, incansable en su manía de dar la lata, echa más horas que un sereno. Es voz que pudo haberse formado a partir del sentido figurado del verbo "enconar": "Irritar", "cargar", "exasperar", cuya acción y efecto sería el "enconamiento o encono". Piensan otros que derivaría del término "coñear o coñearse": embromar, burlarse, cuyo efecto y acción sería "coña" en el sentido de broma pesada, o latazo. No faltan teorías para explicar el término. Es también probablemente acertada la que parte de la exclamación castiza "¡Coño!", propia de quien ya ha soportado y aguantado bastante, y que, fuera de sí, casi loco por la tabarra e insistencia pelmaza, sale de sus casillas y lanza al aire, a modo de instrumento de liberación, su "¡coño, deja ya de dar el coñazo!". Sea como fuere -y hacemos abstracción de otras explicaciones menos verosímiles-, pocas frases malsonantes, o términos insultantes e improperios hay tan llamativos como este. No existe cosa igual en otras lenguas. El personaje, el pelma, plomo, pesado, es internacional, pero llamarle "coñazo" es un logro y una conquista netamente hispánicos.

 

 

Cornudo.

Cabrón; marido engañado o complaciente. Es insulto de uso temprano: Principios del siglo XII, muy ofensivo siempre, derivado del latín cornutus, En el fuero de Zorita de los Canes, en la provincia de Guadalajara, fechado hacia 1180, se lee:

 

Todo aquel que a algún omne dixiere o llamare malato, o cornudo, o fodido, o fijo de fodido, peche (dos) marauedís, et sobre todo esto iure con dos uezinos, que aquella desondra et aquella mala estanca que la nunco sopo en él.

 

Años más tarde, en el fuero de Madrid (1202), se prohíbe taxativamente decir a otro hombre cualquiera de las palabras prohibidas:

 

Toto homine qui a uezino (o) filio de uezino (...) dixierit alguno de (los) nomines uedados ..."fudid in culo" aut "filio de fudid in culo, (o) cornudo, (pague) medio morabetino al renqueroso.

 

Garcí Sánchez de Badajoz, glosando el romance Tiempo es el caballero..., hace burla de estos desgraciados, en la segunda mitad del siglo XV:

 

Mal de muchos, gozo es,

consuela a cualquier cornudo.

 

El anónimo autor de las Coplas del Provincial, sátira feroz contra los principales personajes políticos de tiempos de Enrique IV, usa a menudo el término, repartiéndolo a diestro y siniestro, tanto a caballeros y clérigos como a damas:

 

A ti, fray cuco Mosquete,

de cuernos comendador,

¿qué es tu ganancia mayor,

ser cornudo, o alcahuete?

A vos, doña Inés Mejía,

más fría que los inviernos,

¿a cómo valen los cuernos

que ponéis a don García...?

 

Su carga semántica es altamente vejatoria, ya que atenta contra el concepto e idea que se tuvo del honor en todos los tiempos, haciendo del término "cornudo" un insulto formidable, del que se usó y abusó. En la tragicomedia de Fernando de Rojas, La Celestina, (finales del siglo XV), la vieja alcahueta dice: "De cuatro hombres que he topado, a tres llaman Juanes, y dos son cornudos". Es decir, que la proporción en la sociedad renacentista española estaba al cincuenta por ciento.

El cornudo ha recorrido la novela, la poesía y la escena española desde sus principios hasta nuestros días, quedando siempre en ridículo, convertido en blanco de burlas y chanzas. El cabrón aparece agazapado unas veces, y otras desafiante, pues hubo cornudos silenciosos y también combativos. Bretón de los Herreros, comediógrafo logroñés del pasado siglo, en una de sus piezas presenta así al cornudo:

 

Porque en un breve epigrama

dije de él que era un cornudo,

en mi sangre, el testarudo,

quiere vindicar su fama.

 

Son muchos los dichos en los que se zahiere o disculpa a quien sufre este mal: "El cornudo es el último que lo sabe", aludiéndose a la ignorancia en que vive a ese respecto. "Tras cornudo, apaleado, y mándanle bailar", frase con la que se critica a quienes pretenden que encima de recibir uno un disgusto, se alegre.

 

 

Correveidile, correvedile.

Chismoso que lleva y trae noticias triviales y cuentos; alcahuete un tanto simple y bobalicón, al que no aprovechan sus pequeñas intrigas y mensajerías de pacotilla. Es voz con cierta raigambre en la literatura. El poeta Pantaleón de Ribera, en su Fábula de Europa, (primer tercio siglo XVII), incluye esta curiosa estrofa:

 

Soy de los supremos dioses

embaxador eloquente,

celestial correveidile,

y divino mequetrefe.

 

 

Corto.

En sentido figurado: tímido, encogido, de poco ánimo y resolución. El Diccionario de Autoridades, que recoge el término en el primer tercio del siglo XVIII, añade: "...se dice de quien es irresoluto y de cualquier cosa se embaraza; persona de poco carácter; escasa en la expresión y explicación de las cosas". El término se utilizaba ya en la primera mitad del siglo XVII; Saavedra Fajardo, en su Empresas Politicas, escribe:

 

Unos ingenios son cortos y rudos: a éstos ha de convencer la demostración palpable, no la sutileza de los argumentos.

 

Y el jesuita F. Núñez de Cepeda, asegura, coetáneamente: "que más quisiera ser notado de inadvertido por corto, que de inmodesto por ardiente".

Con el diminutivo, "cortito", se potencia el contenido semántico del término, rayándose entonces la frontera de la imbecilidad.

 

 

Cotilla.

Persona que gusta de meterse en todo, especialmente donde no la llaman; quien toma vela en todos los entierros para enterarse de qué se cuece; individuo entremetido y tunante. Parece que deriva de la voz "cotilla", ya utilizada en el primer cuarto del siglo XVII con el valor de "corsé", prenda interior de que usan las mujeres para ceñirse el cuerpo, o ajustador armado de ballenas. Por ser artilugio exclusivamente femenino en origen, el término pudo haberse extendido en su significación para calificar a la mujer chismosa, que quiere entrar en pormenores y detalles de vidas ajenas. Sin embargo, cuando la voz se utilizaba con el significado principal de "corsé", no tenía el valor semántico de "chismosa". Tampoco recogían con ese valor semántico, a finales del siglo pasado, los grandes diccionarios enciclopédicos del momento, como el Diccionario Enciclopédico HispanoAmericano, y otros anteriores. El término, surgido en el XIX, se propagaría a partir de un personaje femenino histórico de mediados de aquel siglo: la tía Cotilla, fanática antiliberal que llegó a matar por sus ideas radicales. En la Historia del Saladero, de Morales Sánchez, se aborda el personaje, una tal María de la Trinidad Cotilla que estuvo al frente de una pandilla de ideas políticas absolutistas. Sus crímenes le valieron a ella la pena capital, que se ejecutó en Madrid. Tenía una red de espías y chivatos que le ponían al corriente de cuanto ella estimaba que debía saber, a los que se llamó "cotillas", aludiéndose a quien pagaba sus servicios, María de la Trinidad. A su muerte su nombre pasó a convertirse en sinónimo de persona que se presta a la murmuración y al chismorreo, a llevar y traer infundios, sin importarle la honra de los demás. De ahí pudo haberse dicho lo que el DRAE muy posteriormente recogería: "Cotilla: persona amiga de chismes y cuentos".

 

 

Cotorra.

Papagayo pequeño. El Diccionario de Autoridades escribe, en el primer tercio del siglo XVIII:

 

cotorrera: la hembra del papagayo, páxaro bien conocido..., y por semejanza se llaman assí las mujeres habladoras.

 

De cotorrera se dijo cotorra, originariamente término no relacionado con el ave al que alude, sino que al contrario: se dio este nombre al pájaro charlatán por comparación con las mujeres que hablan en el corro, o al habla animada de los mendigos en el cotarro o albergue de vagabundos. De este contexto último deriva su acepción principal: persona bulliciosa y meticona que habla mucho y sin substancia; parlero, parlanchín empedernido. El fabulista canario Tomás de Iriarte usa así el término en el siglo XVIII:

 

Y desde el balcón de enfrente una erudita cotorra la carcajada soltó...

 

 

Cotorrón.

Aumentativo despectivo de cotorra. Se dice del hombre o mujer viejos que presumen de jóvenes; eufemismo para designar el órgano femenino de la mujer metida en años; y en uso metonímico, mujer de edad que aún se interesa por el sexo.

 

 

Crápula, crapuloso.

Se dice del individuo de vida desenfrenada y entregada al vicio; libertino y calavera, de vida licenciosa e inmoral. Es voz del vocablo latino crapula, que a su vez lo tomó del griego kraipale = embriaguez. Parece que fue M. de Cervantes el primero en utilizar el término en su poco conocida comedia La casa de los celos y selvas de Ardenia. Bretón de los Herreros, más cercano a nuestro tiempo,(mediados del siglo pasado) hace este uso de la palabra "crápula":

 

Pasa por gracia en la viril caterva

lo que castiga cual atroz delito

en la mujer su infortunada sierva.

No hay un fiero que dome su apetito;

que más aplauden al que más codicia

el lupanar, la crápula, el garito.

 

La crápula, como la bohemia, formas de vida licenciosa y disipada, se convirtió en calificativo para aquellos que se entregaban a sus desenfrenos, substituyendo al calificativo derivado de ese substantivo.

 

 

Cretino.

Estúpido y necio. Es término curioso en cuanto a su origen y desarrollo: de la voz francesa chrétien = cristiano, eufemismo caritativo para llamar a los tontos en la Suiza francófona. El médico español de mediados del siglo XIX, Pedro F. Monlau, escribe:

 

"...en el cantón del Valés se ha observado gran disminución en el número de cretinos, afectados de bocios y lamparones...".

 

El mencionado escritor y científico se refiere a enfermos, y no a idiotas. El diccionario oficial incorporó el vocablo a finales del siglo XIX, aunque como insulto su uso es aún posterior: primera mitad del XX. Hoy está generalizado, tanto que se ha olvidado su sentido originario de "persona que padece retraso de la inteligencia acompañado de defectos del desarrollo orgánico", para equivaler a imbécil. Del raquitismo físico se pasó al terreno de la inteligencia y entendimiento; de la enfermedad o desorden orgánico se pasó al plano del conocimiento y la conducta.

 

 

Cuadrúpedo.

Animal de cuatro patas (etimología literal del término), bestia de albarda: burro, asno, jumento, acémila; persona sumamente ignorante y estúpida. En los siglos de oro se escribía "quadrúpedes". Leandro Fernández de Moratín utiliza el término, muy a finales del siglo XVIII: "...hay quien me llama pedante, casquivano y animal cuadrúpedo".

 

 

Cualquiera.

Con este pronombre indeterminado, usado con valor substantivo, se alude al hombre o mujer que no merecen respeto. Se usa también como adjetivo indeterminado, predicándose preferentemente de personas de baja condición social y moral a las que consideramos capaces de hacer cualquier cosa. Ser alguien un "cualquiera" es tanto como ser persona vulgar y ruín, de ninguna importancia o valor social; donnadie. En ese sentido usa el término Manuel Bretón de los Herreros:

 

Viajar en una galera

no es gran lujo el día de hoy,

pero vas con el convoy,

no como viaja un cualquiera.

 

Referido a la mujer, el término toma matices más peyorativos, siendo sinónimo de "fulana".

 

 

Cuco, cucarro.

Taimado, astuto; persona insolidaria que sólo mira por su interés y medro, sin importarle pisar a los demás o marginarlos; tahur. El calificativo originó en la creencia antigua según la cual el cuclillo, o cuco, deposita sus huevos en los nidos de otras aves, ya que él no se toma el trabajo de hacer el suyo propio, para que éstas los incuben o empollen. Es creencia corriente en Castilla, tanto que de ella hay copla que dice:

 

Soy de la opinión del cuco,

pájaro que nunca anida:

pone el huevo en nido ajeno

y otro pájaro lo cuida.

 

La tradición clásica da al cuco (voz derivada del griego koccus = necio) una fama ambigua de tonto-listo, o de listillo que termina por ser engañado él mismo: la voz francesa medieval cocu alude al que convierte a otro en cabrón, poniéndole los cuernos, acostándose con su mujer o amiga, a pesar de toda su astucia y cuidado. El despectivo "cucarro", es asimismo voz de uso documentado ya en el siglo XV. El anónimo autor de las Coplas del Provincial da al término el sentido de sujeto que se disfraza de fraile, o fraile aseglarado, que goza de las mujeres:

 

Mal habláis, fraile cucarro,

muy alto y con mucho brío...

 

 

Cuentista.

Chismoso; que tiene la costumbre de llevar y traer noticias menudas y murmuraciones con las que indispone a unos contra otros; persona poco seria; correveidile; sujeto de carácter débil que se va de la lengua cuando lo que conviene es mantener la boca cerrada. También se usa en lugar de zascandil, embrollón y liante. Es término ya en uso en el siglo XVII. Martínez de la Parra, en la segunda mitad de la centuria citada, lo utiliza así:

 

Los chismosos, los que llevan y traen; los cuentistas; los que siembran la perversa cizaña de la discordia.

 

Es insulto leve, pero puede tornarse grave cuando se dice a personas que viven de su credibilidad, como abogados, periodistas, sacerdotes, políticos. En cuanto a la frase "tener más cuento que Calleja", se alude con ella al editor burgalés de principios de siglo, Saturnino Calleja Fernández, que fundó la editorial más importante de su tiempo dedicada casi exclusivamente a la edición de cuentos para niños. Se zahiere así a quien anda siempre con excusas inverosímiles, tratando de justificar su conducta una y otra vez, de modo que ya no resulta creíble. De quien adquiere esa fea costumbre decimos que tiene mucho cuento, o que la mayoría de lo que tiene es cuento..., aludiendo a la materia fabulosa y legendaria de los relatos infantiles.

 

 

Currutaco, curro.

Lechuguino, petimetre o pisaverde muy riguroso en el uso afectado de las modas; sujeto ridículo que se pasa en el cuidado personal, haciendo del atuendo y la elegancia meta única en la vida; majo que exagera en los movimientos y ademanes, que en el vestir, el hablar y en la forma de conducirse afecta guapeza. Es probable que el calificativo tenga que ver con el andaluz Curro (abreviado de Pacurro, hipocorístico de Francisco), utilizado ya en el primer tercio del siglo XIX; en el Caribe se llama así a los españoles en general, como en Argentina se les llama gallegos. En cuanto al origen de la voz "currutaco", es cruce de curro y retaco: tipo regordete y bajo que resulta ridículo en su pretensión de afectar elegancia y buena planta. El escritor costumbrista madrileño, Mesonero Romanos, en sus Tipos y Caracteres, mediado el siglo XIX, escribe:

 

... Era (el lechuguino) un tipo inocente, de antiguo, que existió siempre, aunque con distintos nombres, de pisaverde, currutacos, petimetres...

 

Y Antonio Flores, periodista y escritor madrileño de mediados del XIX, describe así al personaje: "... (tenía) dos indispensables relojes, que no podían faltar a un currutaco tan estirado...".

No tardó en convertirse en palabra ofensiva; la misma fonética del término contribuía a ello.

 

 

Cursi, cursilón.

Ser "cursi" es presumir de fino y elegante, sin serlo, por lo que quien incurre en cursileria -como se llama la calidad de cursi-, hace el ridículo y manifiesta su mal gusto. J. de Castro y Serrano, curioso autor granadino de mediados del siglo pasado, dice en sus Cartas vulgares:

 

El gabinete, digo, de esta reina (de Agripina), sería hoy cursi seguramente ante el de la esposa de cualquier director de un crédito moviliario...

 

El vocablo se documenta hacia el año 1865, en el Cancionero Popular de E. Lafuente, quien le atribuía origen gitano. Más razonable parece, ya que el término empezó a utilizarse en el occidente de Andalucía, que proceda de la voz inglesa coarse, que habría entrado vía Gibraltar. El término inglés connota "cosa u objeto ordinario y grosero, de escaso gusto". Sin embargo, y a pesar de lo atinado de las teorías expuestas, la palabra nació en Cádiz, hacia el segundo tercio del siglo XIX, y empezó a sonar en Madrid durante la revolución de 1868. Se encargaron de difundirla dos jóvenes de la buena sociedad de entonces, en la Villa y Corte: Francisco Silvela y su amigo Santiago Liniers, que publicaron una obra curiosa: Lafilocalia, o arte de distinguir a los cursis de los Que no lo son, en uno de cuyos capítulos se analiza la cursería, o cursilería. No queda ahí la historia de esta palabra rica en anécdotas. José María Sbarbi, en su Florilegio de refranes, (1873) afirma que a mediados del siglo XIX vivía en Cádiz una familia apellidada Sicur, algunas de cuyas hijas vestían con lujo, pero sin gusto y con afectación ridícula. Unos muchachos, tal vez estudiantes de Medicina, amigos de la broma, habían adoptado entre ellos un lenguaje secreto consistente en cambiar el orden de las silabas en las palabras, con lo que ellos se entendían, pero nadie los entendía a ellos; para denotar ridiculez y mal gusto, utilizaron el apellido de las muchachas Sicur, con metátesis: Cur-si. Parece origen razonable para este término intrascendente. Pero hay cien teorías más, muchas de ellas centradas en Cádiz, todas con el apellido Sicur por medio. Jacinto Benavente, en el primer acto de una pieza teatral titulada Lo cursi, tiene esto que decir, en 1901:


Дата добавления: 2019-02-12; просмотров: 212; Мы поможем в написании вашей работы!

Поделиться с друзьями:






Мы поможем в написании ваших работ!